Mabel Franco, periodista
Meyerhold decía que un crítico debía ver la obra en su
representación número 300, cuando el director la ha terminado luego de proceso
de construcción en la que no sólo los actores han asimilado el ritmo, sino que
diversos espectadores han dejado saber –con sus aplausos y/o bostezos- dónde
debería ajustarse.
Hablar de 300 representaciones es una exageración, claro.
Pero es cierto también que el proceso de creación no termina en el ensayo
general –que en Bolivia suele ser el estreno y a veces casi la despedida-, sino
cuando el público, diverso, múltiple, ha ido aportando en la construcción tanto
a los actores como, por supuesto, al director. ¿Qué número de función será ésa?
Premio para el espectador que la encuentre.
Lo mismo podría decirse de todas las obras teatrales; pero se hace particularmente evidente en la propuesta de Mosaico Colectivo, “En conserva”, que ha seguido un proceso de construcción colectiva desde la propia escritura, la misma que ha ido recogiendo varias voces hasta asumir plenamente las femeninas, articuladas al final por la pluma de Jorge Ernesto Barrón (los aportes son de Flavia Arduz, Michelle Ponce, Camilo Gil y Alison Román).
Desde 2019, luego de un taller de escritura en el que tomó
forma la idea, ha habido una lectura dramatizada, un premontaje para teatro
convencional, un viraje hacia el audiovisual empujado por circunstancias desesperadas
-una pandemia, nada menos-, y este 2021, al fin un aterrizaje presencial y en
espacio no convencional.
Visto tal recorrido, es evidente que la obra ha ido ganando
consistencia, no digo en el texto, que queda escrito como está, sino en ese
representarlo, en ese probarlo, en ese materializarlo que tuvo a Natalia Jofré
y Emma Rada como las actrices en el principio y que ha encontrado en la dupla Emma
y Sasha Salaverry su mejor momento expresivo.
“En conserva” habla de la memoria familiar. Dos hermanas se
recuerdan a través de los seres que se les han muerto: la abuela, la perra, la
gata, la coneja… todas bautizadas como Clara. Todas enterradas en el jardín,
como las pepas de las aceitunas que eran el aperitivo preferido de aquella
abuela y de las mascotas. Todas abono del olivo cuyo fruto se van comiendo las
mujeres –una con deleite, la otra por costumbre-, tal como hará el público
uniéndose al rito a través de la comida.
Esa memoria es, virtud de Mosaico Colectivo, teatral. Desde
la palabra “Clara” que absurdamente nombra a todos los memorables o va
develando las distintas denotaciones-dimensiones que le da el idioma, hasta las
aceitunas verdes que no son precisamente un árbol casero. Inverosímiles, pero
por ello mismo detonantes para desafiar al que mira a mantenerse alerta, para
tomar la historia de esos dos personajes como una excusa para pensar en las
veces en que nos hemos comido prejuicios de otros o nos hemos comido a otros o
nos han devorado.
La puesta presencial en un local donde se sirve comida y
bebida, con la mesa de las actrices al centro de todo, con mesas de
comensales/espectadores rodeándolas sin dejarles un lugar para escapar de la
mirada, con ellas dando indicaciones a la música baterista que hace
puntuaciones, resulta cautivante. Estamos, todos, atrapados por la fuerza
centrípeta de esas mujeres sin nombre, una psicóloga y otra gastrónoma, que
ponen sobre la mesa la vida como recuerdan haberla vivido. Hay, en esa memoria
de las situaciones, un humor que las actrices revelan con tal sutileza que se
contagia poco a poco, hasta crear esa complicidad que debe ser de las mejores
sensaciones dentro de una sala teatral.
Dos elementos que no me explico de la puesta: el vestuario;
las chompas de lana no me dicen nada más de las dos mujeres que lo que van
revelando sus palabras. Y las imágenes de
video que, proyectadas desde una pequeña pantalla invisible para gran parte del
auditorio, restan; que de todas maneras la obra no pierda lo esencial, debería
hacer pensar al grupo sobre su pertinencia; quizás resulten demasiado explicativas
en un contexto que no precisa de ese nivel.
“En conserva” es, pues, una forma de pensar en la memoria:
la personal, tan caprichosa y, sin embargo, tan necesaria para mirarnos y para seguir siendo en
relación con los otros.
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