Sentada en una caja de dinamita, Mabel Rivera
hacía las tareas que le encomendaban en la escuela Vicenta Juaristi
Eguino, de Corocoro. Ella y sus seis hermanos menores nacieron en esa
población de La Paz, provincia Pacajes, donde sus padres se habían
instalado en la primera mitad del siglo XX. El papá, Juan José Rivera,
era químico e ingeniero de minas y ocupaba el cargo de Jefe de
Laboratorios de la empresa que explotaba el cobre. La mamá, Olga
Salinas, pintaba y recitaba versos.
“Tengo los
recuerdos más lindos de mi hermoso pueblo; no olvido, por ejemplo, a mi
compañera de curso, Dolores Huaylluco, que vivía frente a mi casa y que
era la mejor alumna de la escuela. A diario, yo, que obviamente era
medio vaga, cruzaba la calle para hacer las tareas con ella. La mamá de
la niña tenía una tienda de abarrotes y allí, en un rincón, nos
poníamos a estudiar”.
La madre de Mabel murió en
Corocoro, la familia entera se trasladó a la ciudad de La Paz, “y yo fui
una más de las estudiantes de secundaria del colegio Sagrados
Corazones”.
“Se nace con una vocación, ésta no se
hace”, sentencia la directora de teatro, sentada en su piso del edificio
de la avenida 20 de Octubre que tiene una vista panorámica del Illimani
y de parte de la zona de Sopocachi. Así responde a la cuestión de en
qué momento decidió dedicarse al arte de Thalía. “De niña, encarné a
Vicenta Juaristi (heroína en la lucha por la independencia de La Paz, en
el siglo XIX). De joven, entré a estudiar al Conservatorio Nacional de
Música, donde había un departamento de Declamación. Fui alumna de Carmen
Caba, la directora, quien estaba casada con el gran compositor Eduardo
Caba (1890-1953), y, como mi amigo Ignacio Duchén de Córdova (maestro ya
fallecido), di recitales y viajé por el país”.
Un
día, “dije basta, hasta aquí llegué” y se dejó llevar por el teatro;
“nunca como actriz, tenía miedo de recitar más que actuar”, sino por la
dirección. En su colegio, tomó a su cargo el trabajo con niños a quienes
introdujo en la actuación.
En tales circunstancias,
cuando corrían los primeros años de la década de los 70, con una
televisión boliviana en pañales, pero con gente entusiasta en su afán de
producir, el trabajo de Mabel Rivera llamó la atención de Javier Jordán
Jimeno. Este hombre —que murió en España, luego de años de haber
trabajado para la televisión pública de ese país— era por entonces el
presidente de la empresa estatal. “Cierto día vino a mi casa a
proponerme un programa para niños. Pensando en qué hacer, se nos ocurrió
montar un teatro para la televisión. Había que elegir el nombre del
programa y qué mejor, nos dijimos, que el de ese personaje bello y
travieso: el arlequín”.
Las fechas se mezclan en la
memoria de la directora. Y no es fácil cotejarlas con documentos, pues
no hay muchos de la historia de la televisión boliviana . “Trabajé
durante 13 años en la televisión. Los primeros ocho, cada semana
difundimos una obra infantil y, luego, los restantes de ese periodo,
hicimos un programa mensual de teatro para adultos… Lo veo a la
distancia y me digo: ¡Qué valientes!”.
El Arlequín se
difundía el sábado, de 17.30 a 18.30. Actores vestidos como el
personaje de la Commedia dell’Arte salían al compás de La marcha de los
juguetes, de Victor Herbert. Siempre hacían algo distinto, pues debían
resumir el argumento de la obra que venía a continuación.Mabel Rivera
tenía la colaboración de Martha Torrico, la bailarina de ballet que
entonces era profesora de expresión corporal. Entre ambas montaron un
estudio de arte escénico por el que pasaron decenas de niños. Algunos de
ellos se unieron a las obras que eran representadas por jóvenes y
adultos.
Fueron muchas obras. La Caperucita Ye Ye
estrenó el espacio; la protagonista era Yumei Mustaffa, sobrina de Mabel
Rivera, “la hija de mi hermana, hoy mamá de dos jóvenes
universitarias”. La versión combinaba la actuación con las canciones de
la española Martha Baizan.
Yumei Mustaffa en "La historia de la muñeca abandonada" que se produjo para la Tv Boliviana. |
Luego vendrían La
cenicienta pop, El flautista de Hammelin, El principito, Las zapatillas
rojas; cuentos de Oscar Wilde, como La rosa y el ruiseñor… Pero “de todo
cuanto hicimos, el éxito entre los niños tuvo que ver con Las
travesuras de Till Eulenspiegel, un pillo simpático e irreverente”.
Till, personaje del folklore alemán, fue encarnado por Luis Bredow, y
Gonzalo Sánchez dio vida a su mejor amigo.
Semana
tras semana, el público siguió a Till; “Bredow me contó que cierto día
en que llevó a sus hijos al tobogán que había en el exparque Zoológico,
unos chicos se le acercaron y le pidieron que, ya que era tan bueno, les
pagase unas cuantas subiditas”. El propio actor recuerda que cuando le
propusieron el papel, él pensó que difícilmente una historia alemana,
con personajes vestidos a la usanza medieval, iba a calar en el gusto
del público. “Pero ocurrió lo contrario, tuvimos muchísimo éxito; los
chicos me saludaban en el colectivo: ‘Hola, Till’ y era muy
gratificante”.
Las travesuras de Till Eulenspiegel es
la primera miniserie hecha en Bolivia que, además, se vendió al
extranjero. Un canal de Paraguay compró los ocho capítulos al Canal 7.
Si se siguiesen los rastros, tal vez en ese país se conserve el material
que ha desaparecido en Bolivia.
Tal desaparición,
por lo demás, fue casi inmediata. “En ese tiempo, una empresa de
gaseosas quiso comprar las obras, pero no pudo pues todas se habían
borrado, ya que el canal usaba los mismos carretes (cinta) para grabar
otros programas”.
Las grabaciones se hacían en el
estudio que tenía la televisión estatal en El Alto. “Eran instalaciones
muy buenas. Se podía armar tres sets, montar luces y disponer
escenografía incluso arquitectónica (tridimensional) gracias a la
parrilla con que contaba el lugar”.
La hermenéutica
de trabajo era casi un rito. De martes a viernes, ensayos. El domingo,
Mabel Rivera iba a montar el sonido con Waldo Vargas y las luces con
Humberto López. El lunes se podía grabar todo el día; “empezábamos muy
temprano en la mañana y estábamos hasta terminar”. En esa jornada, los
realizadores guiaban la grabación, pero junto con Rivera, que antes les
había explicado la puesta en escena. Tal explicación se repetía para
los dos camarógrafos, de manera que todos supiesen qué hacer.
“Durante los primeros años, no se realizaba labor de edición, la cámara
registraba todo de un tirón y había que estar muy atentos. Si algo
fallaba, no se tenía más remedio que grabar nuevamente desde la entrada
de los arlequines. Era un trabajo serio y difícil; pero la gente del
canal se portó de maravilla, siempre”.
La empresa
estatal producía el programa, es decir, corría con todos los gastos de
vestuario, escenografía y actores. “Y soportaba nuestras ideas, como
cuando hicimos Till y, además de la utilería del caso, a cargo de mi
hija Marcela, llevamos animales vivos: chanchos, patos, gallinas,
pollos, conejos; los cerdos se comieron cierta vez el piso de vinil del
estudio”.
Roberto Cozzi, Federico Prudencio, ambos
escenógrafos, los realizadores Roberto Velasco, Humberto López,
Gualberto Blanco… Los nombres están grabados en la memoria agradecida de
la directora, lo mismo que los de los actores que la acompañaron en esa
aventura de la televisión boliviana.
Inolvidable Juana
“Trabajé con Norma Merlo, Morayma Ibáñez, Hugo Ara, Leonardo García,
Elizabeth Monasterios, Gloria Morales, Matías Marchiori, Andrés Canedo y
tantos otros. Mi hija Carmen, que es bailarina de ballet, hizo de
Desdémona en la obra de Shakespeare, con Gonzalo Sánchez como Otelo y un
increíble Yago a cargo de Daniel del Castelo”.
"Otelo" con Gonzalo Sánchez (der.) y Daniel del Castelo como Yago. |
Otelo
es parte del teatro para adultos que se difundía los sábados de 21.00 a
22.00 e incluso a 23.00, según la duración de la pieza. En este tiempo
ya se podía editar. Entre otras obras, se montó Macbeth —con Matías
Marchiori en el papel principal y Gloria Morales como Lady Macbeth—y
Santa Juana de América.
“Norma Merlo hizo una Juana
inolvidable”, suspira la directora. Era 1979 y la actriz argentina, para
entonces una boliviana más, encarnó a la revolucionaria chuquisaqueña
con tal pasión que, como ella misma contó, el personaje la absorbió aun
fuera del set. Merlo recordaba no hace mucho que en esos días, al pasar
por el Palacio de Gobierno en la plaza Murillo, y ver a los colorados
cuadrándose, pensaba que lo hacían por ella, por la teniente coronel.
Rivera añade: “Filmamos exteriores en Achocalla. La escena en la que
Juana entierra a sus hijos nos sobrecogió a todos. Norma rascaba la
tierra y se la frotaba en los brazos hasta el grado de lastimarse. Le
dije que no era necesario; pero ella me contestó que estaba expresando
el dolor de una madre, que la dejase hacer”. En otro momento, “cuando
ella se despide de Manuel Ascencio Padilla (Germán Calderón), con un
“hasta pronto, mi comandante”, y uno sabe que es el adiós final, la
emoción era tal, que todos nos quedamos en silencio, mientras las
lágrimas corrían por las mejillas incluso de los camarógrafos”.
Para Santa Juana de América, Rivera contó con la colaboración de las
Fuerzas Armadas. El Comandante (Luis Arze Gómez, nada menos), que pronto se haría famoso, la recibió
en el Colegio Militar y en persona la asesoró en la elección de armas,
una carpa y el uso de los grados para el ejército español. Al salir con
la carga, el militar le hizo una broma: “Señora, si la ven con tantas
armas van a creer que usted está conspirando”. “Será con usted,
coronel, porque yo sola...”.
Dicho y hecho
Por el aniversario del nacimiento de Azurduy, el 12 de julio de 1980,
Rivera decidió volver a pasar la obra. Unos días más tarde, el 17 de
julio, la directora fue recibida en el canal por Eduardo Pachi
Ascarrunz, con la noticia del golpe de estado, encabezado por Luis
García Meza. Las escenas de interiores de la obra se grabaron en video y
los exteriores, con caballos y una jinete que dobló a Merlo en los
episodios de cabalgata, en cine.
Después de una
pausa obligada por el golpe, El Arlequín de adultos volvió al Canal 7
por un tiempo más, en el que, ya con la televisión a color, produjo las
obras El delito en la isla de las cabras, Fedra y La señorita Julia,
entre otras.
“Sabe Dios cuánto hicimos y nada queda.
El canal estatal no tiene memoria”, lamenta la teatrista. Lo poco
que
queda son fotografías y recuerdos.
El tiempo de los musicales en el teatro
Mabel Rivera trabajó en el Instituto Boliviano de Cultura (hoy el
Ministerio de Culturas), primero a cargo del taller de teatro para niños
y luego de la dirección del Taller Nacional de Teatro. Estuvo al
frente durante 29 años, hasta su jubilación.
En ese
cargo hay otra historia que contar de esta mujer que está casada hace
casi 60 años con el radialista Mario Castro, otro de los pioneros de la
televisión boliviana. En la familia Castro Rivera hay dos hijas, cuatro
nietos y pronto una bisnieta que se llamará Belén. Como cabeza del
taller, Rivera dirigió solamente tres obras, una de ellas la entretenida
Gianni Schichi, pues optó por invitar a colegas (Carlos Cordero,
Maritza Wilde, Ninón Dávalos, Laly Anker y otros) para que los
estudiantes y el elenco que se formó experimentasen distintas maneras de
abordar una obra.
Como El Arlequín, ya para el
escenario teatral, la directora se puso al mando de musicales, uno de
ellos de enorme éxito de público: El hombre de la mancha (37 funciones),
en los años 80. Vinieron luego Amor sin barreras, Los miserables y
Notre Dame.
Hoy, deseosa de montar una obra de esas
características, Rivera se toma un largo respiro. Se dice satisfecha por
todo cuanto le ha dado el teatro, aunque lamenta que el Estado no haya
respondido a la inquietud de los artistas de lograr una titulación por
los años de estudio que pasan en el Conservatorio, Bellas Artes, Ballet
Oficial y el ya desaparecido taller de teatro.
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