Llamerada San Andrés. Gran Poder 2018. Foto: Mabel Franco |
Hay que ver cuánto se esfuerzan todos, aun los que se mueven en el terreno de la danza contemporánea, por ordenar, uniformar, igualar, sincronizar. Como si no se hubiesen percatado de que entre bolivianos es más que probable que reine un otro orden, el orden del caos.
Mabel Franco, periodista
No he tenido la ocasión de ver un solo baile encarnado por
cuerpos bolivianos, en la calle o en un escenario, a cargo de profesionales y
menos de aficionados, jóvenes o viejos, en el que los ejecutantes puestos a
sincronizar –es decir, moverse al mismo tiempo, como si fuesen uno- lo hayan
logrado. Ha dado lo mismo que fuesen bailarinas en pleno vals de los cisnes o morenos
fluyendo al son de sus matracas: nunca, pero nunca, los brazos se han movido
como los de Vishnu; siempre, pero siempre, las piernas en alto han alcanzado
ángulos dispares; jamás de los jamases las filas han sido rectas sino
serpenteantes e irregulares trazos… Un caos, se diría en tono de reclamo.
Algunas de las veces, esa falta de ansiada uniformidad
devela un defecto en los bailarines. Hay que ver la falta de dominio que tienen
muchos de ellos sobre sus cuerpos, producto de la falta de preparación, de
entrenamiento, de cuidado. Esto es fácil de ver en los denominados ballets
folklóricos, cada vez más numerosos, cuyos directores reclutan alumnos para
llevarlos al cabo de pocos meses a escenarios de representación, donde cobran
al público por verlos actuar. Como la mayor parte de ese público resultan ser
familiares de los bailarines, el rito se repite sin reclamos y, por tanto, sin
exigencias de calidad.
Otras veces, el defecto parece estar en coreógrafos y
directores. Hay que ver cuánto se esfuerzan todos, aun los que se mueven en el
terreno de la danza contemporánea, por ordenar, uniformar, igualar,
sincronizar. Como si no se hubiesen percatado de que entre bolivianos es más
que probable que reine un otro orden, el orden del caos.
Hace algún tiempo me tocó en suerte asistir, como
observadora, al último ensayo de una gran fraternidad de morenada. En el
inmenso local del oeste paceño, los bloques ensayaban sus pasos propios con su
propia música. Parecía una torre de Babel del folklore: ¿cómo iban a dialogar tantos
y tan diferentes grupos? Llegado el momento, la banda en directo se impuso y
todos, todos los bloques fueron uno: no es que hicieran la misma coreografía,
para nada, y ni siquiera iban a vestirse igual el día de la entrada; pero en su
diferencia ¡fueron uno!
Cholas antiguas, morenada. Gran Poder 2018. Foto: Mabel Franco |
Si tan solo capitalizáramos el caos, librándolo de la
improvisación y el descuido, otra sería la historia. Lo siento, pero nunca
haremos un pas de six decente, salvo
excepción: hay algo en la química y la física de los cuerpos made in Bolivia que se rebela. Por qué
insistir en ser lo que no somos, en ser como no somos, y más bien de una vez ponemos a
bailar al caos en tono de elogio.
Nota publicada en la revista Rascacielos de Página Siete
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