miércoles, 29 de marzo de 2023

Efigenia, la Reina del papel

El titiritero actor Sergio Mercurio decidió filmar la poesía de una artista de la calle en Brasil. El resultado fue otro poema que ganó premios, pero no pudo llegar al público masivamente. Ahora saldrá en busca de quienes transitan por las vías digitales. La novedad es el subtitulado: nueve lenguas, desde el castellano hasta el guaraní.


Mabel Franco Ortega, periodista; 
Fotos: Pablo Gonzales

Subtitulada en nueve idiomas, La película de la Reina, ópera prima de Sergio Mercurio, recorrerá los caminos que las redes digitales le vayan abriendo. Así lo ha decidido su director, que la estrenó en una sala de cine de La Paz en 2007, que ganó premios en festivales y que desea ahora que la vea mucha, pero mucha gente.

La película, un biodocumental que el titiritero, actor y escritor argentino hizo junto con los bolivianos Juan Pablo Urioste en cámara y fotografía y Pablo Gonzales en la foto fija, sigue la huella, más bien la magia, de Efigênia Ramos Rolim, una brasileña de 74 años que descubrió en los papeles de dulces tirados en las calles tantos sentidos que una frase no lo explicaría.

Para entender algo de esos sentidos, para asomarse al mundo recreado por la pequeña pero inmensa Efigênia, la Reina del papel de caramelos, hay que escuchar su poesía, sus canciones, verla correr y brincar como si fuese una niña. Hay que seguirla en su descubrir y cosechar los papeles brillantes –basura para otros– y observarla cuando los retuerce o los envuelve con hilo hasta darles nuevas formas. Hay que, en definitiva, ver su película.

Efigênia nació en un pueblo de Minas Gerais (Brasil) y tuvo como 20 hermanos y hermanas. Todos debían trabajar desde pequeños, cuenta en el documental, e ir descalzos por la vida, pues la buena ropa y los zapatos se guardaban para ir a la iglesia en domingo.

La niña creció. Se casó y tuvo cuatro hijos y cinco hijas. La pobreza, que la obligó a trasladarse junto a su familia y el esposo enfermo a la ciudad de Curitiba (Paraná), la dejó viuda a los 60 años. Fue entonces que se hizo artista, o más bien: que retomó lo que siempre fue, desde que en su niñez creaba y actuaba poemas que su madre no entendía y que el resto de la gente calificaba de locura.

En el momento en que aceptó hacer la película, Efigênia era conocida ya, en su entorno, como artista de calle, artista popular, contadora de historias, dueña de una sabiduría sencilla al alcance de eruditos, como tituló un diario brasileño.

Han pasado muchos años desde el estreno de la película. La protagonista tiene 91 y sigue tan activa como cuando llevaba su blanco cabello peinado en trenzas y vestía ropas adornadas con papeles brillantes a tono con el tocado hecho de red de damajuanas llena de los mismos papelitos. El director, Mercurio, relanza ahora su obra, sobre la que conversamos en Rascacielos.



A modo de charla

- ¿Qué relación hay entre tu ser titiritero, actor y asumir la dirección de una película?

- La misma relación que puede haber entre alguien que es padre, hijo, nieto, abuelo, amigo. Si bien esto que señalo son relaciones parentales, entiendo las acciones que contemplan formatos de comunicación artística del mismo modo: para mí, los titiriteros, actores, escritores o directores de cine son primos, y entre esos parientes el preferido por todos es el músico, porque es el que los puede reunir sin que se peleen. En esta vida no me ha tocado esa suerte.

Los oficios que he tenido y que tengo están hechos con los mismos materiales. Mis sensaciones, mis preguntas, curiosidad, algo de aventura y disciplina. La película, así como fue ser titiritero, nace de una necesidad. Para conocer América había que provocar encuentros en distintos lugares. Hacerme titiritero respondió a esa necesidad. Hacer una película fue la respuesta a lo que yo entendía que era la necesidad de que Efigenia fuera filmada. Que su vida quedara registrada. Nadie quería hacerla, entonces la hice yo.

- ¿Qué miras desde los ojos de la Reina?

- Veo lo que sé, supe, intuía, sabía y olvido regularmente. De vez en cuando vuelve Efigênia a mí para ponerme en mi lugar. Desde los ojos de ella se ve el mundo en el que quiero vivir. En el que quiero estar. Desde los ojos de ella se ve claramente que lo frágil puede caminar con lo fuerte. Ésa es una de las frases más hermosas que ella dice en mi película.

- ¿Qué le ha pasado a la película luego del estreno? ¿Qué itinerario imaginas que va a seguir desde ahora?

- Lo que le pasó a esta película es que cumplió su objetivo. Creo que ayudó a que otros conozcan a esta mujer. Cuando Lula era presidente de Brasil, la vez primera, llamó, entre otras personas, a Efigênia y le colocó una medalla que expresa que ella es una de las figuras que yo llamo excluyente de la cultura, en el sentido de que no se parece a nadie. En el libro que explica los motivos para haber elegido a las personas distinguidas, en la página de Efigênia se dice algo así: “Retratada en la película de Sergio Mercurio, Efigênia Ramos Rolim, oriunda de Minas Gerais, es una artista popular que trabaja con papeles de caramelo, convirtiéndolos en muñecos, y creando un universo con lo que ella llama los míseros caídos que perdieron el relleno; por su labor es conocida como La Reina del Papel”. Esa frase que pongo en negrita fue el final del recorrido de mi película. Esa acción mudó el presente de Efigênia.

Con respecto a su recorrido fílmico, la película ganó el premio del público del festival de cine de Sao Paolo. Ganó el festival Contra el silencio todas las voces, de México. Viajé a Estonia a presentarla en un festival. En todos los casos me faltó experiencia para transitar por el mundo del cine. No supe hacer acuerdos. Fui muy anárquico. Me moví en el cine como me moví en el teatro. Ahí me di cuenta que un primo actor no es igual que un primo cineasta. Yo quise ser en el cine como era en el teatro. No funcionó. Nunca recuperé la inversión económica que hice.

Durante la pandemia intenté la aventura de subtitularla en nueve idiomas. Contacté a diversos amigos que la habían visto, la mayoría de los cuales conocí en Bolivia: un alemán casado con una boliviana, una japonesa casada con un boliviano, un italiano y un francés de mis tiempos en el Teatro de los Andes, un amigo que habla, escribe y piensa en quechua. Además de eso contacté con un amigo guaraní y así fuimos completando los nueve subtítulos que se han hecho con la expectativa de que la película se vea gratis en internet y se disfrute en cualquiera de esos idiomas.

Además, siempre tuvimos la necesidad de corregir un par de defectos técnicos, como que en uno de los fotogramas se colaba un cable. Ahora ya está.

Con respecto al itinerario, no pretendo nada especial. El mundo del cine cambió para siempre. Ojalá que algunos seres vean a esta mujer que suele mudar las vidas de las personas a las que se acerca.

- ¿Te has encontrado con la artista nuevamente?

- Sí. Sigue tan activa como siempre. Creando mundos, investigando. Es un estímulo encontrarse con ella. Sigue juntando lo que otros dejan de lado. Es mi musa. La encontré el verano pasado y en poco tiempo me reestimuló. Dije antes que la considero alguien excluyente porque es la artista más diferente que he visto en América: porque excluye a todos, absolutamente a todos. Es la única artista que no trabaja de artista.

- ¿Qué te dijeron los que vieron la película? ¿Qué encontraron y que tú sabías que así sería?

- Las personas que han visto la película se han emocionado mucho. Y me han agradecido. Yo no esperaba ganar festivales. Lo que me sorprendió fue la recepción en México. Si yo no hubiera sido tan bobo e inexperto, hubiera aceptado que la distribuyan por todo México. En ese momento pensé en recuperar el dinero y no hice el acuerdo. Hoy me arrepiento de eso. Las películas tienen que viajar solas. Lo que me sorprende es encontrar a alguien que no sabe quién soy yo, pero que vio la película y le gusta el modo en que fue hecha.

- ¿Qué te ha sorprendido para mal de las respuestas?

- El mundo del cine independiente. Muy mezquino. Es triste constatar cómo la envidia es lo que más brilla entre los artistas.

Para ver la película 

Efigênia dice que encontrarse con esos desechos brillantes, que en principio confundió con una joya, ha sido una suerte inmensa. Es decir, suerte que no fuesen joyas en el sentido material, sino papeles y papelitos, pues de lo contrario se hubiese vendido la joya. Y con ese final, la artista no hubiera emergido ni encontrado la oportunidad de trabajar sobre ella misma: es decir, hubiese perdido su relleno.

Dice también Efigênia que ella pensaba que el mundo del arte no era para alguien “vieja, fea, sin estudios”; pero que esto no es verdad. Revela muchas cosas más, pero para enterarse hay que exponerse ante La película de la Reina y escucharla en portugués, subtitulada asimismo en ese su idioma, pero también en castellano, alemán, japonés, francés, italiano, quechua, inglés y guaraní.

Nota publicada en la revista Rascacielos el 26 de marzo de 2023

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