lunes, 25 de marzo de 2024

Un muro que abraza

 

Japón ha aplicado en 33 puntos de talud de la Ruta 7, carretera boliviana que une Santa Cruz con Cochabamba, tecnología desarrollada para prevenir desastres. Las técnicas que respetan forma y movimiento de la naturaleza son ciencia, pero como las obras artísticas del búlgaro Christo, fascinan, sorprenden y cuestionan.

La ruta nacional 7, que une Santa Cruz con Cochabamba, es parte de los corredores de exportación de Bolivia. Entre Samaipata y Mairana se levanta ahora una obra de ingeniería civil japonesa.

El viento sopla intensamente en este soleado día de marzo. Los muchos árboles y arbustos vallunos se mueven al ritmo que aquel impone, y los cuerpos humanos se tambalean también; tal el capricho de esa fuerza invisible pero tan real que seguramente juega su papel en la erosión de los cerros y taludes que se suceden a lo largo de la carretera.

Estamos en la vía asfaltada que se conoce como “antigua” y que une a Santa Cruz con Cochabamba, justo en el tramo que está entre los municipios cruceños de Samaipata y Mairana. Si yo fuera el viento sentiría envidia porque, pese a la persistencia y el vuelo de papeles, sombreros y telas, las personas allí concentradas dedican toda su atención al coloso de concreto en que se convierte el talud a lo largo de un total de 583 metros.

Técnicamente, se trata de una obra de “Prevención de desastres en la Red Vial Fundamental 7”, que ha sido financiada por el Gobierno de Japón con una donación de 12,4 millones de dólares.


Estratégicamente, la obra debe poner a salvo a quienes transitan por la carretera y que no pocas veces, dice José Valverde, conductor de un bus de transporte de turismo, sufrieron las consecuencias del desprendimiento de tierra y de piedras. “He visto camiones con los parabrisas rotos y hemos sufrido cierres de la vía por derrumbes, sobre todo luego de las lluvias que aquí pueden ser torrenciales”, explica este hombre que hoy, 19 de marzo de 2024, ha prestado sus servicios a los funcionarios de la Embajada de Japón y de la Agencia de Cooperación Internacional del Japón (JICA) que debían llegar a la breve ceremonia de conclusión de la obra.

Podía haber sido una “entrega de obra”, pero desde el ministerio boliviano del ramo se dejó pasar el tiempo desde la conclusión de la empresa en noviembre de 2023, de manera que los japoneses tomaron la iniciativa de poner el punto final a un trabajo que, acordado en 2015 por los gobiernos de ambos países, se acabó en noviembre de 2023. El alcalde de Samaipata, Eustaquio Casilla, y la alcaldesa de Mairana, Ana Mendoza de Rosales, acudieron al acto para agradecer en nombre del Estado Plurinacional de Bolivia. Ya llegará el momento, acordado está, en el que el presidente Luis Arce acuda al lugar para el acto oficial.

Lo dicho por el testigo José, sobre lo inseguro que era el tramo, coincide con el informe de JICA, de 2013, basado en datos de la Administradora Boliviana de Carreteras (ABC), donde se justifica la necesidad de obras de seguridad en una vía que, por efecto del fenómeno de El Niño y las consecuentes lluvias, sufrió por ejemplo, entre 2006 y 2007, “numerosos derrumbamientos de taludes, desprendimientos/derrumbamientos de rocas, desprendimientos de tierra, aludes de tierra, etc., que provocaron frecuentes cierres de tráfico”. Otra época de lluvia, entre 2007 y 2008, “se llevó por delante la vida de cuatro personas, con derrumbamiento de talud, y al mismo tiempo cortó la circulación durante 60 días causando congestión en el abastecimiento de bienes hacia Santa Cruz, todo lo cual no hizo más que agravar el mal estado de la economía boliviana”.

Japón, que mantiene relaciones diplomáticas con Bolivia desde hace 110 años y que desde hace 125 ha visto partir a varios de sus ciudadanos rumbo a tierras bolivianas –este 2024 se celebran ambos aniversarios, así como los 70 años de establecimiento de la colonia de Okinawa, en Santa Cruz— ha escrito muchas páginas ya bajo el título de “apoyo a Bolivia”. Ahí está, para el ejemplo, el aeropuerto de Viru Viru que se construyó con un crédito japonés, deuda que finalmente fue condonada. Y, de más reciente data, allí se encuentra la carretera de Okinawa con una parte asfaltada y la otra de tierra: la que está concluida es la que Japón financió, mientras que la inconclusa recuerda el incumplimiento de las autoridades del nivel central y departamental que no dan señas de actuar pese a las protestas de los vecinos de Cotoca y de municipios del Norte Integrado.

La ruta nacional 7, que une Santa Cruz con Cochabamba, es parte de los corredores de exportación de Bolivia. Entre Samaipata y Mairana se levanta ahora una obra de ingeniería civil japonesa.

Proteger para develar

La obra de prevención de desastres es, en pocas y empobrecedoras palabras, un muro de contención. Pero no es un solo muro, sino 33 puntos de intervención, además de que hay que ver las obras irrumpir de pronto en el paisaje natural, ondular, acomodarse a la superficie de rocas, tierra y vegetación para entender que esas tres palabras pueden ser mucho más que la obra de albañilería que se suele ver en ciudades como La Paz.

Estéticamente, las estructuras llevan a pensar en Christo, el artista de las obras efímeras que solía intervenir inmensos monumentos culturales y naturales. Este muro no es efímero, ciertamente, pero igual que la tela sobre el Reischtag alemán o el nylon en las pasarelas del Parque Loose de Kansas City –que debió luchar contra la fuerza del viento– logra algo extraordinario: cubrir para develar.

Los cuadrados en los que se articula el concreto no obligan al cerro a encorsetarse, a desaparecer tras la regularidad de un muro, sino que lo abrazan en sus sinuosidades, sus hendiduras y abultamientos. Hay lugares en los que asoman enormes piedras, otros en los que destacan mallas de protección de acero, otros más en los que asoma el verde de la vegetación. 

La sensación estética responde, sin embargo, a objetivos técnicos. Como explica Takuma Momoi, primer secretario de la embajada asiática, Japón está expuesto a desastres naturales, como los terremotos, lo que motiva a sus científicos a buscar soluciones. 

Transferencia de conocimiento

En el informe de JICA se explica que “el Gobierno de Bolivia ha venido intentando realizar obras de rehabilitación posterior a desastres y mantenimiento de carreteras contratando constructores locales, sin embargo por carencia de tecnologías avanzadas para obras de contramedida y por limitaciones presupuestarias (…), no se han podido realizar intervenciones para prevención de desastres”. Algo que “hace pensar que es imprescindible recurrir a técnicas japonesas para construcción de caminos seguros y resistentes frente a desastres naturales”.

Eso es lo que se ha realizado en la Red Vial Fundamental 7, en tres secciones próximas entre sí e identificadas como 11 (60 metros longitudinales), 18 (223 m) y 19 (298 m). En el proceso de estudio y construcción se ha transferido tecnología desarrollada en Japón a personal de la ABC y a estudiantes de Ingeniería Civil de la Universidad Gabriel René Moreno. Kato Toshihiro, segundo secretario de Cooperación para el Desarrollo, expresa la esperanza de que las técnicas se repliquen para prevenir desastres en otras vías bolivianas. 

En la parte alta de las estructuras, que según el sector de que se trate alcanza 60 metros de alto, más y menos, asoman árboles, algunos muy pequeños todavía, que se suman a las técnicas para prevenir derrumbes. No hay azar en este trabajo, pues fueron precisos estudios de campo y consultas con biólogos de las universidades de Santa Cruz y Cochabamba para elegir la vegetación más apta.

Algo más. Está prohibido escalar el muro, como se advierte en placas ubicadas en distintos lugares visibles. No cabe sino envidiar al viento que puede trepar por la mole y entretenerse desafiando una creación humana que, como las obras de Christo, sorprende, fascina e interroga.

sábado, 7 de octubre de 2023

Inquietantes viejos

Sergio Mercurio, Rosimari Jacomelli y el Profesor.

¿Por qué las personas dejan sus sueños en cualquier lugar?, pregunta Sergio Mercurio desde el interior de la anciana Eduviges, una de las protagonistas del espectáculo Viejos. Y ahí nomás nos deja una tarea de vida.

Mabel Franco, periodista

Che, Sergio: Si el Profesor me invitase a subir al escenario, yo sé qué canción le diría que es mi favorita. Es un tango de Cátulo Castillo y Aníbal Troilo. Se lo diría de frente y también al público. No me pasaría como lo que he visto que les sucede a quienes han sido ya invitados y que de puro nervios no recuerdan ni quiénes son. Y no es que yo sea una enciclopedia de mi alma, sino que, luego de haber presenciado Viejos dos veces antes, me he preparado.

Para lo que no estoy preparada, Mercurio, es para la cantidad de preguntas, afirmaciones, acciones que dejan a su paso tus viejos y viejas. Cómo podría responderle a Eduviges cuando se tropieza con algo y dice: “¿De quién es este sueño? ¿Por qué las personas dejan sus sueños en cualquier lugar?”. Me llevará la vida que me queda encontrar las respuestas.

Debo confesar, poeta, que esta vez, durante la función en el cine 6 de Agosto de La Paz, quise atisbar en la técnica. Cómo haces para traspasar vida, aliento, a cosas inertes. Te he mirado, y también a Rosimarí Jacomelli, tu compañera, en momentos en los que debía mirar a Tronco o al Profesor. He notado y anotado tus gestos, la forma de acercar tu cuerpo o alejarlo del objeto/sujeto. He contado el tiempo que te permites abandonar al personaje sentado en pose cuidadosamente estudiada de manera que siga siendo alguien. Eres un artífice, pues.

Tu técnica, digo yo, Sergio Mercurio, está traspasada por tu actitud ante la vida. Eres curioso, te observas y nos observas para intentar comprenderte, comprendernos. No buscas, creo, entender solo, sino con los otros.

Pero, aunque me imagino las horas de horas de preparación de cada gesto, entiendo que no sería suficiente ese trabajo cuidadoso, ese saber hacer, para explicar por qué nos conmueve y hasta conmociona cruzarnos con esos Viejos.

Y, ya ves, siguen las preguntas difíciles, imposibles de contestar así nomás: ¿Por qué nos hace eco esa pregunta de ¿Quién se robó mi niñez?, que es parte de la letra del tango Tinta roja preferido por el viejo Profesor? ¿Por qué se nos congela la risa provocada por el locuaz Navaho que, entre otras verdades incómodas, nos lanza eso de que tampoco las culturas tradicionales respetan a los ancianos? ¿Por qué nos dan ganas de llorar, por lo que tuvimos o no, ante ese Abuelo y Nieto –pies con ojos y sentimientos— dialogando sin que medien palabras?

Tu técnica, digo yo, Sergio Mercurio, está traspasada por tu actitud ante la vida. Eres curioso, te observas y nos observas para intentar comprenderte, comprendernos. No buscas, creo, entender solo, sino con los otros. Por eso tu multiplicación en esos seres que animas y por eso tu persistencia para ponerlos a moverse entre el público.

Eduviges me ha preguntado esta vez si veía sus angelitos. Sí, le dije. No mentí, porque si bien la consulta me dejó helada en mi butaca, dije que sí porque los he visto muchas veces en tus actuaciones, desde los tiempos en que eras el Titiritero de Banfield. Para eso justamente, para verlos, es que yo vuelvo a tus obras como sé que hacen muchos de por aquí. Y juro que cuando la viejita gigante nos pidió a todos que mostremos nuestros propios angelitos, contuve la respiración para que los vieran ella, Rosy, tú y el público.

Mira si serás intenso que hoy, días después de haber asistido a Viejos, todavía pienso en qué responder a la opción: Temporaria o Permanente. Qué seré, ¿no?   

En estos tiempos en que el pesimismo nos gana, Sergio, presenciar cómo el Profesor se saca el corazón —como tú mismo en cada obra que entregas al público (y no sólo en el teatro, también en la escritura y en el cine La película de la reina)— me permite ponerme optimista. Los humanos no podemos ser tan malos, estar tan perdidos..

En fin. Voy a recurrir al tango, otro tango y van tres, para decirme que tal vez no sea cierto eso de que “La vida es una herida absurda” a condición de que no dejemos tirados nuestros sueños o, mejor, nuestra capacidad para soñar.


Nota publicada en la revista Rascacielos, septiembre de 2023

martes, 11 de abril de 2023

Ustedes, los del teatro

El presente texto fue incluido como presentación del libro "Nosotros, los del teatro", de Andrés Canedo, que fue publicado en Santa Cruz en agosto de 2021.

Foto: Inmediaciones.org


Mabel Franco Ortega, periodista

El presente es fugaz; se esfuma. Como la felicidad, no debería medirse en horizontal, sino en vertical, sabiendo que lo que importa no es cuánto dura sino cuán intenso es. El ejemplo de que éste podría ser el camino para hacer del presente algo eterno lo ofrece la memoria intensa de un hombre, Andrés Canedo, que no podía ser sino un teatrista, es decir un alguien que ha aprendido a lidiar con la fugacidad de un arte que es precisamente el momento y nada más, pero nada menos.

Andrés Canedo recuerda y todo cuanto ingresa en ese recuento de su memoria íntima se hace presente a través de la palabra escrita. Por una parte, lo recordado revive para quienes están implicados; pero por otra parte, la más importante y la que permite al libro trascender lo anecdótico, ese ejercicio de memoria otorga al lector de hoy y de mañana la oportunidad de sentir el latido vital de un conjunto de seres humanos que pensaron y respiraron teatro en esta geografía llamada Bolivia.

El poder evocador de la palabra del autor de “Nosotros los del teatro” es innegable. Tanto, que uno cree estar asistiendo a la entrevista en la que la directora Rose Marie Canedo explica al entrevistador Pedro Susz: “Hacer teatro en Bolivia equivale a emprender un viaje hacia lo desconocido”.

Caprichosos como son los recuerdos de cada quien, los de Andrés Canedo no responden a un orden cronológico. Las personas, los eventos, van desfilando libres y se van encadenando o no. Asoman así Líber Forti con su gusto por el pan, Norma Merlo bailando el vals en el escenario de “La cantante calva”, Pepe Ballón sirviendo una modesta mesa en Caracas para recibir a compatriotas teatristas, Matías Marchiori discutiendo intensamente sobre la obra que van a llevar a escena, Guido Calabi con uno de sus trajes de color amarillo… Presente, puro presente.

Hay mucho más sobre personas –actores, actrices, directores, dramaturgos, gestores- y sobre obras teatrales y sus circunstancias. El lector irá descubriéndolo a través del prisma de afectos del autor que así se desnuda a sí mismo. Y, como consecuencia deseable, habrá quienes tomen esos recuerdos como incentivos para saber más, para buscar y encontrar las pistas que expliquen lo que pasa hoy en las artes escénicas en Bolivia. Nada surge de la nada y, este libro lo afirma, se reflexionó bastante y se hizo mucho desde el lugar y momento que le tocó a cada quien como para que tanta vida se eche al olvido.

Ustedes, los del teatro, tienen un futuro porque hay un pasado que se hace presente, para el caso desde la intimidad de quien rememora, herramienta tan valiosa como la del dato histórico preciso, la estadística, la biografía objetiva.

miércoles, 5 de abril de 2023

Campo Lindo



En la zona paceña de Callapa se levanta una granja cultural que manejan Los Cirujas: Adalía Auzza y Rodrigo Mendoza. El arte teatral comulga allí con la vida.



Niño visitante de Campo Lindo juega con los perros protegidos en el lugar. 

Mabel Franco, periodista

En la ciudad francesa de Avignon, donde se celebra anualmente uno de los festivales de teatro más importantes del mundo, estructuras construidas por la iglesia católica y que se fueron quedando vacías por el alejamiento de fieles --crisis de fe-- han sido adaptadas como escenarios para el arte. Desde el magnífico Palacio de los Papas hasta pequeños templos son, tecnología de por medio, espacios equipados para responder a las necesidades de los artistas.

Una de esas estructuras, que cuando la conocí durante uno de los festivales era administrada por teatristas de la sociedad civil, había conservado el nombre de Capilla del Verbo Encarnado. Así la bautizó la congregación religiosa homónima, fundada hace más de 150 años con la premisa de que “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”.

No se me ocurre mejor figura para explicar lo que busca hacer el teatro: encarnar, dar vida a la palabra, al verbo. Y más aun: buscar la comunión entre seres humanos, permitir la trascendencia, acercarse a dimensiones que la cotidianidad esconde. Si eso no tiene un sentido espiritual, qué lo tiene. No digo religión, porque lejos está el arte de formar ejércitos sin capacidad para poner lo encarnado en crisis y ésta es la diferencia más importante.

No sé si algún día catedrales y templos de Bolivia puedan convertirse en espacios culturales. Lo que ocurre por ahora es lo contrario: hace tiempo que salas de cine se han tornado templos de militancia cristiana. Pero, y de esto trata la buena nueva, hay otros espacios donde lo espiritual se expresa y uno de ellos, quizás el más importante de todos, se llama Campo Lindo.

En la zona paceña de Callapa, a donde avanza la urbe borrando lo rural, sin planificación y por tanto exponiendo a los habitantes a desastres como los deslizamientos, se construye a diario una comunidad en la que la vida cotidiana y el arte comulgan y en la que el ser humano no está por encima de otros seres vivos.

Adalía Auzza y Rodrigo Mendoza --Los Cirujas, su nombre teatral-- son los gestores de Campo Lindo. Con sus manos han erigido, junto a albañiles, la casa que aprovecha material reciclado y que ocupa menos metros respecto del jardín y la chacra.

En el segundo piso de la casa se abre la sala teatral y para llegar a ella hay que recorrer living y comedor donde los muebles tienen nombre. Ese sofá es un Norma Merlo, ese estante es un Morayma Ibáñez... Los amigos están allí, plasmados en el mobiliario donado.

En ese espacio --donde también trabajan teatristas como Willy Vásquez y Edith Negrón-- se encarnan muchos verbos de vida: reciclar, sembrar la tierra, reaprovechar los desechos orgánicos, usar el agua de manera racional, hacer teatro. Hacer teatro, hay que destacarlo, especialmente para la niñez, un público que en Campo Lindo puede también cosechar habas o regar la siembra de papas.

En Campo Lindo se profesa el amor. Un amor que se expresa en el cuidado de la salud de uno de sus compañeros de labor, enfermo de cáncer, que va incluso más allá de lo que se espera de un amigo. Un amor que acoge a especies diversas de animales abandonados por otros: perros, gatos, burro. Hay gallos, gallinas y conejos que no son para comer. Hay sapos y ranas para los cuales se ha habilitado un estanque... Hay vida.

Las obras creadas por Los Cirujas ya hablaban, antes de Campo Lindo, de ese amor y responsabilidad: el cuidado de los recursos naturales, los conocimientos de pueblos antiguos habitantes de esta Bolivia, de esta Latinoamérica, que habría que conocer para actuar hoy, etc.

Los artistas de Campo Lindo tienen claro que son parte de un entorno, que tienen vecinos cercanos y lejanos con los cuales tienen que avanzar en esa construcción de una vida mejor para todos, no sólo para las personas. Para eso viven como viven y hacen teatro.

La realidad es, sin embargo, dura: si ellos reciclan, los vecinos contaminan. Si ellos adoptan animales, los vecinos los abandonan. Si ellos aman, los vecinos matan. La víctima más reciente ha sido Osa, una hermosa perra de Campo Lindo a la que alguien ha herido sin motivo y sin remedio.

Hay mucho por hacer y no parece justo que Los Cirujas lo tengan que hacer solos. Si hubiera un diezmo justo, yo lo pagaría a estos actores que encarnan, pese a todos los obstáculos, el verbo ser en positivo, con esperanza, con fe.

jueves, 30 de marzo de 2023

Pablo Paredes, productor cultural

El guitarrista Al Di Meola y Pablo Paredes.

Mabel Franco, periodista

A veces, dice Pablo Paredes que se pregunta: “¿En qué me he metido?”. Pero debe haber en él un irrefrenable placer en compartir con otros eso que a él le gusta: un cantante, una agrupación, una experiencia artística. ¿O no? A decir verdad, ¿acaso no todos sentimos la necesidad de mostrarle a alguien más lo maravilloso que es un libro o una película o un disco? Bueno, Pablo Paredes ha convertido ese impulso individual en una empresa, Sala A1, de ya larga vida en La Paz. Lo que es mucho mérito en un país que como el que habitamos parece poner más piedras que estímulos a quienes deciden hacer del arte –para el caso la producción de espectáculos-- su profesión.

En estos días, los afanes de Sala A1 tienen como meta el concierto que el guitarrista estadounidense Al Di Meola ofrecerá en La Paz. La cita está cerca: 12 de marzo, en el campo ferial Chuquiago Marka. Cabe esperar un lleno total, pues no todos los días es posible para nuestro mediterráneo espacio tener tan cerca a un artista de la trayectoria de Di Meola.

Al olfato de Pablo Paredes se le debe la presencia en Bolivia de Tangokinesis. Fue en 1996, en el Teatro Municipal Alberto Saavedra Pérez, cuando ojos y mentes se abrieron entonces a algo distinto relacionado con el tango. Quienes asistieron a las funciones recordarán el deslumbramiento de esa fusión con la danza moderna que propuso Ana María Stekelman. Inolvidable, simplemente.

Luego vinieron otros espectáculos, cuidadosamente elegidos: circo y acrobacia de Brasil, jazz y rock con Tony Levin, flamenco con El Cigala, jazz con Pipi Piazzolla y su grupo Escalandrum... Todo eso por citar algunas de las presencias que hablan de la amplitud de la mirada del productor y su capacidad para sintonizar no con las masas atentas a las tendencias, sino con la sensibilidad de un público dispuesto a libar, a saborear algo distinto, algo arriesgado.

Fracasos, dice Paredes, hubo algunos. Al final, esto de traer espectáculos no es ciencia exacta. Hay demasiados factores que tomar en cuenta y mucho más en Bolivia: aparte de buscar al público, ahí están, al acecho, una huelga, un bloqueo, un cerco, una crisis política, una incertidumbre económica como la que se vive ahora mismo en torno del dólar. Así las cosas, un evento planificado a veces por más de un año puede verse en la cuerda floja.

Pesa en contra también la inexistencia en el país de escenarios adecuados para ofrecer espectáculos en buenas condiciones y con el aforo que justifique la inversión. En La Paz, el teatro Saavedra Pérez ofrece la garantía técnica y su prestigio, pero queda chico con sus 600 butacas, de las que una parte importante está en áreas no muy deseables de anfiteatro y galería. ¿Adónde ir? Pues a un campo ferial que pudo tener un teatro en condiciones, pero desperdició la oportunidad y tiene lo que tiene nomás.

No ayuda tampoco la informalidad de quienes se llaman productores y no son sino estafadores o, en el más leve de los casos, improvisados mercaderes. El miedo del público de ser engañado está presente y es un factor que Sala A1 tiene que tomar en cuenta con los nuevos espectadores a los que quiere llegar. Similar miedo o desconfianza deben sentir los representantes de artistas internacionales cuando se les habla desde Bolivia. Bueno, Paredes y equipo tienen buenos antecedentes y la respuesta de Di Meola es la mejor prueba.

Traer artistas es, si se hace bien, acercar aires frescos y renovadores al país. Es un negocio y qué bueno que así sea; pero sobre todo es un servicio para una sociedad que necesita, tiene derecho, a vivir esos encuentros no solamente con el o los artistas, sino con los semejantes: para escuchar juntos, aplaudir juntos y salir de la sala con la sensación de haber alimentado eso que se llama alma.

Nota de opinión publicada en Página Siete el 9 de marzo de 2023

miércoles, 29 de marzo de 2023

Afrolibertad

Summertime ¿interpretada en contrapunto con la saya afroboliviana? Por qué no. Si la canción de Gershwin abrazada por el jazz tiene versiones de rock y dice google que también de disco y reggae, los tambores que en los Yungas resuenan como eco de la lejana África no tendrían por qué serle ajenos.

La saya afroboliviana Tambor Mayor en contrapunto con un grupo de jazz y un cuarteto de cuerdas. Foto: Vassil Anastasov.


Mabel Franco Ortega, periodista

Que todo es posible, que nada debería estar prohibido en materia de artes, es una verdad, aunque duela a los puristas y fanáticos de lo intocable. La cuestión, por supuesto, es saber cómo resulta la osadía. Pues, déjenme decirles que en el caso del jazz y la saya el resultado ha tenido, para mis oídos, la fuerza de una detonación liberadora.

La sorpresa de ese diálogo, que en simples palabras podría sospecharse forzado, algo así como la danza entre aire y fuego, fue revelada la noche del jueves reciente en una sala de la Cinemateca Boliviana convertida en espacio escénico para escuchar a la cantante afroestadounidense De-Ann Lott y una veintena de artistas bolivianos.

La velada musical fue parte de una serie de actividades del Festival Tawirandu Lus Araja (Escarbando los tesoros) propiciada por la Embajada de Estados Unidos en Bolivia en febrero, mes que en ese país es tiempo para rendir homenaje a las personas afrodescendientes que debieron luchar por sus derechos. Que todavía deben luchar, hay que decir, pues de discriminación, odio racial y otras violencias están llenos los días contemporáneos en EEUU. Y, para ser justos, en el mundo.

Las actividades, que han incluido proyección de películas de EEUU, exposición de obras de arte y de artesanías de creadoras afrobolivianas, además de un panel sobre historia, ha tenido la tónica de la interrelación. Qué pasa allá, qué pasa más acá, qué podría pasar si se conocen logros y retos mutuos.

En el caso de la música, la presencia de De-Ann Lott motivó el encuentro de su estupenda voz con los instrumentos de una banda de jazz formada por Roberto Morales, Pablo Soria Galvarro, Eduardo Navarre, Christian Laguna y Luis García, este último encargado también de la dirección. Subió a escena además un cuarteto de cuerdas integrado por los jóvenes Ana Carola Coss, Graciela Pineda, Bryan Vargas y Pedro Esteban Carrillo. Para interpretar en dúo sendas canciones, estuvieron Mimi Arakaki y Andrea Camacho. Y la saya afroboliviana Tambor Mayor intervino en dos momentos extraordinarios por lo inesperados, pero sobre todo por las preguntas que probablemente motivaron: ¿cómo es que no se nos ocurrió hacer algo parecido antes? ¿Cómo no se experimenta con lo que se tiene cerca? ¿Por qué será que no hubo afrobolivianas cantando u otros instrumentistas que no sean los de los tambores?

Invitación a volar

En 2005 y 2006, la Alianza Francesa en La Paz tuvo la iniciativa de acercar hasta estas alturas a intérpretes afrofranceses o africanos radicados en Francia, todos exponentes de la música contemporánea con raíces en la madre África. “De ida y de vuelta” se llamó la iniciativa y de ella todavía resuena la voz de Dobet Gnahoré, de Costa de Marfil, que ofreció una velada irrepetible por su voz, su danza, su grito de paz y el grupo de intérpretes blancos que la acompañaron. Llegaron luego los camerunenses Henry Dikongué y Zakaria Riahi.

Dikongué y Riahi no se limitaron a cantar y tocar, sino que viajaron a Tocaña para trabajar con las comunidades de la zona durante dos semanas. Escucharon su música, mostraron la propia y propusieron un diálogo, así como desafiaron a intentar nuevas búsquedas sobre ese reservorio que Riahi dijo que le recordaba lo recóndito de Angola.

Hubo una presentación en el Municipal y algo todavía incipiente de lo que era posible descubrir fue compartido con el público. Se informó entonces sobre los planes de un encuentro regional, en Colombia, y de seguir dialogando en Bolivia. No se pudo hacer esto último, pues alguien de la saya afroboliviana dejó dicho algo así como que no iban a permitir que se les dijera qué hacer, que no estaban dispuestos a que se atente contra su cultura…

Detrás de esa postura debe haber razones no suficientemente explicadas. No tenemos, desde fuera, derecho de juzgar, de exigir, de criticar. Menos cuando la saya afroboliviana ha surgido no sólo como expresión artística, sino cultural y política. Las sayas afrobolivianas no sólo nos mueven a bailar, sino que nos están diciendo que hay bolivianos y bolivianas distintos de los aymaras o quechuas y que tienen una identidad que es preciso entender como parte de la plurinacionalidad.

Sin embargo de lo dicho, se hace también inevitable pensar que aprovechar lo propio y de proyectarlo hacia algo nuevo –lo que se sienta y quiera que esto puede ser—, sin que represente un imperativo dejar de lado lo que ya se tiene, no puede ser algo malo. La invitación a volar no puede ser mala, menos si se siente que hay un lugar firme para volver y alimentarse.

One of these mornings

No todos los caminos musicales tienen que llevar al jazz; pero siendo éste una herencia de lo afro, ¿por qué no alimentar su complejidad desde lo afroboliviano? Se me ocurre que los resultados podrían ser sorprendentes, mucho más que sólo trasladar al jazz taquiraris o cuecas.

La presencia de De-Ann Lott como parte del Festival ha posibilitado a un auditorio pequeño –inevitablemente-- descubrir y disfrutar de su canto, su capacidad para interpretar, su sencillez, además de ratificar la profesionalidad de músicos bolivianos. Pero sería injusto que la experiencia desarrollada se quede allí, que se pierda en lo efímero. Por eso estas líneas que salen como expresión de esperanza para que dejemos de gritar para nosotros mismos que somos lo que fuimos. ¿Y si comenzamos a ser lo que podríamos ser?

El bum burubumbum de la saya afroliviana Tambor Mayor, subiendo o bajando el volumen para dialogar con cuerdas de conservatorio en la canción de negros escrita por un judío, nos está desafiando a darle el sentido vital al cielo: “One of these mornings/ You're gonna rise up singing/ You gonna spread your wings/ And take, and take to the sky”.

Esta nota fue publicada en la revista Rascacielos el 12 de febrero de 2023.

Virginia Ayllón, la Vicky

Virginia Ayllón. Foto: Claudia Daza

Mabel Franco Ortega, periodista


Cuando habla, parece que las ideas circulando por su cabeza se hicieran visibles, tocables. Como si el mecanismo de la producción de conceptos estuviese al alcance de quien la mira y la escucha. Las palabras que usa, cómo las enlaza y enfatiza así lo hacen sentir. Sabe mucho, mucho, como resulta evidente, pero la serenidad con que exterioriza eso que sabe la mantiene como una interlocutora generosa. Puede ser que tú sólo atines a decir “Ah”, “¿En serio?”, “¡Qué interesante!”, pero esta Vicky te escucha y tú te convences de que estuviste a su nivel en la charla. 

Reilona, diríamos los paceños. Risueña, diría el diccionario. Su lindo rostro moreno conquistó cierta vez al camarógrafo de un canal que, en una mesa de varios que hablaban sobre el Movimiento para seguir soñando, para seguir sembrando –del que ella fue parte vital-, se detuvo en la Vicky; se congeló en los primeros planos de ella sin importar que fuese otro el orador de turno. Su sonriente rostro de mujer gordita, como a ella le gusta ser, no la delgada a la que la obligó cierto periodo de enfermedad. Eso es amarse por encima de las presiones de la moda.

Estudiosa de la literatura, lectora, escritora, la Vicky fue dirigente universitaria de izquierda. Antes de sus 20 años estuvo presa durante la dictadura de Banzer y se escapó por un pelo llamado Víctor Hugo Viscarra de ser la víctima de García Meza. Por eso su amistad inquebrantable con el escritor de la calle, por eso su lealtad para no llenarlo de loas, sino para impulsarlo a que ese su don para traducir en letras sus vivencias adquiriese un nivel literario. Eso es ser amiga.

Alguna vez, en plena crisis de dinero, se animó a contrabandear relojes, contó como anécdota tragicómica. Pasó tremendo miedo ante los agentes de aduana mientras que a las otras personas en similar trance no se les movía ni un pelo; por suerte, la mercadería pasó y pudo venderla. La cena con la que festejó el logro, junto a su familia, se comió las ganancias y el capital. No cualquiera puede ser comerciante, decía valorando a las que saben serlo. Eso es reconocer los propios límites.

Madre de dos hijas, la Vicky confesó hace poco tiempo lo que demasiadas mamás tratan de esconder, sobre todo para ellas mismas: que están listas para volver a vivir solas, que ya han cuidado, que quieren dormir sin preocuparse por si los vástagos volvieron de la fiesta, por si limpiaron lo que derramaron. “Si no se van ellas, me voy a ir yo”, sentenció muy seria. Eso es escucharse.

Así es Virginia Ayllón Soria. De su feminismo, de su anarquismo, de su producción intelectual, que hablen los otros, las otras. La Vicky es fascinante también en la charla cotidiana. Se me ocurre que así han debido serlo aquellas bolivianas que sus investigaciones han ido devolviéndonos: Adela Zamudio, Hilda Mundy, María Virginia Estenssoro… Pero, un ratito, qué son pues estos trozos de cotidianidad que salen aquí casi como infidencias si no el reflejo de su capacidad de producir, de su anarquismo, de su feminismo. Es que la Vicky es nomás la coherencia andante.  


Virginia Ayllón Soria nació en La Paz en 1958.


Este retrato fue publicado en la revista Rascacielos el 5 de febrero de 2023.