viernes, 30 de diciembre de 2016

En la piel de Violeta

Francisca Gavilán, la actriz de Violeta se fue a los cielos, película de Andrés Wood, estuvo en La Paz en 2011. La Cinemateca Boliviana exhibió el film en una única función. De ese tiempo data la entrevista que originalmente fue publicada en la revista Escape de La Razón. 


Francisca Gavilán como Violeta Parra.

Mabel Franco, periodista

A la Violeta le gustaba hacerse la muerta. En su cama, por la mañana, o cuando rendida por el cansancio o la impotencia se dejaba caer al suelo. Entonces fingía, ante quien intentase reanimarla, que no estaba más entre los vivos. Su hijo Ángel, una de las víctimas de ese humor negro que no movía a risa a nadie sino a la bromista, recuerda tal faceta de la artista chilena, de célebre apellido Parra, en el libro "Violeta se fue a los cielos". Esa biografía con mucho de verdad y no poco de imaginación, como son los recuerdos de cada quien, sobre todo cuando se trata de revivir los años de la niñez, le dio al cineasta Andrés Wood la base, el esqueleto, para la película que soñaba con realizar acerca de la múltiple creadora latinoamericana.

Como un regalo por el 18 de septiembre, fiesta patria de los chilenos, el Consulado en Bolivia consiguió que la novísima película se mostrase en la Cinemateca de La Paz. La única función, en tanto no se consigan los derechos para la difusión comercial (NdA: no se logró la difusión comercial en Bolivia), ha despertado tal entusiasmo en quienes la vieron, que la pregunta insistente en el cóctel posterior fue por el cuándo se podría verla de nuevo: para recomendarla a un amigo, a un pariente... Lo típico cuando se acerca uno a algo tan bueno que se hace necesario, urgente, compartirlo.

La deuda con la Peña Naira
El regalo incluyó la presencia de la actriz que encarna a Violeta Parra, Francisca Gavilán, que se moría por ir a la Peña Naira, aunque sea un ratito y pese al paro cívico paceño del viernes 16. A ver si así se saldaba también la quizás única deuda de "Violeta se fue a los cielos": que no se hubiese logrado filmar la doble visita de Parra, en el año 1966, a la ciudad de La Paz. Grande deuda, en todo caso, pues fue en Naira donde la apasionada mujer luchó por reconquistar el amor de su vida, el suizo Gilvert Favre; donde compuso el himno "Gracias a la vida" y de donde se marchó con una pistola adquirida en la cárcel de San Pedro y la depresión que, profundizada por varios otros motivos, la llevaría al suicidio.

"Cada vez que veo la película, no me veo a mí actuando: veo a la Violeta", dice Gavilán con su voz y sus maneras suaves, Y uno le cree, pues, a menos en principio, parecen más las diferencias entre esta joven actriz y el personaje explosivo que encarna. Físicas, por ejemplo, al grado de que Ángel Parra le habría recomendado subir de peso, "mi madre no era una flacucha", y ella lo hizo: cinco kilos "que los perdí pronto, en el rodaje, tal fue la intensidad del trabajo y algunas escenas tremendas, trágicas".

Cantar, Gavilán ya cantaba, incluso rock a sus 20 años. Pero esa vez, para ser Violeta, tuvo que hacerlo con guitarra en mano, con charango y hasta con un cuatro venezolano.

La película la ha marcado, pues. Fue tan intensa la experiencia, que se enfermó varias veces durante el rodaje. Y al cabo, un cáncer de tiroides la aquejó y obligó al director Wood a organizar un sesión privada, de urgencia, para ella y su esposo, contra todos los planes de sorprenderla sólo en el estreno oficial. "Ven a verla, te vas a mejorar", le habría dicho la batuta de "Machuca" (film de 2004), y así fue. "Esa función resultó impactante. Me sentía preparada para verla. Pasaba miedo por mi enfermedad y fue reconfortante. Desde entonces, cada vez que la veo me encuentro con cosas nuevas, me emociono con otras que hasta ese momento no me habían dicho mucho".

Respirando a Violeta
Como chilenos, dice Gavilán, desde que se nace se respira a Violeta y "curiosamente, me doy cuenta de que la conocemos muy poco en verdad. Yo prácticamente no sabía nada de ella". El descubrimiento que facilita el film, y en especial para la actriz todo cuanto ha debido leer y aprender, le permiten soprnderse "ante una mujer libre, de avanzada en su tiempo y de avanzada si viviera ahora: se enfrentì contra todo, se casó un par de veces, crió sola sus hijos, los dejó también solos cuando sintió que era necesario viajar fuera de Chile con su música".

En ese sentido, un escena que hay que entender, aquilatar, es aquella en la que Ángel Parra niño debe hacerse cargo de la muerte de Rosita, su hermana menor, una bebé dejada a su cuidado en tanto la artista cumple compromisos en países socialistas. La madre recibirá dolida la noticia; pero no volverá al hogar de inmediato, sino que aún permanecerá dos años en París... por la música.

"Sí, Violeta era una mujer intensa, que vivía cada día. Era también muy trabajador y había asumido la misión de rescatar el folklore más puro de Chile, para lo cual recorrió el país caminando. Ella sentía que cada vez que una viejita del campo se moría, se perdían los cantos si no quedaba quién los heredase. Por eso buscó, con grabadora y libreta en mano, y puso a buen recaudo las décimas, los cantos a lo divino, las cuecas bravas, las cuecas choras".

Los genios suelen ser así, sentencia la actriz: apasionados, intensos para lo bueno y lo malo. "Violeta, según recuerda su hijo, tenía un humor exquisito. Podía ser sarcástica, agria, pero asimismo capaz de animar la fiesta en la que todos terminaban bailando, y de pronto sumirse en el hoyo más profundo".
La pasión de su carácter, evidente en cuanto a la música, como se ha dicho, tiñó su amor por "el chinito", como ella llamaba a Favre, el vientista a quien quiso aferrarse sabiendo que él era 18 años menor en edad. De hecho, al dejar a Parra, el músico --que se integraría al grupo boliviano Los Jairas-- se casó con la joven boliviana Indiana Reque Terán en aquella Peña Naira de la calle Sagárnaga, donde Violeta compartió sus probablemente últimos días de felicidad en el cuartito en el que vivía el para entonces bautizado "gringo bandolero". Fue aquel un doble matrimonio: Gilbert e Indiana, Alfredo Domínguez y Gladys Terán.

No tan distinta después de todo 
La garra de Violeta Parra en la pantalla no es sólo de ella. "Hartas cosas de las que se siente en el film son mías, después de todo soy quien las encarna", dice Gavilán. "En la vida diaria, en mi profesión, me enfrento con todo: tomo a un personaje, por ejemplo, y no lo dejo hasta que he terminado".

Francisca Gavilán es actriz profesional. El teatro y la televisión  han sido sus escenarios y, aunque poco, también el cine. Es la coprotagonista de "Ulises", ópera prima de Óscar Godoy que acaba de proyectarse en San Sebastíán, y antes, el año en 2000, hizo "Monos con navaja" de Stanley Conczansky.
Gavilán no era alguien conocida por el director de "Violeta se fue a los cielos"; pero esto no iba a detener a la actriz que "sabía que tenía que ser yo". Como señal de que era inevitable que así fuese, ella reparó en varios hechos: "Desde que me enteré que harían la película, comencé a toparme con los Para por todo lado: subía a un taxi y estaba sonando Violeta; entraba a un negocio y era Javiera Parra quien cantaba". Destino.

Como actriz --"me he dado cuenta más aclaramente ahora"--, Francisca Gavilán se define como aquellas que no marcan distancia "para nada" con el personaje. "Por el contrario, me meto con todo en él".
Para ser Violeta hubo 10 meses de preparación. "Mi cama fue el campo de operaciones: allí tenía los textos, la guitarra, los materiales para bordar y pintar -que aprendí también, pues Parra fue una artista en estas materias y llegó a exponer en el Louvre". Así "la fui construyendo: una vez a la semana nos reuníamos con Andrés para conversar de Violeta, de mí, de él, viendo hacia dónde ir. Yo, eso sí, no soy de las que ensaya; no, lo tengo todo en mi cabeza, en mi cuerpo, y todo sale en el momento de filmar. Por suerte, el director es un hombre intuitivo, capaz de dejarte hacer en libertad. Y yo no soy de las que cuestiona el porqué estamos haciendo esto así o asá".

La actriz chilena en las puertas de la Cinemateca Boliviana. Foto: Eduardo Schwartzberg.

Somatizar para entender
Violeta se disparó en la boca luego de mandar a su hija Isabel a recoger unas plantas. Quiso quedarse totalmente sola en la Carpa de la Reina, su obra que otrora se llenaba de público deseoso de escucharla (los Jairas también actuaron allá) y que ese febrero de 1967 lucía abandonada.

"Ella se hallaba muy, muy triste. Sufría por el abandono de Favre, ciertamente, pero también se sentía mal pagada en su tierra. En Chile fuimos muy mezquinos con ella; aún ahora lo somos pues reconocemos muy poco su trabajo. Y mientras fuera del país se la aplaudia, ella sentía como una puñalada en la espalda el verse pobre, con su carpa que levantó a pulso olvidada".· Por eso, a los 49 años, se dejó vencer por la tristeza.

Francisca Gavilán vivió tal tristeza, la entendió desde adentro; "ya dije que me enfermé, pero ahora, tras el estreno, todo ha sido un regalo, puro goce, gente emocionada, agradecida, como aquí, en la Cinemateca Boliviana, donde me dijeron puras cosas lindas". Y no es que en Chile haya estado ausente el debate, pues entre los Parra hay reacciones divididas:" a unos no les gustó tanto ver ese retrato de una familiar suya, pero para eso se hacen las películas, para debatir".






lunes, 17 de octubre de 2016

María Elena Alcoreza: "Nunca le temí al fracaso"




"Y he fracasado muchas veces", dice la actriz que libra una batalla contra el cáncer que, lo cuenta sin pizca de autocompasión, está perdiendo, si perder implica que las células malignas están descontroladas. Porque si de espíritu y ganas de vivir se trata, ella ha vencido a la enfermedad.



Mabel Franco Ortega, periodista

El 6 de noviembre, María Elena Alcoreza Bedregal se calzará una vez más las botas de un gato. Ya en personaje, pondrá su inteligencia y astucia al servicio de otros, a fin de que sean felices para siempre…
Actriz, animadora de eventos infantiles, psicóloga, madre, abuela... María Elena ha vivido –vive--intensamente sus días desde hace más de medio siglo, buena parte de ellos junto a niños y niñas que la recordarán, de seguro, por fiestas de cumpleaños fuera de serie.
“Actúo desde que tengo uso de razón”, responde la artista a la pregunta sobre desde cuándo. Sus compañeras y maestras del colegio Santa Teresa fueron testigos de sus andanzas. “Yo era como el comodín, la que estaba en todos los cursos, bailando, representando –fui incluso la Virgen de Guadalupe—y poniendo en apuros a mi mamá, María Elena Bedregal, quien no pocas veces debía coser los trajes en una sola noche”.
Bailarina, fue alumna de danzas españolas de Carmen Bravo. A sus 12 años, una amiga le comentó sobre unos cursos que dictaba el declamador Ignacio Duchén de Córdova y ella se entusiasmó. “Lo único que me preocupaba era el costo, pues en mi familia no teníamos dinero; así que mi alegría fue total cuando me enteré de que era gratis y que al cabo de las charlas se iba a reunir a un grupo de chicos y chicas para actuar en la televisión”.
Eran los años iniciales de la televisión boliviana y Duchén de Córdova iba a producir, entre varios otros programas, “Antología de América”. Apenas el maestro constató la expresividad de la alumna, ésta fue reclutada: “La química fue total; por mi parte, nunca conocí a un hombre con tal pasión y entrega a su trabajo; fue providencial que yo cayera en sus manos”.
Así comenzó una carrera profesional que, si el medio audiovisual boliviano tuviese memoria, rendiría homenaje a una actriz que le dio a la pantalla personajes entrañables para la niñez y adolescencia de inicios de los años 70.
A falta de imágenes preservadas, ni siquiera una fotografía, valgan las palabras para evocar: María Elena vestida con un traje español declamando eso de “Quién sabe por qué espacios / brumosos y desiertos! /Oh, Padre de los vivos, a dónde van los muertos, / a dónde van los muertos, Señor, a dónde van?”.
Esos versos que la artista repite ahora, irían cobrando sentido íntimo cada vez que un ser querido partió de su lado: su hermano Juan Jorge, su madre… Y, lo dice sin remilgos María Elena, su experiencia frente a la cercanía de la propia muerte: el cáncer contra el que lucha desde hace varios años y que “parece que va a vencerme”.
Pero no la ha vencido todavía. El dolor, las incomodidades que le causa la enfermedad, no minan su carácter alegre, explosivo. De hecho, durante la charla no hay ni pizca de autocompasión. Apenas unos segundos de seriedad, y ya está llena de vida, con los enormes ojos guiando al interlocutor por los recuerdos y por los planes para el futuro.
¿Cómo se logra ser así? “Dios me dotó de una voz impresionante. Una compensación para mi tamaño: mido 1.50 de estatura, pero soy capaz de dominar auditorios de más de 400 personas, fiestas con niños y niñas bulliciosos. ¿Sabes? Mi mamá era una ‘deditos de oro’ para resolver emergencias, una cualidad que heredé. Sé hacer de todo y a todo me animo: arreglar una plancha, reparar un enchufe, coser lo que sea. No le temo al fracaso y mira que fracasé muchas veces, pero aquí estoy”.

Corazón de niña
A sus 14 o 15 años, junto a Victoria Zuazo y Margarita Araúz, la adolescente fue parte de programas de televisión como “Hola, chicos” y “Había una vez…”. María Elena se inventó un personaje infantil: una niñita de coletas, vestidito corto y muy parlanchina. Se diría que la Chilindrina la copió, porque ésta surgió años después, pero no es posible, claro. Lo injusto, y las injusticias con las heroínas nacionales de la Tv parecen una norma, es que a la niñita de nombre Paquita se la ha olvidado. Como no se recuerdan las escenas mitad ensayadas, mitad improvisadas, que eran un derroche de humor.
De encuentros providenciales está llena la vida de la actriz. Uno entre ellos se dio en su juventud, cuando llegó a Bolivia la argentina María Inés Colette, una animadora infantil. “Tienes pasta de líder”, le habría dicho. “¿Sabes hacer títeres?”. María Elena no sabía, pero aceptó la invitación de Colette para ayudarla a animar el cumpleaños del hijo de su jefe. Unas cabezas de muñeca, trapos para el cuerpo, una frazada como telón y la fiesta fue un éxito.
“Soy la primera animadora que hubo en el país. La primera. Así me gané la vida hasta hace dos años; mi agenda estuvo llena siempre y tuve mil anécdotas con primeras damas y otras autoridades que me convocaron, lo que me permitió conocer a presidentes junto a sus nietos, divirtiéndose y pasando vergüenzas también”.
La amistad con Vicky Zuazo, quien por entonces estaba casada con David Santalla, acercó a María Elena al elenco del comediante boliviano. Lo poco ortodoxo del método del creador de personajes como Toribio, Salustiana y Enredoncio para elegir actrices y actores llamó la atención de la joven, que ya por entonces era una universitaria. Santalla la convocó y le pidió que hiciese como si estuviese espiando por el ojo de una cerradura, que se diese la vuelta para mirarlo y dijese: “No estoy haciendo nada”. Santalla dio por concluida la prueba con un “Listo, toma el libreto, vamos a hacer la obra”. A partir de entonces, María Elena fue pareja del actor en muchas de las exitosas comedias, la primera de ellas “Toribio y Julieta”, que se representaban durante 15 días y con teatro lleno.
“Ya cuando ‘envejecí’, Toribio, un personaje eternamente joven, me cambió”, se ríe María Elena.
La menuda joven conquistó, en esos años, a “un bombón”: David Mondacca. El actor y la actriz se casaron y tuvieron un  hijo, Juan Jorge (Koky), un joven hoy de 28 años que, en la obra “El gato con botas” –que será parte de Escénica, encuentro que se desarrollará en escenarios municipales durante el mes de noviembre--, es el afortunado compañero del minino.
La excelente actriz que es María Elena se ha mostrado, en el teatro, pocas veces. Una lástima, como ahora admite ella misma. “La animación me ocupó y yo esperé siempre a que me llamaran, cuando pude producir mis propias obras; no hacerlo fue mi error”.
En cine, hizo su aparición en “Los Andes no creen en Dios” (Antonio Eguino), como la beata Tina Tovar. Y también en “Olvidados” (Carla Ortiz).
Como hito de su trabajo en escena figura la obra “Un paraguas bajo la lluvia” (Víctor Ruiz Iriarte), dirigida a principios de los 90 por Ninón Dávalos de Kushner, en la que María Elena hacia cuatro personajes tan distintos, que sólo al final de la obra el público se daba cuenta de tremenda hazaña. Fue asimismo un delirante Marqués de Sade que disfrutaron y sufrieron sus compañeras Sandra Peña y Claudia Andrade en un escenario nada convencional como fue El Socavón de la avenida 6 de Agosto. Y está también, muy caro para ella, el Juan Josellillo de la obra “No le digas”, creada y actuada por Mondacca como homenaje al universo de Jaime Saenz.

Alcoreza (centro) como el Marqués de Sade flanqueada por Claudia Andrade y Sandra Peña. Foto: Archivo MF

Mondacca, su exmarido, del que se divorció tras cinco años de matrimonio, es no sólo un gran amigo, “es mi hermano”. Él la ha convocado muchas veces para sus obras, la más reciente, “El delirio de Lara”, en la que la actriz asoma casi al final como el fantasma del hermano del pintor Raúl Lara (hermano desaparecido durante la dictadura de los 70 en Argentina), para acompañarlo en el tránsito de la muerte.
Con MondaccaTeatro es que hizo, a principios de los años 2000, “El gato con botas” (cuento popular en versión de Charles Perrault), montaje en el que María Elena es el centro y que ha sido repuesto en varias oportunidades. “Adoro esta obra; mi corazón de niña, intacto, late cuando escucho los gritos de los chicos y sus padres, sus risas, y yo salto y maúllo llena de vida”. Esta vez, “la enfermedad no va a detenerme”.
María Elena Alcoreza en octubre de 2016 como el Gato con botas. En primer plano, su hijo Koky Mondacca. Foto: Carla Fanola.
Su mayor deseo era actuar también junto a su hija Alejandra, una adolescente que nació de su segundo matrimonio, con Luis Eduardo Siles --“de quien me enamoré al escucharle en un discurso dedicado a su padre”--, y que “baila y tiene una voz preciosa”. No se pudo, así que la muchacha estará tras bambalinas, una presencia infaltable, de todas maneras, desde que su madre la esperaba: "siempre está a mi lado, desde que la tenía en mi panza y se me ocurrió estudiar Psicología en la Universidad Católica Boliviana”.
El 6 de noviembre, la actriz tiene una cita en el Teatro Municipal “Alberto Saavedra Pérez”. Se lo recordamos cuando falta un mes para ese día y ella, que lleva como el gato botas preciosas, eleva sus inmensos ojos hacia el cielo y habla con El de Arriba como para pedirle permiso y un poco amenazarlo: “6 de noviembre: ¿Estás escuchando?”.

Nota publicada en Jiwaki, la revista del GAMLP del cuarto trimeste de 2016.
NdAutor: María Elena Alcoreza murió en diciembre de 2016. 

lunes, 10 de octubre de 2016

De vuelta en la escena. ‘Gory’ Patiño activa su ser teatral






La presente nota data de 2012. De entonces a la fecha, mucha agua ha corrido y Gory Patiño ha cumplido con todo lo que se anunciaba y más. Por ejemplo, es el director de La entrega, serie para la Tv que protagoniza Bernardo Peña, y de las películas Muralla, estrenada en 2018 y Pseudo que llegará a la gran pantalla el 8 de septiembre de 2022. Y este mismo año subió a escena como un inspector de impuestos en la obra "Cena de tontos". 
 
Mabel Franco, periodista

Rodrigo Patiño volverá a pisar un escenario teatral luego de 12 años de haber dejado este tipo de actuación. Su último papel, representado en el Teatro Municipal de La Paz a principios de 2000, fue el de un joven soldado camba perdido, como tantos bolivianos, en la Guerra del Chaco. El dramaturgo y director Carlos Cordero le confió ese papel de la obra Urania Films y luego le recomendó para una beca del Centro Latinoamericano de Investigación Teatral (Celcit), que llevó al joven paceño a Buenos Aires durante ocho meses.
Gory Patiño en la obra "Urania Films" de Carlos Cordero.
Formado en la carrera de Comunicación Social de la Universidad Católica Boliviana, Patiño había realizado audiovisuales que respaldaron su currículum a la hora de solicitar, de vuelta en La Paz, la beca Fulbright. De manera que hizo maletas nuevamente, en 2003, y se fue a Estados Unidos para especializarse en puesta en escena para cine, movimiento de cámara y guión. En el norte se quedó ocho años y decidió retornar a La Paz en 2011.
En el año transcurrido, Gory, como le dicen los amigos, ha dedicado sus esfuerzos al campo de su especialidad: la imagen, la publicidad, la televisión, el cine. En marzo último, durante el Festival Internacional de Teatro de La Paz (Fitaz 2012), acudió a varias funciones y el actor que en esencia es Patiño añoró el retorno.
Por fortuna, para él y para quienes conocen su talento —que sorprendía ya al público del festival estudiantil de teatro, que se organizaba en los 90 y del que su establecimiento, el colegio Alemán, era clave—  sus pares no le habían olvidado.


Percy Jiménez, que en sus inicios teatrales compartió las emociones de enfrentar al público con Gory, estaba buscando un actor para completar el elenco de la obra Shakespeare de Charcas, una migración del texto clásico, Ricardo III, a la realidad boliviana. La productora Mariana Vargas le comentó sobre las ganas de actuar del antiguo compañero, así que Jiménez lo convocó “y pude seducirlo”.
En Shakespeare de Charcas, Gory encarna al hermano de la virreina, ése que trepa en las escalas del poder por sus influencias y no por mérito propio. “Es un gran actor, muy sensible e intuitivo”, afirma el director. “Es un placer tenerlo; él entendió rápidamente mi forma de trabajo, que es más de un realismo psicológico que de imagen o composición. Yo apelo a la psicología humana para entender por qué el deseo, el temor, por qué se contradicen y de qué impulsos nacen”. Pues a ello se ha enganchado el actor que “todo el tiempo ha estado proponiendo cosas, trayendo detallitos nuevos para su personaje y en el teatro eso es algo que se agradece mucho”.
No se vaya a pensar que Gory Patiño llegó ante Percy desprovisto de instrumentos. Antes había acudido al taller de actuación para cine que dictó Marcos Loayza en la Cinemateca Boliviana y estuvo calentándose con papeles en la gran pantalla: aparece en Insurgentes (Jorge Sanjinés) y es parte de Norte estrecho  (Omar Limbert Villarroel) que tiene las actuaciones de Luis Bredow y la mexicana Carmen Salinas.
Además, que Gory volvería a pisar tablas era una decisión tomada. Antes de la llamada de Percy Jiménez, ya adquiría forma otro proyecto que se prevé llegará a escena a fin de año: Arte (Jazmina Reza), una reflexión sobre la amistad.
El campo profesional en el que se desenvuelve Gory es la publicidad. Dirige comerciales que se trabajan sobre todo en Santa Cruz, si bien él radica en La Paz. Y tiene películas en mente.

Muralla (2018), película dirigida por Patiño con Fernando Arze como actor principal. 

Especialista en dirección de guión, un proyecto suyo ha logrado el financiamiento de Ibermedia para el desarrollo de una película que tendrá las actuaciones de Cristian Mercado y Juan Carlos Aduviri, entre otros. En tales circunstancias y porque una cosa lleva a otra ha tenido que gestarse Arte, la obra que unirá los talentos de Gory, Cristian y Luigi Antezana, todos bajo la dirección de Fernando Arze, otro joven que estuvo formándose en EEUU y que, por ejemplo, actuó en la película La cacería del nazi (Laurent Jaoui).
Y se podría seguir enumerando los nudos de las redes que se han ido tejiendo y que unen a mucha gente de una generación —de la que es parte Patiño—, que se ha tomado en serio la profesión.
Una de las impresiones que tuvo Gory durante el Fitaz es la de una presencia de actores y grupos de estilos muy diversos. Y, como no sucedía cuando él empezaba, “hay temporadas largas, una programación anual y público, sobre todo joven”.
Todo ello no hace sino motivar al artista que se dice: “Tengo que seguir aprendiendo”.
Los Ángeles, donde vivió y trabajó más de una década, “es una ciudad ingrata con el teatro”. Por eso fue dejándolo. “Sin embargo, creo que es una tontería plantear distancias entre la actuación del cine y la teatral. Hay gestos más sutiles en un caso, hay que dosificar la voz; pero en esencia es lo mismo”. Para probar sus palabras, está el ejercicio propio: “pese a todo, el teatro es algo de lo que no me había olvidado”.
La prueba de fuego se aproxima. Shakespeare de Charcas se estrenará el 4 de octubre en el coliseo del colegio Franco Boliviano. El nerviosismo, inevitable, salió a relucir en el ensayo con público realizado hace una semana. Pero el diálogo con actores de la talla de Pedro Grossman parecer ser ya esa escuela que está buscando Gory Patiño, quien se percibe en medio de una relación —la de Jiménez y Grossman— que compara “con la de Scorsese y De Niro”.
Cristian Mercado es el amigo con quien más afinidades personales y de actuación dice sentir el actor y cineasta. Con Luigi Antezana la relación es, en tal sentido, más nueva, pues data de fines de los 90, cuando ambos actuaban bajo las órdenes de Cordero. El tiempo de conocerse ¿determina el grado de amistad?
No es un tema que preocupe a los implicados en la vida real, claro, pero podría servir de plataforma para darle sentido a los personajes de Arte, según lo siente Gory Patiño.
En la pieza —que ha sido puesta en escena de Francia a México, de Estados Unidos a Argentina, en unos 30 países y con actores de la talla y/o fama de Ricardo Darín, Alan Alda, Alfred Molina o Héctor Bonilla—, el tema que cautiva al actor es el de los alcances de la amistad.
“¿Quién es más tu amigo? ¿El que conoces desde la niñez pero que ahora no tiene nada en común contigo o el nuevo con quien de pronto hallas más afinidades?”, se pregunta Gory.

El momento de la gran ola
La trama en Arte se desata por un cuadro que uno de los personajes, Sergio, adquiere a un precio exorbitante. Su viejo amigo Marcos cree que es un absurdo, pues la obra es una superficie en blanco y no más. Iván, otro amigo, puede que crea lo mismo, pero no lo va a decir delante de Sergio...
En fin. Ya llegará la hora de hablar de esta puesta que dará continuidad a las ansias de representar de Gory. Porque dirigir, “no, por ahora prefiero ponerme en manos de otros directores; yo me manejo mejor detrás de una cámara”.
Lo más cercano, en todo caso, es Shakespeare de Charcas, obra en la que comparte con Teresa Dal Pero, Kike Gorena, Patricia García, Paola Oña, Mauricio Toledo, entre otros. De paso, se alegra de que el festival intercolegial “que nos catapultó a muchos” esté recobrando fuerza, “pues si empiezas a los 16, estarás haciendo teatro hasta los 80”.
“Hay tanto de donde escoger, en cuanto a actores hoy en día, que da gusto. También para cine y publicidad —si las agencias contratan a más profesionales nacionales y si los clientes aceptan ideas creativas”. Lo que tiene claro el profesional es que “la ola es enorme, sólo queda que nos subamos para surfear”.

Cristian Mercado y Raúl Beltrán en "Pseudo", la película de Gory Patiño que llega en 2022.


Nota publicada originalmente el 23 de septiembre de 2012 en la revista Escape de La Razón.

lunes, 26 de septiembre de 2016

Ojos de niño, ojos de adulto



"Los cuatro músicos de Bremen", a cargo del grupo alemán Marabú, motiva disquisiciones acerca del teatro pensado en el público infantil. 



Mabel Franco, periodista 

Diga lo que se diga, el teatro para niños nunca será visto por un adulto como ellos lo hacen. Por más que se afirme que uno tiene alma de niño a sus 50 años de vida, esos años actúan como filtro, pesan, restan capacidad de asombro. Lo que no es necesariamente malo, pero bueno tampoco si se piensa en lo bien que la pasan los niños con una obra que a los ojos adultos se sobrelleva apenas.

Por esa razón, quizás, las manzanas que repartieron los actores de “Los cuatro músicos de Bremen”, obra presentada por el grupo alemán Marabú en la sala 6 de Agosto de La Paz, le supieron a gloria a Manuel, un chico de 7 años, en tanto que al adulto que lo acompañaba le pareció un truco efectista, cuasi proselitista, insuficiente para borrar la sensación de que algo esencial del cuento de los hermanos Grimm se había perdida en la escena.

Los niños y las niñas no se esforzaron por comprender la trama: disfrutaron de las imágenes, se rieron de los gags, aceptaron sin problema que los humanos se convirtiesen en animales con el simple recurso de una máscara. Los adultos apreciaron el esfuerzo de los actores, pero hubieran querido que los enviados de Bonn cumplieran su promesa de abordar el tema de la vejez, de lo desechable, de manera menos tangencial.

A los representantes de la niñez no pareció incomodarles mucho el español difícil de los personajes y el alemán de uno de ellos. Preguntaron, claro, que qué estaba diciendo el Gato, pero pronto se reengancharon en el juego de los movimientos repetitivos, la música y otros recursos narrativos del minino, el Perro, el Gallo y el Burro. Los adultos valoraron la capacidad de los actores, su generosa entrega, pero se dieron cuenta de los problemas que causan las barreras del idioma y cómo éstas restan fluidez al texto teatral, incluso intencionalidad e intensidad.

Lucía, de seis años, dijo que se había divertido mucho, pero que no había entendido la obra. Bendita ella que es capaz de abstraer lo mejor de la experiencia frente al teatro y dejar de lado los penosos afanes intelectuales para buscar sentido y trascendencia a las cosas. Los adultos lamentaron no haber entendido por qué las escenas de los ladrones fueron más importantes que las de los animales, al grado de que el final resultó abrupto, como si el grupo se hubiese inventado uno ahí nomás. 

Es gratificante ver a gente grande sudando la gota gorda para contar una historia al público infantil. Los tres actores alemanes y una belga dejan el alma en la actuación y nada raro que algo de su ajayu se haya quedado en las alturas de La Paz y El Alto, ciudades en las que ofrecieron tres funciones coauspiciadas por la Embajada de Alemania y la Secretaría Municipal de Culturas paceña. El aplauso, por tanto, es merecido, lo que no significa hacer concesiones al grupo que, dice su currículum, ha recibido varios reconocimientos en su país, aunque “Los cuatro músicos de Bremen” no esté a la altura de ese antecedente. 

De inmediato, para adultos y para niños, valga un dato: en Bolivia hay personas y grupos estupendos (Los Cirujas, Sergio Ríos, Raúl Beltrán, por ejemplo) que trabajan para el público infantil con una calidad y un rigor innegables. Estuvo muy bueno ver a los alemanes, mucho más porque la experiencia abre el apetito para seguir explorando en el universo del arte pensado en la niñez y que está aquí, cerca, al alcance de un viaje en minibús a los espacios en los que suelen presentarse. A ver si en algún momento una obra logra que las miradas se interpolen y que en la humanidad de los adultos algo haga clic y todo sea magia otra vez.