jueves, 30 de marzo de 2023

Pablo Paredes, productor cultural

El guitarrista Al Di Meola y Pablo Paredes.

Mabel Franco, periodista

A veces, dice Pablo Paredes que se pregunta: “¿En qué me he metido?”. Pero debe haber en él un irrefrenable placer en compartir con otros eso que a él le gusta: un cantante, una agrupación, una experiencia artística. ¿O no? A decir verdad, ¿acaso no todos sentimos la necesidad de mostrarle a alguien más lo maravilloso que es un libro o una película o un disco? Bueno, Pablo Paredes ha convertido ese impulso individual en una empresa, Sala A1, de ya larga vida en La Paz. Lo que es mucho mérito en un país que como el que habitamos parece poner más piedras que estímulos a quienes deciden hacer del arte –para el caso la producción de espectáculos-- su profesión.

En estos días, los afanes de Sala A1 tienen como meta el concierto que el guitarrista estadounidense Al Di Meola ofrecerá en La Paz. La cita está cerca: 12 de marzo, en el campo ferial Chuquiago Marka. Cabe esperar un lleno total, pues no todos los días es posible para nuestro mediterráneo espacio tener tan cerca a un artista de la trayectoria de Di Meola.

Al olfato de Pablo Paredes se le debe la presencia en Bolivia de Tangokinesis. Fue en 1996, en el Teatro Municipal Alberto Saavedra Pérez, cuando ojos y mentes se abrieron entonces a algo distinto relacionado con el tango. Quienes asistieron a las funciones recordarán el deslumbramiento de esa fusión con la danza moderna que propuso Ana María Stekelman. Inolvidable, simplemente.

Luego vinieron otros espectáculos, cuidadosamente elegidos: circo y acrobacia de Brasil, jazz y rock con Tony Levin, flamenco con El Cigala, jazz con Pipi Piazzolla y su grupo Escalandrum... Todo eso por citar algunas de las presencias que hablan de la amplitud de la mirada del productor y su capacidad para sintonizar no con las masas atentas a las tendencias, sino con la sensibilidad de un público dispuesto a libar, a saborear algo distinto, algo arriesgado.

Fracasos, dice Paredes, hubo algunos. Al final, esto de traer espectáculos no es ciencia exacta. Hay demasiados factores que tomar en cuenta y mucho más en Bolivia: aparte de buscar al público, ahí están, al acecho, una huelga, un bloqueo, un cerco, una crisis política, una incertidumbre económica como la que se vive ahora mismo en torno del dólar. Así las cosas, un evento planificado a veces por más de un año puede verse en la cuerda floja.

Pesa en contra también la inexistencia en el país de escenarios adecuados para ofrecer espectáculos en buenas condiciones y con el aforo que justifique la inversión. En La Paz, el teatro Saavedra Pérez ofrece la garantía técnica y su prestigio, pero queda chico con sus 600 butacas, de las que una parte importante está en áreas no muy deseables de anfiteatro y galería. ¿Adónde ir? Pues a un campo ferial que pudo tener un teatro en condiciones, pero desperdició la oportunidad y tiene lo que tiene nomás.

No ayuda tampoco la informalidad de quienes se llaman productores y no son sino estafadores o, en el más leve de los casos, improvisados mercaderes. El miedo del público de ser engañado está presente y es un factor que Sala A1 tiene que tomar en cuenta con los nuevos espectadores a los que quiere llegar. Similar miedo o desconfianza deben sentir los representantes de artistas internacionales cuando se les habla desde Bolivia. Bueno, Paredes y equipo tienen buenos antecedentes y la respuesta de Di Meola es la mejor prueba.

Traer artistas es, si se hace bien, acercar aires frescos y renovadores al país. Es un negocio y qué bueno que así sea; pero sobre todo es un servicio para una sociedad que necesita, tiene derecho, a vivir esos encuentros no solamente con el o los artistas, sino con los semejantes: para escuchar juntos, aplaudir juntos y salir de la sala con la sensación de haber alimentado eso que se llama alma.

Nota de opinión publicada en Página Siete el 9 de marzo de 2023

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