Si el punto que se elige es el llano o jersey (una fila a la derecha, una fila al revés), el aburrimiento es inevitable, compara Norah la vida con el tejido. Pero si uno encuentra la forma de variar (hacer una lazada, tomar dos puntos juntos, pasar un punto por encima del otro), el trabajo parece que avanza rápidamente y el resultado es bello y siempre sorprendente.
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Morah claros Rada en su casa, con el fondo de una obra de Guiomar Mesa. Foto de Pedro Laguna. |
Mabel Franco Ortega, periodista
Montar los puntos
La hija menor del cochabambino Alfonso Claros Camacho y la paceña Zoila Rada Cusicanqui (que vivió hasta los 104 años) nació en La Paz en marzo de 1933 –”fui premiada de esta forma”–, en una casa, la de la abuela, que se encontraba en la esquina de la calle Recreo (hoy avenida Mariscal Santa Cruz) y Yanacocha. Pronto la familia que se completaba con el primogénito Javier se instaló en la calle Guachalla de Sopocachi. Allí creció la niña hasta los 12 años, momento en que fue enviada a Buenos Aires, donde estudió hasta tercero de secundaria. Sus padres decidieron entonces que acompañase a Javier en su viaje de estudios a Suiza. “Yo creo que mis papás entendieron que separarnos tan temprano iba a crear una distancia quizás irreparable”, así que los hermanos hicieron la travesía que se ha quedado grabada en el recuerdo de Norah. “Fuimos en barco de Buenos Aires a Génova” y en ese largo viaje profundizaron una entrañable relación fraterna. Para hacer el último curso de colegio, la joven retornó a Argentina y, ya bachiller, se fue a Alemania. “Empecé Filosofía pero pronto me decanté por los idiomas”. Por las aulas de la antigua Universidad de Heidelberg se movió a fines de los 50 y principios de los 60 una muchacha de piel morena, pelo largo y negro amarrado en una trenza.
Tomar dos puntos juntos
Un joven iraní conquistó el corazón de Norah en Alemania y de ese matrimonio nació la hija Tanaz Baghirzade (“Por suerte ella se casó con un Campero -Fernando-, porque durante años sufrí deletreando el apellido”).
Con la bebé en brazos, seguía estudiando y luego de ocho años, separada de su pareja, volvió a Bolivia. “De aquí me fui a Estados Unidos para trabajar en el instituto de liderazgo del OEF (Overseas Education Fund, de la League of Woman Voters Wellesley College de Massachusetts). “Fueron años interesantes, con la lucha por los Derechos Humanos, Luther King y otras que viví de cerca”. Viajó como parte de su labor a Ecuador, Puerto Rico y Venezuela, tal cual haría luego en Bolivia por las minas ya como encargada de desarrollo de comunidad en un proyecto social emprendido por la Empresa Minera Unificada SA (Emusa).
Cargos, misiones, responsabilidades se han sumado en la experiencia de Norah Claros, al grado de que se hace difícil consignarlo todo sin caer en un listado tipo currículo. Ella lo resume mejor: “Trabajé siempre por necesidad; mi trabajo fue la fuente de ingresos para mi familia, lo que no implica que lo haya tomado como una carga, por el contrario, lo hice con entusiasmo y siempre fui la más beneficiada por todo lo aprendido”.
Ir aumentando puntos
En medio de esa vida agitada hubo lugar para otro amor. De su segundo matrimonio con el artista plástico Enrique Arnal nació Manuela. “Ella, casada también con un boliviano, como Tanaz, vive en Estados Unidos y me ha dado tres nietas que adoran venir al país cada que pueden, lo que me hace inmensamente feliz”.
Otras tres nietas y un nieto, hijos de su primogénita, completan el universo familiar más próximo de quien convertida en abuela se reconoce dichosa, aun cuando no todos vivan bajo el mismo techo. “Las distancias se sufren con alegría; lo mejor que puede pasarte es ver cómo tus hijos ganan alas y salen del nido volando con seguridad”.
El matrimonio con Arnal terminó también, de manera que Norah se reconoce como “una soltera que disfruta de estar sola” porque sabe que en el fondo no lo está. En la casa junto a la suya vive la hija mayor y en la propia tiene a dos brazos derechos, Justina Bernal Tarqui “que está conmigo hace 38 años” y la joven Simona que comienza a conocer los secretos para ser indispensable “y luego tengo una larga lista de amistades valiosísimas, regalo que la vida me ha hecho”, dice y se refiere a los artistas cuya obra ha ayudado a difundir desde su misión como galerista. Y ésta es quizás la que con más entusiasmo ha asumido a lo largo de 38 años.
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Norah junto a un cuadro de María Luisa Pacheco. Foto de Pedro Laguna. |
Crear el punto fantasía
“En Buenos Aires tuve un profesor de colegio que era pintor; él nos llevaba al museo. Y mi vida en Europa hizo que las manifestaciones culturales sean una parte de mi cotidianidad, algo natural”. Pese a todo ello, Norah no previó lo que la vida le tenía preparado.
“Hace cuatro décadas, cuando retorné de Chile, donde viví un año, reparé en que La Paz carecía de galerías de arte. Sólo había un salón municipal donde el artista recibía la llave y él tenía que encargarse de limpiar el lugar, de pintar los muros si había necesidad, de colgar los cuadros y de pararse a esperar a que la gente acuda”. Norah, Luis Espinal, Antonio Eguino y Carlos Rosso se unieron entonces para proyectar una galería que se llamaría Emusa, como la empresa que encabezaba Mario Mercado Vaca Guzmán, antiguo empleador de la inquieta mujer que estaba por entonces buscando un programa social para darle respaldo. “Le presentamos el proyecto de la galería y lo acogió con entusiasmo. Eso sí, me dijo que aceptaba si yo la dirigía y de esa forma comencé”.
Era 1974 cuando se abrió la sala que promovió el encuentro de los artistas profesionales con el público durante 20 años, con exposiciones que se renovaron cada 15 días. Un libro memoria de esos años, producto natural del primer portafolio de arte boliviano organizado por la galería Emusa, selló ese tiempo ligado a nombres tan importantes para Bolivia como los de Gastón Ugalde, Roberto Valcárcel, Keiko González, Patricia Mariaca, Edgar Arandia y muchos otros.
Ir cerrando puntos
Esta mujer llegó a ser Oficial Mayor de Cultura de La Paz e incluso alcaldesa interina durante un viaje de tres semanas que hizo Mercado Vaca Guzmán, primera autoridad de la sede de gobierno a fines de los 70. Fue el periodo en el que finalmente se pudo inaugurar el Museo del Oro, hoy de Metales Preciosos, en la calle Jaén.
La crisis en la minería y otros factores a los que se sumó la muerte del empresario y amigo pesaron a la hora de poner fin a la vida de la Fundación Cultural Emusa y por tanto de la galería de arte; pero Norah Claros ya tenía toda una familia por la que seguir velando: los artistas, y una hija, Tanaz, con la edad y la voluntad para secundar a la madre en nuevos proyectos. Así nació, con el respaldo de Fernando Campero, el yerno, el Espacio de Arte Nota en la zona Sur, el que abrió sus puertas como la primera sala paceña concebida desde la arquitectura para la difusión del arte contemporáneo. Nota cumplió 12 años de labor con exposiciones individuales y colectivas, concursos de acuarela y de dibujo y un segundo portafolio de arte boliviano. Su cierre definitivo se produjo en julio de 2011.
Aumentar mediante lazadas
“En este momento de mi vida, cuando tengo la cancha atrás –plantea una figura literaria quien fue también parte del periódico Presencia como redactora de sociales y temas femeninos a fines de los 60– sólo puedo sentir una enorme satisfacción por lo que la vida me ha permitido; soy una privilegiada: ¿qué hice para merecerlo?”. En realidad, “fue una combinación de circunstancias; a veces te llegan las cosas, te las brindan, y a ti no te queda sino responder lo mejor posible”.
En estos días, Norah Claros ha retornado de una vacación de casi dos meses en Estados Unidos, “no recuerdo haberme tomado una así de larga, hasta me sentí desorientada”. Ya en su casa, trabaja en un libro: “Será el que ayude a completar el panorama desde aquel publicado con Emusa y reunirá obras de los más de 40 creadores que expusieron en Nota, además de los jóvenes valores que ganaron los concursos”.
Pocos días antes de que la dueña de casa recibiese a Escape con un té preparado por sus brazos derechos, “yo soy una minusválida para la cocina”, había viajado al lago Titicaca junto a sus nietas. “Volví a ese lugar luego de 27 años en que no pude hacerlo”. Fue allí, en un accidente, que murió su hermano Javier, el ingeniero que electrificó el altiplano. “Ahora siento que algo ha sanado; además, ese altiplano bello con sus colores ocre es mi paisaje”.
Esta nota se publicó en la revista Escape de La Razón el domingo 9 de septiembre de 2012.
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