domingo, 29 de junio de 2014

Uzquiano, LGBT, Dios y los marcianos



Mabel Franco, periodista
29/5/2014

La guerra de los mundos es la película que Dante Uzquiano, voz del grupo Wara, eligió para el ciclo La mejor película del mundo que organiza Afuera Revista. Este ciclo tiene la enorme virtud de descubrir o redescubrir producciones que, de lo contrario, difícilmente se podrían ver así: en sala, en esa comunión con otra gente, a veces maravillosa, a veces insufrible, que forma parte del rito de ir al cine. Y también deja atisbar en los gustos e ideas de los invitados que comparten "su" película con el resto de la humanidad. Es increíble cómo una elección y el saber el porqué de ella da más pautas sobre la persona de las que se podría extraer en una charla o en entrevista, por ejemplo.
Uzquiano puso en consideración una cinta de 1953, basada en la novela de Herbert George Wells, que él dice haber visto por vez primera cuando tenía unos 12 años.
Como muchos deben saber, esta novela ha merecido adaptaciones para radio (la ya legendaria de Orson Welles, que provocó el pánico entre los estadounidenses) y algunas para cine. La primera para la gran pantalla es ésta del 53 dirigida por Byron Haskin, y la más reciente es la de Steven Spielberg (2005).
Pero vayamos por la de Uzquiano.
El cantante llegó un poco tarde a la cita en la Cinemateca Boliviana. El público presente comenzó a desesperarse justo cuando el artista hizo su ingreso. La admiración por lo que ha hecho Uzquiano en Wara es innegable: hubo aplausos al verlo y la gente se predispuso a escucharlo.
El artista justificó su retraso por un evento en El Prado que le bloqueó el paso: el desfile del Orgullo gay en sábado 28 de junio de 2014. Entonces, ¡oh, sorpresa!, el cantante que había soportado, según explicó el anfitrión Diego Gullco, la incomprensión del público boliviano en los años 70 respecto de la música y los instrumentos andinos, aquel que junto a Wara se estrelló contra los prejuicios, disparó a quemarropa: que a él las cosas grises no le gustan, que el mundo es de mujeres y hombres, nada de medias tintas. Que como predicador de la Asamblea de Dios en que se ha convertido no estaba de acuerdo con ciertas ¿aberraciones? No sé si dijo la palabra, pero algo parecido dejó escapar y siguió y siguió… hasta que Diego Gullco puso un alto: educada pero firmemente.
La película
“La guerra de los mundos” de Haskin narra la llegada en plan de conquista de marcianos, primeramente a California y de ahí a todo el mundo. Esos seres, que codician el único planeta capaz de albergar vida en el sistema solar, envidian el verde de la vegetación y el azul de los mares. Qué desgracia lo que verían hoy y qué pena que no la conquistaran, es una de las ideas peregrinas nada más empezada la película.
La historia contada de una manera que hoy resulta ingenua y casi caricaturesca, despierta una sonrisa y hasta alguna que otra carcajada. Son los ojos contemporáneos que han visto demasiado en efectos y formas de narrar los que le dan un giro de comedia a una tragedia. Así envejecen algunas cosas.
“La guerra de los mundos” de marras, en todo caso, no disgusta. Despierta cierta ternura tanta ingenuidad gringa… y humana. Porque seguramente que los espectadores de distintos lares quedaron conmovidos y con la boca abierta en su momento. Uzquiano uno de ellos. Además, que yo sepa, es la única producción internacional, con premio Oscar a los efectos especiales, que habla de los “bolivianos” como héroes. En cierto momento, cuando se hace el recuento de las batallas valerosas libradas por los distintos países contra la poderosa fuerza alienígena, se reporta que junto a franceses, ingleses, etc., los bolivianos dejaron todo. ¡Si dan ganas de aplaudir!
Y ¡ojo!, que en el film de la época macarthismo no hay ni un solo personaje negro. Toda la humanidad va a ser destruida, miles corren de aquí para allá o son borrados del mapa por las armas marcianas: ni así aparece ni un solo afro o morenito.
El mejor momento de la película (mérito de la novela) es cuando los humanos, asustados y obligados a huir, se destruyen a sí mismos. No escuchan nada ni a nadie. Acaban incluso con aquello que podría salvarlos… Sólo un milagro, que los menos salvajes piden a Dios en las iglesias, es la esperanza…
Hay que agradecer a Uzquiano por la oportunidad de echar un ojo a esta producción. Quizás si él mismo se esfuerza por encontrarle más sentidos que los del milagro, si mira un poco en los humanos desquiciados destruyéndose entre sí y odiando a los otros como si fueran los verdaderos marcianos, quepa el verdadero milagro.
El cantante y pastor cristiano confió una y otra vez su certeza: Dios nos ama a todos. Jesús es el centro de todo. Siguiendo su lógica, dan ganas de decirle: a todos, señor Uzquiano, incluidos los que no son ni negro ni blanco. Y quizás también, si los McCarthy (¿y Rojas?) de siempre lo permiten, a los propios marcianos.

sábado, 28 de junio de 2014

La fiesta debe seguir


En 1975, como nunca antes había pasado, se les hizo prohibido bailar. Engalanadas, trepadas en sus botas de plataforma, ellas avivaban el paso de la morenada, hasta que un “policía” de la Asociación de Conjuntos Folklóricos del Gran Poder, presidida por Lucio Chuquimia, les exigía salir. Las “chinas morenas” se escabullían por allí, pero volvían a ingresar a las filas de danzantes más arriba o más abajo. Aquel año, igual terminaron de hacer el recorrido, defendidas por las fraternidades unas veces, por el público otras. Pero tanto pesca pesca, que se repitió dos años más, las agotó y las convenció de llevarse su colorida presencia a las fiestas rurales, que, por suerte, hay muchas en Bolivia.
Un año antes, Barbarella (Peter Alaiza), la figura travesti desde los años 60 en la morenada de los residentes de Achacachi, había sorprendido con un beso en la mejilla al presidente Hugo Banzer Suárez, quien acudió a la entrada folklórica en una fecha especial: aquel 1974, en plena dictadura, la fiesta ingresaba por primera vez al centro de La Paz, rebasando los límites del populoso barrio de Chijini (noroeste).
“Sí, aquel año del beso ingresamos con la fiesta al centro paceño, pero también nos sacaron de ella”, resume en primera persona del plural David Aruquipa, administrador de empresas que se siente heredero de Barbarella y de otras figuras travesti como Pocha, Pula, Chichina Galindo, Liz Karina, “todas ellas finadas”, o Titina, hoy de 71 años de edad, y Ofelia, de 72, entre varias otras.
Vestido todavía como las convenciones dicen que debe verse un hombre, Aruquipa ha estado atendiendo entrevistas para anunciar la publicación de un libro resultado de las pesquisas impulsadas por la Comunidad de Investigación Diversidad, de la que es parte él, como integrante de la  Familia Galán. El texto, cuya tapa muestra a Barbarella, se llama La china morena: memoria histórica travesti, y recoge la historia y el aporte de “gays, homosexuales, maricas” a la fiesta boliviana. El 11 de mayo será entregado en el Museo de Etnografía y Folklore de La Paz, en medio de una exposición de fotografías y vestuario. El literato y master en estudios culturales Clevert Cárdenas y la antropóloga Varinia Oros figuran con sendos artículos para contextualizar la presencia travesti en fiestas como el Gran    Poder y el Carnaval de Oruro.
Sentado ante el peinador habilitado en la sede de Diversidad, en la zona de Cristo Rey, Aruquipa comienza su transformación para que la entrevista no sea sólo de palabra, sino de obra. Con el corto cabello separado del rostro por una vincha, maquillaje, polvos, delineadores y lápices labiales irán marcando una identidad que, una vez más, las convenciones sociales dicen que es femenina. Por supuesto, tratándose de la fiesta, este cambio tendrá el cariz de lo sobrecargado.
“Es una pena que Barbarella se haya llevado consigo el significado de aquel beso”, reflexiona David. “Nunca sabremos si lo hizo como un acto reivindicativo, de desafío al poder, a la dictadura, a las fuerzas del orden, o si quiso tan sólo mostrarse estéticamente como una diosa que merecía un trato de igual a igual con el presidente”.
Tampoco se sabrá, añade, si, como trascendió, la prohibición del ingreso de travestis en el Gran Poder fue escrita. “Porque si hubo un documento así, a estas alturas, con leyes antidiscriminación, seguramente habrá desaparecido”.
Con algunos silencios obligados por la necesidad de Aruquipa, en su camino de convertirse en Danna Galán, de delinear una boca en forma de corazón o de colocar correctamente las enormes pestañas postizas, va fluyendo la historia “nunca antes contada, en sus detalles y trascendencia, por ningún trabajo referido a las fiestas populares”.
Dos figuras destacan de los años 60 y 70, plantea David. Una es Barbarella, la estrella del Gran Poder. “Peter era hijo de cafetaleros de los Yungas, con mucho dinero. Sus padres hicieron de todo para que ‘se corrigiese’ y lo enviaron al extranjero a estudiar. Pero él eligió ser estilista. Conoció de cerca el mundo de las vedettes, argentinas y mexicanas”, hecho clave, se crea o no, para definir la estética de la china morena y, luego, de la caporal.
Peter traía al país pelucas de colores, voluminosas, y pronto se las calzó a la hora de unirse a los bailes en Chijini.
La otra figura es Ofelia, el orureño Carlos Espinoza, que reinó en el Carnaval y que le dio un giro de tuerca a una vieja presencia de la diablada, la china supay ñaupa (diabla vieja), que es encarnada desde los años 30 por varones, no homosexuales, como parte de la dinámica de la fiesta.
Varinia Oros, curadora del Musef, explica que la china morena o figura se fue alimentando en dos espacios, el orureño y el paceño, los que “interactuaron y se nutrieron uno al otro, construyendo una historia de ida y vuelta, no sólo entre sus personajes, sino también en lo que llamamos las ‘tendencias’ o modas en su atuendo, forma de bailar, etc.”
Cuando Ofelia decidió danzar, se dijo que iba a cambiar la figura de la ñaupa, que veía tosca, bufonesca. Así que se afanó en crear un traje más seductor, con encajes y transparencias, cancanes y otros detalles, además de acortar la pollera. Lo que sí mantuvo es la careta de la ñaupa.
Barbarella, en cambio, inspirada, como ya está dicho, en las vedettes, pero también en la figura de maja de los cosméticos de tal marca —ella solía repetir: “Soy la Maja”—, planteó el maquillaje cargado y un peinado batido para desafiar la gravedad. Y se puso al frente de la morenada.
David (Danna), en pleno proceso de ceñido del corsé, con ayuda de Varinia, resalta que  “ellas (Barbarella y Ofelia) fueron marcando la estética de la china morena: pollera corta, cancanes, corsé,  escotes, medias de malla y botas altas”.
Ocurre que en los 60 se había puesto de moda la minifalda, botas encima de la rodilla y plataforma. “Las chicas recogieron todo ello y lo sumaron a los elementos ya presentes en el folklore”.
Dice Varinia: “En medio de la fiesta de migrantes del campo, en el Gran Poder, a nadie le pareció raro o malo tener a estos bailarines”. Y Danna agrega: “Eran las reinas, las mimadas. Las fraternidades se peleaban por tenerlas en sus filas y les pagaban por esa presencia. Ofelia era traída de Oruro por la morenada Eloy Salmón, junto a su maquillista y peinadora”.
Ambos, antropóloga y travesti, coinciden: Entre cholos no se las discriminaba; fue en el contacto con una clase media occidentalizada que surgió la prohibición.
Varinia afirma haber verificado esa aceptación en 2011, cuando la Familia Galán—Danna, París (Carlos Parra) y Alisha (Andrés Mallo)— acudió al último ensayo antes de la entrada y la antropóloga preguntó a un preste si ellas podían participar. “La respuesta inmediata fue que sí y las personas les entregaban a sus niños para una foto”.
Esto tiene una explicación, dice Varinia, aunque admite que ella no ha investigado a fondo el tema en el área rural. Pero se anima a reflexionar sobre la palabra quechua quewa con que se designa al homosexual, que “creo que es visto como de buen augurio”, vinculado con la fertilidad. De hecho, “en la música hay sonidos quewa y en los aguayos también; y se pone a bailar a hombres como personajes femeninos”. “Cuando migras, no te desligas de tu cultura rural, de tu vivencia; al contrario, la reproduces, aunque de otra manera, con otros elementos y características”. Lo que se vería en las fiestas ya urbanizadas. 
Danna, ya unos 20 centímetros más alta, producto de las botas y el sombrero, recibe entonces una llamada. Es una diputada interesada en ayudar a la comunidad GLBT (gay, lesbianas, bisexuales y transexuales), en su búsqueda de legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo.
¿Qué lugar ocupa la fiesta en la lucha   reivindicativa? La china morena, lista para posar ante la cámara, argumenta: “Creo que la cultura es el espacio para dialogar y discutir los temas de la diversidad. No se trata sólo de normas, sino de construcciones culturales. El pensarnos como personas diversas es el reconocimiento de que en ‘nuestras’ culturas hay personas con distintas identificaciones. ¿Qué son el quewa y el quewsa? Basta de creer que el ser gay o lesbiana o travesti es una importación del extranjero, desconociendo que ellos han estado presentes en procesos culturales históricos de Bolivia”.
Por ello el libro, las exposiciones, las entrevistas a los travestis sexagenarios y septuagenarios. “Queremos enfatizar en el aporte de estas personas homosexuales que, tal vez sin intención de revolucionar con un personaje tan reconocido como la china morena, hicieron su aporte. Por eso buscamos que, cuando se hable del Gran Poder, del Carnaval de Oruro, se reconozca a los gestores de la creación de personajes esenciales de estas fiestas”.
Las figuras travestis, ciertamente, se incorporaron de lleno en la morenada —una danza que antes de ellas era de hombres— y las mujeres que ocuparon luego ese lugar asumieron la estética de aquellos, a la vez que añadieron otros elementos: trenzas, sombrero...  Y luego se dio el salto al caporal, danza construida en La Paz, en los 70, sobre el baile de los negritos (en la que también los travestis introdujeron a la rumbera). 
“Por todo ello creemos que el espacio fundamental para discutir sobre identidad sexual es la cultura. Las fiestas, como parte de ella, han sido siempre elemento de transgresión, de denuncia, de choque contra el colonialismo, se mofaban de los controles, de los mandatos, del poder”, se explaya Danna Galán, abanicando sus palabras con las pestañas. “Obviamente, la participación de población trans, homosexual, en las fiestas enuncia su incorporación y plantea que somos parte de este país”. Y también “cuestiona a la ciudadanía y plantea que en este estado todos somos parte de la fiesta, y no vamos a poder cambiar si no podemos bailar”. En definitiva, “nuestra participación es no sólo estética cultural, pues en estos espacios festivos se interpela, se plantea, se hace política”.
Con los Galán, los travestis han vuelto a la fiesta. Como figuras, como cholas ñaupa o como los Waphuri Galán de la kullawada, “con ropa folklórica pero con estética muy maricona”. ¡A bailar se ha dicho!
Nota publicada en La Razón, suplemento Escape, el 6 de mayo de 2012