viernes, 22 de abril de 2016

El artista en el centro de la escena

Qué es, quién es, por qué es, para qué, para quiénes... Estas cuestiones esenciales al arte son motivo y argumento de cuatro obras presentes en el Fitaz 2016.

Elena Filomeno en "Escribiendo y esperando".
Mabel Franco, periodista


Una preocupación ronda por el alma de la gente de teatro que la pone en el centro de la escena. No es nueva, pero no pasa desapercibido que en el Festival Internacional de Teatro de La Paz, Fitaz, se hayan reunido varias obras que giran en torno del por qué, del cómo, del pese a qué se es artista.
La autointerpelación, que resulta también una interpelación a quien no es artista en tanto el teatro sin público no es pensable, plantea cuestiones esenciales y lo hace de diversas formas, ninguna de ellas, eso sí, complacientes. Qué bueno que así pase, pues el mirarse críticamente es un paso para mirar el entorno de igual manera, para hacer un arte necesario.

¡Yo trato de volar!                          
Bruno Galeone y Gianfranco Berardi.

Gianfranco Berardi, el actor, encarna a tantos soñadores obligados a volar a ras del piso. La familia que no toma en serio sus deseos de ser artista, que le pide que cumpla el ciclo natural de casarse y tener hijos, de ser serio, pues. El empresario de una sala de cine que lo emplea para barrer a cambio de la promesa de que pronto podrá rozarse con actores que, al final, nunca llegarán, como nunca cumplirá su rol esa sala pronto convertida en supermercado, en iglesia, en todo menos en el lugar para el arte. ¿Suena familiar?
En medio de esa mediocridad de mundo, tal vez ni estudiar para lograr el diploma resulte el camino, pues es muy probable que el circo, el espectáculo falso, sea el único destino.
Apelando a los recursos del teatro popular italiano, la commedia dell'arte, Berardi invoca a personajes varios, los pone a dialogar, como dialoga con el público, implicándolo en el drama, en la búsqueda. Ojalá se dé cuenta de que también le compete dejar la comodidad del circo para intentar levantar vuelo.
¿Qué quería Hamlet?, pregunta, se pregunta. ¿Qué buscaba en el fondo el príncipe? Ese misterio humano del ser o no ser es uno de los muchos que el teatro propone, de allí su vital importancia.
Contra todo obstáculo, ahí está pues la inspiración de los que pudieron, la memoria, las  que para Berardi se traducen, incluso físicamente por la presencia de los músicos Davide Berardi (voz y guitarra) y Bruno Galeone (acordeonista), en Domenico Modugno, actor del Piccolo Teatro de Milán, compositor que trabajó con Passolini, cantante popular que salido de una aldea del sur italiano pudo remontar vuelo y llevar con él a miles, millones de compatriotas y congéneres. Si no, cómo podría explicarse que apenas el personaje/actor pronuncia el “Volare”, el auditorio aquí, en La Paz, responda a coro, como ensayado, “O-o-o-ooh”.
Berardi, que en la obra escrita por él es en mucho él mismo, consigue tocar el cielo. Si no lo sabe, hay que decírselo: quizás no trascienda espacio y tiempo, como las canciones de Modugno, pero su trabajo nuevo que se preocupa por enraizarse en la tradición que él conoce y reconoce, abre dimensiones en las que tiempo y espacio adquieren el sentido de la inmanencia: todos hemos logrado volar desde la caja negra del escenario hacia lo más íntimo de nuestro ser. 

Escribiendo y esperando
Bermardo Rosado y Juan Carlos Arévalo.

Proyecto Border, de La Paz, reúne en esta obra inquietudes y talentos de dos bailarines y un actor: Elena Filomeno, Juan Carlos Arévalo y Bernardo Rosado. “Escribiendo y esperando” (título poco atractivo, ciertamente) es un espacio en blanco en el que la palabra es música, en el que el cuerpo es soporte y contenido.

El texto leído desde una computadora alternativamente por alguno de los tres actores es encarnado por los cuerpos para describir, por redundancia, el itinerario de su búsqueda, voluntaria y obligada, de ser artistas. Ejercitar los movimientos que se ha codificado como danza: clásica, contemporánea, conceptual… son rutinas para quien repasa con su cuerpo los lenguajes que lo nutren en busca de sentidos. El cuerpo obedece, se agota, insiste, ¿por qué?, ¿para qué? La vocación es como una espina en el zapato.

Con tal espina, invisible pero omnipresente, abrirse paso para ser quien se quiere ser resulta una tragicomedia. Los artistas son Estragón y Vladimir, aunque conscientes de que Godot no llegará mañana. Por eso su vida es de búsqueda de oportunidades, de acomodarse a las que se abren, de toparse con la burocracia estatal, de acudir al folklore boliviano para ponerlo en clave contemporánea (a ver si así se logra algo), de ganarse un premio Eduardo Abaroa, de aceptar ser parte de varias obras a la vez para sobrevivir. Hay reproche en el recuento, no lamento, no excusa para el artista, y esto es importante para hacer que este particular ejercicio de Border sea interpelador.

Un mérito más tiene la obra: la tentación podría ser la del llanto; pero mejor reírse, propone el grupo. Reírse porque como espectadores paceños nos reconocemos en el trío, nos sentimos tocados por la evidencia de Border, porque la señalada redundancia de texto y cuerpo en movimiento, recurso poderoso en “Escribiendo y esperando”, es también redundancia de vida: la nuestra, cotidiana, leída desde el arte que se nos mezquina como sociedad.

Lo que está haciendo Border es muy valioso. Sus integrantes apelan a cuanto han aprendido para buscar maneras propias de decir. Hay entrenamiento, hay técnica, hay alianzas de bailarines con actores. Lo que se impone, diríamos, es sacarse la espina y seguir creando, es decir escribiendo, porque Godot, queda claro, no llegará mañana.

El duende andaluz
Marcos Malavia y Piraí Vaca.

Marcos Malavia y Piraí Vaca, actor y músico, exploran en eso que se llama duende, ese algo misterioso que hace que el artista sea artista. Un texto de Federico García Lorca, “Teoría y juego del duende”, guía la exploración que promete ser estremecedora, pues en escena está nada menos que el guitarrista clásico para ahorrar palabras a la hora de estremecer al auditorio. Y está un actor para el contrapunto, para decir eso de que “el duende es un poder y no un obrar, es un luchar y no un pensar”.
El resultado, sin embargo, no puede tener menos duende. Hay, en la puesta, un divorcio de lenguajes: la guitarra de Piraí suena mágica en los aires andaluces, como en cualquier concierto del virtuoso guitarrista; la intervención de Marcos tratando de explicar el misterio se torna caricaturesca, y entonces la musa, el ángel y el duende (tan distintos, según Lorca) pugnan por abandonar la empresa.
Malavia, con fuerte formación de mimo, apela a este código que, es de lamentar, juega en contra: por lo demasiado visto, por lo ingenuo, por el sabor a sketch frente al poderoso y oscuro duende del que se habla, porque ese lenguaje del cuerpo –por ejemplo del hombre intentando eliminar a molestosas moscas-- mata la capacidad de evocación de las palabras. Muy de rato en rato, se captan frases geniales: “El duende no se repite, como no se repiten las formas del mar en la borrasca”. Pero es poesía anulada por los manotazos del mimo. Tan es así, que lo poco que habla el músico, sin ser actor, se siente más auténtico.
Al final, por contraste no voluntario, queda claro que el duende es huidizo, que no basta la intención para evocarlo y que, por eso, cuando está presente, no se necesitan palabras para recordárnoslo. 

Winner Zeballos. Foto: Mar Bredow.

En el otro extremo del teatro como ficción, como mentira, se ubica la obra de Winner Zeballos. Teatro sobre el teatro que patea la metáfora para proponer la realidad según la vive, la padece, la muere el artista cada vez que en el escenario, a donde pugna por llegar, intenta comunicarse.
El miedo de ser previsible, de no decir nada o de decir sin que el otro, el espectador, se dé cuenta, es desmenuzado en ese playback que desnuda los grandes dilemas del actor, del Yo actor, del que juega un rol hora pero que lo encarna a diario.
El lenguaje descarnado, no simbólico, realista al extremo logra, en el espectador abierto, no prejuicioso, vivir la experiencia de la creación,  de ese otro que se llama artista, con casi todos sus sentidos.
¿Qué es una obra de arte? ¿Qué es representar? ¿Qué es un dramaturgo? ¿Un actor, una actriz? Desnudos ante el público, sangrantes y expuestos, no es que den las respuestas, pero claro que mueven a pensar en ellas desde nuestra particular presencia como espectadores. Y eso no es poco.