martes, 30 de noviembre de 2021

El Titicaca ejerce su magnetismo en el cine boliviano

El lago ha sido escenario y motivo de muchas de las producciones cinematográficas en Bolivia.  Aventura, misterio, romance; para todo se han prestado las aguas dueñas de islas y rodeadas de montañas y nevados. Entre la primera que se conserva, Wara Wara (1929) y la última en estrenarse, Esperar en el lago (2021), el deslumbramiento azul es evidente.

"Esperar en el lago", estreno de 2021. Película dirigida por Okie Cárdenas.

Mabel Franco, periodista *

Es evidente la fascinación que el lago Titicaca ha ejercido una y otra vez en los cineastas que han filmado en Bolivia, al grado de que más de una decena de producciones lo tienen como centro o como locación de historias de lo más variadas.

Tres son los ejemplos recientes, estrenos de 2021: Sirena, largo de ficción de Carlos Piñeiro, Esperar en el lago, de Okie Cárdenas, y Cuidando al solópera prima de Catalina Razzini.

Sirena es el primer largometraje de Piñeiro y está hablado en aymara y castellano. Se ambienta en distintas comunidades del lago Titicaca, como Santiago de Okola, la Isla de la Luna y Copacabana. El argumento se desarrolla en 1984, cuando cuatro personas llegan a una comunidad del lago para buscar el cadáver de un amigo desaparecido en sus aguas. Los comunarios no querrán entregar el cuerpo que han encontrado, pues temen que lo que se considera una ofrenda, de ser arrebatada al lago repercuta negativamente en las cosechas.

Sirena, de Carlos Piñeiro. Foto: Diego Loayza.


Esperar en el lago imagina el reencuentro de personas que huyeron de una de las islas del Titicaca -la Isla de la Luna o Coati-, donde habían sido confinadas en 1972 por razones políticas. Eran los inicios de la dictadura de Hugo Banzer Suárez.

En el trabajo de Razzini, la directora se centra en las vivencias de una niña de 10 años y su añoranza por el retorno del padre. Está ambientada en la Isla del Sol, 

"Cuidando al sol", filmada en la comunidad de Yumani, Isla del Sol.

Pero, naveguemos en retrospectiva:

Desde el vamos...

En 1916, una expedición científica alemana, dirigida por el profesor Rolf Müller, visitó Bolivia. De aquel recorrido “queda el testimonio de un par de tomas captadas a orillas del lago Titicaca y entre las ruinas de Tiwanaku”, afirma el investigador Pedro Susz, que se refiere al patrimonio que conserva el Archivo Nacional de Imágenes en Movimiento.

Uno de los primeros largometrajes nacionales de ficción, hoy desaparecido, es La profecía del lago (1925), realizada en La Paz por el sucrense José María Velasco Maidana. El filme “abordaba los amoríos de un pongo con la esposa del dueño de la hacienda”. Semejante “transgresión a las estructuras establecidas, impregnadas de prejuicios raciales y sociales, no pudo ser digerida por los guardianes de la moral pública, los cuales incluso intentaron secuestrar la película para incinerarla”, escribe Susz.
"La profecía del lago", de José María Velasco Maidana.
Imagen tomada del blog de Verónica Córdova.

Es de suponer que en La gloria de la raza, de 1926, el arqueólogo Arturo Posnansky (Viena, 1874-La Paz, 1946) detuviese la cámara ante el lago, pues los cuatro actos en que se estructura el largo de docuficción, producido por su empresa Cóndor Mayku, muestran las huellas que llevan de los Urus a Tiwanaku. Posnansky llegó a proponer, por los años 30, la construcción de una presa cerca del lago Titicaca, la que sería alimentada por ríos desviados de la cordillera Oriental. De esta forma pretendía aprovechar el agua para el riego, la producción de energía eléctrica y la creación de nuevas vías navegables. Su idea no prosperó.

El ya mencionado Velasco Maidana, director de cine, coreógrafo, compositor y pintor, hizo nuevamente del lago, en 1929-1930, el escenario central para la superproducción Wara Wara. Ya antes había filmado escenas para una película que debió titularse El ocaso de la tierra del Sol, que no se realizó, y que sirvieron para el largo de ficción basado en argumento de Antonio Díaz Villamil, ambientado en tiempos de la conquista española, cuando una princesa inca, Wara Wara, se enamora del capitán español Tristán. Resultan mágicas, vistas con los ojos de hoy, las escenas del Lago Sagrado surcadas por balsas de totora en medio de la trama de guerra y amor. En este filme, que ha sido restaurado y que se exhibió a fines del 2007 durante la inauguración de la sede propia de la Cinemateca Boliviana, actuó “la crema y nata de la sociedad paceña: Arturo Borda, Marina Núñez del Prado, Guillermo Viscarra Fabre, Emmo Reyes y Juanita Taillansier (Wara Wara), entre otros”. 

Los protagonistas de Wara Wara en una balsa de totora surcan el Titicaca.





En 1948, Jorge Ruiz y Augusto Roca filmaron el corto documental Donde nació un Imperio, en plena Isla del Sol, con guion de Ruiz y Alberto Perrin, música de Fernando Montes y sonido de Augusto Lafaye. 




Segunda mitad de siglo

Ukamau (Así es, 1966), de Jorge Sanjinés, la primera película en aymara, con argumento de Óscar Soria, suma a todos los hitos (es decir, el nacimiento de la importante productora homónima y el fruto maduro resultado del encuentro entre un cineasta esencial para el país —Sanjinés—y el guionista por excelencia —Soria— el hecho de poner de testigo al Titicaca para el filme “más bello, quizás, que haya realizado Sanjinés”, a decir de Carlos Mesa Gisbert. Paulina (Benedicta Huanca) es violada por el capataz de una hacienda, el mestizo Rosendo (Néstor Peredo), tras lo cual muere, mientras el marido (Vicente Verneros) pesca en el lago. La venganza tendrá el marco del altiplano lacustre.

El cochabambino Hugo Boero Rojo, investigador de las riquezas naturales y arqueológicas de Bolivia, dirigió en 1981 el documental El Lago Sagrado. Sobre esta cinta, Carlos Mesa Gisbert, crítico de cine en sus tiempos juveniles, otro de los fundadores de la Cinemateca Boliviana e historiador, además de expresidente de Bolivia, comenta: “Aunque algo saturada de información de texto en off, la película reúne los elementos más destacados de la cultura y la historia alrededor del Titicaca”.

Y Francisco Ormachea, en 1996, recalaría en el Titicaca para su corto de ficción Ajayu, una mirada sobre el viaje hacia el otro mundo según la concepción aymara. La Isla del Sol es el escenario, incluso para mostrar ese otro destino que se podría llamar paraíso.

Afiche de "Ajayu", cortometraje de Francisco Ormachea.

En 1997, Mauricio Calderón propuso la primera película de misterio, esoterismo y amor: El triángulo del lago (1997). Sobre este filme, Mesa Gisbert ha escrito: “La referencia obvia al triángulo de las Bermudas no se suaviza con la inserción en la cinta del tema mítico y ritual del lago”. 

Imagen de El triángulo del lago, de Mauricio Calderón.




El nuevo milenio

En 2009 
se estrenó el film Escríbeme postales a Copacabanadirigida por el boliviano alemán La sinopsis dice: "Impulsado por la curiosidad y el afán de conocer nuevos mundos, el joven Alois deja su  patria bávara y, pasando por las profundidades del lago Walchensen emerge de las aguas del lago Titicaca, en Bolivia".

Imagen de Escríbeme postales a Copacabana, de Thomas Kronthaler.



En 2014, Miguel Hilari estrenó el documental de 55 minutos El corral y el viento, ambientado en el pueblo de Santiago de Okola, de pescadores y agricultores del municipio Puerto Carabuco (donde Piñeiro haría luego la ya mencionada Sirena). El director viaja así a la comunidad de la que migró su abuelo rumbo a la ciudad y en la que éste fuera encerrado en un corral de burros como castigo por querer aprender a leer y escribir.

Imagen de la película documental El corral y el viento, de Migual Hilari.



* Artículo actualizado en noviembre de 2021 sobre original publicado en 2009 en el diario La Razón.

jueves, 4 de noviembre de 2021

Lucas Achirico: de la mina La Chojlla a Yotala y de allí al mundo (versión editada)

Lucas Achirico en 1993, obra Colón.


Luego de casi tres décadas como miembro de Teatro de los Andes, el actor dejó Yotala en 2018 para iniciar una nueva aventura en Polonia. La presente nota se hizo aquel año, anunciando su partida y haciendo el recuento de su vida y carrera. 

Mabel Franco, periodista

En 2004, Lucas Achirico y su compañera, la polaca Danuta Zarzyka (Danka), alquilaron una pequeña casa en Yotala, el pueblo separado por el río Cachimayu de la hacienda Lourdes, de Teatro de los Andes. El joven, que así daba un paso más para hacer su propia vida que, desde fines de 1991 –a sus 17 años- se había ido forjando dentro del grupo encabezado por César Brie y Paolo Nalli–, recuerda que estaba contento de vivir en un lugar apacible como Yotala.

Pronto les llamaría la atención los casos de violencia intrafamiliar, que investigaron, lo que les llevó a proponer al grupo una obra teatral al respecto. Alice Guimaraes cuenta: "Todo el grupo abrazó la idea de Lucas y Danka. En un primer momento nos reunimos ellos, Gonzalo (Callejas), Daniel (Aguirre), Teresa (Dal Pero y yo, por un mes y medio, y trabajamos creando imágenes e improvisaciones sobre el material investigado por Danka y Lucas. Cuando César volvió (había estado en Italia), se le entregó este material filmado y entonces él escribió el texto y empezó el montaje con todo lo que habíamos creado". Así surgió "¿Te duele?".

La partida a un Viejo Mundo

Hoy, 25 de agosto de 2018, un Lucas listo para cambiar de residencia, para irse a vivir a Polonia junto a Danka y sus hijas Naomi y Misha que se le adelantaron un poco, revisa sus recuerdos. Y afirma que esa obra puesta en escena a la manera de un cuadrilátero de box es la que considera su mayor aporte. “Y, ¿sabes?, cada creación de grupo de la que participé (desde "Colón" que marcó su debut hasta "Un buen morir", que ha musicalizado) es como un hijo. Cada obra tiene una historia muy fuerte. En alguna quizás aprendí más, en otra logré entrar de nuevas maneras; pero en la que busqué más allá fue en esta de la violencia doméstica de la que yo mismo probé en mi adolescencia, tras la separación de mis padres y la presencia de un padrastro”.

Achirico y Danka interpretan "¿Te duele?". Foto: Página Siete

Esos gringos

Lucas nació en la mina Chojlla. La madre migró a fines de los 80, ya sin esposo y con dos hijos varones, a La Paz. Pronto, la familia se instaló en El Alto y allí el pequeño Lucas comenzó a soñar con la música, inspirado por el grupo folklórico que había formado su hermano mayor. El adolescente asistía a un centro de ayuda para chicos con pocos recursos o huérfanos, dentro de una iglesia evangélica, “y me empecé a meter en la música, pero noté que había muchos límites para hacer cosas debido al pensamiento de esa Iglesia”.

Un amigo que trabajaba como mensajero de la Asociación de Familiares de Detenidos, Desaparecidos y Mártires por la Liberación Nacional (Asofamd) consiguió la primera oportunidad para tocar en público. Lucas, de 14 años, y unos compañeros de igual edad, “teníamos cinco temas preparados y los tocamos en esa reunión; nos pidieron más y tuvimos que explicar que era todo. La señora de Asofamd nos animó: Toquen todo de nuevo y nos aconsejó ir a unos talleres en El Alto”.

Luego de mucho buscar por la zona 16 de Julio, los muchachos llegaron al lugar indicado, que resultó ser el Hogar Albergue Para Menores Abandonados (HAPMA) que dirigía el suizo Stefan Gurtner.

“Me relacioné con chicos que tenían experiencias de vida en la calle, un estatus, formas de manejarse, todo lo cual me era desconocido. Yo era calladito, pero me aceptaron por la música y porque jugaba muy bien al fútbol”.

A fines de ese año se dio la oportunidad de viajar. Músicos y mimos de HAPMA, unos 30 muchachos, recorrieron las capitales de departamento. “Así comencé a conocer el país y a saber lo que implica tener un grupo”. Lucas tocaba charango y algunos instrumentos de viento que había ido aprendiendo con sus tres amigos del colegio, con quienes también armó un conjunto y selló un trato: nunca iban a tomar alcohol. “Esto me marcó”.

Otra marca que pudo ser terrible fue la de su padrastro, con quien no se llevaba bien. “A mis 15 años me le planté y supe que la relación iba a terminar mal. Yo tenía una carta bajo la manga: el hogar de Stefan, donde terminé por pedir acogida a mis 16. Fue entonces que, en un viaje que hicimos a Sucre, para presentarnos en el teatro 3 de Febrero, me vieron César Brie y Naira Gonzales”, la pareja fundadora, con Nalli, de Teatro de los Andes

Era fines de 1991. Se le acercaron y le preguntaron si le interesaría asistir a un taller. “Estaba deseando dejar La Paz. Había perdido el año escolar y había roto la libreta”. Así que aceptó, creyendo que dicho taller sería de música.

En marzo de 1992 se integró al grupo como becario. El taller se dictaba en el Teatro Gran Mariscal y asistían como 20 personas, algunas de Sucre y otras de Argentina, España e Italia. “Mi primera impresión fue ‘dónde estoy’. Al principio confundía a los barbudos: César, Paolo, Filippo, Emilio, todos me resultaban iguales”.

Y así “descubrí el teatro”. Todo lo que se hacía allí “me gustaba, pues si bien no se aprendía música, todos tocábamos instrumentos, cantábamos, además que hacer acrobacia”.

La nostalgia no faltaba en el ánimo de Lucas, el aymara. “Yo trataba de animarme viendo que había gente que venía de mucho más lejos, pero igualmente me sentía triste al no reconocer las cosas que me rodeaban. Por suerte, allí estaba Gonzalo Callejas, otro adolescente boliviano de origen quechua que había aceptado ir al taller creyendo que era de carpintería, y “nos hicimos muy amigos”.

Un alumno de la vida

Lucas tenía toda la intención de volver al colegio. De hecho, pasó clases “en el poderoso Junín y el poderoso Monteagudo, de Sucre, por medio año”. Luego, fue transferido al colegio Santa Rosa de Yotala. La directora era una monja argentina que recomendaba a Lucas que estudiase mucho. Un mes después llegó la hora de hacer la primera gira nacional, de manera que para conseguir el permiso, César ayudó a armar una carpeta con recortes de prensa sobre el grupo. “Fuimos juntos y entramos a la dirección. César habló de la gira y entregó la carpeta que la directora no quiso ni mirar y que tiró al piso. Se armó un lío de tal magnitud que yo recuerdo las caras de mis compañeros de curso mirando desde el segundo piso totalmente asustados. Nos salimos y ahí terminó mi vida académica”.

Lucas habla italiano y algo de inglés. Su castellano es rico en vocabulario, como debe serlo su aymara. Conoce más del mundo que un boliviano promedio, así de harto ha viajado como parte de Teatro de los Andes. “Pero he aprendido mucho más con las personas que han pasado por este lugar (la casa del grupo), por el intercambio de información, las charlas como la de hoy en el almuerzo sobre el embarazo adolescente. Y con cada obra, cada tema, cada discusión, cada película que veíamos. Para cada obra necesitábamos investigar como para una tesis”.

¿Y la música?

“En un primer momento estuve dedicándome a leer y a aprender más de la guitarra, el violín y el chelo. Pero somos un grupo de teatro y lo que hicimos es explorar todas las posibilidades del cuerpo. En ese sentido soy también un músico, pero igual siento que me falta mucho, aunque es cierto que aprendí recursos, modos de abordar la música, que puedo plasmar ideas e interpretarlas”.

Lucas Achirico en Yotala, 2018. Foto: Mabel Franco.

El ejemplo último es el trabajo de Lucas para "Un buen morir", obra concebida e interpretada por Gonzalo Callejas y Alice Guimaraes, en la que la música es una protagonista más. “Como es la primera obra de grupo en la que estuve fuera, hice el trabajo musical más objetivamente. Cuando vi el material propuesto por mis compañeros, reconocí muchas cosas que habíamos trabajado en otros talleres. Esos impulsos me hicieron tomar el rumbo y compuse todo, menos una pieza que conocíamos todos y que apareció otra vez”.

Esa música pregrabada ha puesto a prueba los conocimientos de Lucas para componer con la computadora. Es otro universo que explora y que forma parte del equipaje que se lleva a Polonia y que piensa ir desempacando poco a poco, a medida que vaya aprendiendo el idioma.

“Voy a extrañar mucho mi vida aquí; pero la decisión está tomada. Es Naomi, mi hija de 15 años, quien me ha llevado a aceptar lo que mi compañera Danka me estaba pidiendo hace tiempo. Naomi canta –su madrina en este sentido fue Teresa Dal Pero, exintegrante de Teatro de los Andes (fallecida en 2021)- y ya no hallaba oportunidades para seguir aprendiendo en Bolivia”.

Lucas está convencido de que el alejamiento es geográfico. “No es una separación de Teatro de los Andes; voy a ver si puedo generar proyectos desde allí para seguir aportando”. Luego de 27 años en el grupo, dejarlo no es fácil. Por eso, Lucas Achirico afirma convencido: “No estoy dejando, más bien me estoy llevando mucho”.

 Nota publicada en Página Siete, septiembre de 2018.

sábado, 30 de octubre de 2021

Amargo mar: desde una hiperinflación hasta una bala amarga

Escena de batalla congelada de YouTube. 

El director esperó el retorno a la democracia para filmar esta producción de corte histórico. La hiperinflación de principios de los 80 redujo a casi nada los ingresos de taquilla. Hubo, en el rodaje, un herido grave con bala de salva, dos por caídas del caballo, entre otros percances. Norma Merlo actuó y así figura en el reparto, pero nunca aparece en el film, pues se editaron las escenas en las que aparece como parte de las rabonas.

Mabel Franco 

Amargo mar (1984) es una película de Antonio Eguino, tras la cual el director mantuvo largo silencio. Los problemas económicos de esa ambiciosa producción pesaron durante muchos años y no fue sino en 2007 cuando el cineasta volvió a la pantalla con "Los Andes no creen en Dios".

Las dificultades de dinero se hicieron intolerables muy pronto, recuerda Eguino de la aventura de hacer un film de corte histórico sobre la Guerra del Pacífico. No por un mal cálculo del presupuesto, sino porque en medio del trabajo —que para el contexto nacional era una superproducción, una película de época, con más de 500 personas entre técnicos, actores y extras— se desató la hiperinflación del Gobierno de la UDP. La película costó 170 mil dólares, parte de los cuales pusieron Perú y Cuba, países donde también se hicieron algunas escenas.

La película, que tuvo asesoramiento de los historiadores Fernando Cajías de la Vega, Roberto Flores y Edgar Oblitas, echa por tierra la versión oficial, al grado de que hubo quienes sintieron que se faltaba a la memoria de figuras intocables, de los héroes.

En Tarija, algunos grupos reaccionaron amenazadoramente. Llegaron a decir que la ofensa contra Narciso Campero era tal que quemarían la sala donde se exhibiese la película. Así que no se la mostró sino años después, y la gente acudió en masa. 

La polémica que generó la película -protagonizada por Orlando Sacha, Edgar Vargas, Germán Calderón, Eddy Bravo, Ninón Dávalos, Enriqueta Ulloa, David Mondacca- derivó en un éxito de taquilla, con más de 300 mil espectadores, dice Eguino. Pero fue "un fracaso económico".

Cadáveres andantes y amnesia 

Escena de la batalla congelada de Youtube.

Las escenas de batalla y los heridos no sólo fueron de ficción. Fernando Aguilar, por ejemplo, tuvo que vestir uniforme y subirse a un caballo. Como no sabía del oficio, cayó y la escena hubiera sido muy buena si no se levantaba tan rápido como llegó al suelo. "Los muertos no se mueven", le reclamaría luego Armando Urioste, operador de cámara.

Un médico amigo, recuerda Antonio Eguino, también cayó del caballo en la Cumbre, en la escena en que el Ejército de Daza se movilizaba sobre nieve y entre niebla. Se dio tremendo golpe en la base del cráneo, pero afortunadamente no requirió de operación quirúrgica, sino largo tratamiento. Eso sí, durante casi un mes estuvo amnésico, no reconocía ni a su esposa. "Los bromistas decían que era a propósito".

Además, por poco se pierde un talento del montaje cuando José Bozo dejó caer un pesado equipo sobre Mela Márquez, rememora el director.

Una escena realista y un padre con machete

Escena congelada de YouTube.

Uno de los sustos más grandes se produjo a causa de un disparo de salva que casi mata a un joven extra. Este era un soldado cuya herida iba a ser filmada en detalle. Los encargados de efectos cargaron el arma y uno de ellos (cuyo nombre se mantiene en reserva) selló la pólvora blanca con carpicola. Sin saberlo, lo que creó es un proyectil mortal. Al llegar la escena, el extra cayó de maravilla, recuerda el camarógrafo Armando Urioste. "Corte", gritó Eguino y todos comenzaron a preparar la próxima toma. Nadie reparó en que el joven no se levantaba del piso.

Urioste se le acercó para decirle que deje de jugar. "No me puedo doblar, me duele el estómago", fue la respuesta. "Entonces me le acerqué y le levanté la ropa. Sus intestinos salían por encima del pantalón. No quise asustarle y con la mayor calma posible pedí a mis colaboradores que traigan la colchoneta de la vagoneta azul".

La filmación se hacía en la zona de Bolognia, en La Paz, por lo que se pudo llegar rápidamente a una clínica. Allí operaron al muchacho y le extrajeron 15 cm de intestino.

Mientras se recuperaba, el equipo se turnaba para visitarle. Uno de esos días apareció en la clínica un hombre con sombrero y machete en la mano. "Dónde está Eguino", habría preguntado.

Como parte de los hechos que se cuentan por debajo, entre chismes, figura el que Urioste no habría registrado tampoco esta toma porque no había cargado el rollo en la cámara. Él, claro, lo niega.

Otra versión del episodio

El mismo accidente del joven extra es recordado por Antonio Eguino, sólo que ligeramente distinto.

"El sol caía y la luz era magnífica. Debíamos filmar un medio plano de un soldado chileno que da un salto sobre un matorral, siendo herido por un boliviano. Grito 'acción' y veo una actuación excepcional, con el soldado que cae y se revuelca de maravilla. Sólo que el muchacho no se levanta. Cuando me acerco veo que ni puede hablar. Al abrirle la chaqueta me doy cuenta de que una esquirla de una bala de fogueo mal preparada ha penetrado por debajo de la plaquita de aluminio y cuero con que se protegía el abdomen y donde estaba el dispositivo para la sangre. Fue terrible. Por suerte estaba cerca una clínica. El chico pasó por dos operaciones y le mantuvimos durante dos o tres años pasándole una mensualidad".

Una actriz fantasma

Antonio Eguino convocó a Norma Merlo para filmar Amargo mar, “yo filmé escenas y mi nombre aparecía en los afiches; pero no me veo en la película, mis escenas no fueron incluidas”, se reía Norma, en cuyo currículum citado por distintos medios, incluido Wikipedia, figura esta su participación. 

Esta nota se publicó en La Razón el 11 de marzo de 2002. No lleva firma, pero fue elaborada por Mabel Franco que entonces era la única periodista de Cultura en el diario. Para esta página se ha actualizado la nota.

lunes, 25 de octubre de 2021

Réquiem para "No le digas"

La familia de Jaime Saenz decidió no autorizar, de manera definitiva, la representación de la obra teatral de David Mondacca, cuyo recorrido comenzó en 1998, con el aval del entonces custodio del legado, Arturo Orías. Sobre las razones de la negativa sólo se puede especular, pues pese al compromiso de respuesta, Gisela Morales opta por el silencio.

Feliciano Sirpa en "No le digas". Foto: Fernando Cuéllar.

Mabel Franco, periodista

Cuando David Mondacca llevó a escena por vez primera la obra de teatro “No le digas”, en julio de 1998, hubo gente del público que salió del teatro municipal Alberto Saavedra Pérez preguntándose quién era Jaime Saenz y dónde se podía leer su obra.

“Yo tenía como 15 años cuando la vi”, recuerda la periodista Marcela Araúz. “Fue mi acercamiento contundente a la obra de Jaime Saenz. Me dio la certeza de que debía leerlo. Fue el vínculo determinante con este autor”.

Los que sí sabían del autor de “Felipe Delgado”, divertidos comentaban que hubiese sido un buen negocio instalar un puesto de venta de libros en el hall del teatro. A nadie se le había ocurrido, pero tampoco es que abundasen ejemplares de las por entonces viejas ediciones de “Vidas y muertes” o “La piedra imán”.

Parada en el hall del teatro, atestigüé la reacción entusiasta de gente que afirmaba haber visto al mejor Mondacca. No pocos, en adelante, comentarían que no podían leer a Saenz sin tener la voz y el acento del actor resonando en la cabeza.

Hubo también, entre esos espectadores, particularmente literatos, que se quejaron de que con la obra teatral sentían que se profundizaba en el mito de Saenz, que no se había ido más allá.

Como sea, el “No le digas” siguió su camino y llevó a Mondacca, cual aparapita, con batanes, ajíes, pianistas ciegos, intelectuales muertos de hambre y otros, por escenarios del país y del extranjero. Desde aquel 1998 hasta 2018, Mondacca repuso la obra a la manera de un rito.

Un rito que llevó a pensar en una declaratoria de patrimonio paceño para la obra, de manera que cada 8 de octubre –fecha de nacimiento del autor paceño- pudiese ser repuesta por Mondacca y, una vez que el actor decidiera retirarse, otros artistas pudiesen tomar la posta.

Con ese objetivo, hace casi 20 años se elaboró una carta dirigida a las autoridades municipales, firmada la misma, entre otros, por el pintor Ricardo Pérez Alcalá, la poeta Blanca Wiethüchter, el compositor Alberto Villalpando y el comunicador Nazario Tirado.

La carta, explica Claudia Andrade, integrante de MondaccaTeatro, no recibió respuesta y se perdió la idea, también por cambio de autoridades.

Sin permiso para seguir

La familia de Jaime Saenz, encarnada en las sobrinas Gisela Morales Gonzales y Ximena Morales Gonzales, decidió no autorizar a MondaccaTeatro el uso de cualquiera de las obras del escritor.

El porqué, no se conoce con precisión. Ninguna de las herederas por sucesión ha aceptado responder a la consulta para esta nota. Gisela Morales comprometió explicar la decisión y solicitó que se le envíe las preguntas por escrito:

-¿Por qué no se autoriza la representación de "No le digas" a cargo de MondaccaTeatro? ¿Qué incumplió el grupo?

-Leí y escuché sus declaraciones sobre que se opta, como familia de Jaime Saenz, por la difusión de la obra pura. ¿Qué significa y cómo se expresa esta voluntad?

-¿Cuánto representan los ingresos por derechos de autor de la obra de Saenz y cómo se invierten?

El silencio ha sido la respuesta

Quizás la explicación tenga que ver con lo que dijo Ximena Morales en el acto por el centenario del nacimiento del poeta y que recogió la página de Facebook “La escoba cultural”: “Nos gustaría que recuerden a Jaime Saenz desde lo que él ha sido, no desde interpretaciones, no desde mitos, no desde representaciones que ha inventado mucha gente, sino desde lo que Jaime Saenz ha sido; ha sido su obra. Acerquémonos a la obra pura de Jaime Saenz”.

El pago de derechos de autor, según explican Claudia Andrade y David Mondacca, se ha cumplido, de manera que ésta tal vez no sea la razón de los reparos. Los artistas tienen copia de correos, cartas y recibos que certifican dicho complimiento. No hay forma de contrastar este punto por lo ya mencionado.

Cuando el albacea literario de la obra de Jaime Saenz era Arturo Orías, éste habría autorizado a Mondacca el uso gratuito, sobre todo porque el actor comenzó a explorarla un año después de la muerte del autor paceño acaecida en 1986. “Me dio piedra libre, pues lo que se buscaba era la mayor difusión posible”.

Fueron tiempos en los que el actor pasó de imitar la voz y forma de hablar de Saenz, a representar algún texto suyo en el Paraninfo de la Universidad Mayor de San Andrés, y a darle forma a Juan José Lillo, uno de los personajes con los que el escritor homenajeó a Ismael Sotomayor, al grado de haberlo presentado en medio de un concierto de la Orquesta Sinfónica Nacional en el Club de La Paz, para entonces dar un salto al audiovisual. Ahí están los cinco capítulos grabados por Telesistema Boliviano, programa Bumerang de Paolo Agazzi, con las vicisitudes del hombre que huele a humo.

Juan José Lillo en "No le digas". Foto: Fernando Cuéllar.

El Juan José Lillo de Mondacca, cuenta el actor, fue llevado a las reuniones de trabajo a los que convocó César Brie, en los inicios de Teatro de los Andes, cuando el director buscaba el encuentro con la gente de teatro en Bolivia, experiencia que pronto inspiraría al grupo de Yotala para incluir este personaje en la obra “Las abarcas del tiempo”, con Teresa Dal Pero encarnando al jorobado amante de los libros. Lillo es, claro, parte de “No le digas”.

También está el video de 1988, “El olor de la vejez” de Marcos Loayza, y el que realizó Wiethüchter, “Habitantes de la ciudad”, en 1989. Mondacca siendo Saenz una y otra vez.

El actor afirma: “Toda esa experiencia está detrás de ‘No le digas’; no surge de pronto, sino de una lectura profunda de mucho tiempo, de explorar, de encontrar la forma para dar vida escénica a una obra que además me he ocupado por difundir entre los jóvenes”.

Mondacca se refiere a los talleres de teatro que ha dictado en la UMSA y que ofrece en la Universidad Católica Boliviana. “A los estudiantes les exijo conocer a autores nacionales, entre ellos a Saenz. Ellos deben buscar los libros –debían hacerlo aun cuando no era fácil encontrar los del poeta de “El escalpelo” o “La muerte por el tacto”- y analizarlos”.

Hay que recordar que la cineasta Mela Márquez tomó la decisión de hacer una película sobre Saenz luego de haber visto el “No le digas” teatral. Ella lo cuenta así: “Yo no era una apasionada de Saenz, pues me parecía que toda una generación había hecho una oda al alcohol y, en un país en el que se bebe tanto, me parecía excesivo. Tenía esa distancia. No olvidaré ese septiembre en el que me invitaron al teatro; yo estaba de visita, pues vivía en Italia, y decidí ir. Fue una revelación: de Saenz, de la ciudad, de la vida, la muerte... Me dieron inmediatamente ganas de hacer una adaptación cinematográfica de ese imaginario y vi que Mondacca, que había hecho por tantos años a Saenz, debía ser el actor. Inicié la búsqueda desde ese minuto para la adaptación cinematográfica y pasaron varias etapas hasta que decidí contar la historia de la hija de Saenz”.

La película de Mela está filmada y se titula “Saber que te he buscado”, cuyo estreno se ha retrasado por diversas razones.

¿Nunca más?

A la muerte de Arturo Orías, en octubre de 2001, la hermana de Saenz, Elba, fue la persona ante quien se cumplió, afirma Claudia Andrade, con el pagó del 10% de los ingresos de taquilla por las presentaciones de “No le digas”, en cumplimiento de la Ley 1322 de Derechos de Autor. “Fui varias veces, en persona, a dejarle el dinero, con el borderó como respaldo. Nunca hubo problemas”.

Jaime Saenz tiene una hija, Yourlaine, nacida en 1947, la misma que siendo una pequeña fue llevada a Alemania por su madre para no retornar jamás. En el último periodo de la vida de Saenz, ambos se contactaron mediante cartas, según contó la propia Yourlaine; pero ella no habría aceptado la responsabilidad del legado literario de su padre. Por eso, las sobrinas la asumieron como coherederas por derecho sucesorio.

Claudia Andrade, que además de teatrista es abogada y que “por eso se encarga de estos aspectos”, explica Mondacca, se relacionó con las señoras Morales como antes había hecho con la madre. “Dicha relación fue muy difícil, pero aceptamos las condiciones, por ejemplo que debíamos pagar el 20% de los ingresos por derechos de autor”.

El grupo teatral completó una trilogía saenzeana, con las obras “Santiago de Machaca” (2001) y “Los cuartos” (2004). En 2013 vendría la obra “Aparapita para leer a Felipe Delgado de Jaime Saenz”, todas puestas en escena y dirigidas por Andrade.

Para tener la relación clara se firmó un convenio, cuya vigencia sería de un año, con posibilidad de renovación. En el documento borrador de 2016 se lee que MondaccaTeatro debía presentar a la familia de Saenz el libreto original de obras, pidiendo la “aprobación para que se representen, interpreten y adapten en formato teatral, respetando tanto el contenido esencial de las mismas como la imagen del Autor”.

Plazos de entrega, condiciones, modalidad de certificación de los ingresos y otros aspectos están detallados en el convenio, el que tiene la cláusula obvia: “En caso de incumplimiento por parte de los SOLICITANTES, el presente Acuerdo se rescindirá de hecho, suspendiéndose la Representación de la Obra de forma inmediata”.

La negativa de la familia es contundente. A la solicitud, este 2021, para reponer “No le digas” como parte del homenaje por el centenario y con “carácter de excepción”, Gisela Morales respondió a través de su abogado: “ratifico la decisión definitiva de no autorizar la interpretación de la adaptación teatral “No le digas”, basada en la obra del poeta y escritor paceño Jaime Saenz, por causas documentadas”.



David Mondacca en su creación "No le digas". Foto: Fernando Cuéllar.

David Mondacca se siente indignado. “No puedo aceptar que me prohíban hacer algo que estoy haciendo desde hace 35 años, con profundo respeto por la obra y la persona del escritor”.

La prohibición afecta también, aunque no lo sepan, a los espectadores que no podrán ver la obra en un teatro. Y a los que la vieron, igualmente. Aun a aquellos que si en 1998 se sintieron conmovidos, quizás ahora tengan una experiencia distinta. Lo expresa mejor el cantautor Gabo Guzmán: “La obra, a mis 16 años, vista desde anfiteatro del teatro Municipal, me deslumbró; se suele decir: me cambió la vida, ¿no? Bueno, no fue así, pero me presentó a Saenz, así que quién sabe”. Ahora, “a mis 39, volví a verla en la versión que está en YouTube, lo cual quizás sea como no haberla visto: no me gustó, es decir, no tanto”.

Más allá del gustar o no, de que la obra sea considerada buena o mala, el teatrista Luis Bredow considera que "No le digas" ha sido una novedad para mucho público, incluido él que no conocía a Saenz, y en ese sentido "sigue siendo un buen ejemplo de lo que se puede hacer con la literatura nacional desde el teatro". Por eso, "y porque además para mí es un trabajo bello, creo que no es sensato que se le ponga obstáculos para continuar". 

Posibles salidas

Las decisiones de la familia de Saenz están amparadas por la Ley de Derechos de Autor. Los titulares tienen “el ejercicio y goce de los derechos patrimoniales durante 50 años, contados desde la muerte del autor, antes de que la obra pase a dominio público”, explica el abogado Edwin Urquidi, experto en la materia.

El argumento de la “obra pura” no es parte de esos derechos, aclara. “Más bien, la ley es amplia y permite adaptaciones o traducciones, a partir de una obra base; otra cosa es que cada titular le ponga límites a los derechos”, como es el caso.

Como al parecer no habrá acuerdo, opciones para el grupo de teatro, señaladas por el abogado, podrían ser que, por razones de interés público y tomando en cuenta la conmemoración de los 100 años de Saenz, se realicen versiones sobre su obra y “la persona que las haga sea la titular de esa creación, incluso haciendo uso del derecho de cita, que es permitido siempre que se indique el nombre del autor”.

Otra limitación al derecho de autor que Mondacca Teatro podría aprovechar es la que contempla objetivos educativos, de información y culturales sin cobro.

Por último, pone en la mesa Urquidi, el Estado, con el argumento del interés colectivo,  “puede activar una licencia obligatoria, con pago de una justa remuneración al titular de los derechos”, figura que puede solicitarse ante la Dirección de Derechos de Autor del Senapi (Servicio Nacional de Propiedad Intelectual).

Como diría Jaime Saenz, “es para quedarse turulato”.

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miércoles, 13 de octubre de 2021

Graciela Iturbide, la fotógrafa que visitó otro planeta

En octubre de 2009, la mexicana galardonada con el premio Hasselblad, el más prestigioso del mundo, llegó a Bolivia. Sandra Boulanger, de Acción Cultural, hizo posible este viaje y la charla en la que habla de fotografía, de muerte y de austeridad.

Mujer ángel, desierto de Sonora, México 1979. Graciela Iturbide convivió con los seris,
un pueblo indígena en la frontera con EEUU.

Mabel Franco, periodista

De una tienda de antigüedades de Japón, Graciela Iturbide adquirió unos pendientes de plata enormes. Le han explicado que quizás los usaban los varones. Ella está encantada con las joyas que ha lucido en La Paz, ciudad que visitó por algo más de una semana en septiembre, cuando actuó como jurado del concurso de fotografía Iberoamericana auspiciado por la Embajada de España y organizado por Acción Cultural. Fue un tiempo, también, en el que el ojo de la fotógrafa mexicana se posó en el altiplano, el Titicaca, en alrededores de La Paz. Cuanto ha descubierto su mirada, a través de dos máquinas, “sencillitas nomás”, con rollo de 6x6 en blanco y negro, la sorprenderá tras el revelado, una vez de vuelta en su taller.

La fotógrafa mexicana en un retrato de Miguel Carrasco. La Paz, 2009.

Graciela Iturbide (1942) es una de las mayores figuras de la fotografía latinoamericana. El año pasado recibió en Suecia el premio Hasselblad, el más prestigioso del mundo. El jurado calificó el trabajo documental como el “de mayor importancia e influencia de las últimas cuatro décadas”, con obras que destacan por su “excepcional fuerza y belleza visual” y por su “profundo interés” por la cultura y la vida cotidiana.

Bolivia es de los pocos países latinoamericanos que Graciela Iturbide no había visitado aún. Por eso, cuando las nacionales Cecilia Lampo y Vanessa de Brito se le acercaron en Argentina para ensayar una invitación, el 2008, ella aceptó encantada. De hecho, dejó de ir a la muestra retrospectiva de sus fotos montada en España ahora mismo, para acudir a la cita con la montaña.

Como suele hacer, antes de iniciar viaje, la fotógrafa trató de encontrar material sobre el país. Logró muy poco, lamenta, de manera que, salvo por las imágenes del cine de Jorge Sanjinés, que ya conocía, se lanzó de lleno a la aventura del descubrimiento.

“Estoy como en un viaje a otro planeta: es la primera vez que me pasa”, tal ha sido la sorpresa. La cordillera, las casitas enclavadas en los cerros que parece que se van a caer, la arquitectura de El Alto, que así como muestra casas de adobe o de ladrillo, de pronto deja ver edificios de cristales… todo es muy contrastante. El lago, el Illimani, las mesas de ofrenda en el camino del altiplano, todo”.

Lo dice una viajera impenitente, que ha recorrido los rincones de su país y que ha estado reflejando culturas en el mundo. “Al ver el paisaje estableces algunas similitudes. Por ejemplo, los nevados me han parecido el Dharamsala, entre el Tibet y la India, o en las piedras he visto algo de Cerdeña (Italia); pero bueno, es tu pensamiento, tus recuerdos que te remontan a lo que conoces. En verdad, no imaginaba nada de lo que voy viendo”. Pero es aún la superficie. “Tengo que ponerme a estudiar, a leer mucho sobre Bolivia para volver y hacer algún trabajo”. Por ahora, se queda con Tiwanaku, “que me encantó por su austeridad, a mí me  gusta mucho todo lo austero”.

La historia de la achichincle

Sobre sus inicios como fotógrafa se ha escrito una y otra vez. Ella repite la historia como si revisara un álbum familiar. “Vengo de una familia conservadora, me casé muy joven, pero supe que iba a estudiar. Ya con tres hijos, opté por la carrera de Cine, me dije que podría escribir guiones, pues de chica pensaba cser escritora”.

En 1969, Graciela Iturbide se dirigió al aula del maestro de fotografía Manuel Álvarez Bravo. Lo había conocido poco antes a raíz de un libro de este hombre que la motivó a pedirle un autógrafo. Y él la invitó a su clase. “Cuando llegué no había ni un solo alumno. Claro, todos querían hacer cine. Me quedé. Álvarez Bravo me nombró su achichincle, que en náhuatl quiere decir ayudante, como el de los albañiles”.

Comenzó el aprendizaje. “Ya lo dice el Evangelio, Graciela, copiaos los unos a los otros”, le dijo el maestro. Lo que había que leer al revés: Graciela, no fotografíes lo mismo que yo. Y la alumna escuchó.

La cámara analógica es la extensión de la mirada de Iturbide. “No he sacado ni una foto con una cámara digital. Si Álvarez Bravo viviese –murió a los 100 años de edad- quizás experimentaría con la novedad: tenía muchas camaritas. Yo no. Él colocó un papelito en su laboratorio en el que se leía: Hay tiempo. Me lo tomo. Tener una cámara con un rollo de sólo 12 tomas me da como que más tiempo de observar, de ver. Lo que no significa que dejen de gustarme muchas de las fotos digitales, pero yo no puedo, siento que debo aprovechar el negativo, trabajar en mi mesa con los contactos, no sé…”

Los ojos de la fotógrafa son claros, casi verdes. Pero miran en blanco y negro. Ha trabajado el color, por ejemplo en el libro paralelo a la película Babel, de Alejandro Gonzales Iñárritu, sobre la parte mexicana del film; pero lo otro “me permite abstraer;" cuando "estoy fotografiando, veo el mundo en blanco y negro. Lo prefiero; para mí el color es como Disneylandia, no sé… ¿Ya dije que prefiero lo austero?”

Delante de la cámara

Ojos para volar, autorretrato de 1993.

Graciela con el cabello largo y encrespado. Graciela detrás de su cámara. Graciela con unos pájaros ante los ojos o con un pescado ante la boca a la manera de sonrisa. “Los autorretratos responden a alguna necesidad personal, salen de una manera intuitiva”. No hay muchos. “Si me preguntan por qué, por ejemplo “¿Ojos para volar?”, no sabría responder. Quizás el más pensado es el de las serpientes. Estaba en una crisis y en la terapia le dije a mi doctor que sentía  que hablaba y me salían serpientes. Hice un autorretrato y la crisis no se superó pronto, pero me ayudó. La fotografía es una terapia”.

¿Qué más es la fotografía para Iturbide? “Un pretexto para conocer las culturas del mundo y también a mí misma”.

Personas, paisajes, objetos. Así se han ido sucediendo los motivos captados por la mexicana. “Ahora trato que mi fotografía sea más abstracta”. En Bolivia “fotografié montones de piedras que, me explicó el antropólogo Carlos Ostermann, se usan en el altiplano para preparar los sembradíos de papas. Me ha parecido algo conceptual y tiene que ver con un proyecto que trabajo en Cerdeña. Me sorprendí también con un camión y su Cristo crucificado. Y las varillas de la construcción de una casa vistas con cierta luz. Esto me interesa: las huellas que deja el hombre con su trabajo”.

Muchas de las obras de Iturbide son violentas, “pero no sería jamás una corresponsal de guerra”. Su violencia es distinta: una niña que ríe y se recuesta casi en el cordero sacrificado.  Título “La felicidad”. Una anciana en la habitación con sólo una valija en la esquina, mientras sostiene la foto de un joven: “Na China y su hijo”.



Casa de la muerte. Ciudad de México, 1975.

La muerte marcó también una etapa de su trabajo. “Fotografié angelitos (niños muertos) por un problema personal”. Ella no lo dice en la entrevista, pero sus biografías lo aclaran: Graciela perdió a su hija de seis años (le quedan dos varones: un compositor y un arquitecto). “Cierta vez pedí permiso a un señor para seguirle hasta el cementerio con su angelito; iba detrás y de pronto me salió al paso el cuerpo de un hombre con el cráneo comido por los pájaros. Pensé que era un sueño. No mostré esta serie sino 25 años después, pero en ese entonces me sirvió para detenerme: no más muertos, salvo excepción, como cuando me pidieron ese tipo de fotos en la India”.

Iturbide es de las que no hace más de dos o tres tomas. En esto se parece algo a su viejo maestro que solía hacer una o dos como máximo. Tampoco “roba” fotos, pide permiso, busca la complicidad de la gente. “Ni siquiera tengo teleobjetivo”. Ese respeto es sagrado. Debido a él no pudo congelar un matrimonio altiplánico que tanto la fascinó, camino a Tiwanaku, y que le recordó una imagen del fotógrafo peruano Martín Chambi- “No me dieron permiso, qué se va a hacer”.

Hay que despedirse hasta la próxima, quizás el 2010, pues Graciela ha sido invitada al Fotoencuentro en La Paz. Ella está entusiasmada, confía en que podrá enviar su obra y volver en persona.

Su figura menuda se aleja. Erguida, porta sus aretes que no son nada austeros Claro, las orejas no tienen por qué compartir lo que buscan los ojos de Iturbide.

 

Nota publicada en la revista Escape Nº 438.