martes, 30 de noviembre de 2021

El Titicaca ejerce su magnetismo en el cine boliviano

El lago ha sido escenario y motivo de muchas de las producciones cinematográficas en Bolivia.  Aventura, misterio, romance; para todo se han prestado las aguas dueñas de islas y rodeadas de montañas y nevados. Entre la primera que se conserva, Wara Wara (1929) y la última en estrenarse, Esperar en el lago (2021), el deslumbramiento azul es evidente.

"Esperar en el lago", estreno de 2021. Película dirigida por Okie Cárdenas.

Mabel Franco, periodista *

Es evidente la fascinación que el lago Titicaca ha ejercido una y otra vez en los cineastas que han filmado en Bolivia, al grado de que más de una decena de producciones lo tienen como centro o como locación de historias de lo más variadas.

Tres son los ejemplos recientes, estrenos de 2021: Sirena, largo de ficción de Carlos Piñeiro, Esperar en el lago, de Okie Cárdenas, y Cuidando al solópera prima de Catalina Razzini.

Sirena es el primer largometraje de Piñeiro y está hablado en aymara y castellano. Se ambienta en distintas comunidades del lago Titicaca, como Santiago de Okola, la Isla de la Luna y Copacabana. El argumento se desarrolla en 1984, cuando cuatro personas llegan a una comunidad del lago para buscar el cadáver de un amigo desaparecido en sus aguas. Los comunarios no querrán entregar el cuerpo que han encontrado, pues temen que lo que se considera una ofrenda, de ser arrebatada al lago repercuta negativamente en las cosechas.

Sirena, de Carlos Piñeiro. Foto: Diego Loayza.


Esperar en el lago imagina el reencuentro de personas que huyeron de una de las islas del Titicaca -la Isla de la Luna o Coati-, donde habían sido confinadas en 1972 por razones políticas. Eran los inicios de la dictadura de Hugo Banzer Suárez.

En el trabajo de Razzini, la directora se centra en las vivencias de una niña de 10 años y su añoranza por el retorno del padre. Está ambientada en la Isla del Sol, 

"Cuidando al sol", filmada en la comunidad de Yumani, Isla del Sol.

Pero, naveguemos en retrospectiva:

Desde el vamos...

En 1916, una expedición científica alemana, dirigida por el profesor Rolf Müller, visitó Bolivia. De aquel recorrido “queda el testimonio de un par de tomas captadas a orillas del lago Titicaca y entre las ruinas de Tiwanaku”, afirma el investigador Pedro Susz, que se refiere al patrimonio que conserva el Archivo Nacional de Imágenes en Movimiento.

Uno de los primeros largometrajes nacionales de ficción, hoy desaparecido, es La profecía del lago (1925), realizada en La Paz por el sucrense José María Velasco Maidana. El filme “abordaba los amoríos de un pongo con la esposa del dueño de la hacienda”. Semejante “transgresión a las estructuras establecidas, impregnadas de prejuicios raciales y sociales, no pudo ser digerida por los guardianes de la moral pública, los cuales incluso intentaron secuestrar la película para incinerarla”, escribe Susz.
"La profecía del lago", de José María Velasco Maidana.
Imagen tomada del blog de Verónica Córdova.

Es de suponer que en La gloria de la raza, de 1926, el arqueólogo Arturo Posnansky (Viena, 1874-La Paz, 1946) detuviese la cámara ante el lago, pues los cuatro actos en que se estructura el largo de docuficción, producido por su empresa Cóndor Mayku, muestran las huellas que llevan de los Urus a Tiwanaku. Posnansky llegó a proponer, por los años 30, la construcción de una presa cerca del lago Titicaca, la que sería alimentada por ríos desviados de la cordillera Oriental. De esta forma pretendía aprovechar el agua para el riego, la producción de energía eléctrica y la creación de nuevas vías navegables. Su idea no prosperó.

El ya mencionado Velasco Maidana, director de cine, coreógrafo, compositor y pintor, hizo nuevamente del lago, en 1929-1930, el escenario central para la superproducción Wara Wara. Ya antes había filmado escenas para una película que debió titularse El ocaso de la tierra del Sol, que no se realizó, y que sirvieron para el largo de ficción basado en argumento de Antonio Díaz Villamil, ambientado en tiempos de la conquista española, cuando una princesa inca, Wara Wara, se enamora del capitán español Tristán. Resultan mágicas, vistas con los ojos de hoy, las escenas del Lago Sagrado surcadas por balsas de totora en medio de la trama de guerra y amor. En este filme, que ha sido restaurado y que se exhibió a fines del 2007 durante la inauguración de la sede propia de la Cinemateca Boliviana, actuó “la crema y nata de la sociedad paceña: Arturo Borda, Marina Núñez del Prado, Guillermo Viscarra Fabre, Emmo Reyes y Juanita Taillansier (Wara Wara), entre otros”. 

Los protagonistas de Wara Wara en una balsa de totora surcan el Titicaca.





En 1948, Jorge Ruiz y Augusto Roca filmaron el corto documental Donde nació un Imperio, en plena Isla del Sol, con guion de Ruiz y Alberto Perrin, música de Fernando Montes y sonido de Augusto Lafaye. 




Segunda mitad de siglo

Ukamau (Así es, 1966), de Jorge Sanjinés, la primera película en aymara, con argumento de Óscar Soria, suma a todos los hitos (es decir, el nacimiento de la importante productora homónima y el fruto maduro resultado del encuentro entre un cineasta esencial para el país —Sanjinés—y el guionista por excelencia —Soria— el hecho de poner de testigo al Titicaca para el filme “más bello, quizás, que haya realizado Sanjinés”, a decir de Carlos Mesa Gisbert. Paulina (Benedicta Huanca) es violada por el capataz de una hacienda, el mestizo Rosendo (Néstor Peredo), tras lo cual muere, mientras el marido (Vicente Verneros) pesca en el lago. La venganza tendrá el marco del altiplano lacustre.

El cochabambino Hugo Boero Rojo, investigador de las riquezas naturales y arqueológicas de Bolivia, dirigió en 1981 el documental El Lago Sagrado. Sobre esta cinta, Carlos Mesa Gisbert, crítico de cine en sus tiempos juveniles, otro de los fundadores de la Cinemateca Boliviana e historiador, además de expresidente de Bolivia, comenta: “Aunque algo saturada de información de texto en off, la película reúne los elementos más destacados de la cultura y la historia alrededor del Titicaca”.

Y Francisco Ormachea, en 1996, recalaría en el Titicaca para su corto de ficción Ajayu, una mirada sobre el viaje hacia el otro mundo según la concepción aymara. La Isla del Sol es el escenario, incluso para mostrar ese otro destino que se podría llamar paraíso.

Afiche de "Ajayu", cortometraje de Francisco Ormachea.

En 1997, Mauricio Calderón propuso la primera película de misterio, esoterismo y amor: El triángulo del lago (1997). Sobre este filme, Mesa Gisbert ha escrito: “La referencia obvia al triángulo de las Bermudas no se suaviza con la inserción en la cinta del tema mítico y ritual del lago”. 

Imagen de El triángulo del lago, de Mauricio Calderón.




El nuevo milenio

En 2009 
se estrenó el film Escríbeme postales a Copacabanadirigida por el boliviano alemán La sinopsis dice: "Impulsado por la curiosidad y el afán de conocer nuevos mundos, el joven Alois deja su  patria bávara y, pasando por las profundidades del lago Walchensen emerge de las aguas del lago Titicaca, en Bolivia".

Imagen de Escríbeme postales a Copacabana, de Thomas Kronthaler.



En 2014, Miguel Hilari estrenó el documental de 55 minutos El corral y el viento, ambientado en el pueblo de Santiago de Okola, de pescadores y agricultores del municipio Puerto Carabuco (donde Piñeiro haría luego la ya mencionada Sirena). El director viaja así a la comunidad de la que migró su abuelo rumbo a la ciudad y en la que éste fuera encerrado en un corral de burros como castigo por querer aprender a leer y escribir.

Imagen de la película documental El corral y el viento, de Migual Hilari.



* Artículo actualizado en noviembre de 2021 sobre original publicado en 2009 en el diario La Razón.

jueves, 4 de noviembre de 2021

Lucas Achirico: de la mina La Chojlla a Yotala y de allí al mundo (versión editada)

Lucas Achirico en 1993, obra Colón.


Luego de casi tres décadas como miembro de Teatro de los Andes, el actor dejó Yotala en 2018 para iniciar una nueva aventura en Polonia. La presente nota se hizo aquel año, anunciando su partida y haciendo el recuento de su vida y carrera. 

Mabel Franco, periodista

En 2004, Lucas Achirico y su compañera, la polaca Danuta Zarzyka (Danka), alquilaron una pequeña casa en Yotala, el pueblo separado por el río Cachimayu de la hacienda Lourdes, de Teatro de los Andes. El joven, que así daba un paso más para hacer su propia vida que, desde fines de 1991 –a sus 17 años- se había ido forjando dentro del grupo encabezado por César Brie y Paolo Nalli–, recuerda que estaba contento de vivir en un lugar apacible como Yotala.

Pronto les llamaría la atención los casos de violencia intrafamiliar, que investigaron, lo que les llevó a proponer al grupo una obra teatral al respecto. Alice Guimaraes cuenta: "Todo el grupo abrazó la idea de Lucas y Danka. En un primer momento nos reunimos ellos, Gonzalo (Callejas), Daniel (Aguirre), Teresa (Dal Pero y yo, por un mes y medio, y trabajamos creando imágenes e improvisaciones sobre el material investigado por Danka y Lucas. Cuando César volvió (había estado en Italia), se le entregó este material filmado y entonces él escribió el texto y empezó el montaje con todo lo que habíamos creado". Así surgió "¿Te duele?".

La partida a un Viejo Mundo

Hoy, 25 de agosto de 2018, un Lucas listo para cambiar de residencia, para irse a vivir a Polonia junto a Danka y sus hijas Naomi y Misha que se le adelantaron un poco, revisa sus recuerdos. Y afirma que esa obra puesta en escena a la manera de un cuadrilátero de box es la que considera su mayor aporte. “Y, ¿sabes?, cada creación de grupo de la que participé (desde "Colón" que marcó su debut hasta "Un buen morir", que ha musicalizado) es como un hijo. Cada obra tiene una historia muy fuerte. En alguna quizás aprendí más, en otra logré entrar de nuevas maneras; pero en la que busqué más allá fue en esta de la violencia doméstica de la que yo mismo probé en mi adolescencia, tras la separación de mis padres y la presencia de un padrastro”.

Achirico y Danka interpretan "¿Te duele?". Foto: Página Siete

Esos gringos

Lucas nació en la mina Chojlla. La madre migró a fines de los 80, ya sin esposo y con dos hijos varones, a La Paz. Pronto, la familia se instaló en El Alto y allí el pequeño Lucas comenzó a soñar con la música, inspirado por el grupo folklórico que había formado su hermano mayor. El adolescente asistía a un centro de ayuda para chicos con pocos recursos o huérfanos, dentro de una iglesia evangélica, “y me empecé a meter en la música, pero noté que había muchos límites para hacer cosas debido al pensamiento de esa Iglesia”.

Un amigo que trabajaba como mensajero de la Asociación de Familiares de Detenidos, Desaparecidos y Mártires por la Liberación Nacional (Asofamd) consiguió la primera oportunidad para tocar en público. Lucas, de 14 años, y unos compañeros de igual edad, “teníamos cinco temas preparados y los tocamos en esa reunión; nos pidieron más y tuvimos que explicar que era todo. La señora de Asofamd nos animó: Toquen todo de nuevo y nos aconsejó ir a unos talleres en El Alto”.

Luego de mucho buscar por la zona 16 de Julio, los muchachos llegaron al lugar indicado, que resultó ser el Hogar Albergue Para Menores Abandonados (HAPMA) que dirigía el suizo Stefan Gurtner.

“Me relacioné con chicos que tenían experiencias de vida en la calle, un estatus, formas de manejarse, todo lo cual me era desconocido. Yo era calladito, pero me aceptaron por la música y porque jugaba muy bien al fútbol”.

A fines de ese año se dio la oportunidad de viajar. Músicos y mimos de HAPMA, unos 30 muchachos, recorrieron las capitales de departamento. “Así comencé a conocer el país y a saber lo que implica tener un grupo”. Lucas tocaba charango y algunos instrumentos de viento que había ido aprendiendo con sus tres amigos del colegio, con quienes también armó un conjunto y selló un trato: nunca iban a tomar alcohol. “Esto me marcó”.

Otra marca que pudo ser terrible fue la de su padrastro, con quien no se llevaba bien. “A mis 15 años me le planté y supe que la relación iba a terminar mal. Yo tenía una carta bajo la manga: el hogar de Stefan, donde terminé por pedir acogida a mis 16. Fue entonces que, en un viaje que hicimos a Sucre, para presentarnos en el teatro 3 de Febrero, me vieron César Brie y Naira Gonzales”, la pareja fundadora, con Nalli, de Teatro de los Andes

Era fines de 1991. Se le acercaron y le preguntaron si le interesaría asistir a un taller. “Estaba deseando dejar La Paz. Había perdido el año escolar y había roto la libreta”. Así que aceptó, creyendo que dicho taller sería de música.

En marzo de 1992 se integró al grupo como becario. El taller se dictaba en el Teatro Gran Mariscal y asistían como 20 personas, algunas de Sucre y otras de Argentina, España e Italia. “Mi primera impresión fue ‘dónde estoy’. Al principio confundía a los barbudos: César, Paolo, Filippo, Emilio, todos me resultaban iguales”.

Y así “descubrí el teatro”. Todo lo que se hacía allí “me gustaba, pues si bien no se aprendía música, todos tocábamos instrumentos, cantábamos, además que hacer acrobacia”.

La nostalgia no faltaba en el ánimo de Lucas, el aymara. “Yo trataba de animarme viendo que había gente que venía de mucho más lejos, pero igualmente me sentía triste al no reconocer las cosas que me rodeaban. Por suerte, allí estaba Gonzalo Callejas, otro adolescente boliviano de origen quechua que había aceptado ir al taller creyendo que era de carpintería, y “nos hicimos muy amigos”.

Un alumno de la vida

Lucas tenía toda la intención de volver al colegio. De hecho, pasó clases “en el poderoso Junín y el poderoso Monteagudo, de Sucre, por medio año”. Luego, fue transferido al colegio Santa Rosa de Yotala. La directora era una monja argentina que recomendaba a Lucas que estudiase mucho. Un mes después llegó la hora de hacer la primera gira nacional, de manera que para conseguir el permiso, César ayudó a armar una carpeta con recortes de prensa sobre el grupo. “Fuimos juntos y entramos a la dirección. César habló de la gira y entregó la carpeta que la directora no quiso ni mirar y que tiró al piso. Se armó un lío de tal magnitud que yo recuerdo las caras de mis compañeros de curso mirando desde el segundo piso totalmente asustados. Nos salimos y ahí terminó mi vida académica”.

Lucas habla italiano y algo de inglés. Su castellano es rico en vocabulario, como debe serlo su aymara. Conoce más del mundo que un boliviano promedio, así de harto ha viajado como parte de Teatro de los Andes. “Pero he aprendido mucho más con las personas que han pasado por este lugar (la casa del grupo), por el intercambio de información, las charlas como la de hoy en el almuerzo sobre el embarazo adolescente. Y con cada obra, cada tema, cada discusión, cada película que veíamos. Para cada obra necesitábamos investigar como para una tesis”.

¿Y la música?

“En un primer momento estuve dedicándome a leer y a aprender más de la guitarra, el violín y el chelo. Pero somos un grupo de teatro y lo que hicimos es explorar todas las posibilidades del cuerpo. En ese sentido soy también un músico, pero igual siento que me falta mucho, aunque es cierto que aprendí recursos, modos de abordar la música, que puedo plasmar ideas e interpretarlas”.

Lucas Achirico en Yotala, 2018. Foto: Mabel Franco.

El ejemplo último es el trabajo de Lucas para "Un buen morir", obra concebida e interpretada por Gonzalo Callejas y Alice Guimaraes, en la que la música es una protagonista más. “Como es la primera obra de grupo en la que estuve fuera, hice el trabajo musical más objetivamente. Cuando vi el material propuesto por mis compañeros, reconocí muchas cosas que habíamos trabajado en otros talleres. Esos impulsos me hicieron tomar el rumbo y compuse todo, menos una pieza que conocíamos todos y que apareció otra vez”.

Esa música pregrabada ha puesto a prueba los conocimientos de Lucas para componer con la computadora. Es otro universo que explora y que forma parte del equipaje que se lleva a Polonia y que piensa ir desempacando poco a poco, a medida que vaya aprendiendo el idioma.

“Voy a extrañar mucho mi vida aquí; pero la decisión está tomada. Es Naomi, mi hija de 15 años, quien me ha llevado a aceptar lo que mi compañera Danka me estaba pidiendo hace tiempo. Naomi canta –su madrina en este sentido fue Teresa Dal Pero, exintegrante de Teatro de los Andes (fallecida en 2021)- y ya no hallaba oportunidades para seguir aprendiendo en Bolivia”.

Lucas está convencido de que el alejamiento es geográfico. “No es una separación de Teatro de los Andes; voy a ver si puedo generar proyectos desde allí para seguir aportando”. Luego de 27 años en el grupo, dejarlo no es fácil. Por eso, Lucas Achirico afirma convencido: “No estoy dejando, más bien me estoy llevando mucho”.

 Nota publicada en Página Siete, septiembre de 2018.