lunes, 12 de octubre de 2015

Todo blue, nada blue

Cuatro hombres, contemporáneos de 40 años, se encuentran con la familiaridad que les da una amistad de juventud. El departamento de uno de ellos es el lugar en el que se produce lo que en verdad es un reencuentro. No se ven a menudo, aunque cada quien asume que, como los mosqueteros, son todos para uno.



Mabel Franco, periodista

Cuatro hombres, contemporáneos de 40 años, se encuentran con la familiaridad que les da una amistad de juventud. El departamento de uno de ellos, Pedro (Fernando Arze), es el lugar en el que se produce lo que en verdad es un reencuentro. No se ven a menudo, aunque cada quien asume que, como los mosqueteros, son todos para uno.
Pedro tiene un problema delicado: las autoridades de Cultura, para las que él trabaja, le reclaman la devolución de obras de arte que mediante un sistema de regalos entre empleados llegaron a sus manos. Sólo que ahora, los cuadros del artista antes despreciado y ya muerto están en alza, así que dichas obras valen demasiado dinero.
En esas circunstancias cae en el departamento Juan (Luigi Antezana), político que ha dejado su hogar para que se enfríen los reclamos de la esposa por su infidelidad. Los dos elucubran la manera de ayudar a Pedro y se les ocurre que necesitan un buen abogado. Se acuerdan entonces de Tomás (Cristian Mercado), aunque saben de sus problemas de drogas y alcohol.
El cuarto hombre, Martín (Gory Patiño),  entra en escena porque está a punto de estrenar una obra teatral y apela al trío para que lo acompañen.
“Todo Blue”, esa forma de saludo para decir/preguntar que todo va bien, da nombre en Bolivia a la obra de la dramaturga holandesa Maria Goos titulada originalmente “Cloaca”. Paolo Agazzi, el cineasta que se estrena como director teatral, decide arrancar por la paradoja, un acierto pues así la descomposición paulatina es mucho más dura y motivo de descubrimiento para el espectador.
Veamos ahora el proceso.
Una puesta realista deslumbra visualmente. El departamento es de lujo; tiene que serlo, pues Pedro se ha confiado en los cuadros, algunos de los cuales ha vendido, y vive por encima de sus posibilidades de empleado público. Agazzi logra mantener el tono y así, si se toma té, se toma té; si se abre la puerta que da al pasillo, la luz externa entra… Coherencia, pues, que los teatristas noveles tendrían que tomar en cuenta.
Pedro es gay. Lo saben los amigos y lo sabrá el espectador por detalles de extraordinaria sutileza. Nada de parodias o caricaturas del homosexual, sino gestos propios, actitudes que lo pintan de cuerpo entero en contraposición con el resto. Si sus amigos pone los pies en los muebles, dejan objetos regados, Pedro limpia y ordena compulsivamente su espacio. Arze hace un trabajo de construcción del personaje igualmente sutil, al grado de imponerse al resto del equipo de buenos actores. Es, quizás, de lo mejor que se le ha visto en escena.
Juan, el político, es lo opuesto. Su desprecio por los demás se lee en sus pequeñas actitudes, se adivina aun antes de que explote en actos y palabras. Antezana está en el papel, aunque habrá que decir que en los primeros días del estreno era evidente que hacía falta fogueo para que no sólo las actuaciones individuales sino las relaciones entre personajes sean más seguras. A estas alturas, de gira por el país, seguramente se habrá logrado. Es lo bueno del teatro.
En el duelo de ambos personajes, la presencia de los de Mercado y Patiño ayuda a redondear, discretamente, esa sensación de mentira, de vacío, de no estar ninguno para el otro.
La mano de Agazzi se siente en la dirección de actores, queda claro. Y en el cuidado meticuloso de lo que se ve en escena. Pero tiene mucho que aprender del tiempo teatral: dos actos resultan demasiado, más si para dividirlos se apela a un video de los amigos en su juventud. Si la idea es marcar los contrastes, los absurdos, no funciona pues, aquí sí, en los bailarines disco, se cae en lo caricaturesco. Y duele (teatralmente hablando), pues la intención de estas imágenes, ya ha hecho efecto en la mente del espectador por todo lo visto en carne y hueso.
Otra escena que se siente larga (tiempo teatral) es la del “regalo” de los amigos para el cumpleañero: una mujer que hace su streeptease estereotipado. Por supuesto, el machismo que es lo que une a los amigos, con gay incluido en el juego, es parte de la cloaca, de la superficialidad de la relación. Pero la exposición de María Victoria Ric, convertida en anécdota más que en personaje, priva a la obra de esa crítica. El teatro es, no me canso de evidenciarlo, signo. Si la materia se impone, el significado se sacrifica.
Con todo, al final, la sensación de que nada está blue, de que uno es para uno mismo nomás queda dramáticamente claro. Agazzi y sus cuatro actores, con Arze en la punta, han logrado transmitir la inconsisencia de relaciones juveniles devaluadas por el tiempo .




El concreto mar de Los Andes


¿Qué es el mar? Pues, lo que se diga de esa masa de agua resultará siempre, para un boliviano, una abstracción. El mar es una sensación de pérdida, y por ello mismo es una atadura, una carga, un pendiente que se lleva en nombre de otra abstracción: la patria.

Foto: Teatro de los Andes
Mabel Franco, periodista
¿Qué es el mar? Pues, lo que se diga de esa masa de agua resultará siempre, para un boliviano, una abstracción. El mar es una sensación de pérdida, y por ello mismo es una atadura, una carga, un pendiente que se lleva en nombre de otra abstracción: la patria.
Esto, que puede resultar una obviedad para quienes de tanto en tanto, si no a diario, desde que nacemos en este lugar llamado Bolivia sentimos cual canto de sirena, se encarna, se expresa en “Mar”, la obra de Teatro de los Andes, la segunda desde el alejamiento de su creador y director, César Brie.
Tal como pasara con la anterior, “Hamlet de los Andes” (creación colectiva junto a Diego Aramburo), el público está dividido respecto de la calidad de la propuesta. O se la aplaude como resultado de una continuidad que pugna por renovarse, o se le reclama por no parecerse a lo que se hizo en tiempos de Brie. No hay remedio en esto y Gonzalo Callejas, Alice Guimaraes y Lucas Achirico tendrán que aprender a vivir con esa memoria del padre, quién sabe hasta cuándo.
Yo me quedo con “Mar” como muestra de lo nuevo de Teatro de los Andes, sin nostalgias pero sí con raíces. Me conmuevo como en los viejos tiempos, pero también me sorprendo con la capacidad del grupo de encontrar formas para remontarr, junto con el espectador, ese espacio reducido de una sala teatral y viajar por variados tiempos y lugares. ¿Qué hay otras lecturas de los alcances de “Mar”? Por supuesto; al final, el teatro no es solamente lo que está pasando en el escenario; es lo que con eso se logra que pase en un espacio en el que se encuentran expectativas de creadores y de público. De un espacio en concreto, el mío, es desde el que puedo hablar.
Pero bueno, ¿cómo es el mar de los Andes?
El grupo, que esta vez ha trabajado junto al director argentino Arístides Vargas, se anima a tocar un tema  cargado de estereotipos y de patriotismos. Un campo minado, se puede afirmar. Y opta, para emprender el  riesgoso viaje, por la tragicomedia, género que, es evidente, refleja como en un espejo la relación que como bolivianos tenemos con el océano.
Tres hermanos obedecen el mandato de la madre, invisible ella pero poderosamente presente, de llevarla de vuelta al mar para que su cuerpo descanse mecido por las olas. Sin convicción, en verdad, hacia allí la conducirán los hijos a duras penas, atravesando desiertos de dudas, de resentimientos contra esa progenitora a veces amorosa, a veces tirana, y sorteando  rivalidades y desconfianzas mutuas. La llevarán porque no pueden hacer otra cosa si desean recuperar la libertad. Y también porque necesitan superar la sensación de orfandad que el perdido mar (¿el padre?) les provoca.
Una puerta (bandera que va tornándose escudo) representa a la madre. Sueños escapan por esa puerta (el recurso recuerda a “Las abarcas del tiempo”, obra de los 90) para materializarse en discursos y estereotipos: el que repiten los militares, con los que se llenan las cabezas de los niños, los de los himnos, los que envían al frente a los jóvenes porque mejor muertos que antipatrióticos…
Y así se produce el descubrimiento, el que justifica todo el viaje: el mar no es la masa de agua. El mar, para Bolivia, es un oleaje cotidiano de subidas y bajadas, una pugna levantarse tras cada caída. Esto es lo concreto y en la puesta de Teatro de los Andes la idea se refuerza además por la ausencia total de agua, salvo la poquita que la mujer sin voz, la “apátrida”, echa al rostro del viejo militar.
“Mar” no se rinde, pues, a los estereotipos: los pone en evidencia, invita a desarmarlos, a reconocerlos como la “marca país”, y podría lograrlo si no fuera  por el discurso del final sobre  la guerra con Chile, 1879, la injusticia, etc. En ese momento disonante con el tono autocrítico y metafórico que domina en la obra, ésta amenaza con zozobrar. No lo hace, no lo hará, por el poderoso trabajo del trío, con Callejas en la delantera, pero sobre todo porque en el teatro siempre es posible dar un golpe de timón.

FICHA TÉCNICA
Actores: Lucas Achirico, Gonzalo Callejas, Alice Guimaraes
Música: Lucas Achirico
Escenografía: Gonzalo Callejas
Vestuario: Alice Guimaraes, Jacqueline LaFuente Covarrubias
Dirección de actores: María del Rosario Francés
Texto y dirección: Aristides Vargas
Organización general: Giampaolo Nalli

domingo, 11 de octubre de 2015

Una pareja desfasada


¿Hay obras dramatúrgicas que envejecen? ¿Que no deberian representarse más? O quien las pone en escena es quien las envejece, Ideas a propósito de "Pareja abierta" con David Mondacca y Jhazel Vargas.


Mabel Franco, periodista

Me pregunto si hay obras dramatúrgicas que envejecen, que ya no se deberían hacer. Y me respondo que “creo que no”. Lo que sí envejece, o corre riesgo de envejecer, es la obra de teatro, es decir la que se hace acto. Esta sí que puede lucir ajada, anticuada o cuando menos desfasada si quien se hace responsable de montarla no logra que lo esencial de lo que está escrito dialogue con los tiempos que corren.
En esto me ha hecho pensar “Pareja abierta”, la obra teatral que David Mondacca acaba de presentar, esta vez junto a Jhazel Vargas (actriz joven que prácticamente desde el vientre de su mamá, Claudia Andrade, está absorbiendo teatro), por tercera vez desde la primera que hizo con la actriz cubana Susana Pérez, allá por los años 90 en el glorioso El Socavón, y que repuso con dos años de distancia de aquel debut, junto a Sandra Peña.
Como pieza dramatúrgica, la creación del Nobel Dario Fo y su compañera Franca Rame no ha dejado de interesar a los teatristas en el mundo latino. Basta echar una ojeada en internet para comprobar que de España a Argentina, directores y actores siguen rindiéndose a la tentación de una comedia que pone en cuestión el amor de pareja, la fidelidad y, sobre todo, al machito.
Escrita en los años 80, “Pareja abierta” muestra a un hombre y una mujer unidos en convencional matrimonio. Tan convencional, que él hace rato que es infiel y que ella lo sabe. Ese saber la tiene loca, histérica, al borde del suicidio. A él, claro, eso le resulta insufrible y absurdo. Así que una solución va a ocurrírsele: amor libre para los dos; él ya lo disfruta, pero si ella entra en el juego, todo deberá ser perfecto, sin reproches ni celos.
El hombre empujará, pues, a la esposa a hacer algo que ella no quiere, se burlará de sus fracasos… todo porque en el fondo no cree que “su” mujer tenga éxito.
La comedia, como otras que han salido de la dupla Rame-Fo (Una mujer sola, Madre bruja, por citar las que se han visto en nuestro medio) es muy divertida. Necesita, eso sí, de buenos actores y Mondacca ratifica que tiene pasta de comediante. Vargas le hace contrapunto, aunque todavía debe explorar en los matices de la actuación para que su personaje evolucione tal cual lo pide la obra.
Uno se ríe, sí, sobre todo si es la primera vez que aprecia la obra y no le es posible comparar con mejores experiencias. Y debe reírse hasta que, si la obra está bien hecha, repara en lo terrible de la divertida situación. Para el caso, la manipulación del esposo sobre la esposa que, aunque el tiro le salga por la culata al primero, es nomás su juego. No es chistoso el asunto y eso es lo que han querido develar los dramaturgos italianos a través de la risa.
Vayamos ahora a la puesta de Claudia Andrade actuada por Mondacca para este 2015 y a explicar lo dicho al principio acerca de envejecer. Contextualizar una obra en el hoy y aquí, única forma de justificar la convocatoria de espectadores de hoy y de aquí, es mucho más que aumentar referentes reconocibles, como una canción de moda o como cuando se menciona, con terrible superficialidad, al movimiento feminista Mujeres Creando. ¿La idea es arrancar risas? Se logra, pero ¿se quiere o no desnudar machismos?
Contextualizar es entender que muchas mujeres mueren por el machismo como para seguir chapoteando en lo anecdótico de la violencia y haciendo humor con la escena del marido celoso intentando ahorcar a la esposa.
Reflexionar en el tema del matrimonio y de la trampa que éste puede ser para una mujer que no mira sino a su marido, exige entender que una mujer no se libera pasando de un hombre a otro, por muy científico rockero que éste sea.
Pretender decir que una mujer puede romper las cadenas de las labores de casa para atreverse con el mundo implica evitarle el triste papel de la cuasi prostitución: Jhazel Vargas no necesita calzarse las medias negras y mostrar el trasero para afirmar que la esposa va entendiendo el papel de dueña de su destino.
Una obra de teatro nace vieja, se puede decir, cuando quien la hace la trata como una fotografía de la realidad que aborda; una fotografía tomada por el dramaturgo, no importa si hace 1.000 años o hace 30. En cambio, la realidad, reflexionada por el teatrista, aprehendida en sus cambios, sus tendencias, es la que le da el poder de reflejar, de espejo, a la obra que elige montar, dirigir o actuar, la que entonces tiene todas las probabilidades de lucir e impactar como nueva.

Ficha técnica
Título: Pareja abierta
Autores: Dario Fo y Franca Rame
Puesta en escena: Claudia Andrade
Dirección: David Mondacca
Actores: David Mondacca y Jhazel Vargas
Otros comentarios: "Pareja abierta", la humillación del gran macho (http://www.la-razon.com/la_revista/Opinion-Pareja_abierta-humillacion-gran-macho_0_2351164879.html)

lunes, 5 de octubre de 2015

Óscar García Guzmán: “Vivimos como si naciéramos de gajo”


“Como no nos preocupamos por las raíces, nos quedamos en arbusto. Por ahí pasa el estado del arte nuestro” afirma el compositor y poeta que, junto a una especie de alma gemela, Juan Carlos Orihuela, avanza lentamente en una obra que se pinta fundamental: poesía escrita por mujeres en Bolivia que será musicalizada por ambos.

Óscar García Guzmán. Foto: ProAudio.


Mabel Franco, periodista

Óscar García -escondido desde los 17 años detrás de la barba y resguardado por larga melena-, encontró a sus pares en las aulas de la carrera de Arquitectura de la Universidad Mayor de San Andrés. Pares para crear, para soñar, para proponer entre otras ideas una que la academia rechazó en aras de las normas. Así se perdió el proyecto que Óscar y sus amigos Marcos Loayza, Alejandro Salazar y José Luis Lora se proponían emprender de manera colectiva: una tesis que iba a atreverse con la lectura semiótica de la arquitectura paceña. 
El cuarteto no pensaba darse por vencido, convencidos como estaban los cómplices de que “el estudio iba a ser lindísimo”, según se entusiasma Óscar al recordarlo, y mucho más interesante y útil que tantos proyectos de grado archivados por ahí.
Pero la vida, la azarosa vida política en el país marcada por golpes de estado y otros sobresaltos que casi invariablemente afectaron a la universidad, se encargó de desbaratar planes y de obligar a los arquitectos en ciernes a tomar otros rumbos. Marcos se decantó por el cine, Alejandro por la pintura y la ilustración, José Luis por el teatro y los títeres, y Óscar García Guzmán por la poesía y la música. Al final, ninguno ejercería la arquitectura.

El chico de las minas
Óscar nació en La Paz en 1960, pero vivió hasta sus 14 o 15 años, él no sabe precisarlo, en las minas de Bolivia. El trabajo de su papá hizo de la familia García una especie de clan errante: uno o dos años en Chorolque, luego en Quechisla, Catavi, Siglo XX, etc.
De ese tiempo, el artista guarda memoria de una existencia tranquila, que haría que La Paz se presentase para el adolescente como tremendamente violenta. Y lo dice quien entre sus recuerdos recurrentes tiene la imagen de la masacre de San Juan de 1967, cuando el niño de 7 años vio llegar al hospital de Catavi, que se hallaba a tres cuadras de su casa, “volquetas llenas de mineros muertos”, una “imagen fuerte que manda un poco en mi mirada de la historia de nuestro siglo XX y del XXI también”. 
El traslado a La Paz se produjo a medio año, detalle nada anecdótico para un chico cuyos padres debían encontrar un colegio que lo aceptase a esas alturas en una ciudad que no tenía, como ahora, abundancia de establecimientos. Así que Óscar tuvo que asistir al colegio San Calixto nocturno. “Insisto. Para mí La Paz era una ciudad agresiva, violenta, intimidante comparada con las minas que, salvo por los hechos del 67 y eventos como huelgas y derrumbes, representaban un mundo absolutamente campestre”. Había que verlo, pide imaginar Óscar, tratando de abordar el colectivo 2, que antes como hoy une Sopocachi (al centro oeste) con la zona central (centro norte), para llegar hasta la calle Pichincha (centro) y asistir a clases. 

Al año siguiente pasó al turno diurno del San Calixto, que pronto abrió una sucursal en Següencoma, el ahora colegio San Ignacio (al sur de la ciudad), de donde el estudiante saldría bachiller. “Podría decirse que gran parte de mi existencia la he vivido en traslados”, hace notar el autor de los poemarios Golpes de tambor (1985) y Morena Rena (1987) y director fundador de la Orquesta Contemporánea de Instrumentos Nativos y del Taller de Música Popular Arawi, entre otras obras.

El camino de la música
“En Catavi comencé a tocar guitarra de oído primero y luego con un profesor. Y me pasó lo que imagino le sucede a cualquier persona que de pronto enciende un chip y se le despierta algo que no sabía que estaba ahí”. Entonces tomó más en serio lo de la música y cuando llegó a La Paz buscó la forma de aprender más. “Fue cuando conocí a personas que estaban absolutamente obsesionadas por los Beatles y juntos formamos una banda que hacía exclusivamente música de los Beatles”. 
A la hora de estudiar en la universidad, el joven eligió arquitectura y entró también al Taller de Música que se abrió en la UMSA, experiencia realizada luego de la que se emprendiera en la Universidad Católica Boliviana y que comenzó “con un enorme impulso que lamentablemente se tuvo que cortar por el cierre de la universidad” durante un semestre en el año 80.
De vuelta a las aulas de arquitectura es que “formamos un grupo sin manifiesto, sin documento alguno, un grupo de empatías estéticas, entre otras”. El cuarteto, pues. “Creo”, expresa sus certezas Óscar García, “que la arquitectura es uno de esos mundos que te permite un montón de aperturas; pararte frente el mundo es una de las primeras experiencias arquitectónicas: descubrir espacio, tiempo…”.
Entre “los cuatro tuvimos un montón de complicidades durante ese tiempo, y eso que cada uno poseía una tendencia ideológica y política distinta y hasta nos agarrábamos a piñazos a veces”. Hay que entender, además, que ese tiempo, entre finales de los 70 y principios de los 80, “fue complicado para el transcurso de la vida en el país; no sabías qué cosa irías a emprender y qué terminaría bien o se truncaría; nunca más sentimos eso de estar y no estar, de quedarte o irte”. Una desazón que crecía cada vez que se producía un golpe de estado o un intento “o no sé qué que te llevaba a preguntarte: ¿qué me tocará, me buscarán, tendré que marcharme?”.
Lo dicho. Terminados los estudios, cada quien eligió su rumbo. No hubo ruptura ni nada de eso. De hecho, “la tapa del primer libro de poesía que publiqué es de Marcos y los dibujos interiores son del Alejo”. Y habrá que añadir que varias de las producciones audiovisuales de Marcos Loayza, incluidas sus películas Cuestión de fe y El corazón de Jesús, están musicalizadas por Óscar.
Y hubo nuevos encuentros para el poeta y músico. “En medio conocí a quien hasta hoy es uno de los compañeros con el que trabajo mucho y muy bien, de quien creo que es uno de los poetas vivos más importantes: Juan Carlos Orihuela”. Con él y con Pablo Muñoz formaron el trío Cantos nuevos. Varias obras conjuntas después, Óscar y Juan Carlos avanzan hoy, lentamente, en un trabajo sobre poesía escrita por mujeres en Bolivia que será musicalizada por ellos.

Lo permanente
Si Óscar necesitase mimetizarse y aun perderse para los ojos de sus más íntimos amigos, sólo tendría que ir a la peluquería. “Creo que salí bachiller así”, dice y recuerda que la única vez que tuvo que afeitarse fue para un viaje al Chile de tiempos de Pinochet, cuando estaba prohibido que alguien usase pelo largo y barba. “No entiendo la lógica, pero bueno, tuve que cumplir la norma”. Y luego, nunca más. 
¿Que por qué? “Nunca me he puesto a pensar seriamente en los motivos (largo silencio). No es que quiera parecerme a alguien o… A lo mejor es una cosa más simple: porque me da la gana”.
Entre tantos traslados, esto es lo más permanente, escucha la interpretación y asiente: “Ahí está; buena definición”.
Otro aspecto permanente es la ocupación que le describe en el carnet de identidad: “estudiante”. “Es una de las grandes virtudes de cómo somos en el país. En verdad creo que es un halago, porque sigo siendo estudiante; quien deja de aprender está más cerca de fenecer”.
En cualquier caso, en jerarquía, Óscar se define como compositor, docente, productor musical y alguien que escribe desde hace como 30 años.
Su labor como compositor y productor se desarrolla y diversifica desde el estudio Pro Audio, emprendimiento de Sergio Claros, profesional pionero en el área del sonido en el país. Óscar se sumó varios años después de que comenzase a funcionar el estudio y fue asumiendo responsabilidades, hasta quedar a cargo. Lo más importante, sin embargo, es que se comenzó a desarrollar propuestas nuevas y variadas, como el proyecto Paisajes sonoros de Bolivia, con música de autores jóvenes, y otras ideas cuya diversidad responde a la creatividad, claro, pero que también es una forma de salir al paso de la realidad cultural boliviana. Una realidad, señala Óscar, carente de políticas visibles y coherencia en el quehacer, lo que “te obliga a la diversificación”; es decir, “a hacer varias cosas al mismo tiempo, lo que termina siendo algo bueno; somos como que, renacentistamente hablando, hacedores de todo, lo que te permite estar todo el tiempo con la mente creativa, creando y haciendo un poco de música e investigación sonora, docencia, algo de interpretación, etc”.


El melenudo y las normas
Las normas tienen la cualidad de que están ahí para romperlas, afirma el artista de suave voz: “Todo el tiempo estamos inventando límites, normas, y los procesos creativos están hechos de rupturas; claro que cada ruptura implica un límite nuevo, una norma nueva”. Y así es: “Somos seres que todo el tiempo estamos autorregulándonos para justificar por qué vamos a romper la norma”.
Cole Reuter, uno de los grandes compositores contemporáneos, ejemplo de rupturas y aperturas en Brasil, fue maestro de Óscar. “Lo primero que nos dijo en la clase de composición es que a componer no se enseña, y segundo, nos pidió que tomemos una cartulina grande, escribamos la palabra ‘por qué’ y ubiquemos el cartel de manera que sea lo primero que veamos al despertar”.
Un “¿por qué?”, a diario. Para interpelarse y para interpelar a la sociedad también, aunque ésta muchas veces responda como el adulto al niño: “Porque sí”. Insistir de todas maneras, propone el músico, docente de música, poeta y productor, para que “nos pongamos de acuerdo en lo que queremos ser, de dónde venimos, a dónde apuntamos”. El no cuestionarse, el no responderse provoca “que los creadores pretendamos estar haciendo cosas nuevas para descubrir que lo nuevo ya se hizo en otro lugar, hace tiempo; que siempre estemos comenzado de cero y que eso que te cuesta hacer se vaya a olvidar, como si nunca hubiese pasado”.
Así vivimos, dice Óscar, escribiendo siempre “de nuevo”, componiendo “de nuevo”; “rara vez investigamos y buscamos si lo que está diciendo este caballero no se dijo antes”. El autor de Libro de rastros, obra presentada en 2014 en la Feria Internacional del Libro de La Paz y que recoge sus artículos periodísticos, propone entonces una metáfora: “Cada vez estamos naciendo de gajo; si nos propusiéramos tener más raíz, de pronto podríamos crecer más, tener más ramas, más frutos”. Y sentencia: “Como no nos preocupamos por las raíces, nos quedamos en arbusto. Por ahí pasa el estado del arte nuestro”.

Artículo publicado en la revista Jiwaqi en 2014