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El Libertador en su abrigo de madera del grupo La Cueva que nació en Sucre / Fotografía de Edgar Marcelo Guamán Guzmán. |
Actor, director y dramaturgo del Teatro La Cueva,
este ingeniero civil traza su propio credo escénico. Obras como La
vúlgara politiqué o El florecimiento del cerezo son
ejemplos de lo que va cimentando: buscar una voz propia, intuir, dejarse
impregnar con las demás voluntades creativas, sudar el abismo y crear en
libertad sin miedo a equivocarse.
Piter Punk y la generación perdida, proyecto de comedia de situación de 10 capítulos, le
ha valido a Enrique Gorena Sandi la licenciatura en cine y producción
audiovisual de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA). Kike, como es más
conocido, suma así, desde fines de 2024, un título universitario al que tiene
como ingeniero civil y al que se ha ganado como actor, director y dramaturgo en
el campo teatral.
Kike es hijo de la potosina Martha
Sandi y de Lionel Gorena, chuquisaqueño de los Cintis. Nació y creció en la
ciudad de su madre, urbe que para él fue “una incubadora”, pues allí “en la
etapa inicial de mi relación con el teatro, no tener a disposición el internet
era un convite para averiguar todo en la cancha con la total libertad de
equivocarse, en un contexto donde aparentemente no había nada parecido como
para compararse. Así era Potosí, pero era mi núcleo”.
Kike dio sus primeros pasos
teatrales en el colegio por iniciativa de la profesora de Literatura. “Fui el
Gran Caparelli, aunque sin apego poético, sólo por la nota”, afirma. Pero,
dirían los que creen en el destino, el germen se estaba instalando y “en el
último curso se dio el flechazo”. Salió la convocatoria a un festival
intercolegial y el joven decidió participar sin la tutela de la profesora.
Eligió el musical Jesucristo Superestrella, versión en castellano
que él escuchaba siempre en Semana Santa. Atrajo a alumnos de distintos cursos
y, como su colegio era sólo de varones, recurrió a otro establecimiento para
los roles femeninos. “Fuimos más de 40 en el elenco, incluidos los responsables
de tramoya. Cantábamos —yo hice de Pilatos– sobre la música del cassette, ni
siquiera con pista de karaoke, bajando y subiendo el volumen”. ¡Ganaron el
festival!
Llegada
la hora de decidirse por una carrera universitaria, “yo estaba en una nebulosa,
sin saber qué hacer; pero tenía afinidad con las matemáticas, un tío ingeniero,
el pensamiento de que no me gustaría una vida esclavizada dentro de una
oficina, así que no dudé: ingeniería civil”. Se fue a estudiar a Sucre y a
vivir solo. En esos momentos decisivos, dice Kike, no hubo una carrera de
teatro para tentarlo: “Mejor así. Estuvo bien el camino”.
Nacimiento de La Cueva
En la universidad se produciría el
encuentro con otros jóvenes que inmersos en números y cálculos también estaban
tentados por la escritura. “Darío lo cuenta bien”, remite Kike a lo que rememora de ese tiempo un compañero de
ruta como es Darío Torres. De tal memoria, valga señalar que fue en
el año 2000 cuando la presencia de un instructor argentino de teatro motivó a
la Universidad Mayor y Pontificia San Francisco Xavier a convocar a sus
estudiantes, entre los cuales respondieron Kike y otros que terminarían por
formar el elenco universitario primero y el grupo Teatro La Cueva después.
Kike
recuerda que cuando dirigió su primera obra, “pusimos en práctica nociones
primitivas de teatro, por intuición. Así, creo, fuimos conociendo los lenguajes
que tiene el teatro”. Lenguajes que, ya con La Cueva, los jóvenes irían
explorando por cuenta propia, tanto que de tales momentos iniciales “agradezco
haber buscado mi propia voz más allá de tomar autores reconocidos y revisar sus
interpretaciones”, afirma el director y dramaturgo.
No es que faltaran los referentes.
“Teatro de los Andes –el grupo asentado en Yotala y de prestigio nacional e
internacional– nos mostró un camino de profesionalización. Recuerdo haber
aspirado, al ver el cuidado y los detalles con los que hacían sus obras, llegar
a ser serio y meticuloso en lo que ofreciera”. Hubo acercamientos con César
Brie, el director del grupo, y “creo que en el fondo él pudo reconocer en
nosotros a unos muchachos con ganas, algo de facultades y que tenían claro lo
que querían hacer”. Brie, “en quien queríamos encontrar la inspiración y el
respaldo para la decisión de hacer teatro, que al menos yo no hallaba en mis
padres, nos charlaba sobre la realidad, el camino pedregoso, de economía no
viable… costaba hacer entrar eso en la burbuja ideal que uno tenía”.
Lo
así reflexionado fue asumido en todo caso por Kike y transmitido en los
talleres sobre teatro que dictó luego, por ejemplo en el Laboratorio de El
Desnivel que no por nada se llamó La cuerda floja: “A la hora de tener a un
joven entusiasta, a gente que aprende cosas conmigo, por responsabilidad hablo
también de lo que implica hacer teatro, de sus luces y dificultades y, como ya
sabrán los que se dedican al teatro, de que la satisfacción está en otros
lados”.
Ganar… o ganar
La Cueva fue conquistando presencia
con obras como Antípoda (2002) o Entre Abril y Julia (2006), en
tanto Kike se había convertido, cinco años y medio luego de haber comenzado la
carrera, en ingeniero civil con tesis, título y trabajo. “Me pagaban bien y
hasta me daban coche…, pero yo quería hacer teatro y no como hobbie sino
profesionalmente”, expone su dilema.
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Kike Gorena y Darío Torres en Alasestatuas. Fotografía de Teatro La Cueva. |
Tal era el conflicto, que el
ingeniero Gorena se vio haciéndose trampa. “A veces, los trabajos mejor pagados
los obtuve porque no quería que me contrataran, entonces pedía una cantidad
fuerte, pero me decían sí. ¡Oh no! Hubo momentos en los que necesitaba mejorar
mi economía y por responsabilidad conmigo mismo me presentaba a convocatorias
con la rara expectativa de no saber si quería que me contraten o no”.
No es, pues, que la ingeniería civil
no hubiese recompensado a Kike, y no solamente por lo económico sino por “el
impacto enorme que atestiguas cuando construyes un atajado y cuando das empleo
a otra gente”. Pero él quería tomar el otro camino, aun cuando ya sabía que en
el teatro las cuentas casi nunca salen. “Tras seis meses de esfuerzo y
pensamiento dedicado a una cosa, lo que se obtiene en la taquilla es mucho
menor a lo que razonablemente se esperaría obtener. A veces, el jornalero cavazanjas gana más que tú, director o actor. Así de grande es la diferencia”.
Monsieur Mariposa
El joven había llegado hasta Santa
Cruz por exigencias del trabajo ingenieril, y allí se animó a probar suerte en
la Escuela Nacional de Teatro, donde se encontró con que la propuesta formativa
estaba muy centrada en la técnica corporal, “y a nosotros (La Cueva), no nos
entusiasmaba llegar a ser senseis del cuerpo; lo nuestro partía de la
emocionalidad, del ámbito de la creación, de la prueba y error, de cualquier
cosa que nos entusiasmara”.
A Santa Cruz había llevado un texto
a medio escribir. Era un monólogo inspirado en la novela Papillon (Henri
Charrière ) que terminó de desarrollar y que estrenó bajo la dirección de Fiore
Zulli (Teatro del Ogro). Se llamó Monsieur Mariposa, que el autor
considera entre lo más relevante de su trabajo temprano y cuya reposición está
preparando.
Kike decidió luego retornar a Sucre
con el teatro en mente “para trabajar más a fondo con los compañeros; ellos
plantearon hacerlo tres veces por semana y yo quería ocho horas al día, todos
los días”. No se dio así, pero igualmente surgió una obra que resonaría a nivel
nacional: El Libertador en su abrigo de madera, que imagina
los últimos días de la vida de Simón Bolívar. “Fue la vez que funcionamos lo
más parecido a un grupo de teatro, con gente precisa en lo que hacía”, dice
Kike, quien escribió el texto inspirado en El general en su laberinto de
Gabriel García Marques y Qué solos se quedan los muertos, de Ramón
Rocha Monroy. El elenco “preciso” estaba conformado por Darío Torres como
director, Cecilia Campos, Francisco Barrios, Jõao Mario Monje y los propios
Darío y Kike dando vida a múltiples personajes.
De aquel grupo “me gustaba la visión
un poco más humilde hacia las cosas que quieres encontrar en el teatro”, añade
el dramaturgo, director y actor que se detiene a pensar en Jõao, quien hoy vive
en Brasil, para expresar que lo extraña, pues “con él hubo una buena comunión
respecto a lo sagrado del teatro”.
La palabra “sagrado” no parece condecir con lo irreverente que resulta el teatro de Kike Gorena, con ejemplos como Los Maderfakers, Usted, una cama y mis intenciones, De retro en un Rolls Royce o Radio Paranoia. Se lo comentamos y él explica: “Digo sagrado en el apego al oficio, a lo artesano que tiene el teatro, a la búsqueda de la conexión con lo invisible, a las formas de encontrarse con lo referido al humano: eso me interesa”.
En lo que también cree el teatrista,
como pilar de su teatro, es en la libertad de buscar. Resuena mucho en esto el
teatro argentino que es parte de sus referentes, afirma, y en particular
Guillermo Cacace, con quien tomó un taller para descubrir a alguien “que
muestra otra perspectiva de la actuación, que te abre a posibilidades de lo
indefinido; ahí entiendes que la cosa es más en el encuentro con lo nuevo que
en el tratar de controlar la ejecución de lo que ya te habías imaginado”. Y más
todavía, “ves que para empezar a trabajar puedes partir de intuiciones, sin necesidad
de tener el tema clarísimo, como se supone que tienes como autor”. El tema “es
el que puede devenir de la aplicación de un dispositivo que te hayas trazado
para ese proyecto en concreto, con esos artistas”.
Que la situación aparezca
Dicha posibilidad fue explorada por
Kike cuando, ya en la ciudad de La Paz y tras encontrarse a gente como Pedro
Grossman, Pati García y otros teatristas, “cada quien con una identidad
propia”, se aventuró a dirigir. “Me encantó que todo pueda ser una página en
blanco en la que escribir y poner tu firma. Con el tiempo entiendes lo
saludable que es dejarse impregnar con otras voluntades creativas”.
El autor y director de El florecimiento del cerezo –su más
reciente creación teatral que tiende nexos estéticos entre el mundo andino y el
japonés–, obra que tiene en Marcelino al hombre en un camino de redención tras
la muerte de sus padres y la asfixia de lo urbano–, añade: “lo que más me gusta
es encontrar la identidad de la obra a lo largo del trabajo con el equipo, no
tanto llegar con ideas definitivas”.
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Marcelino (Edwin Villarroel), personaje de El florecimiento del cerezo que traduce las preocupaciones personales de Kike Gorena / Fotografía de China Martínez. |
Sus obras “disponen ciertamente de
elementos de universos posibles, parecidos a la realidad, pero no iguales, por
eso seguramente puedan resultar a ratos irreverentes. Me interesa que lo que se
pone en juego pueda hacer alguna resonancia en el espectador sin tener que
decirle esta es la verdad, esto se debe pensar, por aquí va la cosa”.
En el credo Gorena hay que saber también que, “en la medida en que te pongas a decir cosas en el teatro porque piensas que es tu deber moral o ético, pierdes la posibilidad de un encuentro honesto con la singularidad de un hecho teatral”.
Y qué tipo de actor es Kike Gorena.
“No sé, pero el tipo de actuación que me gusta y busco tiene que ver bastante
con encontrar en la cantera de lo irresoluto”. Lejos de la idea del actor que
se prepara a lo Stanislavsky, “me parece que en la poética de lo abierto hay
estímulos muchísimo más interesantes para el trabajo del actor, más allá por
del ejercicio de explayarse con lo que ya se maneja, con lo que ya funciona,
con lo que ya se conoce”. Como actor “prefiero desaparecer para que la
situación aparezca”.
Está también el Kike director de
actores y actrices: “Tú pones las reglas, pero es un ámbito de libertad. Todos
deben estar dispuestos a jugar. Yo los envidio, pues vienen al ensayo y durante
dos horas se dedican a buscar, a disfrutar”.
A veces, aunque prefiere no hacerlo,
a él le ha tocado entrar a sus obras, como en Alasestatuas, en la
que hace dupla con Darío Torres y con la que “nos ha ido bien”, tan bien que
desde 2006 la tragicomedia de Mario y Aniceto vuelve al escenario, es aplaudida
y hasta ovacionada, como acaba de pasar en abril de 2025. “Según yo, dice,
aunque habrá que corroborar, es la obra más representada en la historia del
teatro nacional contemporáneo”.
Tales son los pasos, las formas, el
método del artista potosino que tiene mucho de intuitivo, de autodidacta, pero
también de saber procesar lo aprendido de otros. Teatro de los Andes y Cacace
están ya mencionados y Kike pide mencionar como importantes los talleres del
Centro de Especialización Teatral (CET) que, gracias a Maritza Wilde,
permitieron acceder desde Bolivia a voces como las de Federico León, Tillman
Raabke, Aristides Vargas, entre otros teatristas internacionales.
La búsqueda sigue
Kike Gorena ha actuado también en
cine (por ejemplo, un coprotagónico en Sirena) y este lenguaje “me
seducía también para dirigir”, así que apenas la UMSA convocó a interesados en
formarse profesionalmente, él no sólo que se animó a responder sino que
convenció a otros compañeros teatristas que así comenzaron las clases en
tiempos de pandemia.
Kike ve en el cine otra alternativa
de laburo y también de autonomía a la hora de crear publicidad para sus
productos teatrales y, otra de sus facetas, para vender el singani El tonelito
de Gorena que lo reconecta con la tierra de su padre, Villa Abecia.
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Pati García y Kike Gorena en Usted, una cama y mis intenciones / Fotografia de Anuar Elías. |
Y
así se podría seguir hablando de este potosino artista. De su padre abogado que
pudo ser pintor y quizás por eso al final entendió las decisiones del hijo, de
su madre que aplaudía obras como Alasestatuas pero no otras
que Kike hizo con “los malcriados del teatro” (Luis Bredow, Miguel Valverde,
Mauricio Toledo, Pedro Grossman, Winner Zeballos). O se podría seguir las
huellas que lo llevaron a dirigir en Buenos Aires y a actuar en Italia. O
recordar que de sus talleres en El Desnivel salieron actrices, actores y el
grupo La perra de la cloaca, muestra de “una juventud irreverente, como tiene
que ser: jóvenes que no pidan permisos y hagan su camino”… Y quizás se podría
ahondar en la imagen cruda de la política boliviana –con chanchos y ratas
burlando al pueblo– que ofrece La vúlgara politiqué, su obra
de 2024. Pero es hora de hacer una pausa. Al menos hasta que Kike Gorena y
Darío Torres, las dos cabezas del Teatro La Cueva que a ratos se juntan, a
ratos siguen su propia ruta, anuncien el festejo de los 25 años del grupo
con un festival que promete una “trascendencia nacional”.
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