martes, 14 de abril de 2015

Eludir el cuerpo, se llama


Mabel Franco, periodista

Es de destacar y agradecer que el arte se ocupe de un tema de “lacerante actualidad”, para usar lenguaje sociológico. Que de las múltiples posibilidades que ocupan la sensibilidad de un autor y de un director se decida abordar aquello que está llenando páginas de diarios y de noticieros televisivos, es algo para tomar muy en cuenta.
La trata y tráfico de personas, con distintos fines, uno de ellos la explotación sexual, es el tema en cuestión. Y “El cuerpo”, obra teatral escrita por Camila Urioste y dirigida por Cristian Mercado, el caso en particular.
¿Qué decir que no se haya dicho sobre la trata con fines de prostitución? ¿Qué de lo dicho a diario se puede decir de otra manera? ¿Cómo desadormecer a los receptores de noticias cotidianas que de tanto verlas se van insensibilizando? ¿Cómo evitar el oportunismo o, peor, la repetición de fórmulas? Y, en definitiva, ¿cómo justificar las palabras arte teatral con el hecho sobre el escenario? Tales las cuestiones que habrán tenido que responderse autora y director a la hora de poner en carne y hueso el drama de unas mujeres atrapadas por la prostitución.
El resultado, en lo positivo, es un intento, a ratos no exento de poesía verbal, para explorar en los sentidos que tiene el propio cuerpo para una mujer: cómo se lo vive desde la niñez hasta que los ojos de los otros reparan en él: lo cosifican. Entonces, para muchas, ese cuerpo con el que han convivido, de pronto se torna un desconocido, un indeseable, un vergonzante… Algo debería pasar luego: disfrutar del propio cuerpo, dominarlo, imponerse a la mirada externa... Sólo que para algunas, demasiadas ya, la trampa está tendida pues los hilos de la trata las secuestran.
El cuerpo se reduce entonces a la más perversa condición de objeto. Alguien va a usarlo hasta desecharlo, en tanto la sociedad contempla cómo se destiñe el papelito de “desaparecida” pegada en algún poste.
Sólo este monólogo encomendado a Patricia García, con mucho por desarrollar, ya justificaría la obra. Pero no. A autora y director se les ocurrió trenzarlo con la situación dentro de un prostíbulo.

……………….

Una joven prostituta decide hacer justicia. Una compañera que ha huido y debía llamarla, guarda inquietante silencio y ella teme que El agujas (Kike Gorena) la haya matado, como sabe que ha hecho con otras chicas.
Aprovecha que un político (Luis Bredow) está de cliente para tomarlo como rehén. Por accidente, El Agujas es herido y así llega él también a la habitación, conducido por otra prostituta, muy ingenua ella (Erika Andia), que poco a poco se convencerá del callejón sin salida que es su vida.
Lo que va sucediendo en la habitación miserable y la conversión de la mujer que encarna García se alternan para mostrarse al espectador. Ambos espacios están enfrentados en medio de la calle que forma el público y se activan o desactivan mediante encendidos o apagones de luz. Como recurso narrativo, funciona bien. Es un acierto de la dirección y hay que apuntarlo, pues además es posible sentir ese voyerismo propio y mirarlo en los ojos de los espectadores del frente; qué sucede en ese lugar íntimo, con chicas y viejos en paños menores.
El problema es que cada vez más y pese al drama que se vive en la habitación, es la otra historia la que uno quisiera ver. Y así pasa por varias razones, una de ellas la falta de vuelo para pintar a las prostitutas y los hombres en su drama.
La vengadora se pasea por el escenario con pestañas postizas que nunca se desacomodan, con ropa interior que se supone debe usar para trabajar, pero que jamás ostentaría en momentos en que se asquea de la mirada del viejo cliente o del desprecio del explotador. No y no, y es una incoherencia dentro del universo que propone el propio texto.
Se ha criticado la debilidad de la actriz (y ya son dos las que pasan por el papel de la vengadora: Catalina Francisco y Gabriela Sandóval) y sí: si las elegidas para el papel tuvieran más recursos, quizás salvarían los estereotipos o éstos no se notarían tanto. Bredow y Gorena lo logran mejor, aunque, para ser sinceros, tampoco ellos remontan el encasillamiento de sus roles que los obligan a recitar viejas y gastadas consignas de político corrupto, viejo verde en busca de jovencitas, de explotador malo malo, malo.
Así que no es sólo actuación. Hay pecados de texto que se pueden resumir en una palabra: estereotipos. Pero hay más pecados de dirección, pues Mercado ha tenido todas las posibilidades de apropiarse de la obra, de hacerla propia, de convertirla en ese algo nuevo que justificaría todo el esfuerzo.
A nivel de dirección, por ejemplo, el arma, la pistola, se maneja con la misma ligereza con que se usa el celular, como dijo alguien del público. ¿Para qué ponerla en manos de una víctima de explotación si no va a servir más que como utilería?
Claro, lo que pasa es que ni en los personajes ni en sus encarnaciones, salvo lo mencionado sobre García, hay símbolo, signo, imagen: sólo anécdota. Tan es así, que la escena final, valiente para una actriz (García) que debe lucir su cuerpo rollizo, desencajado, pierde toda la fuerza que tendría si se profundizase en el relato sobre el cuerpo traficado, usado, despreciado aun por quien lo porta.
Esta vez, Urioste y Mercado han eludido el cuerpo y la telenovela o, peor, la crónica roja, se ha comido al teatro. 

Ficha técnica
Título: El cuerpo (2015)
Autora: Camila Urioste
Director: Cristian Mercado
Actores: Patricia García, Luis Bredow, Kike Gorena, Erika Andia y Catalina Francisco/Gabriela Sandóval
Producción: El Desnivel