Mabel Franco, periodista
Deseado, añorado, temido, odiado. Héroe o villano. Causa o consecuencia…
El público es un personaje central de cualquier representación escénica, el que
le da sentido, el que lo completa por semejanza o por oposición.
Anónimo, disperso, voluble, el público es el misterio que
explica la existencia de eso que se llama arte. El artista que ignora esta
condición no ha entendido su propia naturaleza y menos la trascendencia que su
obra puede adquirir o no dentro de una sociedad.
Qué público será el que hoy y aquí acompaña a quienes pugnan
por hablar desde un escenario teatral. Es la gran pregunta que cabe hacerse en
momentos en los cuales preocupa la cantidad –cuánta gente acude a los teatros-,
cuando la calidad parece ser la verdadera cuestión: la calidad de los
espectadores.
“Lo grave es que las gentes que van al teatro no quieren que se
les haga pensar sobre ningún tema moral”, decía Federico García Lorca en
los años 20 del siglo pasado. Y describía al público burgués y convencional: “Van al
teatro como a disgusto. Llegan tarde, se van antes de que termine la obra,
entran y salen sin respeto alguno”.
Expresión encarnada de lo dicho, podríamos añadir: quieren
invariablemente reír. Preguntan antes de comprar la entrada si es “comedia o
tragedia”, alejándose si no es lo que ellos entienden por comedia. Si entran
pese a todo, ríen a la menor señal que identifican como divertido, aun cuando
lo que va planteando la obra inequívocamente daría para llorar a gritos o para guardar
silencio.
Ejemplos hay demasiados como para pensarlos excepciones. El
último y más extremo, el del público que asistió a “Ella”, obra de La comedia
cordobesa (Argentina) representada en el teatro Nuna de la zona Sur, como parte
del Festival Internacional de Teatro de La Paz. Dos hombres desnudos, sofocados
en un sauna, van confesándose sentimientos respecto de una mujer que develan la
violencia de la posesión, del derecho sobre ella que supuestamente les da el
amarla. La gente explota en carcajadas a cada paso, mucho más cuando la ferocidad
de la palabra se traslada a la lucha cuerpo a cuerpo de estos machos incapaces
de salvarse, de salvarla.
Ah, el público. Existe, qué bueno. Aplaude, qué
maravilla. Se torna en masa
complaciente, qué peligroso. Exige pensar, qué miedo más esperanzador.
Cada sociedad le da al arte el público que éste ha ido
construyendo, se podría parafrasear. Porque no hay aceras de en frente en este
asunto. La relación es de corresponsabilidad. En esto hay que pensar ahora que
ese escurridizo animal parece regodearse con los reality shows, el chiste
fácil, la moda, la tendencia. Corresponsabilidad, pues. Porque calidad de
público es calidad de arte… y viceversa.
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