lunes, 5 de octubre de 2015

Óscar García Guzmán: “Vivimos como si naciéramos de gajo”


“Como no nos preocupamos por las raíces, nos quedamos en arbusto. Por ahí pasa el estado del arte nuestro” afirma el compositor y poeta que, junto a una especie de alma gemela, Juan Carlos Orihuela, avanza lentamente en una obra que se pinta fundamental: poesía escrita por mujeres en Bolivia que será musicalizada por ambos.

Óscar García Guzmán. Foto: ProAudio.


Mabel Franco, periodista

Óscar García -escondido desde los 17 años detrás de la barba y resguardado por larga melena-, encontró a sus pares en las aulas de la carrera de Arquitectura de la Universidad Mayor de San Andrés. Pares para crear, para soñar, para proponer entre otras ideas una que la academia rechazó en aras de las normas. Así se perdió el proyecto que Óscar y sus amigos Marcos Loayza, Alejandro Salazar y José Luis Lora se proponían emprender de manera colectiva: una tesis que iba a atreverse con la lectura semiótica de la arquitectura paceña. 
El cuarteto no pensaba darse por vencido, convencidos como estaban los cómplices de que “el estudio iba a ser lindísimo”, según se entusiasma Óscar al recordarlo, y mucho más interesante y útil que tantos proyectos de grado archivados por ahí.
Pero la vida, la azarosa vida política en el país marcada por golpes de estado y otros sobresaltos que casi invariablemente afectaron a la universidad, se encargó de desbaratar planes y de obligar a los arquitectos en ciernes a tomar otros rumbos. Marcos se decantó por el cine, Alejandro por la pintura y la ilustración, José Luis por el teatro y los títeres, y Óscar García Guzmán por la poesía y la música. Al final, ninguno ejercería la arquitectura.

El chico de las minas
Óscar nació en La Paz en 1960, pero vivió hasta sus 14 o 15 años, él no sabe precisarlo, en las minas de Bolivia. El trabajo de su papá hizo de la familia García una especie de clan errante: uno o dos años en Chorolque, luego en Quechisla, Catavi, Siglo XX, etc.
De ese tiempo, el artista guarda memoria de una existencia tranquila, que haría que La Paz se presentase para el adolescente como tremendamente violenta. Y lo dice quien entre sus recuerdos recurrentes tiene la imagen de la masacre de San Juan de 1967, cuando el niño de 7 años vio llegar al hospital de Catavi, que se hallaba a tres cuadras de su casa, “volquetas llenas de mineros muertos”, una “imagen fuerte que manda un poco en mi mirada de la historia de nuestro siglo XX y del XXI también”. 
El traslado a La Paz se produjo a medio año, detalle nada anecdótico para un chico cuyos padres debían encontrar un colegio que lo aceptase a esas alturas en una ciudad que no tenía, como ahora, abundancia de establecimientos. Así que Óscar tuvo que asistir al colegio San Calixto nocturno. “Insisto. Para mí La Paz era una ciudad agresiva, violenta, intimidante comparada con las minas que, salvo por los hechos del 67 y eventos como huelgas y derrumbes, representaban un mundo absolutamente campestre”. Había que verlo, pide imaginar Óscar, tratando de abordar el colectivo 2, que antes como hoy une Sopocachi (al centro oeste) con la zona central (centro norte), para llegar hasta la calle Pichincha (centro) y asistir a clases. 

Al año siguiente pasó al turno diurno del San Calixto, que pronto abrió una sucursal en Següencoma, el ahora colegio San Ignacio (al sur de la ciudad), de donde el estudiante saldría bachiller. “Podría decirse que gran parte de mi existencia la he vivido en traslados”, hace notar el autor de los poemarios Golpes de tambor (1985) y Morena Rena (1987) y director fundador de la Orquesta Contemporánea de Instrumentos Nativos y del Taller de Música Popular Arawi, entre otras obras.

El camino de la música
“En Catavi comencé a tocar guitarra de oído primero y luego con un profesor. Y me pasó lo que imagino le sucede a cualquier persona que de pronto enciende un chip y se le despierta algo que no sabía que estaba ahí”. Entonces tomó más en serio lo de la música y cuando llegó a La Paz buscó la forma de aprender más. “Fue cuando conocí a personas que estaban absolutamente obsesionadas por los Beatles y juntos formamos una banda que hacía exclusivamente música de los Beatles”. 
A la hora de estudiar en la universidad, el joven eligió arquitectura y entró también al Taller de Música que se abrió en la UMSA, experiencia realizada luego de la que se emprendiera en la Universidad Católica Boliviana y que comenzó “con un enorme impulso que lamentablemente se tuvo que cortar por el cierre de la universidad” durante un semestre en el año 80.
De vuelta a las aulas de arquitectura es que “formamos un grupo sin manifiesto, sin documento alguno, un grupo de empatías estéticas, entre otras”. El cuarteto, pues. “Creo”, expresa sus certezas Óscar García, “que la arquitectura es uno de esos mundos que te permite un montón de aperturas; pararte frente el mundo es una de las primeras experiencias arquitectónicas: descubrir espacio, tiempo…”.
Entre “los cuatro tuvimos un montón de complicidades durante ese tiempo, y eso que cada uno poseía una tendencia ideológica y política distinta y hasta nos agarrábamos a piñazos a veces”. Hay que entender, además, que ese tiempo, entre finales de los 70 y principios de los 80, “fue complicado para el transcurso de la vida en el país; no sabías qué cosa irías a emprender y qué terminaría bien o se truncaría; nunca más sentimos eso de estar y no estar, de quedarte o irte”. Una desazón que crecía cada vez que se producía un golpe de estado o un intento “o no sé qué que te llevaba a preguntarte: ¿qué me tocará, me buscarán, tendré que marcharme?”.
Lo dicho. Terminados los estudios, cada quien eligió su rumbo. No hubo ruptura ni nada de eso. De hecho, “la tapa del primer libro de poesía que publiqué es de Marcos y los dibujos interiores son del Alejo”. Y habrá que añadir que varias de las producciones audiovisuales de Marcos Loayza, incluidas sus películas Cuestión de fe y El corazón de Jesús, están musicalizadas por Óscar.
Y hubo nuevos encuentros para el poeta y músico. “En medio conocí a quien hasta hoy es uno de los compañeros con el que trabajo mucho y muy bien, de quien creo que es uno de los poetas vivos más importantes: Juan Carlos Orihuela”. Con él y con Pablo Muñoz formaron el trío Cantos nuevos. Varias obras conjuntas después, Óscar y Juan Carlos avanzan hoy, lentamente, en un trabajo sobre poesía escrita por mujeres en Bolivia que será musicalizada por ellos.

Lo permanente
Si Óscar necesitase mimetizarse y aun perderse para los ojos de sus más íntimos amigos, sólo tendría que ir a la peluquería. “Creo que salí bachiller así”, dice y recuerda que la única vez que tuvo que afeitarse fue para un viaje al Chile de tiempos de Pinochet, cuando estaba prohibido que alguien usase pelo largo y barba. “No entiendo la lógica, pero bueno, tuve que cumplir la norma”. Y luego, nunca más. 
¿Que por qué? “Nunca me he puesto a pensar seriamente en los motivos (largo silencio). No es que quiera parecerme a alguien o… A lo mejor es una cosa más simple: porque me da la gana”.
Entre tantos traslados, esto es lo más permanente, escucha la interpretación y asiente: “Ahí está; buena definición”.
Otro aspecto permanente es la ocupación que le describe en el carnet de identidad: “estudiante”. “Es una de las grandes virtudes de cómo somos en el país. En verdad creo que es un halago, porque sigo siendo estudiante; quien deja de aprender está más cerca de fenecer”.
En cualquier caso, en jerarquía, Óscar se define como compositor, docente, productor musical y alguien que escribe desde hace como 30 años.
Su labor como compositor y productor se desarrolla y diversifica desde el estudio Pro Audio, emprendimiento de Sergio Claros, profesional pionero en el área del sonido en el país. Óscar se sumó varios años después de que comenzase a funcionar el estudio y fue asumiendo responsabilidades, hasta quedar a cargo. Lo más importante, sin embargo, es que se comenzó a desarrollar propuestas nuevas y variadas, como el proyecto Paisajes sonoros de Bolivia, con música de autores jóvenes, y otras ideas cuya diversidad responde a la creatividad, claro, pero que también es una forma de salir al paso de la realidad cultural boliviana. Una realidad, señala Óscar, carente de políticas visibles y coherencia en el quehacer, lo que “te obliga a la diversificación”; es decir, “a hacer varias cosas al mismo tiempo, lo que termina siendo algo bueno; somos como que, renacentistamente hablando, hacedores de todo, lo que te permite estar todo el tiempo con la mente creativa, creando y haciendo un poco de música e investigación sonora, docencia, algo de interpretación, etc”.


El melenudo y las normas
Las normas tienen la cualidad de que están ahí para romperlas, afirma el artista de suave voz: “Todo el tiempo estamos inventando límites, normas, y los procesos creativos están hechos de rupturas; claro que cada ruptura implica un límite nuevo, una norma nueva”. Y así es: “Somos seres que todo el tiempo estamos autorregulándonos para justificar por qué vamos a romper la norma”.
Cole Reuter, uno de los grandes compositores contemporáneos, ejemplo de rupturas y aperturas en Brasil, fue maestro de Óscar. “Lo primero que nos dijo en la clase de composición es que a componer no se enseña, y segundo, nos pidió que tomemos una cartulina grande, escribamos la palabra ‘por qué’ y ubiquemos el cartel de manera que sea lo primero que veamos al despertar”.
Un “¿por qué?”, a diario. Para interpelarse y para interpelar a la sociedad también, aunque ésta muchas veces responda como el adulto al niño: “Porque sí”. Insistir de todas maneras, propone el músico, docente de música, poeta y productor, para que “nos pongamos de acuerdo en lo que queremos ser, de dónde venimos, a dónde apuntamos”. El no cuestionarse, el no responderse provoca “que los creadores pretendamos estar haciendo cosas nuevas para descubrir que lo nuevo ya se hizo en otro lugar, hace tiempo; que siempre estemos comenzado de cero y que eso que te cuesta hacer se vaya a olvidar, como si nunca hubiese pasado”.
Así vivimos, dice Óscar, escribiendo siempre “de nuevo”, componiendo “de nuevo”; “rara vez investigamos y buscamos si lo que está diciendo este caballero no se dijo antes”. El autor de Libro de rastros, obra presentada en 2014 en la Feria Internacional del Libro de La Paz y que recoge sus artículos periodísticos, propone entonces una metáfora: “Cada vez estamos naciendo de gajo; si nos propusiéramos tener más raíz, de pronto podríamos crecer más, tener más ramas, más frutos”. Y sentencia: “Como no nos preocupamos por las raíces, nos quedamos en arbusto. Por ahí pasa el estado del arte nuestro”.

Artículo publicado en la revista Jiwaqi en 2014

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