Mabel Franco, periodista
Cuatro hombres, contemporáneos de 40 años, se encuentran con
la familiaridad que les da una amistad de juventud. El departamento de uno de
ellos, Pedro (Fernando Arze), es el lugar en el que se produce lo que en verdad
es un reencuentro. No se ven a menudo, aunque cada quien asume que, como los
mosqueteros, son todos para uno.
Pedro tiene un problema delicado: las autoridades de
Cultura, para las que él trabaja, le reclaman la devolución de obras de arte que
mediante un sistema de regalos entre empleados llegaron a sus manos. Sólo que
ahora, los cuadros del artista antes despreciado y ya muerto están en alza, así
que dichas obras valen demasiado dinero.
En esas circunstancias cae en el departamento Juan (Luigi
Antezana), político que ha dejado su hogar para que se enfríen los reclamos de
la esposa por su infidelidad. Los dos elucubran la manera de ayudar a Pedro y
se les ocurre que necesitan un buen abogado. Se acuerdan entonces de Tomás
(Cristian Mercado), aunque saben de sus problemas de drogas y alcohol.
El cuarto hombre, Martín (Gory Patiño), entra en escena porque está a punto de
estrenar una obra teatral y apela al trío para que lo acompañen.
“Todo Blue”, esa forma de saludo para decir/preguntar que todo
va bien, da nombre en Bolivia a la obra de la dramaturga holandesa Maria Goos
titulada originalmente “Cloaca”. Paolo Agazzi, el cineasta que se estrena como
director teatral, decide arrancar por la paradoja, un acierto pues así la
descomposición paulatina es mucho más dura y motivo de descubrimiento para el
espectador.
Veamos ahora el proceso.
Una puesta realista deslumbra visualmente. El departamento
es de lujo; tiene que serlo, pues Pedro se ha confiado en los cuadros, algunos
de los cuales ha vendido, y vive por encima de sus posibilidades de empleado
público. Agazzi logra mantener el tono y así, si se toma té, se toma té; si se
abre la puerta que da al pasillo, la luz externa entra… Coherencia, pues, que
los teatristas noveles tendrían que tomar en cuenta.
Pedro es gay. Lo saben los amigos y lo sabrá el espectador
por detalles de extraordinaria sutileza. Nada de parodias o caricaturas del
homosexual, sino gestos propios, actitudes que lo pintan de cuerpo entero en
contraposición con el resto. Si sus amigos pone los pies en los muebles, dejan objetos
regados, Pedro limpia y ordena compulsivamente su espacio. Arze hace un trabajo
de construcción del personaje igualmente sutil, al grado de imponerse al resto
del equipo de buenos actores. Es, quizás, de lo mejor que se le ha visto en
escena.
Juan, el político, es lo opuesto. Su desprecio por los demás
se lee en sus pequeñas actitudes, se adivina aun antes de que explote en actos
y palabras. Antezana está en el papel, aunque habrá que decir que en los primeros
días del estreno era evidente que hacía falta fogueo para que no sólo las
actuaciones individuales sino las relaciones entre personajes sean más seguras.
A estas alturas, de gira por el país, seguramente se habrá logrado. Es lo bueno
del teatro.
En el duelo de ambos personajes, la presencia de los de
Mercado y Patiño ayuda a redondear, discretamente, esa sensación de mentira, de
vacío, de no estar ninguno para el otro.
La mano de Agazzi se siente en la dirección de actores,
queda claro. Y en el cuidado meticuloso de lo que se ve en escena. Pero tiene
mucho que aprender del tiempo teatral: dos actos resultan demasiado, más si
para dividirlos se apela a un video de los amigos en su juventud. Si la idea es
marcar los contrastes, los absurdos, no funciona pues, aquí sí, en los
bailarines disco, se cae en lo caricaturesco. Y duele (teatralmente hablando),
pues la intención de estas imágenes, ya ha hecho efecto en la mente del
espectador por todo lo visto en carne y hueso.
Otra escena que se siente larga (tiempo teatral) es la del
“regalo” de los amigos para el cumpleañero: una mujer que hace su streeptease
estereotipado. Por supuesto, el machismo que es lo que une a los amigos, con
gay incluido en el juego, es parte de la cloaca, de la superficialidad de la
relación. Pero la exposición de María Victoria Ric, convertida en anécdota más
que en personaje, priva a la obra de esa crítica. El teatro es, no me canso de
evidenciarlo, signo. Si la materia se impone, el significado se sacrifica.
Con todo, al final, la sensación de que nada está blue, de
que uno es para uno mismo nomás queda dramáticamente claro. Agazzi y sus cuatro
actores, con Arze en la punta, han logrado transmitir la inconsisencia de relaciones
juveniles devaluadas por el tiempo .
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