El guitarrista Al Di Meola y Pablo Paredes.
Mabel Franco, periodista
A veces, dice Pablo Paredes que se pregunta: “¿En qué me he metido?”. Pero debe haber en él un irrefrenable placer en compartir con otros eso que a él le gusta: un cantante, una agrupación, una experiencia artística. ¿O no? A decir verdad, ¿acaso no todos sentimos la necesidad de mostrarle a alguien más lo maravilloso que es un libro o una película o un disco? Bueno, Pablo Paredes ha convertido ese impulso individual en una empresa, Sala A1, de ya larga vida en La Paz. Lo que es mucho mérito en un país que como el que habitamos parece poner más piedras que estímulos a quienes deciden hacer del arte –para el caso la producción de espectáculos-- su profesión.
En estos días, los afanes de Sala A1 tienen como meta el
concierto que el guitarrista estadounidense Al Di Meola ofrecerá en La Paz. La
cita está cerca: 12 de marzo, en el campo ferial Chuquiago Marka. Cabe esperar
un lleno total, pues no todos los días es posible para nuestro mediterráneo
espacio tener tan cerca a un artista de la trayectoria de Di Meola.
Al olfato de Pablo Paredes se le debe la presencia en Bolivia de
Tangokinesis. Fue en 1996, en el Teatro Municipal Alberto Saavedra Pérez,
cuando ojos y mentes se abrieron entonces a algo distinto relacionado con el
tango. Quienes asistieron a las funciones recordarán el deslumbramiento de esa
fusión con la danza moderna que propuso Ana María Stekelman. Inolvidable,
simplemente.
Luego vinieron otros espectáculos, cuidadosamente elegidos:
circo y acrobacia de Brasil, jazz y rock con Tony Levin, flamenco con El
Cigala, jazz con Pipi Piazzolla y su grupo Escalandrum... Todo eso por citar
algunas de las presencias que hablan de la amplitud de la mirada del productor
y su capacidad para sintonizar no con las masas atentas a las tendencias, sino
con la sensibilidad de un público dispuesto a libar, a saborear algo distinto,
algo arriesgado.
Fracasos, dice Paredes, hubo algunos. Al final, esto de traer
espectáculos no es ciencia exacta. Hay demasiados factores que tomar en cuenta
y mucho más en Bolivia: aparte de buscar al público, ahí están, al acecho, una
huelga, un bloqueo, un cerco, una crisis política, una incertidumbre económica
como la que se vive ahora mismo en torno del dólar. Así las cosas, un evento
planificado a veces por más de un año puede verse en la cuerda floja.
Pesa en contra también la inexistencia en el país de escenarios
adecuados para ofrecer espectáculos en buenas condiciones y con el aforo que
justifique la inversión. En La Paz, el teatro Saavedra Pérez ofrece la garantía
técnica y su prestigio, pero queda chico con sus 600 butacas, de las que una
parte importante está en áreas no muy deseables de anfiteatro y galería.
¿Adónde ir? Pues a un campo ferial que pudo tener un teatro en condiciones,
pero desperdició la oportunidad y tiene lo que tiene nomás.
No ayuda tampoco la informalidad de quienes se llaman
productores y no son sino estafadores o, en el más leve de los casos,
improvisados mercaderes. El miedo del público de ser engañado está presente y
es un factor que Sala A1 tiene que tomar en cuenta con los nuevos espectadores
a los que quiere llegar. Similar miedo o desconfianza deben sentir los
representantes de artistas internacionales cuando se les habla desde Bolivia.
Bueno, Paredes y equipo tienen buenos antecedentes y la respuesta de Di Meola
es la mejor prueba.
Traer
artistas es, si se hace bien, acercar aires frescos y renovadores al país. Es
un negocio y qué bueno que así sea; pero sobre todo es un servicio para una
sociedad que necesita, tiene derecho, a vivir esos encuentros no solamente con
el o los artistas, sino con los semejantes: para escuchar juntos, aplaudir
juntos y salir de la sala con la sensación de haber alimentado eso que se llama
alma.
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