martes, 22 de diciembre de 2015

REC, el privilegio de la invisibilidad

Entonces llega "REC", obra de teatro puesta en escena y dirigida por Fernando Arze, y nos hace pensar en  la invisibilidad y hasta nos permite saborearla.


 
Mabel Franco, periodista

Una de las aspiraciones más caras del ser humano es ser invisible. Estar sin que se sepa. Fisgonear en la vida de los otros sin empacho. ¿Cuánto estaríamos dispuestos a pagar por una experiencia así?
El teatro, el cine venden esa ilusión, claro. Nos llevan a la casa de alguien extraño, nos meten en su dormitorio e incluso en su mente. Pero como espectadores sentimos la distancia, nos percibimos como tales y, por tanto, reparamos en nuestro ser concreto, tangible, visible.
Entonces llega "REC", obra de teatro puesta en escena y dirigida por Fernando Arze Echalar sobre texto del  Stephen Belber ("Tape", que ha motivado otras puestas teatrales e incluso una película), y nos hace pensar en esto de la invisibilidad y hasta nos permite saborearla.
Una pequeña habitación de hostal, con baño, constituye el universo del experimento. Una veintena de espectadores se ubica formando una especie de herradura, de manera que en medio queda la cama. La cuarta pared, de vidrio, da al jardincillo que lleva a la calle. Lo de adentro será la realidad durante los minutos en que se produzca el reencuentro de tres compañeros de colegio, diez años después de haberse separado.
Dido (Mauricio Toledo) es el huésped de la habitación en el hostal Hermanos Manchego, de La Paz. Nervioso, inquieto, casi agresivo, el hombre bebe cervezas, escucha música a todo volumen y entra y sale del cuarto de baño. Quienes están sentados frente al baño pueden ver al hombre desnudarse y, en fin, hacer lo que cualquier persona a solas.
Entonces llega Esteban (Leonel Fransezze). Parco, casi tímido, contrasta de inmediato con la forma de ser de quien, lo sabremos, fue su mejor amigo.
El tiempo, real, transcurre pesado, cargado de presagios. Como espectadores, el ambiente de hostilidad que desdice la declaración de amistad se respira en virtud de los gestos de los personajes, de su danza por el espacio; pero nada tan grave como la confesión arrancada por Dido a Esteban y grabada como prueba.
Dido es el héroe. Ese joven que se droga, que trafica la mercadería, que escucha música estridente, es un vengador. El villano es el correctísimo Esteban, cineasta, bien vestido, mejor hablado.
El tercer personaje entra así en escena. Es una mujer (Mariana Vargas) y su presencia, en un momento álgido, eleva la tensión que no cesará sino cuando los tres examigos dejen la habitación.
¿Qué acaba de suceder? Desde el punto de vista de la historia: la puesta en cuestión de la amistad y de la lealtad. Desde la perspectiva de lo masculino: la puesta en evidencia de los códigos de compentencia mucho más fuertes que los de la amistad. Desde la perspectiva de lo femenino: la constatación de que una chica, una mujer, estará invariablemente sola a la hora de hacerse justicia, pues ni el justiciero es tal, ni el villano deja de serlo pese a la lavada de cara a cargo del autor.

Cuestión de administración
Que cada personalidad, que cada realidad se manifieste con la fuerza que emana en "REC" es mérito, en principio, de un texto que hurga en el alma humana, de sorpresa en sorpresa. El gran desafío para el teatrista, sin embargo, es expresar y, de ser posible, multiplicar esa fuerza en la escena: con actores, con el reloj marcando los minutos, con los ojos de los "invisibles" recorriéndolo todo... con la puesta elegida por él, pues. Y Fernando Arze muestra que es capaz de lidiar con todo eso y hacer su obra.
A nivel de actores, Arze cuenta con Mauricio Toledo, quizás el mejor actor teatral que tiene Bolivia en estos momentos, a juzgar por su capacidad para parecer siempre distinto, según el personaje que encarne. Quien se pusiese al frente tenía que ser capaz de contraponer la energía exultante de Dido administrando la propia. Leonel Fransezze lo logra y entonces los mirones disfrutamos de un duelo, de un equilibrio que en la tercera parte de la obra es capaz de resistir otra energía más: la de Mariana Vargas.
Se suele decir que si una obra sale mal, la culpa es del director. Si sale bien, el mérito es de los actores. Falsos dichos, digo yo. Un director que elige a sus actores, sabe (debe saber) por qué lo hace. Y debe también saber trabajar para administrar las energías de esas personas, para que todo fluya, para que todos, espectadores incluidos, avancemos por la cuerda floja de lo que podría quedar en una anécdota, pero que trasciende para convertirse en una oportunidad de repensar el pasado y el presente.
Y basta. A dejar el hostal, ese lugar de paso marcado por el teatro, cada quien por su lado y con su conciencia a cuestas.

Ficha técnica
Obra: REC (Título original Tape)
Autor: Stephen Bielber
Dirección: Fernando Arze
Intérpretes: Mauricio Toledo, Leonel Franzesse, Mariana Vargas
Productor: Guille Sainz
Directora de Arte: Paulina Oña
Asistente de Direccion: Fernando Botello.
Escenario de estreno: Hostal Casa Hermanos Manchego, diciembre de 2015

Otras críticas
 

viernes, 18 de diciembre de 2015

Ollantay, el turno del dramaturgo

Una puesta a la manera de mercado popular, con chiwiña, puestos dispuestos en el piso, acumulación de objetos folklóricos, dan la idea: vamos a tener que comprarnos la historia, regatear por ella desde nuestra capacidad de jugar, caer a ratos en la trampa del gato por liebre y, si cada quien cumple su rol, llevarnos a casa el caos o, mejor, muchas preguntas para intentar ordenarlo: sobre el teatro, sobre los actores, sobre los incas y los españoles, sobre la colonización, la apropiación, el despojo aun de los imaginarios.




Mabel Franco, periodista

Buenas actuaciones, recurso narrativo coherente con el discurso de la obra, equilibrado tono de tragedia y comedia para enfatizar en el juego de realidad y ficción, entre historia y opción teatral. Estas tres cualidades hacen de "Ollantay por Amassunu", creación precisamente del elenco Amassunu, un buen ejemplo de lo que la Escuela Nacional de Teatro está aportando a la escena .
La propuesta, dirigida por Marcos Malavia, recuerda lo planteado por “El turno del escriba”, obra ganadora del Premio de Novela Alfaguara, y en el que las autoras reivindican el poder de quien toma la palabra para narrar la realidad: el escriba es el dueño, él configura la nueva realidad y en esto radica el poder de su arte. Tal cual pasa, debería pasar a conciencia, con el director de una obra teatral que a la hora de tomar las riendas de ésta se convierte en el dramaturgo.
En Ollantay se apela a un drama escrito en quechua. Las tres versiones sobre su origen, que enfrentan a investigadores, son el nudo de la obra. ¿Cuál es la verdad? ¿Pasó realmente lo que se narra? ¿Los incas estructuraron así el amor trágico de Ollantay y Kusi Q’oyllur? ¿Cuánto intervinieron los españoles a la hora de darle formato teatral al texto? ¿Y a la hora de sellar el final feliz?
El elenco decide contar no tanto el caso del soldado enamorado y rechazado por el Inca como pretendiente de su hija, sino aprovechar este hecho, sea leyenda o sea historia, para hablar del teatro mismo, de la mentira que se construye entre los que actúan y los que los miran actuar.
Las formas
Una puesta a la manera de mercado campesino, con chiwiña, puestos dispuestos en el piso, acumulación de objetos folklóricos (máscaras, cerámica) dan la idea: vamos a tener que comprarnos la historia, regatear por ella desde nuestra capacidad de jugar, caer a ratos en la trampa del gato por liebre y, si cada quien cumple su rol, llevarnos a casa el caos o, mejor, muchas preguntas para intentar ordenarlo: sobre el teatro, sobre los actores, sobre los incas y los españoles, sobre la colonización, la apropiación, el despojo aun de los imaginarios.
La disposición circular del espacio escénico, por el que los personajes se ven obligados a girar, habla también de la historia que no es una, que no es lineal.
Que uno repara en todo ello es mérito, cómo no, de los actores que ocupan ese espacio, que se transforman ante los ojos de los espectadores, que son uno y varios personajes. Antonio Peredo ha crecido enormemente, si se comparan sus primeros ejercicios en escena con lo que va haciendo y que ya se vio en La brújula del Chaco”. Aquí, es el Ollanta trágico que encuentra en el bufón encarnado por Marcelo Sosa o en el inca amanerado que es Javier Amblo, el contrapunto ideal.
Susy Arduz y Selma Baldiviezo se multiplican, son el guerrero, la doliente princesa… son uno y muchos. Un acierto es, además, que a la hora de dar vida a la niña Ima Súmaj se evite la caricatura casi inevitable en la que cae un adulto y se prefiera usar una marioneta. 
Hasta ahí los méritos que pesan más que aquello que podría reclamarse, pero que vale la pena mencionar: narrativamente, el principio de la obra se enreda demasiado, lo que dificulta entrar en ella; hay un excesivo afán de remarcar en que todo esto es ficción y, en ese sentido, la inclusión, por ejemplo, de un baile al son de Get Lucky (Daft Punk), resulta casi didáctico en la intención, por lo demás muy clara, de borrar tiempos y discursos absoluto; y lo propio se puede decir de algunos objetos dispuestos en el mercado (las máscaras de moreno), que quedan nomás como decorado.
Lo peor, en todo caso, son los escasos días en que esta obra estuvo en La Paz. Lo bueno es que seguramente tiene su paso asegurado para el FITAZ 2016, oportunidad en la que se podrá hacer justicia de la única manera que es posible hacerlo: viéndola.

Ficha técnica
Director: Marcos Malavia
Título: Ollantay por Amassunu
Dirección: Marcos Malavia
Actores/actrices: Antonio Peredo, Marcelo Sosa, Javier Amblo, Susy Arduz, Selma Baldiviezo Cassís
Adaptación dramatúrgica: Amassunu
Duración: 60 minutos
Público: Todo público
Asistencia de dirección y luces: Javier Alcocer
Puesta en escena: Amassunu
Diseño de iluminación: Marcelo Sosa
Sonorización: Juan Pedro Montefinale – Amassunu (fragmentos musicales de Alfredo Coca Antezana)
Diseño gráfico: Natalia Peña
Fotografía: Erika Pereyra J.
Asesoramiento vocal: Karina Troyano
Producción general: Amassunu

Otras críticas
http://www.la-razon.com/index.php?_url=/opinion/columnistas/Urgente-inca-perdona-Ollantay_0_2379362054.html

jueves, 3 de diciembre de 2015

Diez años de Manzana 1

El dato de los amigos es muy alentador, pues habla de la confianza y del apego que una obra cultural es capaz de despertar en ciudadanos de a pie, los que para el caso aportan Bs 70 al mes y uno de ellos Bs 700.




Mabel Franco, periodista
La Manzana 1 ha  alcanzado los diez años de vida. Una hazaña que tiene los nombres de Ejti Stih y Juan Bustillos, artistas que junto a su colega Valia Carvalho soñaron y trabajaron para que un lugar abandonado, en el centro mismo de Santa Cruz, se convirtiese en Espacio de Arte.
No ha sido fácil, no lo es todavía, mantener ese lugar pese su probada importancia para acicatear las mentes de los habitantes y visitantes de Santa Cruz. Pero el trabajo sostenido, el tener las puertas abiertas pese a las tormentas (como la que cayó desde la Brigada parlamentaria que a punto estuvo, en 2012, de arrebatar el espacio para habilitar allí sus oficinas), el inventarse proyectos, uno tras otro, para renovar el interés del público, permite festejar la década.
La celebración se ha materializado, atrapado, en una Memoria de los últimos cuatro años. El ejercicio de rendir cuentas de esta forma es otra constante que se agradece, pues nada más desalentador para obras culturales que caer en las garras de lo efímero.


El producto, de excelente factura, facilita el repaso visual de las exposiciones realizadas desde 2012, sabiendo que desde 2005 hubo 87. A nivel de visitantes, el registro de la Manzana 1 señala que hubo 1.080.541 en los diez años, con un promedio mensual de 9.004 personas. 
Además de la revista de 136 páginas hay una edición resumida.
La Memoria facilita también la transparencia. Cada centavo ingresado, por auspicios de empresas e instituciones, así como el aporte de amigos (84 personas particulares), está justificado. El dato de los amigos es muy alentador, pues habla de la confianza y del apego que una obra cultural es capaz de despertar en ciudadanos de a pie, los que para el caso aportan Bs 70 al mes y uno de ellos Bs 700.
La tentación de la Manzana 1 está pues vigente.