lunes, 12 de octubre de 2015

Todo blue, nada blue

Cuatro hombres, contemporáneos de 40 años, se encuentran con la familiaridad que les da una amistad de juventud. El departamento de uno de ellos es el lugar en el que se produce lo que en verdad es un reencuentro. No se ven a menudo, aunque cada quien asume que, como los mosqueteros, son todos para uno.



Mabel Franco, periodista

Cuatro hombres, contemporáneos de 40 años, se encuentran con la familiaridad que les da una amistad de juventud. El departamento de uno de ellos, Pedro (Fernando Arze), es el lugar en el que se produce lo que en verdad es un reencuentro. No se ven a menudo, aunque cada quien asume que, como los mosqueteros, son todos para uno.
Pedro tiene un problema delicado: las autoridades de Cultura, para las que él trabaja, le reclaman la devolución de obras de arte que mediante un sistema de regalos entre empleados llegaron a sus manos. Sólo que ahora, los cuadros del artista antes despreciado y ya muerto están en alza, así que dichas obras valen demasiado dinero.
En esas circunstancias cae en el departamento Juan (Luigi Antezana), político que ha dejado su hogar para que se enfríen los reclamos de la esposa por su infidelidad. Los dos elucubran la manera de ayudar a Pedro y se les ocurre que necesitan un buen abogado. Se acuerdan entonces de Tomás (Cristian Mercado), aunque saben de sus problemas de drogas y alcohol.
El cuarto hombre, Martín (Gory Patiño),  entra en escena porque está a punto de estrenar una obra teatral y apela al trío para que lo acompañen.
“Todo Blue”, esa forma de saludo para decir/preguntar que todo va bien, da nombre en Bolivia a la obra de la dramaturga holandesa Maria Goos titulada originalmente “Cloaca”. Paolo Agazzi, el cineasta que se estrena como director teatral, decide arrancar por la paradoja, un acierto pues así la descomposición paulatina es mucho más dura y motivo de descubrimiento para el espectador.
Veamos ahora el proceso.
Una puesta realista deslumbra visualmente. El departamento es de lujo; tiene que serlo, pues Pedro se ha confiado en los cuadros, algunos de los cuales ha vendido, y vive por encima de sus posibilidades de empleado público. Agazzi logra mantener el tono y así, si se toma té, se toma té; si se abre la puerta que da al pasillo, la luz externa entra… Coherencia, pues, que los teatristas noveles tendrían que tomar en cuenta.
Pedro es gay. Lo saben los amigos y lo sabrá el espectador por detalles de extraordinaria sutileza. Nada de parodias o caricaturas del homosexual, sino gestos propios, actitudes que lo pintan de cuerpo entero en contraposición con el resto. Si sus amigos pone los pies en los muebles, dejan objetos regados, Pedro limpia y ordena compulsivamente su espacio. Arze hace un trabajo de construcción del personaje igualmente sutil, al grado de imponerse al resto del equipo de buenos actores. Es, quizás, de lo mejor que se le ha visto en escena.
Juan, el político, es lo opuesto. Su desprecio por los demás se lee en sus pequeñas actitudes, se adivina aun antes de que explote en actos y palabras. Antezana está en el papel, aunque habrá que decir que en los primeros días del estreno era evidente que hacía falta fogueo para que no sólo las actuaciones individuales sino las relaciones entre personajes sean más seguras. A estas alturas, de gira por el país, seguramente se habrá logrado. Es lo bueno del teatro.
En el duelo de ambos personajes, la presencia de los de Mercado y Patiño ayuda a redondear, discretamente, esa sensación de mentira, de vacío, de no estar ninguno para el otro.
La mano de Agazzi se siente en la dirección de actores, queda claro. Y en el cuidado meticuloso de lo que se ve en escena. Pero tiene mucho que aprender del tiempo teatral: dos actos resultan demasiado, más si para dividirlos se apela a un video de los amigos en su juventud. Si la idea es marcar los contrastes, los absurdos, no funciona pues, aquí sí, en los bailarines disco, se cae en lo caricaturesco. Y duele (teatralmente hablando), pues la intención de estas imágenes, ya ha hecho efecto en la mente del espectador por todo lo visto en carne y hueso.
Otra escena que se siente larga (tiempo teatral) es la del “regalo” de los amigos para el cumpleañero: una mujer que hace su streeptease estereotipado. Por supuesto, el machismo que es lo que une a los amigos, con gay incluido en el juego, es parte de la cloaca, de la superficialidad de la relación. Pero la exposición de María Victoria Ric, convertida en anécdota más que en personaje, priva a la obra de esa crítica. El teatro es, no me canso de evidenciarlo, signo. Si la materia se impone, el significado se sacrifica.
Con todo, al final, la sensación de que nada está blue, de que uno es para uno mismo nomás queda dramáticamente claro. Agazzi y sus cuatro actores, con Arze en la punta, han logrado transmitir la inconsisencia de relaciones juveniles devaluadas por el tiempo .




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