martes, 7 de marzo de 2017

Juanita Taillansier, la primera estrella del cine boliviano

“Creo que una muchacha, antes de casarse debe pensar en el divorcio. Es muy necesario. En la época del noviazgo jamás se llega a apreciar los caracteres. Todos los novios son ángeles caídos del cielo que se vuelven demonios en el matrimonio... Una mujer debe tener a mano un recurso que la salve del tormento de vivir totalmente decepcionada y sacrificándose por satisfacer solo un concepto social egoísta que exige todo sin dar nada”. Juanita Taillansier


Mabel Franco, periodista

El 16 de julio de 1907 nació en La Paz una niña a la que su madre, Felipa Guzmán, bautizó como Juanita. Hija única hasta los 26 años (cuando llegó al mundo su hermana, Teresa Guillén Guzmán), con un padre, monsieur Taillansier, que muy pronto desapareció de la vida de la familia, Juana creció en un hogar que igualmente la mimó y le auguró una vida de éxitos y felicidad. No en vano, según hacía notar su madre, Juanita tenía dos coronas en la cabeza (remolino que forma el cabello en la nuca).
Se educó en el Instituto Americano, donde asistió al internado y pronto destacó por su carácter alegre,  travieso. Muchas veces le encomendaron papeles en las comedias que se solía montar en el colegio. “Dicen que lo hacía bien”, le contó al periodista del diario paceño Última Hora que la entrevistó en 1931, a raíz de la película protagonizada por ella y que se había estrenado un año antes. “Ése fue suficiente título –recordó su desempeño en aquellas obras estudiantiles- para que me solicitaran filmar Wara Wara”. 

Taillansier como Wara Wara y José María Velasco Maidana como Tristán de la Vega, en el lago Titicaca.

Juanita Taillansier es, puede afirmarse, la primera actriz del cine boliviano. Y la única, en rigor, con un papel protagónico.
Su rostro en la gran pantalla animó el de la princesa inca con nombre de estrella que, en tiempos de la Conquista, se enamora del capitán español Tristán de la Vega. Éste, prisionero de los nativos. en algún lugar del lago Titicaca, caerá también rendido ante la belleza y dulzura de Wara Wara, tal como la obra de Antonio Díaz Villamil (La voz de la quena) lo dejara asentado antes de servir de base para el guion del film.
La película, dirigida y coprotagonizada por José MaríaVelasco Maidana, tuvo gran eco en su tiempo. Pero luego sobrevino el olvido casi absoluto (salvo notas de prensa y alguna que otra foto), dada la desaparición física de la cinta.

El milagro que fascina
Cuando seguramente las esperanzas de recuperar el film se perdían, Pedro Susz, como cabeza de la Cinemateca Boliviana, fue convocado en 1986 por un nieto del ya fallecido Velasco Maidanam (murió en EEUU), para revisar un viejo baúl, legado, que había permanecido oculto, del pionero de las superproducciones en Bolivia. Allí fue encontrada Wara Wara, entre otros materiales (trozos de La profecía del lago, por ejemplo, la primera película silente boliviana), aunque en rollos de nitrato sin editar. En los años 90, con el apoyo del Goethe Institut de La Paz, se inició un largo proceso de restauración.
Esta parte de la historia de la película ha sido contada varias veces, pero nunca deja de ser fascinante, quizás porque tiene un final feliz: hoy está bien protegida y al alcance de todo aquel que desee asistir a la historia de amor de la joven Wara Wara.

Estrella fugaz
Cuando Juanita Taillansier daba vida al personaje de la película silente, en el mundo se imponía ya el cine sonoro. Aquel 1930 fue el del estreno de El ángel azul, la primera película europea con sonido propio protagonizada por Marlene Dietrich. Y en Hollywood conmovía Anna Christie, con una Greta Garbo que se haría de un Oscar por su actuación.
No hace falta decir que de esas actrices –e incluso de Pola Negri, cuya película “muda” en la que se la describía como sublime y perversa se proyectaba en La Paz al mismo tiempo que Wara Wara- se sabe hoy más en Bolivia que de la Taillansier. Es cierto que, a diferencia de la estrella local, las divas extranjeras se convirtieron en tales por el impulso de una industria cinematográfica que en Bolivia nunca pudo concretarse.
De hecho, Juanita, pese a los comentarios de que su trabajo revelaba una “original habilidad” (Última Hora, enero de 1930) y que era “una actriz cinemática (sic) de muy buenas condiciones” (septiembre de 1931), tuvo en Wara Wara su debut y despedida.
La sobrina y ahijada de Juanita Taillansier, Janne Marie de la Riva guillén—hija de la hermana de la actriz, Teresa Guillén Guzmán, se animó en 2002 a publicar un librito (Wara Wara, memorias) en el que recogió los recuerdos sobre aquella mujer que le eligió el nombre, que le contaba historias fantásticas y que solía mostrarle las fotos y recortes de prensa de la aventura cinematográfica de su juventud.
 

¿Cómo era, pues, Juanita? 

Juanita Taillansier en su juventud.
Dominaba el idioma inglés como si fuera el propio. Esto la llevó a trabajar en la Embajada de Estados Unidos y luego en Air France, donde conquistó el corazón del ciudadano francés Alfred Bricout, gerente de la empresa, con quien se casó.
Tal como había deseado desde pequeña, la joven madame Bricout cruzó el océano para llegar a la tierra de su misterioso padre. De la Riva cree recordar que en esa travesía la pareja llevó la copia de   Wara Wara para que la familia francesa la viera. Falta saber si quedó en París y si alguien todavía la guarda. Lo cierto es que Bricout murió en La Paz luego de una larga enfermedad, unos años después de concluida la Segunda Guerra Mundial, y Juanita quedó viuda y sin hijos. 
Juanita, antes de conocer a quien sería su compañero, había respondido al interés de la prensa sobre su noción del amor: “Tengo tan alto concepto de él que, me parece, sólo amaré una vez”. Y así mismo fue. 
Los esposos Bricout.

Un alma llena de ternura
Si de niña y de joven adoptó a todo animal que se puso en su camino: un puma de circo, un burro maltratado, en su edad madura llenó la casa que le compró su esposo (en la calle Belisario Salinas, casi avenida Arce) de perros, una gata, conejos y hasta gallinas.
De la Riva, que nació en 1958, atrajo la ternura de la tía. “La recuerdo claramente como parte de los años felices de mi niñez”. Y “me parece verla acostada, por las noches, apoyada en sus almohadas, una larga y otra cuadrada, una sobre la otra...” Era el momento “en que se friccionaba las manos y el rostro con cremas y bebía un poco de agua fresca de una botella de cristal que tenía sobre su mesa de noche”. Antes había tendido “su colcha de vicuña, y envuelto su camisón en una botella de agua caliente; apagaba las luces de toda a casa y, acompañaba de su perrito que la seguía a todas partes, se venía a acostar a mi lado”.
Era el momento de las historias de su propia vida que podían parecer argumentos de una película. Como la vez que, solía repetir, un extraño hombre se presentó en su habitación y le dejó un mensaje para la Embajada de Francia. Juanita se enteraría luego de que era el fantasma de un enviado del país galo, fallecido en un accidente de avión, que había reclamado su ayuda.
El amor por Bolivia, del que la actriz hablaba a sus sobrinas constantemente, inspiró a Jeanne Marie, dice ella, y la prueba está en su dedicación al Centro de Terapias Naturales en el que rescata los saberes ancestrales de las culturas andinas.
Juanita Taillansier era una mujer de carácter y parecían rebelarle los prejuicios de la sociedad en que vivía. Eso mismo la habrá impulsado a aceptar el papel de una indígena que enamora a un blanco español. La sociedad de la época terminó por aceptar la historia, como no hizo años antes, cuando rechazó la propuesta del propio Velasco Maidana, La profecía del Lago, pues no estaba dispuesta a presenciar, ni en la ficción, que un pongo y una “patrona” se enamorasen. Se dice que otra joven rechazó el rol de Wara Wara por las críticas de la "sociedad", y que Juanita fue llamada entonces.
“Puse en ello -en dar a Wara Wara- toda mi alma, toda mi voluntad”, dijo la actriz al periodista. “Cumplí todo el trabajo que me encomendaron y en momentos en que el propio empresario desfallecía ante las dificultades de la labor emprendida, era yo misma que exigía la continuación tenaz hasta conseguir el éxito”. 
Nota de puño y letra de Velasco Maidana en la que agradece a la actriz de Wara Wara
"por su entusiasmo y su alta comprensión artística".

Todos los días de descanso de Juanita, durante más de diez meses, tuvo que ir a filmar.  En ese tiempo se codeó con artistas y bohemios que se vistieron también de indígenas y españoles: Arturo Borda, Emmo Reyes, Juan Capriles, Guillermo Viscarra Favre, Marina Núñez del Prado, Humberto Viscarra Monje, entre otros.
La joven fue también de las pocas que salió de su casa para trabajar, como secretaria, en aquellos años en que ellas estaban destinadas a cuidar del hogar. Y no dudó en expresar su deseo de ser piloto de avión luego del vuelo que hizo por invitación de un miembro de Air France, para espanto de su madre.
Sobre el divorcio, opinó públicamente en sus días de soltera: “Creo que una muchacha, antes de casarse debe pensar en el divorcio. Es muy necesario. En la época del noviazgo jamás se llega a apreciar los caracteres. Todos los novios son ángeles caídos del cielo que se vuelven demonios en el matrimonio... Una mujer debe tener a mano un recurso que la salve del tormento de vivir totalmente decepcionada y sacrificándose por satisfacer solo un concepto social egoísta que exige todo sin dar nada” (UH, abril de 1931).
     

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