|
Detalle de la fachada. Foto: Pedro Laguna. |
Luis Ernst
construyó una casa de estilo alemán a principios del siglo XX que, en 1948, su
yerno Ernesto Fricke llenó de detalles barroco mestizos. La casa es territorio alemán, pero su historia es parte del patrimonio paceño.
Mabel Franco, periodista
Fotos: Pedro Laguna
En medio de
las características arquitectónicas, que no son pocas: altorrelieves, rotonda,
senderos de piedra, azulejos, jardines... la vista recae, inevitablemente, en
las puertas de la antigua mansión Ernst Rivera. Cada una es diferente, como si
el constructor hubiese buscado con particular interés que el paso de un
ambiente a otro no pasara desapercibido.
La casa que
se levanta en la zona de Obrajes de La Paz es, desde 1955, la residencia del
Embajador de Alemania. El habitante que tuvo en 2012, Philip Shauer, no se
conformó con pasar por la vivienda de dos pisos, sino que, fiel a su inquietud
de “turista profesional”, como se define, se convertió también en detective.
Resultado de sus pesquisas, ahora existe un folleto, que se halla en el
vestíbulo de la casa, en el que se resumen los datos esenciales de la historia
de un inmueble que se remonta a 1900 y que refleja los lazos entre Alemania y
Bolivia.
Los Ernst
En el
terreno que iba desde la actual vía Díaz Villamil y Calle 7 de Obrajes, hasta
el río Choqueyapu, a principios del siglo XX fue erigida una vivienda de campo,
en medio de árboles de pino y palmeras. Allí solía ir de paseo la familia del
empresario alemán Ludwig (Luis) Ernst, uno de los fundadores de la Cervecería
Boliviana Nacional. Este hombre tenía una agencia de aduanas en Puerto Pérez y
representaba a varias firmas alemanas.
Don Luis se
casó con una boliviana de apellido Rivera y tuvo cinco hijos. Uno de ellos,
Hugo, llegó a ocupar cargos públicos de importancia: Embajador de Bolivia en
Berlín entre 1938 y 1941, tiempo en el que ayudó a refugiarse en el país a
ciudadanos judíos; Ministro de Defensa y de Economía, Prefecto de La Paz (con
Hernando Siles) y Alcalde de la ciudad (1952), además de que hablaba un aymara
fluido. August, llamado Cuto, fue piloto, sirvió personalmente a Germán Busch y
falleció en un accidente en el Sajama en 1938. Y Raúl, Louise (Lucha) y Carmen.
Todos ellos acordaron no dividir la propiedad, a la muerte del padre, sino
habitarla cada uno por cierto tiempo.
Carmen, que
en Alemania conoció a quien sería su esposo, el boliviano-alemán Ernst
(Ernesto) Fricke Lemoine, ocupó la vivienda alrededor de 1948.El embajador
Shauer hace notar que este Fricke, nacido en Cochabamba, era pariente de los
empresarios de Oruro con quienes Simón I. Patiño trabajó antes de adquirir la
mina La Salvadora e inclusive durante los primeros años de búsqueda del estaño
en ese sitio. Fueron sus empleadores, que confiaron en la palabra de Patiño,
los que le permitieron seguir adelante en los tiempos más difíciles.
Fricke
Lemoine, en todo caso, fue quien decidió hacer modificaciones en la casa; según
un estilo Art Decó germano de los años 20 —con techos interiores del gótico
alemán—, y le añadió elementos como la construcción circular que destaca en la
parte posterior, hacia el jardín, y un pabellón de té estilo japonés. Pero
sobre todo le dio un estilo barroco mestizo en la fachada (tallado en piedra y
madera) y en las puertas (algunas de ellas conseguidas de antiguas construcciones
coloniales que estaban derruidas) que tanto llaman la atención en la
actualidad.
Según dedujo
Philip Schauer, Fricke cultivó la amistad del pintor Cecilio Guzmán de Rojas.
No se sabe qué grado de cercanía existió entre ambos, pero la familia del
pintor indigenista acudió a la mansión de Obrajes para pasar días de campo. Tal
vez estos hombres hayan comulgado en su admiración por la cultura
boliviana. Lo cierto es que en las paredes del vestíbulo destacan dos retratos
de indígenas que, según le explicó al embajador el hijo del artista, Iván
Guzmán de Rojas, corresponden a una pareja de chipayas pintados por su padre.
Ernesto
Fricke Lemoine, que vivió su juventud en Alemania, tenía un acento germano muy
marcado. Y era excéntrico. “Le gustaba firmar sus cartas como Emilio, llevaba
siempre un portafolio negro y vivía a lo grande”, describe Schauer. Además,
“conducía un Cadillac celeste de dos puertas, tenía un departamento lujoso en
Buenos Aires, otro en Punta del Este y otro más en Alemania”.
La pareja de
Ernesto y Carmen no tuvo descendencia. Cuando los esposos se marcharon a
Argentina, la casa fue alquilada a la Embajada de Alemania, que terminaría por
adquirirla en los años 60.
El destino
de los Fricke Ernst fue trágico. Ella murió ahorcada en un asalto en su
domicilio de Buenos Aires y Ernesto falleció en un hotel en Madrid. Se notificó
del deceso a la Embajada de Bolivia —él mismo había sido diplomático del país
en Praga y Berlín—, pero no hubo respuesta; entre tanto, su habitación fue
asaltada y el otrora afortunado ciudadano terminó enterrado en una fosa común.
La casa está rodeada de altísimos árboles. “Deben tener más de cien años, pues en el altiplano
crecen lentamente”.
Los jardines
y la vivienda ocupan tres niveles, a la manera de terrazas; un cuarto se ha
perdido para dar paso a la avenida Costanerita. La planta baja del edificio es
el área para recibir a los invitados: tres ambientes amplios donde destacan
algunos muebles barrocos (una consola con rostros de ángeles y un espejo) adquiridos
probablemente por Fricke. También figuran un reloj inglés dorado y un pavo de
plata de 1767, herencia de Luis Ernst. Y en la segunda planta, de ocho
habitaciones, es donde vive la familia del embajador en Bolivia.
Los pisos
son de pino de Oregón, que se mandó traer de EEUU, pues era más fácil que
acceder a Santa Cruz a falta de vías de comunicación.
“Es una casa
imponente; no es la que yo construiría, seguramente, pero tiene atmósfera,
historia, además de que quienes la construyeron reflejan los lazos entre
Bolivia y mi país”, decía Schauer.
El embajador
no sólo investigó sobre la que esa vivienda, territorio alemán en el sur de La
Paz, que cobijó a perseguidos políticos en los años 80, sino que elaboró una
guía sobre otras casas con historia, entre ellas las residencias de Japón,
Italia y Francia.
El
diplomático —que publicó además una guía muy práctica sobre las iglesias del
altiplano de La Paz y Oruro (editorial Gisbert), con DVD incluido— se divertía
al citar que entre sus antecesores, hubo algunos “que criaron llamas en el
jardín y monos en el pabellón de té, o un perro enorme que era famoso en el
barrio”.
Lo “bueno es
que todavía hay gente que puede contar sobre esta casa”, por ejemplo, Clemencia
Ernst de Montenegro, hija de Hugo, quien vivió diez años en ella.
La nota fue publicada originalmente en la revista Escape de La Razón, el 22 de abril de 2012