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El inmueble, que ocupa 1.500 m2, entre la avenida Arce y la del Poeta en La Paz,
tiene en su edificio central el estilo provenzal francés. Foto: Pedro Laguna. |
La lujosa propiedad fue abandonada en 1952 con premura por la familia de quien la mandó a construir. Se acababa el reinado suyo y el de Patiño y Hochschild en la Bolivia minera.
Mabel Franco, periodista
Carlos Víctor Aramayo Zeballos era un hombre de gustos exquisitos.
Miembro de una dinastía de mineros de la plata y del estaño en Bolivia,
él vino al mundo en París en octubre de 1889. Se educó en Inglaterra y,
cuando le llegó la hora de ocupar el lugar que su abuelo, José Avelino
Aramayo Ovalle (1908-1882), y su padre, Félix Avelino Aramayo Vega
(1846-1929), le heredaron, lo hizo con la seguridad de quien no sólo
poseía una fortuna, sino el instinto de sus antepasados y la educación
para aprovecharlo.
“Era un magnate y, cuando decidió asentarse en
La Paz, por supuesto que no iba a vivir bajo el puente Abaroa ni iba a
frecuentar, sino a los grandes empresarios”, ironiza Edgar Ramírez
Santiesteban, jefe del Archivo Histórico de la Minería Nacional, cuya
sede está en El Alto.
El Club de La Paz no le pareció el espacio
para honrarlo con su presencia, “no le gustaba que allí estuviese
mezclada la sociedad paceña”, así que creó el Club de la Unión (hoy
Círculo de la Unión, en la calle Aspiazu), donde se reunían 14
destacadísimos empresarios.
Su vivienda no podía ser cualquiera ni
de menor jerarquía que la que había levantado en La Paz, en su tiempo,
otro minero, Benedicto Goitia (el patio de su hacienda estaba donde hoy
se levanta la plaza Isabel la Católica, dice Ramírez). Así que, luego de
adquirir propiedades hacia el sur de la Alameda (El Prado), cerca de la
entrada a Obrajes, “probablemente de descendientes de Goitia”, encargó
el diseño de una casa a los arquitectos de la firma dinamarquesa
Christian & Nielsen. Y, para la edificación, hizo llamar a
arquitectos argentinos de la oficina Acevedo, Becú y Moreno. Eran los
años 30 del siglo XX.
El barón del estaño, uno del trío que se
completaba con Simón I. Patiño y Mauricio Hochschild, vivió, junto a su
esposa, la francesa Renee Tuckermann, en esa propiedad que la pareja
tuvo que abandonar precipitadamente en 1952, año en que, revolución de
por medio, fueron nacionalizadas las minas en Bolivia.
En la
propiedad que se extiende entre la avenida Arce, por el oeste, y la
Avenida del Poeta, por el este, hoy se habla el portugués. El embajador
brasileño tiene allí su residencia. Aramayo —que se radicó en París,
hasta su muerte en 1981— la alquiló al Gobierno de Brasil al irse de
Bolivia, y los inquilinos terminaron por adquirirla en 1972.
Apenas
se traspone la puerta principal, destaca un edificio de dos pisos de
estilo provenzal francés. La piedra y la madera se combinan en la
fachada que se abre continuamente gracias a los ventanales y los
balcones. Y si bien la belleza de la estructura cautiva al observador
atento, mucho más si se pasea por el interior, lo que atrapa, lo que
convence sobre que Brasil se ha instalado en el centro paceño —un centro
de ladrillo y cemento— son las inmensas áreas verdes, los jardines.
Plantas
trepadoras se han adueñado de los muros; los árboles rompen los
espacios horizontales de césped y dividen ambientes o crean un marco
natural desde el que se aprecia el Illimani... Rosalee Biato, esposa de quien en 2012 fue el embajador en Bolivia Marcel Biato, tenía sembradas especias y otros vegetales necesarios para la cocina. “Es como un jardín
botánico”, dijo entonces y hasta por las terrazas descendentes, que llegan hasta
la avenida del Poeta, la imagen es correcta si se piensa en el botánico
municipal que respira en la zona de Miraflores.
En la casa hay mucho de los Aramayo:
muebles y cuadros, en particular. Cada nuevo inquilino aporta luego lo suyo a la decoración.
En el comedor, por ejemplo, luce una
imponente mesa de roble con sus “26 sillas de estilo Régence y tapicería
Aubusson”, así como “los platos de porcelana de la Compañía de Indias”
en el trinchante, como identifica Marie France Perrin en el libro Casa
Boliviana (2003).
Todos los espacios construidos, que
se reparten en el área total de 1.500 metros cuadrados, son ocupados
por la familia diplomática, sus colaboradores y el personal de seguridad.
Pero, la que es casi un santuario es la biblioteca que se halla en la
planta baja. La habitación ampliamente iluminada, con un escritorio
francés estilo Luis XV con chapas de metal y un secretaire colonial,
conserva los libros que seguramente eran de la preferencia del
empresario minero y principal accionista del periódico La Razón de
principios del siglo XX.
Encuadernados, acomodados en los estantes
empotrados que se mimetizan en los muros revestidos de madera, están
los textos en inglés, francés o castellano; poesía, novela, teatro,
historia. Destaca la primera edición en español de La riqueza de las
naciones, de Adam Smith. Y se dejan ver la Biblia, obras de Shakespeare,
Víctor Hugo, Cicerón, Voltaire, Virgilio, Edgar Allan Poe, Hemingway.
Nietszche... Un ejemplar tienta de manera particular: el tomo
correspondiente a Bolivia de la serie Crónicas americanas (1916),
escrito por el periodista, historiador y poeta argentino Wenceslao Jaime
Molins.
La luz del sol se cuela por la ventana que da al jardín
principal, cuyos pesados cortinajes han sido descorridos sólo para la
visita y las fotos. El resto del tiempo, la oscuridad resguarda el legado bibliográfico de Aramayo.
En los corredores, en las salitas
intermedias, allí donde se mire hay más obras de arte. “Cuadros europeos
al óleo de la escuela romántica y de la escuela italiana de Canaletto”,
que pertenecieron a Aramayo, apunta el libro de Marie France Perrin.
En la parte posterior de la
propiedad se encuentra otra estructura de piedra. A ese lugar se accede también por la avenida
Arce y, luego de atravesar un corredor flanqueado por árboles, se
desemboca en un pequeño patio con una fuente de agua. En ese edificio
está ubicado el piano de cola del empresario minero. Hay que recordar
que ya su abuelo, José Avelino, se preocupó de que en su vivienda de
Tupiza (Potosí) hubiese un piano y maestros italianos de música que
daban las clases a los cuatro hijos del patriarca. En los muros del
centro se exponen los planos de la casa restaurados durante la gestión
del embajador Frederico César de Araujo, cuyos colaboradores los habían
encontrado en 2006, muy deteriorados en el subsuelo de la residencia.
Telmo Román, artista y docente de la Academia de Bellas Artes de La Paz,
realizó la recuperación de los diseños en papel.
Otro trabajo de
recuperación que ha emprendido la Embajada de Brasil involucra el área verde que colinda
con la Avenida del Poeta. Ese lugar lucía como un monte de tierra y
hierbas. Ahora está irreconocible con los senderos empedrados que
zigzaguean en medio de vegetación y árboles. Más piedra se ha utilizado
para un gran muro de soporte, en cuya parte inferior se abre una gruta.
Los planes de la embajada eran muchos para aprovechar esa infraestructura
en eventos culturales, aunque hoy, año 2018, no se han concretado.
La
residencia brasileña en La Paz ha sido elegida para ser parte de un libro que en
Brasil se editaba en 2012 sobre los inmuebles más bellos que ese país posee en el mundo.
En rigor, la propiedad es
territorio brasileño. De todas maneras, el muro compacto, que abarca
casi toda la cuadra y se ve desde la avenida Arce, luce una plaqueta de
la Alcaldía de La Paz en la que se lee: “Este edificio fue declarado
patrimonio cultural, arquitectónico, urbanístico e histórico de la
nación”.
De reyes de la plata a barón del estaño
La
plata coronó en Bolivia a tres reyes, dice Edgar Ramírez y
cita: Aniceto Arce, Gregorio Pacheco y José Avelino Aramayo. Este último
arriaba mulas llevando minerales de las empresas de alrededores de
Tupiza, y hábilmente fue haciendo negocios hasta llegar a tener 14
empresas grandes. El hijo, Félix Avelino, fue otro hábil minero, capaz
de sortear la crisis del metal que dejó en la pobreza a muchos otros;
“él hizo un viraje a tiempo y explotó bismuto, wolfram y estaño”. Su
hijo, Carlos Víctor (foto), en esa línea se convirtió, como Patiño y
Hochschild, en un barón del estaño. Fue director de la Compañía Aramayo
de Minas; Ministro de Hacienda y diplomático en Londres. Y si Hochschild
fue dueño de Última Hora y Patiño puso capital en El Diario, Aramayo lo
hizo en La Razón, periódico que llegó a ganar el premio María Cabott.
Nota publicada en 2012 en la revista Escape de La Razón, como parte de una serie destinada a las residencias diplomáticas en La Paz.