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Obra: "En un sol amarillo. Memorias de un temblor" de Teatro de los Andes. Música original, Cergio Prudencio / Foto: Radoslav Pazameta. |
¿Se traiciona un compositor cuando acepta poner música al cine o el teatro? Si así fuera, ¿cuánta traición habrá cometido, desde 1984, el creador de la OEIN? Sobre esto y más responde Prudencio mientras enumera los hitos de su carrera en esa vía de servicio, pero que paralelamente se expresa en Opus propia, como la ópera que está a punto de estrenar en Sucre y que tendrá entre el público a su protagonista, la también compositora Matilde Casazola.
Mabel Franco Ortega, periodista
Cergio Prudencio va a
debutar como actor. La aparición breve, pero aparición actoral al fin, se
producirá en la ópera Matilde: en las ojeras de la noche que
se representará en Sucre el 1 y 2 de septiembre. La gente de Teatro de los
Andes, responsable de la puesta en escena de la obra que rinde homenaje a la
cantautora y poeta Matilde Casazola, lo ha llevado a ese papel y, aunque
resulte una infidencia, hay que decirlo pues para eso tiene orejas –y ojeras–
un periodista.
Pero, en verdad, ese
pisar el escenario –y no con la batuta frente a una orquesta, como es usual
para el compositor y director musical– no es propiamente un debut. Ya en su
adolescencia Cergio fue actor y hasta dramaturgo. En el colegio Alemán Mariscal
Braun de La Paz, el alumno era parte de un grupo en el que se discutían temas
políticos de coyuntura. En ese 1973, “escuchábamos a Viglietti, Violeta, Benjo
Cruz, leíamos a Marta Harnecker, nos conmovíamos con la película Sacco
y Vanzetti” y así surgió la idea de hacer una obra de teatro “que hable de
nosotros, de nuestra toma de conciencia”. La escritura tuvo dos versiones, “una
mía (muy abstracta, con mínimos textos, sugestiva) y la de un compañero (muy
didáctica, concreta y directa); el grupo escogió esta última escrita por
Mauricio Antezana (que llegaría a ser ministro de Comunicación de Goni en su
caída)”. La obra “se llamó Conciencio, como su personaje
principal que representé yo mismo y que se mostró en varios colegios”.
La relación creativa de
Cergio con el teatro quedó en suspenso varios años luego de aquel 1973. La
música, para investigarla desde lo contemporáneo, para explorarla y crearla
acudiendo sobre todo a formas, instrumentos y principios andinos, quechuas y
aymaras, absorbió su capacidad y sus desvelos. Formado, explica, en la
vertiente de la vanguardia, tenía como paradigmas, que no se pueden traicionar,
la independencia creadora, el no mirar atrás musicalmente hablando, para no mencionar
“los egos de los compositores”.
En esas estaba, firme,
cuando le llegó la propuesta de musicalizar una película. Paolo Agazzi lo
convenció de unirse como compositor a Los
hermanos Cartagena (estreno de 1984) y entonces “la lucha
fue feroz; al principio sentía que me traicionaba y, por ejemplo, no acepté
hacer una canción: ni muerto, me dije, aunque años después terminé por hacerlo
en Para recibir el canto de los pájaros, de
Jorge Sanjinés” y muchas más tanto para el cine como para el teatro.
El proceso en aquella película que se detiene en
una parte de la historia de Bolivia desde la experiencia de una familia le fue
mostrando que no hay traición y que la palabra clave es subordinación,
es decir, “prestar un servicio que sea funcional a una necesidad mayor a tus
disquisiciones estéticas”.
Solo de clarinete
Con un tema y variaciones
para clarinete que se iban desintegrando, interpretado además en vivo respondió
Cergio a la solicitud del director uruguayo Carlos Aguilera, que había llegado
de Montevideo a La Paz con el nombre del boliviano recomendado por colegas. Era
1985 y Aguilera montaba El Zoo de cristal (Tennessee Williams)
con artistas locales. “Él me dio algunas motivaciones generales de la atmósfera
de la obra, no un planteamiento muy riguroso de dónde iba a necesitar música,
lo que me permitió plantear, primero, hacer algo en tiempo real y, segundo,
encontrar las formas proporcionales a la intimidad de la escena”. Una
intimidad, hay que recordarlo, que en la obra es como la de una olla de
presión. La tensión que se respira en ese departamento donde conviven una madre
dominante –incomparable Tota Arce— y dos hijos: el que quiere huir –David
Mondacca—y la que no desea salir –Tatiana Ávila— tuvo el clima ideal gracias al
clarinete de Jorge Aguilar. Prudencio había pensado en dejar al músico en la
escena, pero el director optó por esconderlo. El único extraño que iba a entrar
en la vida de los Wingfield iba a ser el amigo encarnado por Pitín Gómez.
Las dos funciones
pasaron así, únicas e irrepetibles. La experiencia, efímera, es hoy sólo un
recuerdo. El compositor conserva el programa, la música escrita y la sensación,
que se confirmaría con cada nueva ocasión de trabajo en teatro y también en
cine y danza: que es, claro, importante tener la formación y el oficio, pero
que la chispa es inexplicable, que no hay fórmulas, que cómo se produce la
respuesta será siempre un misterio.
En 1989, el compositor colaboró con dos mujeres
clave de la escena paceña: Maritza Wilde y Ninón Dávalos. Una como responsable
de la dramaturgia sobre textos de La Celestina y otra como
directora confiaron al compositor su drama De Brujas y Alcoviteiras.
“Para una obra del Siglo de Oro yo hice canciones muy de época”. Es decir, miró
atrás ”porque era lo que necesitaba la obra y ya no me importaba retroceder”.
Armando Iglesias, actor junto a la propia Wilde y a David Mondacca, debía
cantar tocando la guitarra, “pero no entendía el carácter de la música de
época, la acuecaba o folklorizaba; yo me quería morir y le pedía que escuche,
que era 6 por 8 y no 3 por 4, pero fue imposible”. Si Cergio no quedó satisfecho
con el resultado, Wilde sí y mucho porque la obra fue premiada en el XIV
Festival de Drama Siglo de Oro Español en El Paso, Texas.
Como Weill junto a
Brecht
La relación de amistad
con Tota Arce, pero sobre todo la afinidad política, motivó un trabajo de
colaboración entre ella, como directora, y Prudencio compositor que se tradujo
en tres obras firmadas por Sartre, Dürrenmatt y Brecht.
En 1990 se concretó la
puesta de Las troyanas, versión de Jean-Paul Sartre de la tragedia
de Eurípides. Tota Arce dirigió el elenco del Instituto Nacional de Música
y Artes Escénicas, dependiente del Instituto Boliviano de Cultura, con Norma
Merlo como Hécuba.
Cergio propuso pies
rítmicos y modos griegos en trompeta de la Sinfónica nacional. “La obertura
llenaba todo el teatro y al cabo entraba Merlo, dueña de una visualidad
escénica brutal; ella me dijo que no podría entrar sin esa obertura. Hice dos o
tres temas que yo, en persona, lanzaba desde la cabina de sonido del Teatro
Municipal”.
La directora se empeñó
pronto en hacer adaptaciones de obras del teatro universal a la realidad
boliviana. Obras que hablaran de injusticias sociales, de corruptos y
corruptibles. Acudió, para apoyar sus ideas, al camarada beniano Oscar Zambrano
como responsable de adaptar los textos como ella pedía. Cergio cuenta que lo
conocía también como el tío de un compañero de pupitre cuya familia muy
conservadora se avergonzaba por las ideas de izquierda que encarnaba el poeta,
periodista y dramaturgo formado en Berlín Oriental.
En 1991, Cergio fue
desafiado a seguir la lógica del teatro brechtiano: entretejer la historia con
la música, hacer que la épica se vuelque en canciones de ritmos populares,
“para el pueblo, pero no en el sentido de fácil, de concesión, de subestimar al
público, sino funcional, es decir de resolver la dialéctica audiovisual en una
integración que potencie ambos lenguajes”. Y así se dio forma a La
buena mujer de Chuquiago, lectura local del clásico de Bertolt
Brecht, La buena mujer de Setzuan.
Zambrano escribió el
texto, incluida la letra de la canción central que, con aportes de Prudencio
también en la letra, interpretó Emma Junaro en ritmo de morenada.
La canción del humo
La vida es como el humo
Se va sin darnos cuenta
Y mientras me consumo
El corazón, corazón me revienta
De qué sirve ser honrado
Si no se sale de pobre
Es mejor vivir fiado
Así no se gasta ni un cobre
El humo y la vida
Son sueños sin colores
Un golpe al corazón
Del que trabaja, trabaja y no gana
Trabajando noche y día
Uno se esfuerza y se raja
Para llenar la alcancía
Del que gana y no trabaja
La vida es como el humo
Se va sin darnos cuenta
Y mientras me consumo
El corazón, corazón me revienta
Para 1993, Tota repitió
la fórmula, incluso por la elección del “distanciamiento brechtiano” para la
puesta, aunque sin contar con su brazo izquierdo, pues Zambrano había fallecido
ese mismo año. Con tal vacío que la teatrista sintió en el alma se llevó a
escena la obra del suizo Friedrich Dürrenmatt, El regreso de la anciana
dama. La directora decidió cambiar el pueblito de Güllen por el de Espíritu
Santo en el Chapare y bautizó su versión como El regreso de Margarita
Ticona. Cergio Prudencio hizo música y canciones que nuevamente interpretó
Emma Junaro.
Se dice que la obra de
Brecht ha trascendido no sólo tiempo sino estratos sociales, no tanto por las
puestas de algunas de sus creaciones en el mundo, sino por la música que
trabajó con distintos compositores, sobre todo con Kurt Weill. ¿Quién no
reconoce la Mackie Messer de La ópera de
los tres centavos, así no sepa que es parte de la obra teatral?
Las canciones creadas
por Prudencio, “todas las que hice para Tota”, están grabadas en un disco
bautizado Entre dos silencios de 1997 y, claro, con la voz de
Junaro.
La directora y actriz Tota Arce murió en 2002.
El suicidio junto a su compañero de vida se produjo como una puesta en escena:
cada detalle fue previsto, “algo que me sigue conmoviendo cada que pienso en
esa mujer que, en el teatro, sabía lo que hacía y era capaz de persuadir, sin
gritos, a quien se pusiera bajo su dirección para que hiciese lo que ella
estaba buscando”.
Teatro en los 2000
Otras obras teatrales
musicalizadas por Cergio Prudencio, ya en los primeros años del nuevo siglo,
son La misión, obra de Heiner Müller dirigida por el alemán
Alexander Stillmark en La Paz, y En un sol amarillo. Memorias de un
temblor, de Teatro de los Andes.
En el primer caso, la
mirada contemporánea sobre las revoluciones permitió un juego musical
contemporáneo también. “Hice cosas loquísimas, electroacústicas, en un
sintetizador que me permitía resolver todo yo solo. Fue un proceso muy
coordinado de creación y una experiencia gratificante”.
Con Teatro de los Andes,
cuya emergencia en Bolivia “dejó todo el teatro que se hizo hasta entonces en
anacronismo”, hubo cercanías desde el principio: por el rigor, la ética, la
disciplina en el trabajo creativo. Cergio recuerda haber tenido, a principios
de los 90, a César Brie entre el público de un concierto de la Orquesta
Experimental de Instrumentos Nativos (OEIN) y haberle escuchado afirmar que si
una orquesta así era posible en el país, también podría haber un teatro como el
que estaba pensando. Un teatro que sea, como declara aun hoy el grupo, “un puente
entre la técnica teatral que poseemos (y que podría definirse occidental) y las
fuentes culturales andinas que se expresan a través de la propia música,
fiestas y rituales”.
En 2004 se produjo
finalmente el encuentro Prudencio-Teatro de los Andes en escena. La obra En un sol amarillo…, resultado de
una investigación sobre el terremoto en Aiquile de 1998 y la corrupción estatal
disfrazada de ayuda, tuvo música original interpretada en instrumentos nativos.
El camino, la cosecha
“Nunca estudié música
para cine; me formé en la cancha viendo obras de Fellini, Visconti, Bergman,
Pasolini y otros que llegaban a las salas de La Paz habitualmente”, dice el
artista. Tuvo, eso sí, información sobre cinematografía en dos materias del Taller
de Música de la Universidad Católica en el que se formó, dictadas “nada menos
que por Luis Espinal”, y aprovechó otros talleres en la Universidad Mayor de
San Andrés, también con Espinal, y luego con Raquel Romero y Pedro Susz.
Su maestro de
composición Alberto Villalpando hizo música para cine (Mina Alaska, Ukamau, Mi
socio, Chuquiago, etc.), pero cuando Prudencio le consultó
sobre la posibilidad de una materia al respecto, aquél le contestó que no era
algo para estudiar, que “se hace nomás”.
Y Cergio hizo nomás su
parte en una ya considerable cantidad de audiovisuales: como sesenta, entre
cortos, institucionales, videos de animación y más de diez largometrajes,
recuenta el creador al que se puede escuchar, por ejemplo, en El
día que murió el silencio, Sayariy, Ivy Maraey e Insurgentes.
En otras palabras, “hice lo mío: he reflexionado, leído, observado, saqué
conclusiones, me peleé con directores” y, no lo dice pero es evidente, su
trabajo fue mostrando variedad de recursos, tantos como lo requirieron las
historias.
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La película Mano propia de Gory Patiño, estreno de 2024, musicalizada por Cergio Prudencio. |
Este 2023, podría
afirmarse que es su año de cosecha y multiplicación. Por un lado, antiguas
obras creadas para la OEIN –su otra creación, hoy independiente— fueron
elegidas por el director Alejandro Loayza para la banda sonora de Utama. Prudencio
no sólo cedió los derechos, sino que compuso dos temas originales y el Festival
de Málaga y los Premios Platino –ambos en España— galardonaron el resultado.
Ahora mismo, el
compositor dialoga con las imágenes de Tribus, la nueva película de
Gory Patiño que trata el tema del linchamiento. Lo que ha visto le ha gustado
por lo sugerente, lo no escabroso, y le han impresionado las actuaciones
protagónicas de Freddy Chipana, Gonzalo Callejas y Alejandro Marañón. El
misterio de la creación, “que implica miedo también”, está en proceso.
En preparación se
encuentra asimismo un CD doble con música para cine. “Tengo un montón –dice el
compositor—y lo que debo hacer es armar porque las grabaciones están; son once
películas, incluida Utama, que estoy revisando y constato que hay
cosas bien interesantes”.
Bolívar y Matilde
Qué es la ópera sino la
conjunción de música, canto, actuación, poesía… Todo en uno. Cergio quiso
expresarse en este género y en 2013 estrenó la ópera de cámara Nomis
Ravilob, sobre el libertador Simón Bolívar. Lo hizo con la OEIN y cantantes
líricos argentinos. El libreto se basó en un poema escrito por Bolívar y
convertido en libreto por Juan Pablo Piñeiro.
Diez años después,
Prudencio verá en escena su segunda ópera, dedicada esta vez a una artista que
estará sentada en la platea, contemplando. Con Matilde:
en las ojeras de la noche se trenzan las experiencias y
relaciones humanas cultivadas en largos años. Ese Teatro de los Andes, ya no
con Brie, pero sí con Gonzalo Callejas y Alice Guimaraes, se encarga de la
puesta –que incluye un videomapping a cargo de la artista visual brasileña
Carol Santana–, y pone a actuar al compositor, como ya se ha dicho.
Pero también hay nuevos
encuentros: con seis escritoras, responsables de las miradas diversas sobre la
artista y la mujer que es Casazola; con músicos jóvenes de la Sociedad
Boliviana de Música de Cámara; con la cantante Paola Alcócer, y con un público
que suele quedar al margen de los grandes estrenos en el país: el de Sucre, la
capital boliviana, la cuna de Matilde.
La ópera se inscribe,
asimismo, entre las obras que tienen la categoría de Opus, las que no se
subordinan a otras necesidades sino a la voluntad del compositor. Prudencio,
por si hace falta aclararlo, tiene una inmensa obra para instrumentos
convencionales, solistas, música de cámara, sinfónica, electroacústica, etc.
Maravillosamente efímero
En la comparación entre
crear para cine o para teatro, el creador halla “una ventaja en favor del
teatro y es que es intransferible la experiencia del tiempo real”. En cine
“editas y lo que se hace queda ahí para siempre; cuando se mezcla, queda en ese
nivel, en ese lugar, en ese punto de entrada y punto de salida; se cierra en un
producto que siempre será el mismo”. En cambio, en el teatro “los márgenes de
relatividad que se manejan en tiempo real, no solamente en lo sonoro sino en lo
escénico actoral, la química con el público, etcétera, son maravillosos”.
Pero a lo maravilloso se contrapone la
limitación de conservar la experiencia. Porque la música puede quedar
registrada, “yo me he ocupado de guardar todo con cierto sistema, por años, por
carpetas; pero aunque se grabe, ese registro no atrapa la magia del espacio y
tiempo del concepto en vivo que tienen el teatro y la danza”. Esto “antes me
producía mucha angustia. Ya no. Así es”.
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