Una nueva etapa vive Teatro de los Andes. Mucho
han cambiado en los dos últimos años las circunstancias de este grupo
que influyó decisivamente en la forma de abordar el teatro en Bolivia.
Uno de sus creadores y cabeza visible desde aquel 1991 en que llegó al
país, César Brie, vive en Italia mientras espera que parte de las
tierras compradas en Yotala (Chuquisaca) se venda. Apenas la operación
se concrete, todo nexo con sus antiguos compañeros se habrá roto.
Giampaolo Nalli es el único que queda del trío que arribó al país en
agosto de 1991 con la intención de construir una comunidad teatral en
Cochabamba, y que finalmente recaló en Yotala. Junto a Brie y Nalli
estaba Naira González, quien se marcharía poco tiempo después, luego de
haberse llevado al escenario la primera obra creada en Bolivia: Colón.
En febrero de 1992, tras un taller realizado en Sucre, se unieron dos
bolivianos: Lucas Achirico y Gonzalo Callejas, que por entonces apenas
dejaban la adolescencia. Por ese tiempo, siguiendo a Brie desde Europa,
habían llegado también los italianos Filippo Plancher, Teresa Dal Pero y
el español Emilio Martínez.
Como recuerda Nalli,
sentado en el comedor de la casa y rodeado de los actores, si eligieron
Chuquisaca fue porque al llegar a Sucre por vez primera, en 1991, se
toparon con el Festival Internacional de la Cultura. El movimiento era
intenso esos días, inclusive unas 200 personas irrumpieron en medio del
monólogo que Brie presentaba, pues no querían quedarse fuera. “Fue un
engaño”, como pronto verían, pues “la cultura en Sucre avanza a duras
penas: el centro Pachamama que nació con gran impulso, ha cerrado por
falta del apoyo oficial que se le había prometido; el museo de Asur fue
obligado a buscarse otra casa; los grupos de teatro no dependen de Sucre
para existir”.
Pero mientras el espejismo duró, el
trío encontró otro motivo para elegir Chuquisaca: una antigua finca
estaba en venta en Yotala (población rural ubicada a 17 km de Sucre).
Tenía una casa, además de amplio espacio para construir, una huerta,
árboles… La compraron y, mientras avanzaba la albañilería, se alojaron
en la capital. El 17 de julio de 1992, cuando el dinero ya era poco,
todos se trasladaron a Yotala y comenzaron a preparar Colón.
La obra se presentó en La Paz, con actores músicos, cantantes y
acróbatas, con humor punzante y un despliegue de imágenes, y las
reacciones fueron de sorpresa, de fascinación, aunque hubo voces que
criticaron que eso ya se hacía antes en Europa. Inclusive, alguien llegó
a dudar de la presencia de los dos bolivianos, al considerar que esos
chicos de rostros andinos —un aymara y un quechua— no eran sino un
adorno para justificar el trabajo hecho por extranjeros.
En aquella obra se aplicó ya la que constituye —lo tiene muy claro el
grupo— la esencia de Teatro de los Andes: la creación colectiva, guiada,
en su papel de director, por Brie; pero “innegablemente colectiva”.
En ese tiempo, la gente de Los Andes sobrevivió comiendo todos los días
la acelga que se cosechaba de la huerta. “Pasamos hambre”, dice Nalli,
el único que no tiene nada que ver con el teatro, pero, hombre de
izquierda como es, se unió al proyecto deseoso de cambiar el mundo por
uno más igualitario y Brie le mostró que la cultura podía ser un
camino.
Hambre había, pues, y mucha. “Pero no me
importaba”, dice Lucas Achirico; “lo que hacíamos me llenaba porque era
algo tan diferente y me gustaba tanto, que no pensaba en otra cosa”.
Y el tiempo pasó, hubo gente que se fue, otra que llegó; las obras
fueron sucediéndose y atrayendo cada vez a más espectadores, dentro y
fuera del país: Las abarcas del tiempo, Ubú en Bolivia, Graffitti,
Frágil, La Iliada…
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La casa de Yotala vista desde dentro. Foto: Mabel Franco. |
En 2001, en los diez años de
Teatro de los Andes, hubo festejo: por los aplausos, las giras, la
constancia. Pero eran ya días amargos los que se vivían en Yotala.
“La crisis estalló con La Iliada, una obra de gran violencia que tuvo
la virtud de hacer aflorar los problemas de la convivencia”, según
Nalli, y fue entonces que “César comenzó a irse de a poco”, apunta Alice
Guimaraes. Ésta última se integró en 1998 y, si bien no vivió la etapa
de la acelga, pasó la de la sopa, “todos los días sólo sopa, que yo
veía, al salir de la sala de trabajo, como un privilegio”.
Con problemas de relaciones interpersonales muy fuertes y todo, que
empujarían a la salida de Teresa Dal Pero, una de los pilares del grupo,
hubo más obras: Un sol amarillo, Otra vez Marcelo, 120 kilos de jazz,
¿Te duele?, La Odisea… “No está mal para un grupo en crisis”, coinciden
los actores.
Brie, que para entonces ya estaba casado
y con dos hijas, decidió que no iba a seguir más. El 25 de febrero de
2010, mediante solicitada en los diarios, confirmada desde Yotala por
Nalli y el propio Brie, se selló la separación.
Nalli, que, como desde el principio, es el administrador de Los Andes,
hace notar que hubo distintas crisis en el grupo. Una primera fue cuando
se marchó Plancher, otra muy fuerte, cuando se alejó Dal Pero; pero la
más intensa se vivió tras la separación de Brie.
Tan
fuerte ha sido ese momento, “que todavía nos estamos acomodando; hemos
necesitado mucho tiempo para ubicarnos, también físicamente en la casa.
Lo que ha quedado (un 30%, más o menos, de toda la propiedad) no es
mucho; pero está bien”.
Esa parte conserva la sala de
ensayos y de presentaciones, la capilla que se usa para ejercicios
vocales, las habitaciones para albergar al grupo y a los visitantes y
talleristas, además de los servicios necesarios (cocina, comedor,
baños). Para entender lo que pesan los detalles cotidianos, baste
señalar que el pozo de donde se extrae el agua ha quedado del lado que
está en venta, así que aún se está buscando las alternativas. “Lo vamos a
solucionar”, tranquiliza Callejas.
Esto mismo ha
llevado al grupo a buscar residencias aparte en Sucre. Además, Callejas y
Guimaraes han formado un hogar y tienen una niña, María, de ocho años
de edad. Y Achirico se casó con una artista polaca que colabora con el
teatro, Danuta Maria Zarzyka, y ambos son también padres de una niña,
Naomi.
Como las hijas tienen que ir al colegio, al
ballet, al gimnasio, los padres hallan más cómodo vivir en la capital. Y
Nalli también ha hecho allí su espacio. Eso sí, cuando llega la hora de
los talleres o de preparar una obra, todos se trasladan a Yotala.
“Los cuatro tenemos que definir nuestra vida, desde la artística hasta
la práctica, con las dudas y la inseguridad que cualquiera tiene”,
resume el administrador. Y, como ante el momento más trágico que se
vivió en 2001, “cuando todos los que estaban haciendo La Iliada querían
irse”, lo que les impulsa a seguir es el tener la consciencia de que
“provocamos algo y de alguna forma somos responsables también; no digo
que nos quedemos porque hay mucha gente joven a la que motivamos a hacer
teatro, sino porque no queremos ser como muchos extranjeros que vienen,
provocan y se van”.
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El caminito que lleva a la antigua hacienda convertida en la casa del grupo. |
Nueva obra, pronto y buena
Para encontrarse y afirmarse en la nueva etapa, una vez que decidieron
que iban a continuar, “lo único que sabíamos era que teníamos que hacer
enseguida una obra y que necesariamente tenía que ser buena”. La
creación colectiva no estaba en discusión, pero sí el proceso que llevó
—según perciben Achirico, Callejas, Guimaraes y Nalli— a las insalvables
diferencias con Brie.
Y ese algo responde a la
necesidad de que se reconozca, como parte esencial de Los Andes, el
aporte de cada uno de los crean la obra. “No más ‘La Iliada de César
Brie’ —como escribieron las decenas cientos de artículos de prensa, aquí
y en el extranjero—, porque no es de una sola persona. Todos
contribuimos a armar ésa y todas las otras creaciones ”.
Así ha nacido Hamlet, de Los Andes, para cuya dinámica de montaje
invitaron a Diego Aramburo, un hombre de teatro “que fue muy valiente
para aceptar trabajar en un sistema que no es el suyo; sufrieron todos,
pues aquí no hay el ‘traje este texto para que lo hagan’, sino que se va
construyendo en la escena, con propuestas y contrapropuestas”.
Guimaraes resalta el hecho de que todo ello lo alimentó Brie. “Nos
enseñó a trabajar de esta manera. Siempre dijo que lo que sus actores
proponían era mejor que lo que él tenía en mente. Nunca se hizo
problemas para escribir y reescribir los textos hasta diez veces si
nosotros sugeríamos nuevas cosas. Él, por supuesto, tenía el
conocimiento y el talento para armarlo todo”.
Hamlet
de Los Andes se estrenó en el festival chileno Santiago a mil, el mes
pasado. La crítica ha aplaudido una obra que pone al personaje
shakesperiano en el mundo andino. Lo que no ha dicho del todo es que la
elección de Hamlet tiene que ver con el tema de la pérdida, del padre
que se va, de los fantasmas que todavía rondan… Un exorcismo para
definir una identidad que los cuatro que quedan están empeñados en
descubrir y forjar.
Paolo, el italiano
Hace 21 años que es parte de Teatro de los Andes. Es el soltero del
grupo, el que no tiene hijos ni familia cerca. Es italiano y seguirá
siéndolo, pues ha decidido no solicitar la nacionalidad boliviana. Él
cuida la economía del grupo y nunca entra en la sala mientras se prepara
una obra. La ve cuando los actores deciden mostrársela, pues le
consideran uno de los críticos más exigentes.
“Me he
preguntado por qué nos quedamos los miembros más antiguos —reflexiona—.
Hubo mucha gente que fue parte del grupo y no está. Y creo que es porque
los que pasamos los primeros años lo hicimos de una manera especial.
Era una vida dura, pero sentíamos que valía la pena. Los que llegaron
después no encontraron el paraíso, pero sí muchas cosas que ni
imaginábamos tener. El haber pasado hambre nos ha unido, nos ha hecho
defender el proyecto e incluso equivocarnos en ciertas cosas que por
defenderlo no vimos”.
Con todo, “no hay ningún otro
grupo que haya logrado vivir por 20 años, en un país como Bolivia y
otros vecinos, sólo del teatro”. Esto que ha “servido para nosotros,
también sirve para otros: para que sepan que se puede”. Sobre los
problemas personales, que empezaron a tener un peso mayor con el tiempo,
Nalli admite que “no logramos armar una respuesta; no la tenemos
todavía. Necesitamos ver cómo conciliar las exigencias personales
manteniendo la mentalidad de grupo”.
Una necesidad
esencial, porque “yo creo en este tipo de trabajo, no en el individual.
No se trata de pensar lo mismo, sino de confrontación, de discusión, de
ideas diferentes, para que de ahí nazcan las cosas. Por eso quisimos
reunir a gente de todo tipo de cultura. Yo sigo compartiendo a diario
con mis amigos quechua y aymara y no me convierto en ellos. Esto es lo
grande de Teatro de los Andes, por lo que hicimos obras buenas: había un
gran director y maestro de la puesta en escena; pero también chicos
fantásticos para inventarse las cosas”.
En La Odisea,
la última obra que se trabajó con Brie, “Gonzalo se encerró un mes en
el taller, y cuando mostró a César lo que había logrado: esa
escenografía con cañas que cuelgan y se mueven, él dijo: ‘Ya sé cómo
hacer la obra’. Sin este aporte, y los de cada actor, César hubiese
hecho La Odisea, pero otra”. Otro factor del grupo, muy importante, “es
que trabajamos pensando en vender la obra. Yo no entiendo a los artistas
que preparan algo para presentarlo dos o tres días en el Teatro de
Cámara y a otra cosa. Quizás porque si nosotros no vendemos no vivimos,
nos preocupamos porque la obra llegue al público, a la mayor cantidad de
éste. Tal vez nos animemos a hacer un taller para comunicar cómo
abordamos este aspecto”.
Gonzalo, el quechua
Gonzalo Callejas nació en Uncía, región quechua de los laimes. Aprendió
a hablar ese idioma gracias a su abuela. Cuando sus padres, dos
maestros, migraron a Sucre, Callejas tenía seis años. Con ellos recorrió
varias provincias y alimentó su oído musical, a la par que aprendía a
tocar instrumentos como su propio papá. A la hora de elegir una carrera,
el joven pensaba en Ingeniería mecánica o Arquitectura; pero ésta era
muy costosa, así que comenzó con ingeniería mientras hacía música. En
febrero de 1992, “ensayaba en una sala contigua a otra donde había un
taller de teatro; me asomé por curiosidad, pues nunca antes me había
interesado el teatro, y no recuerdo cómo es que logré entrar. Al
terminar, me plantearon unirme a un proyecto que no entendía bien de lo
que se trataba; pero me resultaba interesante por la vida en grupo para
hacer arte todo el día; rarísimo. Y acepté también porque quería salir
ya de mi casa”.
Su intención era quedarse un año,
“pero al cabo de éste me sentí como atrapado. El teatro me abrió muchas
más posibilidades de las que imaginaba que iba a ser mi vida. Creo que
hubiera sido un buen ingeniero mecánico, hubiese inventado algo, no sé.
Pero el sentido del arte adquirió una forma muy precisa, muy clara, el
hecho de ser un artista más allá de hacer teatro inclusive. Eso me
conmovió muchísimo y es lo que hasta ahora me mantiene”.
Además, si “me alejé de mi cultura siendo un niño todavía; el teatro me
ha permitido regresar un poco a eso, a encontrar mis raíces”.
Gonzalo se ha convertido en el actor más fuerte y versátil. Su feroz
Aquiles tanto como sus diversos personajes en La Iliada —el viejo
Ulises, pero también el estrambótico Menelao— son la prueba de su
talento. Pero no sólo. La música y la escenografía tienen mucho de sus
aportes que no se quedan en ideas, sino en el trabajo con las manos de
quien es nomás un ingeniero mecánico.
Sobre la
esencia de Teatro de los Andes, Callejas argumenta: “Se puede definir
desde lo ideológico por el hecho de estar aquí, de tener un compromiso
con este país a través del teatro. Por eso es tan difícil tomar ciertas
decisiones”. Pero “la esencia somos nosotros, los que quedamos, cada uno
con sus diferencias, su cultura, sus dificultades, sus necesidades. De
ahí partimos, del grupo. Ahora tenemos más responsabilidades y debemos
estar a la altura, estudiar bastante, pues, bien o mal, seguimos siendo
referentes de muchas cosas”.
Alice, la brasileña
Quince años han pasado desde que Alice Guimaraes dejase su departamento
propio en Brasil y su trabajo en una compañía de teatro para llegar a
Yotala como alumna de un taller de 15 días. Y 14 desde que aceptó seguir
otro taller, esa vez de un año, y luego quedarse con Los Andes.
“Cuando encontré al grupo, pensé que era mi salvación. Es cierto que
estudié en una universidad, que estuve un año en Europa, que hice obras,
fui de gira; pero yo quería hacer teatro de verdad, no sólo
demostraciones de unos cuantos días”.
Y se quedó en
Yotala y hoy es una de los cuatro soportes del grupo. En medio de los
problemas, “creo que lo que mantiene a la comunidad no es el carácter de
las personas, sino el interés, un objetivo mayor que te hace ver que
los sacrificios valen la pena para hacer lo que quieres hacer”.
En los primeros años, en la casa había muchísima gente: el grupo que
preparaba La Iliada, una directora italiana profesional y un chico de 18
años que daba sus primeros pasos, una secretaria, dos cocineras… una
fauna. Y hubo poquísimos conflictos. ¿Por qué? Había una cosa mayor: el
trabajo; trabajábamos tanto y esto nos aportaba de tal manera que se
pasaba por encima las cosas menores de la convivencia. Había algo tan
bien establecido que no tenías dudas. Te das cuenta de que algo ha
cambiado, cuando quieres hacer otras cosas, cuando esto del grupo ya no
es suficiente”.¿Existe ese ‘algo’ todavía? “Lo estamos recuperando”.
Lucas, el aymara
Lucas Achirico vino al mundo en La Chojlla, zona minera de los Yungas
paceños. Su madre lo trajo a La Paz y lo alejó de un padre al que, por
tanto, apenas conoció. Pudo haber sido un chico problema, como tantos
que él vio en El Alto, cuando su interés por la música lo llevó hasta un
centro donde le comentaron que había un buen profesor. Era el Hogar
Albergue para Menores Abandonados que dirigía Stefan Gurtner (que luego
crearía el grupo de teatro Ojo Morado). Allí formó un conjunto que salió
de gira por el país y llegó a Sucre en el mismo momento, 1992, en que
Teatro de los Andes dictaba un taller. “Un gringo, no recuerdo si sería
César o Filippo, me dijo que mi música les había gustado y me invitaron a
unirme a ellos: me becaban inclusive”.
Fue así que “comencé a descubrir el teatro que, con el tiempo, se fue haciendo más importante en mi vida”.
Como han dicho “mis compañeros, al principio era muy duro. Me acuerdo
de una anécdota: cuando llegamos a Yotala, nos hicimos conocer por la
gente del lugar a través del fútbol. Cierta vez, para poder jugar un
domingo, armamos el equipo, pero no teníamos camisetas ni dinero para
comprarlas. Cada uno buscó una polera blanca y le cosió el número. El
árbitro no quería aceptarnos y la gente no creía que los gringos no
tuviesen plata para camisetas. Al final jugamos y fuimos felices de
sentirnos así, como un equipo”.
Por eso, pese a que
Lucas pensaba quedarse máximo un año, terminó convirtiéndose en un actor
indispensable y en el compositor del grupo.“Nos fuimos formando a nivel
artístico y personal. Quizás hablar de lazos de amistad es poco, creo
que va más allá. ¡Y somos tan diferentes! Creo que logramos encontrar
una forma de que este proyecto, con todas sus diversidades, se vuelva
fuerte. Hubo muchos momentos de crisis y cada uno ha renunciado a muchas
cosas; pero no se siente que se haya perdido algo”.
La madre de Lucas asiste a ver las obras. Y está orgullosa de su hijo y de su nieta mezcla de sangre andina con polaca.
Que el actor tiene entre manos un instrumento importante, lo descubrió
cuando, en su breve residencia en el pueblo de Yotala, junto a su
compañera, se vio en medio de terribles historias de violencia
doméstica. Se sintió comprometido con la suerte de niños y mujeres, sus
vecinos, y entonces surgió la idea de crear una obra. Así nació ¿Te
duele?, que se preparó en el grupo, y donde Lucas y Danuta desnudan,
desde un cuadrilátero, los extremos a los que puede llegar un
matrimonio.
Plurinacionalidad
¿Es, Teatro de los Andes, algo así como el estado plurinacional con que
sueña el país? Podríamos decir algunas cuantas cosas, bromea Nalli. Y
ya en serio retoma el tema del grupo, “el punto clave, en el sentido de
que necesitamos, después de tantos años, decir cuál es nuestro tipo de
labor, el propio, el que hemos construido, el que es conocido sólo en
cierta medida”. El trabajo “de creación colectiva que no anula las
individualidades, que las integra, que no tiene a nadie por debajo, como
una pirámide; es lo que ahora queremos reivindicar”.
Por eso, y porque el mundo alrededor de Teatro de los Andes exige
todavía la voz del director —“siempre nos preguntan, ¿y dónde está
César, dónde está el director?, como si nosotros no pudiésemos hablar de
nuestro propio trabajo”, dice Guimaraes— , Hamlet de Los Andes intenta
volver a las raíces: no hay una persona dueña de la obra: la dirección
es también compartida: Diego Aramburo, como batuta invitada, y todo el
grupo.
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Hamlet, de Los Andes**
La muerte del padre. Una de las pruebas de la vida a la cual cada uno
de nosotros es llamado. Pero, ¿qué pasa cuando la muerte no basta para
cerrar la relación, cuando uno es perseguido por fantasmas que insisten
en no hacer las paces con los que quedan vivos?
Nuestro Hamlet es un hombre de hoy que, como el personaje de
Shakespeare, ha perdido la comprensión del “sí mismo”. Por su formación
escolástica y academicista, Hamlet debería aceptar la muerte de su padre
y pasar a lo siguiente, pero la visión del fantasma lo obliga a
enfrentarse con otra concepción del universo. Siguiendo la sombra del
espíritu, Hamlet consigue atravesar la puerta del desconocido, empezando
un viaje que pueda acercarle a sus ancestros y a sus raíces.
Descubriendo todo lo que la racionalidad llamaría sueño, fantasía,
misterio, superstición o quizá locura, Hamlet espera poder encontrar una
respuesta a sus dudas. Vivir, morir, tal vez soñar. Mientras su cerebro
viaja en el más allá, el mundo real se agrieta a su alrededor y lo que
queda es un vacío que no se logra nombrar. Así, la frustración y la
pérdida de raíces desatarán en Hamlet una crisis existencial que lo
sumergirá en el alcohol.
¿Quién es Hamlet? ¿Soy yo, o eres tú? ¿Es cada uno de nosotros, que nos preguntamos quiénes somos en realidad?
¿Es Hamlet el propio Teatro de los Andes?
Ser o no ser, ésa es la cuestión. Ser qué, quién y cómo.
Hamlet, de Los Andes presenta el texto shakesperiano como lo perciben
los ojos de los actores que lo ponen en escena. Las dudas de Hamlet
llegan a romper los confines del personaje para cuestionar a los mismos
actores en el escenario, abriendo la obra a una lectura metateatral,
compartiendo con el público un espectáculo que encarna la paradoja del
teatro mismo.
Teatro de los Andes
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En la sala de Kirk Douglas
En un sol amarillo, memorias de un temblor, se presentó en 2007 en el
teatro de Kirk Douglas, en Culter City (Los Ángeles, EEUU). El actor,
que ya rara vez acude a las funciones, fue al debut y quedó deslumbrado.
Se acercó al camerino, felicitó a los actores, les dijo que ése era
realmente el teatro que quería ver, que lo habían conmovido y luego les
envió una carta conceptuosa que el grupo guarda entre sus recuerdos.
Un clip de esa presentación se halla en YouTube. Las personas que lo
han visto comentan: “Guau”; “Vi esta obra en República Dominicana y
realmente fue fenomenal. Cuánta calidad, ¡excelente!; “Does anyone know
where I can go see this play? or see these actors in theatre? I love
it... I'm from Orange Country, California”; “Lucas Achirico gran actor y
el Teatro de los Andes de lo mejor que he visto en mi vida”; “It's a
tremendous honour to be internationally represented by them”.
Procesiones, talleres, libro
En medio del verde de los árboles y arbustos, que en esta época del año
muestran su esplendor luego de las lluvias, se halla la antigua
hacienda de Lourdes.La propiedad, de antiguo terrateniente, era mucho
mayor, se dice. Los descendientes fueron repartiéndose las tierras y una
parcela es la que adquirieron Brie, Nalli y González en 1991.
El lugar mantenía la casa central y una capilla privada dedicada a la
Virgen de Lourdes. La imagen sacra, junto a la de la niña Bernardita,
que se dice que atestiguó la aparición en Francia, es parte de lo
adquirido por los teatristas. Éstos han respetado esa presencia, así que
Virgen y pastora escuchan sus ejercicios vocales de preparación.
Hubo, además, un tiempo en que se revivieron las procesiones en honor
de la Virgen. Gente de teatro al fin, las ceremonias se armaban en
grande, con la gente del pueblo, sobre todo los niños y jóvenes. En
zancos, con música y cánticos, las imágenes eran llevadas al templo de
Yotala y luego devueltas a su altar en la casa. Hace tiempo que los
viajes del grupo han interrumpido tales actos, que crearon un nexo con
sus vecinos; pero existe la disponibilidad de retomarlos, hace notar
Gonzalo Callejas.
La casa se encuentra en un lugar
conocido como San Roque, separado del pueblo de Yotala por el río
Cachimayu, que justo a esa altura se forma por la unión de otros dos: el
Totacoa y el Quirpinchaca. En época seca, moverse entre Sucre y Yotala
es fácil, pero cuando el río crece, la gente de teatro sabe que debe
aislarse en la casona.
La propiedad no es sólo la
sede de Teatro de los Andes, sino un lugar de destino para artistas y
amigos del grupo. Por supuesto, también ha permitido acoger a
talleristas, como los 15 jóvenes latinoamericanos que, con el apoyo de
Iberescena están viajando para aprovechar experiencias de la región:
estuvieron antes con Candelaria, de Colombia, y luego en Yotala.
Asimismo, una actriz brasileña que prepara una obra sobre la pintora
Frida Kahlo ha pedido la colaboración de Los Andes para el montaje.
El grupo recibe a la gente, la que en cambio aporta para el
sostenimiento de la casa: mientras vive en ella, se comparten los
gastos, pero además se organizan para cocinar, lavar la vajilla y
limpiar baños y habitaciones.
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Giulia D'Amico, Lucas Achirio, Alice Guimaraes y Giampaolo Nalli. Foto: Mabel Franco |
Otro proyecto en
marcha es un libro sobre la preparación del actor en Teatro de los
Andes. La dramaturga italiana Giulia D’Amico está encargada del texto.
Esta joven, que descubrió al grupo en una de las giras por Europa, ha
documentado el trabajo por años ya y ha vivido en distintos periodos con
el grupo. Siguió muy de cerca el montaje de La Odisea —por ejemplo, su
idea del perro de Ulises que habla fue aceptada por Brie—, y ahora, para
Hamlet, es la asistente de dirección y dramaturgia.
* La nota fue publicada originalmente en la revista Escape del diario La Razón, el 25 de marzo de 2012
** Luego de Hamlet, de Los Andes, el grupo produjo Mar (2015)