lunes, 26 de septiembre de 2016

Ojos de niño, ojos de adulto



"Los cuatro músicos de Bremen", a cargo del grupo alemán Marabú, motiva disquisiciones acerca del teatro pensado en el público infantil. 



Mabel Franco, periodista 

Diga lo que se diga, el teatro para niños nunca será visto por un adulto como ellos lo hacen. Por más que se afirme que uno tiene alma de niño a sus 50 años de vida, esos años actúan como filtro, pesan, restan capacidad de asombro. Lo que no es necesariamente malo, pero bueno tampoco si se piensa en lo bien que la pasan los niños con una obra que a los ojos adultos se sobrelleva apenas.

Por esa razón, quizás, las manzanas que repartieron los actores de “Los cuatro músicos de Bremen”, obra presentada por el grupo alemán Marabú en la sala 6 de Agosto de La Paz, le supieron a gloria a Manuel, un chico de 7 años, en tanto que al adulto que lo acompañaba le pareció un truco efectista, cuasi proselitista, insuficiente para borrar la sensación de que algo esencial del cuento de los hermanos Grimm se había perdida en la escena.

Los niños y las niñas no se esforzaron por comprender la trama: disfrutaron de las imágenes, se rieron de los gags, aceptaron sin problema que los humanos se convirtiesen en animales con el simple recurso de una máscara. Los adultos apreciaron el esfuerzo de los actores, pero hubieran querido que los enviados de Bonn cumplieran su promesa de abordar el tema de la vejez, de lo desechable, de manera menos tangencial.

A los representantes de la niñez no pareció incomodarles mucho el español difícil de los personajes y el alemán de uno de ellos. Preguntaron, claro, que qué estaba diciendo el Gato, pero pronto se reengancharon en el juego de los movimientos repetitivos, la música y otros recursos narrativos del minino, el Perro, el Gallo y el Burro. Los adultos valoraron la capacidad de los actores, su generosa entrega, pero se dieron cuenta de los problemas que causan las barreras del idioma y cómo éstas restan fluidez al texto teatral, incluso intencionalidad e intensidad.

Lucía, de seis años, dijo que se había divertido mucho, pero que no había entendido la obra. Bendita ella que es capaz de abstraer lo mejor de la experiencia frente al teatro y dejar de lado los penosos afanes intelectuales para buscar sentido y trascendencia a las cosas. Los adultos lamentaron no haber entendido por qué las escenas de los ladrones fueron más importantes que las de los animales, al grado de que el final resultó abrupto, como si el grupo se hubiese inventado uno ahí nomás. 

Es gratificante ver a gente grande sudando la gota gorda para contar una historia al público infantil. Los tres actores alemanes y una belga dejan el alma en la actuación y nada raro que algo de su ajayu se haya quedado en las alturas de La Paz y El Alto, ciudades en las que ofrecieron tres funciones coauspiciadas por la Embajada de Alemania y la Secretaría Municipal de Culturas paceña. El aplauso, por tanto, es merecido, lo que no significa hacer concesiones al grupo que, dice su currículum, ha recibido varios reconocimientos en su país, aunque “Los cuatro músicos de Bremen” no esté a la altura de ese antecedente. 

De inmediato, para adultos y para niños, valga un dato: en Bolivia hay personas y grupos estupendos (Los Cirujas, Sergio Ríos, Raúl Beltrán, por ejemplo) que trabajan para el público infantil con una calidad y un rigor innegables. Estuvo muy bueno ver a los alemanes, mucho más porque la experiencia abre el apetito para seguir explorando en el universo del arte pensado en la niñez y que está aquí, cerca, al alcance de un viaje en minibús a los espacios en los que suelen presentarse. A ver si en algún momento una obra logra que las miradas se interpolen y que en la humanidad de los adultos algo haga clic y todo sea magia otra vez.

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