jueves, 29 de mayo de 2014

Los amores y desamores de Norma Merlo


La actriz argentina llegó a Bolivia en mayo de 1975. La trajo un joven de 23 años que le aseguró, para poder conquistarla, que tenía 38.

Norma Merlo.

Mabel Franco,  periodista

De la estación La Dulce, del pueblo argentino Nicanor Olivera, se llevaron a Norma rumbo a Necoechea. Tenía seis años de edad y nunca más volvería a esa tierra que la vio nacer. "Son seis años que borré completamente de mi memoria. Alguna vez, cuando me hicieron una regresión, el psicólogo me dijo que es un vacío que ha pesado en mi vida… Es una carga no saber quién soy, el sentir que no tengo raíces".

A Norma la criaron la partera Catalina y su hija Carmen, quien se convirtió en una hermana mayor para la niña. Esas mujeres le dieron el cariño que la madre había decidido quitarle.

¿Lo de Merlo, Norma?
 
"Es el apellido de la mujer que me tuvo allá en el 34. En mi partida de nacimiento decía madre: Alcira Merlo; padre: desconocido".
 
Los recuerdos que sí están en la memoria de Norma Merlo son los de la niñez en Necoechea, donde creció estrechamente ligada a Carmen, quien "se desvivía por mí".
Traviesa, inquieta, la pequeña Norma difícilmente tenía amiguitas. "Les rompía los juguetes, así que no me llevaba bien con ellas". Prefería ir a cazar pajaritos con los chicos. "Me vestía como hombre y paraba en los lugares que dejaban los circos o los gitanos, a ver si habían olvidado algo".

¿Actuabas ya?
 
"Me gustaba actuar, siempre hacía payasadas". Claro que las maestras preferían que las niñas recitasen, "y yo me sabía las poesías, pero a mí nunca me elegían… Era negrita, era fea, pero sobre todo ¡armaba cada despelote!".

A los 18 años, la inquieta joven, "y mala estudiante", quería, como mucha gente de la provincia, irse para Buenos Aires. Así que, con el argumento de estudiar en la capital, hizo su segundo salto hacia un lugar nuevo,
aunque esta vez decidida y sola.

"No estudié, ¿sabés? Tuve que ponerme a trabajar". 

En todas partes le pedían referencias, experiencia, "y yo no tenía nada, pero igualmente me coloqué en un laboratorio de drogas medicinales".

La muchacha espigada y alta recibió la misión de envasar pastillas en tubitos. "Yo era terrible, siempre de joda". Las empleadas se organizaban por mesas, junto a una capataza. "A mí me gustaba mucho una artista, Lolita Torres (la madre de Diego Torres), así que me la pasaba cantando sus temas". A los tres meses la despidieron. Y por ese tiempo falleció su mamá Catalina.

El segundo empleo lo consiguió en una farmacéutica de penicilina. "Me tocó armar cajas. No hablaba ni cantaba y, mirá vos lo que son las cosas, el capataz, un viejo español, y su hijo me llamaron un día para decirme que apreciaban mi dedicación y me ascendieron".

Un llamado de su hermana Carmen la hizo volver a Necoechea "y dejar mi buen empleo". Pero ya el bichito de la capital había anidado en la joven, así que convenció a ese ser tan querido para que la dejase seguir su camino.

¿Cuándo te hiciste actriz?

De vuelta en Buenos Aires, un golpe de suerte la ubicó en la empresa estadounidense Standard Electric, en la sección Caja. "Volví a las andadas, no estaba seria en el trabajo, yo era la que organizaba despedidas, fiestas… Un día, me caí con estrépito y el jefe se asustó, pero cuando me vio volvió a su labor diciendo: 'Ah, la Merlo'". 

Allí se quedó Norma 19 años. Y comenzó a actuar, pues en los últimos años de auge de la empresa y con el fin de crear un buen clima entre los obreros, los ejecutivos decidieron abrir espacios de danza y actuación.

"Me anoté en seguida en teatro y el instructor —un flaco, rubio, desteñido— nos dio a leer Prohibido suicidarse en primavera (Alejandro Casona)". Lo que era un juego para el resto, Norma se lo tomó, por vez
primera, muy en serio. El muchacho llamó a todas las chicas para decir el texto de la enfermera Alicia. "A mí no me llamaba, pero yo aprovechana para anotar todo lo que les decía a las otras". Ya cansado, el instructor decidió probar a la última, a Norma. Al terminar ella el parlamento, "el hombre estaba rojo de emoción".

¿Y el amor, Merlo?

Fue esa experiencia la que le permitió a la actriz en ciernes conocer a su primer enamorado. Se llamaba Alfredo y pasó a dirigir al grupo. Norma destacaba y él le encomendó un monólogo. "Lo representé, pero una chica que estudiaba actuación me vio y me dijo que el monólogo es la última etapa para una actriz; y no lo hice más sino hasta que trabajé en Bolivia, muy metida ya en el ambiente teatral".

El taller marchaba. Un día, un actor la vio trabajar, se le acercó y le dijo: "Tienes condiciones, pero eres un diamante en bruto". Le sugirió acudir a Nuevo Teatro, un espacio en la calle Corrientes dirigido por Pedro Asquini y Alejandra Boero.

"Viajaba a diario, al salir de la fábrica, en colectivo, tren y otro colectivo". Hizo papeles chicos, pero aprendió mucho junto a compañeros como Héctor Alterio. De hecho, Asquini la eligió para formar parte del elenco; pero sobrevino una división y "me fui con los rebeldes, de hecho me casé con uno; se llamaba Ricardo y era más joven que yo por nueve años y medio".

El matrimonio duró 30 meses y se acabó por cosas del teatro.

¿Cuándo aparece Pedro?

Ya con 40 años, Norma pasó a formar parte de una comunidad teatral integrada por Bruno Bert (hoy en México), su esposa Alejandra, Isabel (amiga de Norma) y un boliviano llamado Pedro Susz.

"Pedro, interesado en el cine, no me daba ni la hora". Cuando Bruno le pidió que tomara fotos de la teatralización de los poemas de Prévert, se sintió desilusionado al no encontrar al fotógrafo al final de la función. Luego sabrían todos que
el texto dicho por Norma, aquel de "Para qué la guerra/ para qué la sangre", había conmovido tanto al boliviano que tuvo que salir para no delatarse ante sus compañeros.

Desde ese día, Pedro se mostraba atento con Norma. "Hasta que un día, decí dónde se le ocurre ponerse cariñoso; casi nos entramos en la heladera que yo estaba limpiando".

La dictadura de los 70 en Argentina se endurecía. Las requisas, sobre todo a los artistas, menudeaban. "Si te digo de irnos a Bolivia, ¿aceptarías?, me preguntó Pedro". La pareja llegó a La Paz en mayo de 1975, luego de pasar sustos por la vigilancia estrecha que el régimen de Hugo Banzer tenía ordenada en el país. La familia Susz quedó sorprendida, pero Pedro le tenía reservada una sorpresa mayor a su compañera. 

"Tocó renovar la cédula de identidad de Pedro. Quedamos en encontrarnos en el cine Monje Campero luego del trámite. Un joven con sólo un bigote me sonríe y yo no le reconozco". Él, que había dicho tener 38 años amparado en su frondosa barba, resultó no contar sino con 23.

La pareja se casó un buen día en la zona de Miraflores. Los familiares planificaban una fiesta, pero Pedro y Norma se adelantaron y eligieron una ceremonia sencilla, sólo con dos amigos de testigos. Luego comieron un plato de carne de cerdo en algún local muy cerca del estadio Siles.

Ella le dijo, desde el primer momento, a su esposo —a quien apoyaría en todo, por ejemplo la construcción de la Cinemateca Boliviana
, "quiero hacer teatro". Norma Merlo lo haría, contra viento y marea, ganándose el título de la Dama del Teatro en Bolivia.

"Soy parte de este país. Aquí obtuve trabajo, conseguí papeles protagónicos y gané amigos". Uno de ellos Carlos Mesa, quien como presidente de la República, el 17 de noviembre del 2004 la invitó al Palacio de Gobierno para imponerle la Medalla al Mérito Cultural.

Nota publicada en Escape, de La Razón, en 2004

Merlo es Juana Azurduy

Mabel Rivera, directora de teatro (fallecida en 2015), recordaba a la Merlo que se puso a sus órdenes para dar vida a Santa Juana de América, una obra convertida en serie televisiva.
"Otelo" con Gonzalo Sánchez (der.) y Daniel del Castelo como Yago.

“Norma Merlo hizo una Juana inolvidable”, suspira la directora. Era 1979 y la actriz argentina, para entonces una boliviana más, encarnó a la revolucionaria chuquisaqueña con tal pasión que, como ella misma contó, el personaje la absorbió aun fuera del set. Merlo recordaba no hace mucho que en esos días, al pasar por el Palacio de Gobierno en la plaza Murillo, y ver a los colorados cuadrándose, pensaba que lo hacían por ella, por la teniente coronel.
Rivera añade: “Filmamos exteriores en Achocalla. La escena en la que Juana entierra a sus hijos nos sobrecogió a todos. Norma rascaba la tierra y se la frotaba en los brazos hasta el grado de lastimarse. Le dije que no era necesario; pero ella me contestó que estaba expresando el dolor de una madre, que la dejase hacer”. En otro momento, “cuando ella se despide de Manuel Ascencio Padilla (Germán Calderón), con un “hasta pronto, mi comandante”, y uno sabe que es el adiós final, la emoción era tal, que todos nos quedamos en silencio, mientras las lágrimas corrían por las mejillas incluso de los camarógrafos”.
Para Santa Juana de América, Rivera contó con la colaboración de las Fuerzas Armadas. El Comandante (Luis Arze Gómez, nada menos), que pronto se haría famoso, la recibió en el Colegio Militar y en persona la asesoró en la elección de armas, una carpa y el uso de los grados para el ejército español. Al salir con la carga, el militar le hizo una broma: “Señora, si la ven con tantas armas van a creer que usted está conspirando”.  “Será con usted, coronel, porque yo sola...”. 

Dicho y hecho
Por el aniversario del nacimiento de Azurduy, el 12 de julio de 1980, Rivera decidió volver a pasar la obra. Unos días más tarde, el 17 de julio, la directora fue recibida en el canal por Eduardo Pachi Ascarrunz,  con la noticia del golpe de estado, encabezado por Luis García Meza. Las escenas de interiores de la obra se grabaron en video y los exteriores, con caballos y una jinete que dobló a Merlo en los episodios de cabalgata, en cine.
Después de una pausa obligada por el golpe, El Arlequín de adultos volvió al Canal 7 por un tiempo más, en el que, ya con la televisión a color, produjo las obras El delito en la isla de las cabras, Fedra y La señorita Julia, entre otras.
“Sabe Dios cuánto hicimos y nada queda. El canal estatal no tiene memoria”, lamenta la teatrista. Lo poco 
que queda son fotografías y recuerdos.

Norma Merlo: ‘He recibido tantas cosas ya de Bolivia’

Norma Merlo en su papel de Chaplin, durante el avance de obras de la Cinematea Boliviana.


La primera película que hizo Norma Merlo es Piso 24, que dirigió Pedro Susz en los 70. Y cuando este hombre, junto a otras personas como Carlos Mesa, se propuso fundar una cinemateca para preservar el patrimonio audiovisual boliviano, Merlo ofreció su trabajo.


Esta Norma Merlo, argentina de nacimiento, pero boliviana por elección, será la primera en recibir el galardón creado por la Cinemateca Boliviana, el Premio Semilla que se le entregará esta noche.
Quienes han seguido de cerca el trabajo de la institución, recordarán a Merlo recorriendo las calles con la correspondencia y los boletines de prensa para difundir los ciclos de cine y otras actividades. “Me uní a los chicos —se refiere a Susz y Mesa— para ayudarles con el trabajo, cuando la Cinemateca se desenvolvía en la Casa de la Cultura”. Era 1976. Luego, los siguió a las instalaciones que ocupó la entidad en la calle Pichincha, en 1978.
“Yo hacía de todo. Éramos muy pocos, así que había que colgar afiches, llevar la correspondencia, o vender entradas y recibir al público si era preciso”, describe su labor cotidiana durante dos décadas, antes de que la Cinemateca se trasladara a sus instalaciones propias. “La antigua Cinemateca, con ratones molestando de vez en cuando, con asientos duros, que si alguien alto se sentaba adelante no te dejaba ver la película, sino por un costado, era muy querida por la gente; todos la queríamos”, añora ahora que ni Susz ni Mesa ni ella son parte de la entidad que ayudaron a fundar y a desarrollarse.
Cabe preguntarse cuánto del apoyo que logró la entidad, cuando solicitaba dinero para construir el edificio nuevo, se debió a la campaña a la que dio rostro Merlo, quien caracterizada como Charles Chaplin pasaba la alcancía o difundía el número de cuenta para los depósitos.
Una anécdota que pinta bien la forma de ser de Merlo la cuenta ella misma. “La calle Pichincha era tranquila; la gente sacaba su silla para sentarse allí y dar de comer a las palomas; pero también estaban unos chicos que aparecieron cierto día y de los que se decía que vendían drogas. Yo pasaba a diario y me saludaban todos, y estos chicos inclusive me abrían la puerta del taxi, como grandes caballeros y camaradas”.

Actriz
Paralelamente, la carrera actoral de Merlo se fue concretando en el teatro, pero también le abrió las puertas del cine. Luego de Piso 24 hizo La ciega, que dirigió Matías Marchiori. “En ambas me mato, me tiro de un edificio en una y de un balcón en otra”, se ríe la actriz.
Antonio Eguino la convocó en los 80 para Amargo mar, “yo filmé escenas y mi nombre aparece en los afiches; pero no aparezco en la película, mis escenas no fueron incluidas”, ríe más.
Así que, tener “un personaje con texto y todo, en El día que murió el silencio, de Paolo Agazzi, qué maravilla”. Porque en una anterior, “en Cuestión de fe, de Marcos Loayza, yo parezco la pantera rosa: paso por la escena y desaparezco velozmente”.
Todo esto lo cuenta Merlo con el acento argentino, que no ha perdido en los 37 años que vive en La Paz.  El mismo con el que cada lunes graba en radio Deseo un programa de cuentos a Martín Céspedes. El título de Dama del Teatro de Bolivia y la Medalla al Mérito Cultural, que le entregó su amigo Mesa, como presidente de Bolivia, la hacen suspirar y decir: “¡Cuántas cosas que ya me ha dado Bolivia!”. 

Merlo fue la ‘mujer orquesta’
Pedro Susz, exdirector de la Cinemateca y esposo de Norma Merlo, recuerda que este espacio se construyó en base al esfuerzo general de todos. “Y por supuesto, Norma hacía, en ese todo, algunas de las cosas más sacrificadas”, indica Susz.
Desde vender boletos, hasta barrer la sala, pasando por hacer los registros para la cartelera de los periódicos, distribuir la publicidad, recoger las películas y la parte administrativa, Merlo aportó “en varias dimensiones para que la Cinemateca se pudiera consolidar”, rememora el exdirector.
Elizabeth Carrasco, que actualmente se encarga del Centro de Documentación de la Cinemateca, trabajó varios años codo a codo con Merlo en el antiguo predio. “Es una persona muy religiosa, entonces, tiene de alguna manera ciertas cábalas, y es muy metódica”, menciona.
A la “mujer orquesta” de la Cinemateca le gustaba, por ejemplo, según cuenta Carrasco, ir siempre a la misma agencia del banco a pagar una factura. “Si hubiera sido posible, habría ido ante el  mismo cajero, eran cosas de rutina que para ella eran importantes”.
La excompañera también menciona que Merlo es muy detallista y que se preocupa por aspectos que otros pasan por alto. “Se preocupaba porque los chicos no carguen demasiado cuando iban a recoger películas, cuidaba que no se lastimen la espalda”, dice.

Nota publicada en marzo de 2012, en La Razón