Quienes han pasado por el festival intercolegial de teatro que organiza el colegio La Salle de La Paz, sea como espectadores, jurado o participantes, seguramente entienden qué representa encarnar un verbo en tiempo juvenil. Tal experiencia no se puede transmitir con palabras; hay que estar allí, en el lugar de la representación, en directo, conjugando también, en gerundio. Lo bueno es que oportunidad hacia adelante, hay. Y está el Hno. Pedro para mantener el verbo vivo.
Obra,Yerma, del colegio San Calixto. 2014.
Mabel Franco, periodista
Recetas para formar seres humanos
dispuestos a construir una sociedad mejor no parece que existan. Pero espacios
que dan esa oportunidad, sí, y uno de ellos es el teatro. Como ningún otro
arte, éste basa su sentido en un verbo clave para tal objetivo: encarnar. Quien
hace teatro encarna ideas, sueños, vida: algo de la propia, claro, y muchas ajenas; mira y
siente el mundo con un detenimiento y una sensibilidad que quizás no se permitiría
de otra manera; piensa en el pasado, el presente y el futuro y, en un esfuerzo
que es a la vez arte y comunicación, construye un puente para
llegar al otro, al espectador.
Que un espacio así se abra para estudiantes de
colegio, para adolescentes que están mirando el mundo con ilusiones,
entusiasmo y energía quizás irrepetibles, es una excelente idea. En ese objetivo se ubica el Festival
intercolegial “Indivisa Manent”. Tal su valor, su estratégica importancia, su
apuesta por el arte como herramienta pedagógica y expresiva.
¿Qué se ha hecho evidente en el “Indivisa Manen”
gracias a su continuidad? De manera general, el entusiasmo de maestros y estudiantes
para trabajar por un mismo objetivo. De manera particular, el compromiso de
ciertos maestros para perseverar en ese trabajo, a veces incluso sin el
respaldo pleno del establecimiento. No vale la pena dar nombres; basta con
revisar los programas para constatar la repetición de algunos de ellos, prueba
de un compromiso no de una obligación pasajera. Por supuesto, el del Hno. Pedro
Jiménez es un nombre insoslayable en este sentido: es el creador del festival y
quien lo sostiene porque cree en los jóvenes y cree en el poder del teatro para
ayudarlos a pensarse, a descubrirse y no sólo como artistas, que hay muchos que
han tomado ese camino anidados por el Indivisa Manent, sino como seres humanos
con ideas propias.
Obra Oniria del colegio Alemán, 2016. Foto, Mabel Franco. |
Otra constatación tiene que ver con el proceso de
preparación de una obra. Hay maestros o maestras que se entusiasman con el
proyecto, que eligen la obra y apelan a los alumnos para “hacerlos actuar”. Dos
resultados se han visto en el festival: chicos y chicas reproduciendo
“clásicos” internacionales o nacionales sin sentirlos en verdad, repitiendo
textos que no los representan, que no los interpelan; o chicas y chicos
haciendo eso mismo con textos armados por el docente con un tono moralista y
didáctico. Son experiencias poco encarnables, que se viven casi como una carga
o, en el mejor de los casos, como un pasatiempo sin consecuencias.
En contraparte, hay establecimientos en los que el
teatro es entendido como una oportunidad para crear en conjunto: que los adolescentes
asuman sus roles, que busquen por ellos mismos los temas y las formas de
representarlos; que experimenten y encuentren. A veces, un texto preexistente
ha sido traído a sus vidas motivándoles a darle nuevos sentidos, sentidos propios
más allá de lo que habrá pensado el autor, a veces el grupo ha creado la obra
de manera colectiva y entonces no hay más que decir acerca de la encarnación.
El jurado, porque el “Indivisa Manent” es un
concurso, una competencia, muchas veces ha fallado en favor del segundo tipo de
obras. ¡Bravo! Otras veces, pocas por suerte, ha errado y se ha dejado seducir
por la copia bien hecha del teatro costumbrista, por ejemplo. ¡Mal! Los organizadores
del colegio La Salle, con el Hno. Pedro siempre presente, jamás han intervenido
para influir de ninguna manera, prueba de su generosidad, de su confianza en la
mirada del otro que, eso sí, han ido educando con el propio festival: renovando
a los miembros del jurado, pero convocando asimismo a ciertas personas más de una
vez, de manera que puedan aprender de tanto mirar y remirar el teatro
estudiantil.
Urge la sistematización de cuanto se ha vivido en el
festival, de manera que nuevas generaciones de docentes y de estudiantes
conozcan esta historia. Que la conozcan también los periodistas culturales,
ajenos de todas maneras a vivencias así de intensas. Que la aprecie el público
en general, a ver si así aprende a valorar a los “menores” de una sociedad que
tiende a ningunearlos, a dejarlos en la congeladora mientras se espera que
“maduren”.
El festival, si es seguido con atención, con la
misma persistencia con la que el Hno. Pedro lo organiza año tras año,
seguramente que va ayudar a echar por tierra muchos prejuicios acerca de la
educación, de la juventud, de la cultura, del arte, del teatro, de la vida
misma. No es una exageración, aunque para verificarlo hace falta atraer a los
espectadores, asegurarse de que se hable del encuentro por todos los medios
posibles, que los estudiantes de otros colegios vean las obras, que hablen de
ellas en el aula, que las critiquen y que de paso vayan convenciéndose de la necesidad de exponerse
al arte.
Por ahora, esto último tan deseable no sucede. Es
cierto que muchos de los adolescentes que pasaron por este escenario son
quienes, ya adultos, dan vida a la actividad teatral y cinematográfica del país. La lista de
nombres crece. Pero es el espectador el que todavía no se beneficia de un
espacio tan intenso. ¿Por qué? Una de las razones es la difusión que, hacia
adelante, debe ser más agresiva. Es mucha energía la que se desperdicia cuando
no todas las butacas se llenan.
Quienes han pasado por el festival, sea como
espectadores, como jurado o como participantes, seguramente entiendan qué representa encarnar un verbo en tiempo juvenil. Lo triste es que tal
experiencia no se puede transmitir con palabras. Hay que estar allí, en el
lugar de la representación, en directo, conjugando también, en gerundio. Lo
bueno es que oportunidad hacia adelante, hay. Y está el Hno. Pedro para
mantener el verbo vivo.
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