Mabel Franco, periodista
En la ciudad francesa de Avignon, donde se celebra anualmente uno de los festivales de teatro más importantes del mundo, estructuras construidas por la iglesia católica y que se fueron quedando vacías por el alejamiento de fieles --crisis de fe-- han sido adaptadas como escenarios para el arte. Desde el magnífico Palacio de los Papas hasta pequeños templos son, tecnología de por medio, espacios equipados para responder a las necesidades de los artistas.
Una de esas estructuras, que cuando la conocí durante uno de los festivales era administrada por teatristas de la sociedad civil, había conservado el nombre de Capilla del Verbo Encarnado. Así la bautizó la congregación religiosa homónima, fundada hace más de 150 años con la premisa de que “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”.
No se me ocurre mejor figura para explicar lo que busca hacer el teatro: encarnar, dar vida a la palabra, al verbo. Y más aun: buscar la comunión entre seres humanos, permitir la trascendencia, acercarse a dimensiones que la cotidianidad esconde. Si eso no tiene un sentido espiritual, qué lo tiene. No digo religión, porque lejos está el arte de formar ejércitos sin capacidad para poner lo encarnado en crisis y ésta es la diferencia más importante.
No sé si algún día catedrales y templos de Bolivia puedan convertirse en espacios culturales. Lo que ocurre por ahora es lo contrario: hace tiempo que salas de cine se han tornado templos de militancia cristiana. Pero, y de esto trata la buena nueva, hay otros espacios donde lo espiritual se expresa y uno de ellos, quizás el más importante de todos, se llama Campo Lindo.
En la zona paceña de Callapa, a donde avanza la urbe borrando lo rural, sin planificación y por tanto exponiendo a los habitantes a desastres como los deslizamientos, se construye a diario una comunidad en la que la vida cotidiana y el arte comulgan y en la que el ser humano no está por encima de otros seres vivos.
Adalía Auzza y Rodrigo Mendoza --Los Cirujas, su nombre teatral-- son los gestores de Campo Lindo. Con sus manos han erigido, junto a albañiles, la casa que aprovecha material reciclado y que ocupa menos metros respecto del jardín y la chacra.
En el segundo piso de la casa se abre la sala teatral y para llegar a ella hay que recorrer living y comedor donde los muebles tienen nombre. Ese sofá es un Norma Merlo, ese estante es un Morayma Ibáñez... Los amigos están allí, plasmados en el mobiliario donado.
En ese espacio --donde también trabajan teatristas como Willy Vásquez y Edith Negrón-- se encarnan muchos verbos de vida: reciclar, sembrar la tierra, reaprovechar los desechos orgánicos, usar el agua de manera racional, hacer teatro. Hacer teatro, hay que destacarlo, especialmente para la niñez, un público que en Campo Lindo puede también cosechar habas o regar la siembra de papas.
En Campo Lindo se profesa el amor. Un amor que se expresa en el cuidado de la salud de uno de sus compañeros de labor, enfermo de cáncer, que va incluso más allá de lo que se espera de un amigo. Un amor que acoge a especies diversas de animales abandonados por otros: perros, gatos, burro. Hay gallos, gallinas y conejos que no son para comer. Hay sapos y ranas para los cuales se ha habilitado un estanque... Hay vida.
Las obras creadas por Los Cirujas ya hablaban, antes de Campo Lindo, de ese amor y responsabilidad: el cuidado de los recursos naturales, los conocimientos de pueblos antiguos habitantes de esta Bolivia, de esta Latinoamérica, que habría que conocer para actuar hoy, etc.
Los artistas de Campo Lindo tienen claro que son parte de un entorno, que tienen vecinos cercanos y lejanos con los cuales tienen que avanzar en esa construcción de una vida mejor para todos, no sólo para las personas. Para eso viven como viven y hacen teatro.
La realidad es, sin embargo, dura: si ellos reciclan, los vecinos contaminan. Si ellos adoptan animales, los vecinos los abandonan. Si ellos aman, los vecinos matan. La víctima más reciente ha sido Osa, una hermosa perra de Campo Lindo a la que alguien ha herido sin motivo y sin remedio.
Hay mucho por hacer y no parece justo que Los Cirujas lo tengan que hacer solos. Si hubiera un diezmo justo, yo lo pagaría a estos actores que encarnan, pese a todos los obstáculos, el verbo ser en positivo, con esperanza, con fe.
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