Afiche de "Chuquiago" diseñado por Matías Marchiori. |
Plaza del Scout: Guillermo Aguirre y Antonio Eguino. Foto Pedro Laguna |
Eguino pide a su antiguo ayudante no olvidar que Tito Landa (+), el tío, no sabía conducir. Alguien, cuyo nombre ya no recuerdan, tuvo que manejar los pedales recostado en el piso del auto, mientras el actor sólo movía el volante.
La historia de Chuquiago se remonta a 1970, va a decir el director en algún momento del viaje entre La Paz-El Alto-La Paz. “El rector de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA), Pablo Ramos, me había pedido hacer un documental sobre la Revolución Universitaria. Empezamos a preguntar y había de todo en las respuestas, menos una coherencia respecto del sentido de tal revolución. Con Cacho —el guionista de Chuquiago y de muchas películas bolivianas fundamentales—, y en vista de que nuestras oficinas estaban al lado de la UMSA, decidimos invitar al azar a los estudiantes para entrevistarlos. Reparamos así en que había gente de todos los estratos sociales: desde el migrante que habitaba en El Alto hasta la chica de familia rica de la zona Sur, y cada uno pensaba la Revolución Universitaria a su manera”. El resultado fueron varias horas de filmación; pero el documental no se hizo, porque muy pronto, en 1971, llegó el golpe de Estado encabezado por Hugo Banzer. Sin embargo, la información quedó rondando en la mente de Eguino. Y luego de Pueblo chico, de 1974, en plena dictadura se comenzó a preparar Chuquiago.
Isico. La historia inicial es sobre un niño campesino que llega a La Paz. Su primer contacto es El Alto, que por los 70 era un barrio más de la ciudad, bastante marginal. “Cacho, hábilmente, creó esta historia”, dice Eguino. Había que encontrar al niño, en tiempos en que no había personas profesionales encargadas de buscar a los actores (casting) y todo se hacía de manera amateur. “Visitamos mercados, pero los chicos se asustaban, al igual que sus padres”.
Isico (Néstor Yujra) con mamá Candicha (Alejandra de Quispe). |
Mientras se preparaba la filmación, el equipo, del que era parte Paolo Agazzi (asistente de dirección), buscó un asesor en idioma aymara. En la universidad había un joven profesor, Víctor Hugo Cárdenas (hijo de campesino migrante que llegaría a la Vicepresidencia de la República), que les dio clases y les presentó a su padre, Pedro, quien los guiaría hasta la zona del lago Titicaca, de donde era oriunda la familia. “Cuando llegamos a Huatajata se nos acercó un niño, sobrino de los Cárdenas, al que vi y me dije: ‘Éste es Isico’. Permisos de por medio, Néstor Yujra se trasladó a La Paz y vivió con Cacho Soria mientras duró el rodaje de su historia (marzo-abril de 1976).
Pedro Cárdenas actuó también. Es el tío que arriba a El Alto y entrega al niño a una vendedora de café —mamá Candicha (Alejandra de Quispe)— para que aprenda a sostenerse en la ciudad.
La mayor parte de las escenas de exteriores de Chuquiago son las de Isico, y El Alto, además de la zona oeste de La Paz, el escenario. La actual avenida 16 de Julio, cerca de la Plaza de la Liberación (Túpac Katari) es la esquina donde vendía en verdad Quispe. La invitaron a actuar y ella aceptó encantada. Por ese entonces, recuerda Aguirre, guía providencial, pues, tiene una memoria prodigiosa, el lugar era una pampa de tierra, con puestos de venta de plátanos y verduras, sogas y otros enseres, y la plaza no era sino un pequeño espacio en medio de casitas de adobe. ¡Quién iba a imaginarse que ese sitio se convertiría en parte de la inmensa Feria 16 de Julio, centro de una urbe autónoma!
Isico se convierte, pues, en ayudante de la vendedora de café. Carga los bártulos para instalar el puesto y no se da cuenta de que unos pícaros le roban el queso del atado. Esa escena, un travelling, se hizo con un carrito que fue prestado por la empresa de ferrocarriles, recuerdan Eguino y Aguirre.
Cosas del cine, “el arte de mentir”, el puesto de mamá Candicha se instaló para fines de filmación en otro punto ajeno al original. El director quería un sitio sin mucho ruido, así que el equipo se fue a una especie de descampado, detrás del actual Cristo, en la Av. Panorámica. Desde allí —hoy irreconocible por el asfalto y muchas casas de ladrillo—, se filmó —con ayuda de una grúa para cambiar luminarias facilitada gracias al alcalde de entonces, Mario Mercado— el descubrimiento de La Paz por parte del niño: la hoyada le atraerá como un imán y hacia ella bajará por un sendero que todavía existe, pero que está separado de la ladera por una malla de metal.
Johnny. Desde Villa Victoria, la cámara descubre un conjunto de viviendas de ladrillo en el límite entre El Alto y La Paz. Allí vive el protagonista de la segunda historia: Johnny, sobre cuya vida, como con las de Carloncho y Patricia, se tuvo que esperar hasta septiembre para la filmación, pues en julio fallecería la madre de Antonio Eguino.
El joven melenudo Edmundo Villarroel fue presentado al equipo por Paolo Agazzi. “Lo hizo muy bien”, dice el director que recuerda haber visto a su actor tiempo antes de su muerte, en Cochabamba, atendiendo una chicharronería, “gordo, gordo”.
Como padres de ese personaje actuaron Fidel Huanca —que también haría de chasqui en Amargo mar (A. Eguino, 1984) — y su esposa Julia de Huanca (+).
Johnny (Edmundo Villarroel) y Zorro (Guillermo Aguirre, de frente) en una escena del film. |
Como anécdota, Eguino cuenta que entonces no se estilaba cuidar del vestuario, como pasa hoy con profesional celo. “Johnny llevaba una chamarra de cuero y una camisa. En medio del rodaje viajó a Cochabamba y perdió la primera prenda, mientras la segunda quedó rasgada por una pelea. Tuvimos que conseguir la chamarra y remendar la camisa”.
Carloncho. Para dar vida a Carloncho, el burócrata clasemediero, se recurrió a actores que, como David Santalla, tenían ya larga trayectoria en el teatro. “Nos reunimos con ellos —además de Santalla, Tino Lozada, Pablo Dávila y Raúl Ruiz— y les pedimos ensayar escenas del guion. Cacho fue ajustándolo con las sugerencias de los actores”. Santalla demostró ser un profesional: disciplinado, puntual, destaca el director. De hecho, él aportó mucho, “le salía espontáneamente”, al personaje que, dentro del drama, tiene chispas de humor.
Carloncho (David Santalla) en el bar Oruro. |
La casa donde se hallaba el bar, en la Ingavi y Pichincha. Foto Pedro Laguna. |
“Recuerdo que llegamos al lugar, yo iba con mi esposa, Danielle Caillet (+), quien hizo la foto fija de Chuquiago (también Pedro Susz), y la señora, luego de haber acordado lo que haríamos, me dijo: “Don Antonio, ¿no quiere probar la mercadería?” (el cineasta imita el tono araucano para recordar el episodio en medio de las chicas chilenas).
Sobre el boliche exacto, no hay acuerdo entre Eguino y Aguirre. Que estaba por el puente Minasa, no hay duda. Pero sí sobre si era El Redondo o El Zepelín.
Discusiones de por medio, una anécdota famosa, cien veces contada, ayuda a zanjar el tema. “Como encargado de la continuidad trabajó en Chuquiago el padre Luis Espinal. La noche en que filmábamos las escenas con las chicas, Luis salió a la puerta del local para fumar un cigarrillo. Acertó a pasar por el sitio un taxista que conocía bien al sacerdote. ‘Padre, qué hace usted aquí’, preguntó sorprendido. Y un Luis muy tranquilo le contestó: ‘Trabajando, hijo’”. Aguirre salta: “Ve, jefe, no pudo ser El Redondo —que estaba en un callejón al que no entraban los autos—, sino El Zepelín”.
Otros espacios por los que se mueve Carloncho son el Palacio Consistorial, donde es un funcionario más; un departamento en la calle Pedro Kramer, donde desayuna y hace bromas a sus hijas —una de ellas verdadera y las otras dos, de Tino Lozada—, y el Cementerio General.
Patricia. Para la última historia, sobre un vecino de la residencial zona Sur, Eguino había solicitado la ayuda del escritor y diplomático Wálter Montenegro (+). Éste, luego de echar un vistazo al guion, llamó machista al cineasta, ya que las cuatro historias tenían que ver con varones. El autor del libro de cuentos Los últimos se dedicó a perfilar a Patricia, esa joven de familia acomodada que estudia en la UMSA, que se une al entusiasmo universitario de luchar contra las injusticias y por el cambio social, pero que termina cediendo ante sus padres, dejando de lado elamor por un matrimonio de conveniencia.
Eguino, que daba clases de cine en la Universidad Católica Boliviana, tenía una alumna “muy simpática, rubia, de muy linda voz”. Le hicieron una prueba, “y me di cuenta de que no iba a funcionar; se lo dije y ella lo tomó de tan buena manera, que inclusive me sugirió a Tatiana Aponte para el papel”. Le hablaron, pero ella no aceptó. La amiga tranquilizó al equipo y cumplió con el compromiso de convencerla.
Las escenas en la UMSA son sólo las exteriores. Las del aula, con un dirigente revolucionario arengando a los estudiantes (Andrés Canedo), se hicieron en una casa de la calle Jaimes Freyre y pasaje Muñoz Cornejo, en Sopocachi. Un muro de esa vivienda (que acogió a Jaime Paz Zamora y al propio Paolo Agazzi a su llegada a Bolivia desde Italia, dice Aguirre) es el que trepa la pareja de Patricia y Rafael (Julio César Paredes) cuando las fuerzas represoras asaltan la universidad. Se dice en el film que es un muro de la UMSA, pero así es la magia del cine.
Patricia (Tatiana Aponte) al centro,junto a sus padres. |
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