domingo, 28 de abril de 2019

Raza: espectador


El Teatro Municipal Alberto Saavedra Pérez, de La Paz, se ha quedado sin su Ángel.

Ángel Quiñones en un vino en el Salón de Honor del teatro municipal. 

Cada noche, salvo excepción que hacía más evidente su existencia, “Timoteo”, como le había bautizado el personal del teatro municipal Alberto Saavedra Pérez, trasponía la puerta de ingreso a platea con un paso menudito, como un muñeco de cuerda que lo hacía inconfundible.
No era de los que quisiera hablar demasiado. A duras penas, una de esas noches dijo que se llamaba Ángel. Ángel Quiñones, 75 años.
Todo el 2018, este Ángel llegó al teatro, entró sin pedir permiso, incluso para ver el mismo espectáculo más de una vez. En tiempos en los que escasea el público, en que el artista se alegra si en el espacio para 600 espectadores al menos asisten 50, Ángel era un fenómeno, un misterio.
En enero reciente, al inaugurarse la temporada 2019 en el teatro, el infaltable “Timoteo” no llegó. Ni en febrero, ni en marzo. Las vendedoras de dulces sabían el porqué. Ángel, que solía pasear por El Prado o la calle Comercio, siempre solo y con su pasito acompasado, se había caído para no levantarse más.
Timoteo seguramente tuvo familia. Lo habrá llorado. En el teatro hubo un suspiro de pena y comentarios de “vamos a extrañarlo”. No es que Ángel fuese un ángel. Acostumbraba a acomodarse, en esas rarísimas funciones con mucho público, en el asiento de alguien que había pagado su entrada y nada lo iba a mover de allí. O solía comentar a gritos sus impresiones sobre un actor o una actriz o un grupo musical, como la vez que se oyó alto y claro: “Qué gorda” o “Habla más fuerte, no escucho” o “Qué macana de obra”. Entonces daba ganas de exiliarlo, pero se pasaban al constatar su persistencia para pertenecer a esa raza en peligro de extinción: espectador.