El rito de ir al cine, de entrar a la sala, de jugar aprovechando la oscuridad previa a la proyección en la pantalla, de comentar las escenas, de aplaudir... Machacamarca vivió la película dirigida por Julia Vargas-Weise como ya no se ve, quizás porque ésta hurga en la memoria de los vecinos del "oasis del altiplano" marcada por la vieja gloria del ferrocarril. El film, además de alertar sobre el riesgo de la basura tóxica y la corrupción, es un llamado a desobeder órdenes absurdas, a tomar rutas alternas, a tener la conciencia libre y actuar, pues.
Mabel Franco Ortega, periodista *
Larga, larguísima fila formada para entrar al cine "21 de Enero". Mujeres con bebés, jóvenes, niños, ancianos reunidos en tono de fiesta, ansiosos todos por ver qué pudo haber hecho el cine en tierras orureñas, más propiamente en las de Machacamarca, el "oasis del altiplano".
Durante el día (18 de febrero de 2016), gracias a altavoces y otros medios de información callejera, los vecinos del municipio se habían enterado del estreno de "Carga sellada", la película dirigida por JuliaVargas-Weise y rodada en el invierno de hace casi cuatro años en el campamento-patrimonio que la minería del estaño dejó como impronta de sus días de gloria.
Nervios, ganas de llorar... la cineasta y algunos de los actores que viajaron las cuatro horas de rigor desde La Paz para asistir al llamado "preestreno" --en realidad, estreno a secas, con aplausos, discursos, fotos y reconocimientos municipales de por medio-- tuvieron el raro privilegio de sentir los efectos de su hazaña en espectadores de "primera línea".
Confundidos entre el público apiñado en la sala oscura, sobre bancas de madera y sillas de plástico en lugar de butacas, Luis Bredow, Fernando Arze, Daniela Lema y Jorge Hildalgo vieron por vez primera el resultado del montaje de "Carga sellada". Y lo hicieron con el eco de las risas de la gente, sus exclamaciones del tipo "¡Ooooh!", "Ay, el Medrano", "Pobrecito el Choque", etc.
El argumento de la película está basado en un hecho real: el temor que cundió en los años 90 por las versiones acerca de un "tren fantasma" que, con basura tóxica a bordo originada en un país extranjero con normas sobre este tipo de desechos, intentaba dejarla en algún lugar del territorio boliviano.
Tiempo le tomó a la orureña Vargas-Weise darle forma a la historia, convencida como se mantuvo de la importancia de recogerla para que no se pierdan de vista los riesgos de un tráfico en el que mucho tiene que ver la falta de normas y la corrupción del poder.
El guion lo escribió la cineasta con Juan Claudio Lechín, reunió al elenco que incluye a actores bolivianos, de México y Venezuela, y tras vencer resistencias de autoridades de Machacamarca, celosos de su patrimonio, finalmente pudo echar mano de una vieja locomotora y "revivirla" con los trucos del cine.
El argumento
Los protagonistas de esta historia son cuatro policías encargados de transportar una carga misteriosa. El capitán (Gustavo Sánchez Parra) que dirige la misión lo hace a cambio de un ascenso y, los otros tres (Fernando Arze, Gonzalo Cubero y Marcelo Quina), por subordinación. Pronto, la tarea se hará cuesta arriba, pues la información sobre la peligrosidad de lo que lleva el tren ha ido llegando a los habitantes de los pueblos por donde pasa el tren.
El concepto de autoridad es el que se irá socavado, tanto en el grupo como entre el rígido capitán y sus superiores que terminan por dejarlo solo, incluidos los políticos cuyo cinismo se hace evidente a través de sus declaraciones ante la prensa. Esa conciencia sobre órdenes sin lógica, jerarquías sin autoridad moral, pérdida de identidad, muertes sin sentido irán descontaminando el universo errante de los protagonistas.
Como personajes de contrapeso se hallan el maquinista (Luis Bredow) y una joven campesina (Daniela Lema), dos puertas de escape en la medida en que no son policías, no cumplen órdenes, como se encargan de aclarar varias veces, además de un extraño y casi metafórico guardián (Jorge Hidalgo) que persigue el tren para impedir que cumpla su nefasta misión.
El “golpe de timón”
Si bien la película se presenta como un alegato en contra de una estructura de mundo que hace de unos países el basurero de otros, el tema que resalta –lectura con coyuntura social y política en el país, de por medio, con una Policía que no halla mejor argumento para sus desaciertos que el de “las órdenes superiores”— es el de la responsabilidad individual. El capitán y sus hombres, cada quien a su manera, cambia el curso de lo preestablecido, de lo trazado. En tal sentido, el maquinista con su particular rebeldía, su sentido de libertad, su dominio de los mandos del tren, su solidaridad pese a todo, mostrará al rígido uniformado que siempre hay desvíos si se sabe buscarlos. Ramales alternos para que los poderosos terminen por asumir el bulto que pretender cargar en los demás.
La accidentada trayectoria
Imagen de la película. |
Otro personaje creíble y querible es el encarnado por Luis Bredow. Lo que refuerza la sensación de que el tema de las elecciones personales, del liderazgo que cada quien puede y debe asumir, sobresale en este film.
Quien tiene el viaje cuesta arriba es el mexicano Gustavo Sánchez Parra (Amores perros, La misma luna, Get the Gringo...), quien no alcanza a construir su personaje y convencer sobre el cambio que en él se opera. Es, quizás, el más estereotipado y entonces, en medio del psicoanálisis que parece necesitar (la escena de amor con la campesina resulta casi caricaturesca), cede terreno a todos sus compañeros. Lo que no les ocurre a Fernando Arze, Marcelo Quina y Gonzalo Cubero, cuyos caracteres se van distinguiendo a medida que el tren deambula y así arriban al desenlace con mucho de empatía en su favor.
Machacamarca, la fotogénica
El campamento de Machacamarca, hoy. |
Vargas-Weise se ha encargado de poner a Oruro, sus temas, sus paisajes, sus gentes en la pantalla. Así hizo con “Esito sería... La vida es un carnaval”, con el Carnaval de Oruro como motivo, y ahora con “Carga sellada”, con la que recupera esa historia de rieles y vagones tan cara para el departamento altiplánico. Aún en medio de la tensión que propone el argumento del film, se impone la nostalgia de esos días en los que se podía viajar en tren y descubrir pueblos y paisajes capaces de quitar el aliento. Para los habitantes de Machacamarca, sobre todo para los mayores, esto se respira y duele.
La directora, fotógrafa de formación, tiene el ojo para descubrir esos paisajes y encuadrarlos bellamente; pero no deja que ellos se impongan, sino que los coloca como telón del drama, tan frágiles entonces pese a montañas, piedras, rocas, lago, el mar de sal de Coipasa. Han de ser los humanos, capaces de dañar esos lugares de vida, los llamados a protegerlos, a escuchar a sus espíritus vestidos como personajes de la Diablada.
Machacamarca es, según su alcalde, Darío Yucra Choque, un escenario natural para el cine. Y se le cree. Basta ver el museo con sus máquinas rescatadas del saqueo de los ferrocarriles en el país, los rieles aún tendidos, los edificios, las calles y los árboles del campamento, los muchos árboles dejados allí por la voluntad de los extranjeros que llegaron para trabajar las minas y que los han sobrevivido.
El rito de ir al cine
Fernando Arze antes de ingresara a la sala 21 de Enero. El afiche de la película luce al fondo |
Machacamarca respondió con entusiasmo al equipo comandado por Vargas-Weise. Primero,
su alcalde recibió al equipo con un almuerzo en El Palomar, restaurante cuya
especialidad es el plato Cuchicositas (mote, tomate, carnes de cerdo y de pollo)
y un macerado de guindas para destapar hasta los oídos.
Segundo, con la expectativa de la gente que para la segunda función del día 18, prevista para las 18.00, tenía tanta o más
gente que la primera de las 16.00. La dulcera, doña Manuela, instalada frente a las puertas de la sala bautizada con la fecha en que se celebra el Día del trabajador ferroviario en Bolivia, apenas daba abasto para satisfacer los pedidos de la gente: “No tenemos cine desde hace años; la sala sirve para los actos de las escuelas, ya no es como antes”. Un antes que ella no habrá vivido tampoco, es decir los días en los que los trabajadores mineros y ferroviarios recibían de la pulpería una tarjeta con boletos para el cine y, por tanto, casi a la fuerza tenían que aprovecharlos. Lo cuentan dos personas octogenarias, una de ellas con bastón, al recordar los días en que eran obreros del Estado boliviano, como sus padres lo habían sido de la Patiño Mines.
José Quispe, de la comunidad de Sora, vestido con poncho y chicote de rigor, se dejó encandilar por Tania (Daniela Lema): “Bien se ha portado”, explicó su preferencia. Felipe, de diez años, que no dejó de saltar en su asiento, dijo estar “contento, feliz porque los buenos han logrado escapar”.
Carmen, que llegó como invitada de la producción desde Cochabamba, dijo que halla la película como “buenísima, por el argumento desarrollado y por los actores de primera”.
Javier, un joven veinteañero, espera una segunda parte pues no se conforma con el final abierto de la película.
Juana de Callisaya, con un bebé en los brazos y una niña pegada a su pierna, aplaudió y reconoció que volvería a entrar a la sala si no tuviese que volver a su casa.
Julia Vargas Weise estaba conmovida. A cambio de tanto cariño dejó fotografías enmarcadas de momentos del rodaje, que hacen honor a la locomotora protagonista de la historia, para que pasen a formar parte del legado del museo.
Lo que viene ahora es el otro estreno, el urbano, previsto para el lunes 22 de febrero en una multisala de La Paz. Es que el viaje apenas comienza.
* Nota publicada originalmente en La Pública (www.lapublica.org.bo)
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