sábado, 6 de septiembre de 2025

Las paces de una mujer llamada Wilde




Maritza Wilde en la obra Adjetivos junto a David Mondacca. Foto: Arvhivo Mabel Franco.


“Mi vida personal no está disociada del teatro”, decía Maritza y lo demostró cada día, incluso hasta la madrugada del reciente 30 de agosto. Y, como sabía que el teatro es acción, arengó Fitaz tras Fitaz a hacer del arte una oportunidad para desarmar toda guerra, toda violencia. Tal el legado de Maritza Wilde.

Mabel Franco Ortega

La paz se había convertido en la gran preocupación de Maritza Wilde. Por eso, en determinado momento de los iniciales del Festival Internacional de Teatro de La Paz (Fitaz), su creadora decidió darle un doble sentido a eso de “la paz”: el de la ciudad, claro, pero también el del estado, el sentimiento, la aspiración humana tan difícil de alcanzar y de sostener.

Para Maritza, el teatro –que conoció desde adentro, como actriz, como directora, como dramaturga, como gestora–, podía y debía ayudar a evitar conflictos que destruyen futuros y que eternizan odios. Cómo no, se dijo, si en el escenario las personas, aun las de las más diversas ideas, logran encontrarse, logran darle un giro al conflicto y convertirlo en una herramienta para edificar. Cómo no, según lo comprobó una y otra vez, si desde el escenario se proyecta eso que se llama humanidad.

Por eso, el Fitaz –que desde 1999 nos viene acercando el mundo encarnado en actores, actrices, escenógrafos, autores, músicos, bailarines, etc., y sembrando evidencia de que los seres humanos seremos distintos, pero podemos descubrirnos como iguales– tiene un lema que hay que recordar… o, mejor, asumir como el mayor legado de Maritza: Teatro por la paz en el mundo.

Una autoconstrucción

Abro paréntesis, respetuosamente.

Quién fue esta mujer de teatro, esta boliviana nacida en Perú que construyó su vida como se construye un personaje. Cuántos años tenía Maritza. Cuál era su nombre de soltera. Dónde había nacido.

Fue en los últimos años antes de su muerte, ocurrida el 30 de agosto de 2025, que ella aceptó ir entregando información antes estratégicamente velada.

Me tocó entrevistarla muchas veces, incluso charlar como amigas largas horas por el teléfono fijo; pero apenas intentaba saber más de su vida pasada, me salía con que eso no era importante, que lo que importaba era lo que hacía en el teatro, que eso era ella. Su paz, sostengo, estuvo en mantener el enigma.

En 2021, luego de la cuarentena por la pandemia de Covid 19 que ella vivió en estricto confinamiento junto a su esposo Agustín, Maritza tomó la decisión de retirarse para siempre de los escenarios. “No del teatro”, me aclaró, “pues voy a escribir y quizás haga radioteatro, pero aparecer, nunca más”.

Creo que sólo después de tal decisión pudo decirle a Ricardo Bajo, que la entrevistó en 2023, que fue bautizada como Maritza Muyo Urrutia, hija única del limeño Sergio y la orureña Blanca. Que nació en Tacna, vivió en Lima y a los 12 años llegó a La Paz.

Lo que sin embargo no dijo es el año de su nacimiento, dato que supo eludir dando pistas difusas sobre los tiempos de estudio, matrimonio e incorporación a elencos de danza, de teatro y de viajes al extranjero. 

Qué importa ahora si Maritza superaba los 80 años con creces. En su necrológico figura que nació en 1948 y hay que aceptarlo. Ella se ocupó todo el tiempo de burlar al tiempo conservando la cabellera larga impecablemente cepillada y teñida de caoba y de rojo. De hecho, un día antes de morir y pese a su delicado estado de salud, ella habría cumplido el rito de ser peinada y acicalada. Consciente de que el vestuario hace al personaje, se dotó de mitones de variados colores para combinar con el resto de su ropa y de paso esconder lo que las manos develan y no se puede maquillar.

Maritza Wilde (Estelle) y Georgina Tejada (Inés) en la obra A puerta cerrada (Jean Paul Sartre). Foto: Archivo Mabel Franco

Ya quisiera cualquiera cuidarse tanto a la hora de salir a la escena cotidiana. Y, en definitiva, qué importancia puede tener la cronología exterior si ella hizo lo que las grandes actrices. Se sabe que Sarah Bernhardt convencía de que era la jovencísima Juana de Arco cuando la actriz tenía ya 46 años. Y Maritza, con más de 60 encarnó a una joven Estelle intentando conquistar al cobarde Garcin en A puerta cerrada.

Quizás haya que contar los años juveniles de Maritza a partir de su matrimonio con don Agustín. Porque fue entonces que nació no Maritza Muyo de Wilde, ni siquiera Maritza de Wilde, sino Maritza Wilde. Un sello, una personalidad.

Inagotablemente Maritza

Es a Maritza Wilde que se le debe una larga lista de obras actuadas, dirigidas y/o escritas por ella entre los años 70 del siglo XX y los 2000: De brujas y alcoviteiras, La casa de Bernarda Alba, El médico a palos, El escudo y la piedra, El cofre de selenio, Don Juan, …seis oficios a saber, Fuenteovejuna (en teatro de objetos), Madre coraje, El cerco de Leningrado, Los diarios de Adán y Eva, etc. etc.

Afiche de la obra que escribió Maritza Wilde y que actuó junto a Ninón Dávalos. Foto: Archivo Mabel Franco.

Pero quizás su huella indeleble tiene más que ver con renunciar para multiplicarse. Lo dice en la entrevista que le hizo la productora Nicobis en 2006: hay que elegir, y elegir es también renunciar. No es que ella dejase de escribir y actuar, pero el Fitaz le fue reclamando tiempo y seguramente obligándola a postergar su labor creativa. Lo que sí, el propio Fitaz le afinó la sensibilidad respecto del quehacer de otros y otras, de manera que actores, actrices, dramaturgos/as, grupos, elencos la tuvieron muy cerca para escuchar su voz de aliento, decisiva en muchos casos para reafirmar vocaciones y conseguir así que el teatro en Bolivia se renueve. Siendo de tal modo, calcúlese cuántos años concentró esta mujer en una sola vida.

De hecho, entre 2024 y 2025, atestigua Iris Mirabal, gestora cultural y amiga de la pareja Wilde, Maritza pareció haberse recargado de la energía que le absorbió la pandemia. Preparó y entregó la memoria del Fitaz, pergeñó y gestionó la fiesta teatral del Bicentenario que en mayo se concretó en Sucre como un Fitaz extraordinario, estaba dirigiendo una obra en la que iba a actuar Fernando Romero, preveía la publicación de sus obras dramatúrgicas…

Hay que cerrar paréntesis nostálgicamente.

Escena y vida

Marzo de 1999; primer Fitaz. Un actor, una mesa, una lámpara: Ejecutor 14 de Teatro Camino (Chile). Héctor Noguera, el teatrista que ya antes había llegado a Bolivia con cinco obras gracias a Maritza Wilde (entre ellas, De las consecuencias de mucho leer, Siberia y La vida es sueño), se pone en la piel de una víctima de la guerra que, tras el trauma, emerge como un victimario, un fanático dispuesto a matar.

Héctor Noguera de Teatro Camino. Fue parte del primer Fitaz. Foto Roberto Sosa. 

Ejecutor 14, del dramaturgo egipcio Adel Hakim, se presentó en la sala Modesta Sanginés la misma noche en que la OTAN comenzaba una serie de bombardeos contra Yugoslavia. En esos ataques hubo casi 6.000 víctimas civiles y, ahora lo pregunto pensando también en Irak, en Palestina, en Bolivia, quién sabe cuántos nuevos ejecutores. ¿Coincidencia? Destino, Maritza: escena y vida. Tu “vida personal no está disociada del teatro”, como afirmaste en 2006.

El teatro es un frente de batalla pacífica, valga la paradoja, y tú teatrista y espectadora, que lo asumiste clarísimamente, nos lo viniste repitiendo en cada Fitaz, incluso el de 2024, el último desde el que, ya como presidenta honorífica toda vez que Bernardo Arancibia había asumido la conducción del festival en 2022, nos pediste en un video: no olviden que hay mucha gente sufriendo violencia, que hay demasiadas guerras. “No olviden”.

No (te) olvidaremos.

 

 





sábado, 28 de junio de 2025

RUARISPAKANI o el arte del Teatro de los Andes para compartir saberes y formas del crear siendo

Cómo es una residencia-taller en Yotala. Paso a paso, la autora de este texto revela los cinco momentos de una experiencia pedagógica que busca posibilitar vínculos entre técnicas occidentales de actuación y la presencia escénica proveniente de rituales, cantos y bailes contenidos en el sentimiento y pensamieno de los Andes. 

Algunos de los participantes de la residencia-taller en Yotala. Foto Ruarispakani.

Karmen Saavedra Garfias, investigadora teatral



En los años 90 se podía llegar a la sede del Teatro de los Andes en tren. Ahora la estación de Yotala (Chuquisaca) está abandonada y los rieles del tren sólo son nostalgia. Al llegar al portón del teatro, Copelia y África son las primeras en anunciar al visitante con fuertes y alborotados ladridos. Al abrirse el portón, hay que subir por las amplias escalinatas de piedra que terminan donde empieza el comedor. En ese comedor han tenido lugar muchas bienvenidas y despedidas; varios integrantes del grupo se marcharon para seguir otros caminos. 


Gonzalo Callejas y Alice Guimarães optaron por quedarse para continuar con el legado forjado por tantas manos, corazones y miradas. Pero también para continuar con sus propias investigaciones, indagaciones teatrales, escénicas y pedagógicas. Es así como en el terreno teatral heredado han ido sembrando sus propias semillas, una de ellas la residencia artística Ruarispakani (creando soy) que llevan a cabo una o dos veces al año. Precisamente, quiero hacer memoria de esa residencia-taller realizada entre el 31 de enero y el 10 de febrero de 2025.


¿Dónde empieza y termina una función de teatro? Lo que está antes, durante y después de la función de una obra de teatro es arduo trabajo de investigación, preparación y formación actoral. En Bolivia, las residencias y los talleres de teatro son de vital importancia porque llenan de alguna manera el vacío institucional de formación actoral y escénica. 


Ruarispakani es en parte la continuación de las residencias-taller que Teatro de los Andes ofrecía a cargo de César Brie. Para Brie, uno de los objetivos de esas residencias era compartir con actores y actrices externos al grupo principios y técnicas para consolidar el cuerpo de un actor múltiple, potencialmente virtuoso y solidario. Otro objetivo era posibilitar vínculos entre las técnicas occidentales de actuación y la presencia escénica proveniente de ceremonias, cantos, bailes, rituales contenidos en el sentimiento y pensamiento de los Andes. Exactamente es en ese ámbito en el que Gonzalo Callejas y Alice Guimaraes, con el apoyo de otros exintegrantes y colaboradores de Teatro de los Andes, han propuesto un giro pedagógico, técnico y metodológico. Ese giro es posible experimentarlo durante la residencia-taller artística.  


Ruwarispakani o Ruarispakani (como el grupo lo escribe) es un vocablo quechua y como todo vocablo en esta lengua es plurisémico, relacional y contextual. Ruwa significa hacer y Gonzalo, como quechua hablante, le ha dado a ese hacer una connotación vinculada al acto de crear, de tal manera que rua ya no denota un simple hacer, sino un hacer creador en el que intervienen forma, diseño e imaginación. La creación para el actor/actriz no es solamente externa; dado que el principal material de su creación es el propio cuerpo, el actor/actriz es el creador y lo creado al mismo tiempo. 


Alice y Gonzalo cuentan para las residencias con el apoyo y la complicidad de Bernardo Rosado, doña Nelly y otras personas (dedicadas a cuidar la casa). Permanecer durante diez días abocados al entrenamiento actoral, la creación, la reflexión y la investigación artística, sin tener que preocuparse por las labores cotidianas, es un gran privilegio. Doña Nelly es la encargada de la alimentación de los residentes y lo hace con deliciosos almuerzos vegetarianos, cenas bien sazonadas y nutritivos desayunos. 


Alice comenta que en las residencias suele haber más artistas extranjeros que nacionales, debido a que en otros países hay fondos económicos de apoyo a la investigación y capacitación artística. Lamentablemente en Bolivia no se cuenta en absoluto con esos fondos, lo que dificulta la participación de artistas nacionales.  Sin embargo, y pese a los limitados recursos con los que cuenta, Teatro de los Andes suele otorgar becas completas o medias a artistas bolivianos con pocos recursos.  


Este año, Teatro de los Andes ha convocado a dos residencias. La primera se llevó a cabo del 16 al 26 de enero y la segunda del 31 de enero al 10 de febrero. En la primera versión, al parecer asistieron más extranjeros que nacionales. Para la segunda versión llegamos 18 personas, de las cuales solo tres son extranjeras: Sandro de Brasil, Loreto y Vanesa de Chile. Nela es binacional, ha crecido en España añorando Bolivia. Los demás, todos bolivianos provenientes de Cochabamba, El Alto, La Paz, Tarija, Sucre y Yotala. Algunos de nosotros cargando historias de migración rural, departamental, nacional e internacional, al igual que Alice y Gonzalo.


Hacer memoria de todo lo sucedido a lo largo de los diez días e indagar en los múltiples aspectos trabajados, explorados, descubiertos, aprendidos y compartidos requeriría de una sistematización de más largo aliento. Lo que sigue es más bien un relato de algunos aspectos que marcan la singularidad de Ruarispakani o de ese crear siendo/haciendo.


Primer convivio: la ofrenda  


Gonzalo Callejas prepara la mesa ritual. Foto Ruarispakani.

Gonzalo prepara una ofrenda al finalizar el primer día de entrenamiento actoral: una mesa o loxta (invitar/regalar en aymara), como esas que suelen prepararse para agosto o para el primer viernes o martes de cada mes. Gonzalo dice que esta ofrenda suele prepararse en vísperas de empezar el trabajo y antes de ingresar a la sala. Pero como no ha sido posible la llegada de todos para la víspera, la ofrenda se la hace después del primer día de trabajo. Para algunos es la primera vez, lo que les provoca cierto extrañamiento. Para otros es la continuidad de aquello que siempre hemos hecho en casa, lo que nos provoca entrañamiento. 


La ofrenda, explica Gonzalo, la estamos preparando para pedir que nos vaya bien, para solicitar permiso y agradecer a la pacha. Generalmente, en estas ofrendas se dispone en círculo los misterios, unos cuadraditos blancos o de color hechos de azúcar y agua que portan una imagen a ser descifrada por quienes dan la ofrenda. Gonzalo opta por entregar a cada participante un misterio y nos dice que nuestra tarea es descifrar y comprender durante los siguientes días los sentidos o significados posibles de la imagen.  


¿Qué indicación nos está dando el misterio? ¿Qué querrá señalarnos? ¿será que eso guarda relación con las intenciones y expectativas personales con las que estamos asistiendo a la residencia? Con los misterios en la mano comienza una escucha que trasciende lo meramente humano y nos dispone a prestar atención a otras entidades. Con esta ofrenda empieza el primer convivio, comenzamos a conocernos entre nosotros, a percibir la presencia y energía de la casa, del río, los árboles, los gatos, los perros y otras entidades no humanas con quienes estamos compartiendo el aire, el espacio, el tiempo.


Gonzalo volverá a preparar otra ofrenda en vísperas de la despedida, un día antes de la presentación pública del montaje de las dos obras breves, resultado de lo trabajado durante la residencia. En esa segunda ofrenda cada uno entrega el misterio recibido para que Gonzalo, ahora sí, los disponga en círculo, de manera que junto a los otros elementos de la ofrenda sean devorados por el fuego y a través del humo sean convidados a la pacha. Algunos lograron descifrar sus misterios, reconocieron las señales, los indicios y se escucharon a sí mismos. Otros, como yo, permanecimos con la duda, con la tarea inconclusa. 


Gonzalo nos explica que los elementos de una mesa hacen referencia a lo que existe en el Hanan pacha, el Kay pacha y el Uku pacha y, por eso, al prepararla,  estamos recordando colectivamente que somos parte de una comunidad que abarca naturaleza y cultura, lo visible y lo invisible, lo orgánico y lo inorgánico. Siendo parte de esta ofrenda sentimos que nuestra existencia nunca es más importante que otras, ya que cada uno existe sólo y en tanto hay una interrelación que sostiene el ayllu, la comunidad, lo colectivo. 


En ambas ofrendas, cada uno de nosotros se ha ofrecido en sacrificio, se ha entregado entero por medio de las hojas de coca, los misterios, la libación con alcohol y vino a las cuatro esquinas de la ofrenda. Cada uno de nosotros en su individualidad ha sido consumido por el fuego para dar vida al bien común y para caminar juntos sin que nadie lleve prisa ni nadie se rinda al cansancio. 


Durante la residencia hay más momentos en los que se nos solicita mucha entrega. Mediante la residencia vamos aprendiendo poco a poco a saber entregarnos y poder renacer a partir de múltiples modos y momentos de entrenamiento.


Segundo convivio: el entrenamiento  


La jornada de entrenamiento empieza cada día a las siete de la mañana; unos más temprano que otros van calentando en solitario, en silencio, repartidos a lo largo y ancho de la sala de teatro. El grupo como tal se consolida cuando formamos dos filas para trapear el piso poniéndonos de cuclillas. El primero de la fila moja el piso con un trapo, el que le secunda lo seca y luego, quien lo desea, acompaña al son de la percusión. Una vez más, todos estamos atentos sosteniéndonos mutuamente. Empezar la jornada limpiando el piso que nos sostiene me parece un maravilloso acto de humildad. Tengo miedo de no tener la condición física para lograrlo, pero mientras recorro la línea sosteniendo el trapo seco en mis manos voy sintiendo el despertar de mis músculos, por lo que cada día voy haciéndolo mejor; pero siempre con el trapo seco, para hacerlo con el trapo mojado me parece que se necesita más juventud.  La actividad termina cuando hemos trapeado todo el piso y podemos empezar a sentir el cuerpo calentando, imaginando, percibiendo, sintiendo y explorando. 


Alice y Gonzalo recurren a veces a la palabra para explicar principios técnicos de preparación actoral, otras a sus cuerpos para mostrarnos la precisión de un ejercicio, y otras nos dejan probar, intuir con los propios cuerpos lo que podría ser un método de actuación, de composición escénica. Así, cada uno a su manera va habitando la sala y dejándose habitar por ella mediante cambios de velocidad, de dirección para que las ideas, la imaginación, el pensamiento se muevan. 


En cada ejercicio no sólo se mueve el cuerpo, se mueve el punto de vista, por ende, la mirada y con ella el espacio y el tiempo. Los ejercicios propuestos dejan de ser meras técnicas actorales para devenir en otros modos de creación, conocimiento, lógica y pensamiento multisensorial. Estos otros modos de compartir se activan y se manifiestan por las consignas dadas para ordenar el espacio, improvisar incorporando direcciones, ritmos, desplazamiento.


Por las tardes, Bernardo se une para acompañarnos a re-conocer nuestra voz, nuestro ritmo, nuestra fuerza contenida en la respiración y con ello empezamos lentamente a desplegar también la escucha. Nos miramos entre nosotros, parecemos intuir que una y otra vez hay que recordar que el escenario no sólo debe ser poblado por cosas, personajes, escenografías historias, sino por la respiración y la voz en todos sus matices. Para lograr eso nos dividen en dos grupos. Gonzalo y Bernardo se hacen cargo de uno y Alice del otro; después de un tiempo los coordinadores cambian de grupo. 


Los tres maestros, a través de diversos ejercicios, van señalando caminos para indagar, lo que implica desplegar, compartir la palabra de tal manera que la voz exceda el plano técnico y empiece a evocar e invocar mundos narrativos y afectivos. Cada uno de nosotros trabaja con un texto memorizado y de pocas líneas. Decir el texto acompañados por la guitarra es la consigna. Hay textos que hablan de la soledad, de la pérdida, de lo femenino, del vacío, del amor, del erotismo; el mío habla de los amores de Gregoria Apaza. 


Este ejercicio se asemeja bastante a la técnica de los payadores, los juglares, los narradores orales. El convivio durante las horas de entrenamiento se da entre los compañeros, cada uno le convida al otro su fe en el oficio, su atención, su complicidad, su paciencia, la humildad del intercambio. A mí, el punto de vista de aprendiz me permite compartir y disfrutar del timbre de tantas voces, sentir la resonancia de las formas de interactuar con la memoria y con las intersecciones entre ficción y realidad, cuerpos material y cuerpos materia durante las largas horas de trabajo que devienen en un festín sensorial.


Tercer convivio: la imagen y la construcción colectiva de la memoria  


A las horas de calentamiento, entrenamiento e improvisación se suman las horas de composición y de montaje. La creación de imágenes es uno de los senderos de la memoria y de los saberes del grupo más importantes, por ende, es un procedimiento metodológico de dramaturgia y producción escénica colectivo y es también la etapa de exploración e investigación. 


Residencia en Yotala. Foto Ruarispakani.

En esta etapa se necesita ser lo más generosos posible. Alice y Gonzalo convidan su experiencia y sus haceres a los participantes con una actitud de compañeros más que de maestros; ahí radica gran parte de su pedagogía y su didáctica, pues no hablan de ese sendero como el gran camino y el mejor de todos o el único a seguir, sino como uno más de los muchos que puede haber en la esfera de la creación y producción teatral. Ellos nos guían paso a paso por los senderos que nos señalan, comparten con nosotros detalles de sus caminos recorridos, para que encontremos también en esos caminos algo así como un sarawi actoral y teatral que nos permita sentir, latir, pensar como base para la creación de una obra que sea luego convidada con honestidad al público.

 

Gonzalo y Alice comparten con nosotros todos los secretos de sus procesos de creación y producción, en los que se vislumbra menos la inspiración de un genio creador y más un trabajo minucioso, sistemático, en el que es indispensable prestar mucha atención y estar abiertos a las propuestas de los compañeros siendo a la vez cuidadosos y respetuosos. 


Esta etapa de convivio empieza con dos conceptos: rebeldía y búsqueda, a los que acompañan las siguientes preguntas: ¿dónde, por qué, cómo y cuándo fue el primer acto de rebeldía? La consiga es: ser los más precisos y sintéticos para responder con una imagen. Todo eso nos ayuda a no perdernos en lo abstracto, lo teórico, lo racional, la palabrería y más bien indagar en lo elemental, lo riguroso, comprendiendo que, a veces, poco es más. Todas las respuestas o sugerencias tienen que ser compartidas en imágenes, para lo cual uno puede disponer de cosas, sonido, instrumentos y solicitar el trabajo de los compañeros. Quien propone debe apelar a la metáfora, la alegoría, explorar su poética cotidiana para no robarle a la imagen su polisemia y su potencia de acción, de acto, de invitación a la duda, la pregunta. Lo fundamental es que la imagen no ilustre el concepto de rebeldía y búsqueda, sino que la expanda, la disemine.


En la segunda parte de este ejercicio, cada uno puede intervenir las veces que quiera las imágenes propuestas por los compañeros. Uno puede transformar una imagen por correlación, oposición, asociación, etc.  Para cada imagen hay muchas variantes y eso provoca la sorpresa y el extrañamiento en lugar de la obsesión ante la idea propia. Cada una de mis imágenes propuestas deja de ser mía al momento que las convido al grupo. Mis imágenes intervenidas ya no reflejan mi definición de rebeldía y búsqueda ni se limitan a mi imaginación personal: se han transformado en matriz o en una especie de palabra peregrina carente de significado y cuyos significantes se multiplican ad infinitum


Las imágenes intervenidas servirán de materia prima para trabajar la estructura, la forma y sentido de una escena. Una escena es la composición de varias imágenes, la consigna es proponer una escena seleccionando tres imágenes de las muchas que se han propuesto. Recién ahora empezamos a sumar palabras, textos que han sido producidos individual e independientemente de las imágenes. Hemos partido de lo más personal, como es el recuerdo, para luego vaciar el procedimiento individual y hacerlo colectivo. Lo personal se torna en materia y material escénico de todos para todos. 


El próximo paso es el montaje con las escenas y las imágenes que contienen migración y movimiento constante resultado de conexiones múltiples. Alice y Gonzalo son los encargados de plantear coordenadas y trazar constelaciones para montar con cada uno de los dos grupos, dos obras breves que serán el festín, el apthapi a ser convidado con el  público al finalizar la residencia-taller. El acontecimiento teatral es siempre una especie de ofrenda, de entregarse al otro y recibir del otro porque no hay obra sin el cuerpo del actor, de la actriz, ni hay teatro sin la mirada del público. Por eso, las imágenes, las escenas son para cada uno de los espectadores, algo así como los misterios donde no hay mensajes, sólo indicios, pautas para seguir descifrando, reflexionando.


Cuarto convivio: Wayar qancha (sangre luminosa)


Luego de algunos días y de ir iniciando las jornadas de trabajo trapeando la sala, se nos indica que para el día siguiente debemos ayunar, que no habrá trapeado de piso y que es necesario empezar con el estómago liviano. Día a día fuimos entregando todo por medio de la improvisación, de la composición, del montaje. Ese despojo fue el paso indispensable para transitar de la creación individual a la creación colectiva que posibilita que tenga lugar la comunidad afectiva en la que el hacer del ser va discurriendo raíz, rizoma, tejido, aliento. 


Pero, si se entrega todo, ¿cómo evitar que el actor quede vacío, sin energía, ausente de sí mismo, diluido en lo común, lo amorfo, el todo o la nada? ¿Cómo abordar metodológicamente la emergencia, generación y sostenibilidad de la presencia escénica del actor que no sea mera comparecencia? ¿Cómo y por qué habitar el propio cuerpo a partir de otros principios que comprenden otros caminos de interactuar en y con el entorno? 


En ayunas entramos a la sala vacía y nos colocamos todos agrupados en una esquina, nos conocemos apenas de hace unos días, pero pareciese que vamos andando juntos desde hace mucho. La puerta se abre y entra una tropa de tres tocando julas, wancara y charango al son de un ayarichi; saludan y piden permiso a las cuatro esquinas del espacio, empezando por la del sol saliente. Somos invitados a seguirlos por el espacio sosteniendo con una mano a uno de los compañeros. El sonido del ayarichi con-mueve y genera una sintonía, una vibración, un ritmo de desplazamiento. Gonzalo, que es uno de los tres de la tropa, nos dice muyu, muyu. Nos ponemos en círculo y vamos cediendo a la columna vertebral el control del movimiento. Nos ponemos en situación fetal para atravesar la superficie de la tierra y habitarla en sus entrañas para luego germinar y aprender a volar.  Alice, otra integrante de la tropa, junto con Gonzalo nos permiten habitar nuestros cuerpos y sentir nuestra respiración para alcanzar ciertos estados y experimentar situaciones en el umbral entre la técnica heredada por occidente y los thakis andinos que comprenden alientos, cantos, movimientos coreografiados cuyo fin es hacer caminar al tiempo, haciéndole dar vueltas y acompañar afectivamente al ciclo agrario. Alice y Gonzalo han desarrollado un entrenamiento y una práctica artística a partir de saberes y haceres andinos y principios provenientes de la ceremonia del tinkuy y de los ayarichis.  


Se nos pide inhalar el 60% del aire que cabe en los pulmones por la boca y el 40% restante por la nariz para exhalar de nuevo con un "pa" pronunciado. Repetimos esto hasta que permanecemos en apnea después del último "pa". El fin de este tipo de respiración es reconocer en nuestro cuerpo, nuestro metabolismo, nuestros órganos las tres pachas y poder transitarlas. La respiración nos permite estar en el hanan pacha, donde predomina el razonamiento, o descender a uku pacha, la estancia de las pasiones, la locura, para luego encontrar el equilibrio en el kay pacha, el lugar del aquí y ahora. La respiración nos permite también encontrarnos con el aire, el viento que nos posibilita la circulación, el movimiento para no quedarse por mucho tiempo en el aleteo del cóndor, la levedad de la atmósfera, ni dejarnos atrapar por la oscuridad, la pesadez, el misterio de la serpiente, sino manifestarnos con las dos energías y sus vibraciones en el aquí y ahora para estar presentes cual guerreros del tinkuy, ese guerrero que se entrega en sacrificio para un bien mayor. Yawar qancha es una práctica ritualizada de preparación para estar presente en el presente de la escena y del día a día. 



Yawar K’ancha en el intercambio con ONTOLAB e Yvyrasacha en Campo Lindo. Foto de María Callejas.

A diferencia de los otros días, hoy hemos empezado a indagar y alcanzar una consciencia distinta al son de los julas, la wankara, el charango, el canto, el zapateo, la respiración.  Hemos probado de manera individual energías e intensidades específicas de las tres pachas y hemos aprendido a generar y escuchar el latido de la comunidad. Aquí ya no se trata de convidar las ideas, los pensamientos individuales al compañero porque aquí el YO existe sólo y en tanto existe la relación entre los compañeros, con el entorno, con el territorio, con todo lo existente. Con la vibración de los julas, con los alientos de los compañeros y de otros existentes, con-moviéndonos, afectándonos mutuamente empiezan a activarse sensaciones, sentimientos de una memoria que algunos la conectan a sus raíces, a sus ancestros. Yo conecto esa memoria, ese estado de transe no con el origen familiar ni cultural, sino con el principio mismo de la vida que es la muerte. Y segundo a segundo voy sintiendo que mi cuerpo deviene montaña, río, pájaro, piso, árbol, viento, lluvia, agua, viento, rayo, cóndor, memoria, tiempo y espacio. 


Gonzalo y Alice asumen todos los cuidados para diluir el yo contenido en un cuerpo y para volverlo a constituir con otra consciencia. Al finalizar la sesión, después de desatar las fajas protectoras pedimos a nuestro ajayu volver a habitar el cuerpo personal llamándolo por el nombre propio. 


Al día siguiente tiene lugar la peregrinación y acontece el primer gran encuentro, el tinkuy entre dos comunidades. Antes de acudir a ese encuentro pedimos permiso a los vientos para cantar, tocar julas y zapatear con el fin de despertar a las pachas. Con esta metodología las fuentes culturales andinas que se hacen perceptibles a través de la propia música, fiestas y rituales dejan de ser meros referentes y se tornan en pensamiento, consciencia, estado y sentimiento. Por ende, no se trata sólo de un entrenamiento actoral ni de una práctica más, sino de un estar en el mundo siendo y haciendo mundo.


Una vez que acontece el tinkuy, donde dos comunidades de guerreros se han ofrecido en sacrificio, no como resultado de una dicotomía, sino como la tensión necesaria e inevitable de la bipolaridad, toca volver a ser otra vez uno. Para ese retorno, Alice y Gonzalo apelan nuevamente a los ayarichis, la ceremonia fúnebre de los yamparas que se toca y coreografía en tiempo seco para los santos o almas olvidadas. El Yawar qancha ha dado lugar a un tejido de abrazos tupidos, sostenidos, que intuyo permanecerá más allá de lo visible y del presente. Presiento que así será, porque en cada abrazo hay lágrimas en los ojos y  de los labios brotan un gracias y un jallalla. 


Quinto y último convivio: presentación de las dos propuestas escénicas


A lo largo de los últimos días hemos propuesto, producido y generado tantas imágenes, textos, historias, recuerdos y temas que de tal acopio cada uno de los asistentes a la residencia tendría material para escenificar muchas obras. Pero eso no ha sido el objetivo central de la residencia, sino invitarnos a trazar nuestros propios mapas artísticos y teatrales con nuestras propias coordenadas. 


Antes de que nos digamos adiós en el comedor y cada uno abrace su destino, como comunidad nos toca convidar al público dos obras breves resultado de investigaciones personales y colectivas relacionadas con nuestros entornos, nuestra memoria, nuestro hacer. Para ello Gonzalo trabaja con un grupo y Alice con otro; de cada uno se aprende y comprende mucho. Cada grupo desconoce el montaje del otro. 

Presentación al final de la residencia en Yotala. Foto Ruarispakani.

El día de la función viene mucha gente y presencia tanto el montaje dirigido por Alice, donde predomina el texto, la poesía, el collage, como el montaje dirigido por Gonzalo que está centrado en una historia que se desarrolla por medio de metáforas, alusiones, con frases breves. Hay imágenes que se repiten en ambos montajes pero sugieren mundos de sentido distintos. 


Ruarispakani significa creando soy y el primer acto creador son los vínculos y los entramados en los que discurre la existencia del ser actor. Pero, lo que se comparte en la residencia no es exclusivo para actores, actrices o artistas. Ruarispakani es una invitación para cualquiera que busque alcanzar otro estado de consciencia y aprender a estar presente con uno, con los demás, con el entorno, afinando la atención con los territorios y discurrir en el presente entrelazando pasado y futuro. 


Teatro de los Andes ha hecho una alianza de investigación e intercambio con el Laboratorio de Estudios Ontológicos y Multiespecie (ONTOLAB), dependiente de la Carrera de Antropología, y con Yvyrasacha para intercambiar saberes, metodologías y prácticas.  





lunes, 26 de mayo de 2025

Hora del té, un placer para sibaritas


La infusión ha acompañado una historia de amor que cuenta Florencia Ballivián, uma de las protagonistas. Han pasado casi 13 años desde que la historiadora paceña nos abriera las puertas de su hogar para recordar a Salvador Romero a través de sabores cosechados en variados campos del mundo y concentrados en una taza de porcelana.


Florencia Ballivián en la portada de la revista Escape del 25 de noviembre de 2012. Foto: Pedro Laguna. 


Mabel Franco Ortega, periodista

El té unió más, si cabe, a la pareja que formaron Salvador Romero y Florencia Ballivián. Cada quien por su lado había adquirido de sus respectivas familias la costumbre de saborear la bebida, de marcar el día con ella. Algo habrá tenido que ver esa esencia en la química que se despertó entre ambos y que les unió de por vida.

Porque las cosas marcharon como van a contarse, según desgrana la historiadora mientras dispone en la mesa la vajilla pensada para el rito; vajillas, en verdad, pues tiene muchas en casa: heredadas, regalo de bodas o adquisiciones de Salvador Romero Pittari, su ahora ausente compañero que tenía espíritu de coleccionista.

Hace años, una Florencia primaveral, de regreso en La Paz junto a sus padres y hermanas, se había convertido en el centro de las atenciones de un grupo de amigos, algunos de los cuales se animaron a cortejarla; "pero yo no sé por qué, pero los rechacé a todos". Los chicos, lejos de molestarse le comentaron que conocían a un muchacho que por ese tiempo estudiaba en Lovaina y que de seguro, decían, la joven iba a aceptar.

Pasaron tres años, al cabo de los cuales "me lo trajeron un día hasta la casa, casi desde el aeropuerto". Era Salvador, dueño ya entonces de un título en ciencias sociales y, tal cual habían previsto los amigos. el flechazo fue inmediato y hubo boda un año después.

"Él me apoyó en todo, siempre; cuando nos casamos le dije que quería terminar la universidad antes de tener hijos y estuvo totalmente de acuerdo. Me decía estudia, no me importa si hay o no almuerzo; si tienes exámenes, dedícate a ellos". Las veces que llegaba a casa "y me encontraba con compañeras de la carrera de historia haciendo un trabajo o estudiando, aceptaba guiarnos; lean tal o cual cosa, nos sugería y nosotras le pedíamos No, Salvador, explícanos nomás" y él, cuyas cualidades para la docencia ponderarían decenas de alumnos luego, aceptaba gustoso.



Vajilla francesa de plata Ercuis con una lata de té importado de Escocia de la variedad ahumado. Foto de Pedro Laguna. 

Lo cierto es que Florencia no aprendió a cocinar. Él sí guisaba, “cosas sencillas pero deliciosas”. Lo que preparaban los dos era el té, a granel siempre, nada de bolsitas ni añadidos de canela o clavo de olor. Y pronto aprenderían mucho más sobre la bebida; un viaje a Ginebra y el doctorado de Salvador en París, más otros años en la Ciudad Luz cuando ella fue embajadora de Bolivia ante la UNESCO, los volverían unos sibaritas. “Aprendimos, por ejemplo, sobre las mezclas; el té hay que mezclarlo hasta encontrar el del gusto personal”. En Europa, cuenta Florencia, hay tiendas en las que los clientes antiguos tienen registradas las que prefieren y los vendedores se las preparan. 

En ese afán de búsquedas y si bien cada quien desarrolló un gusto individual –a Florencia le encanta el té Earl Gray (con plantas de la India procesadas en Inglaterra), con esencia de bergamota, también en su variedad Lady Gray “que a Salvador le parecía horrible”–, la pareja descubrió que nada mejor para ambos que el matrimonio entre el té importado Crusader, el té nacional Chapare y unas hojitas del té chino oolong que se deshacen visiblemente en contacto con el agua.

 

Son famosos los encuentros que los Romero Ballivián organizaron con los amigos, primero en su casa de Calacoto y luego en la de Río Abajo. Imagínense a 10 personas, cada una con su tetera de fierro enlozado previamente calentada y una variedad de tés para descubrir. Para hacerlo más práctico, en tales citas los anfitriones incluyeron finalmente las bolsitas, todas importadas, “y como no sé cocinar, comprábamos jamón, quesos y marraquetas”.



Con el cuadro de la artista Patricia Mariaca de fondo, vajilla inglesa y el té aeomarizado con bergamota. Foto de Pedro Laguna. 

La familia Romero desayunaba té, nunca café, y a la hora del té, el Five O’Clock Tea británico tan arraigado en La Paz, los esposos se reunían casi invariablemente. Así lo hicieron en sus días de estudiantes en Ginebra, cuando compraron su primer paquete que resultó ser de té ahumado que les resultó horrible, pero que tuvieron que tomarse todo para ahorrar y que terminaron apreciando al punto de que una latita de esa variedad, el Lapsang Souchong Tea, es parte de la despensa familiar.

 

En la terraza o en el comedor, el rito era mimarse, compartir con los hijos primero, con los nietos después, y festejar las novedades: el buen sabor y color del té de frutos rojos; que hay una variedad inglesa con canela que, por tanto, no es un invento boliviano como creían; que al nieto de 13 años le gusta que le traigan té de los viajes; que en Lima donde vive la hija Úrsula hay un negocio con infusiones del mundo llamado Quintaesencia; que para tomar el Breakfast Tea británico hay que desayunar en grande, casi almorzar; que el té de jazmín que los chinos y japoneses toman con la comida sabe bien con un fondue; que nada mejor para acompañar la bebida que un sándwich de pepino; que el champán del producto es el Darjeeling Wonder con hojas del Himalaya; que el té verde es horrible; que abrió una tienda especializada en San Miguel (La Paz) pero que cerró pronto…



El paquete azul es del té boliviano Chapare que, ahora 2025, ha desaparecido del mercado nacional.  Foto de Pedro Laguna.


Sorber las penas


“Para mí, no tener más Salvador es terrible. No puedo dejar de lado la hora del té; si estoy en la calle busco un lugar donde tomarlo, pero en casa no pongo más la mesa con los platitos, las cucharillas, el detalle, me llevo una taza ante la computadora y es todo”.

 

Hay un vacío desde que en abril el corazón le falló al sociólogo boliviano que murió en los brazos de su hijo Salvador Ignacio. “Teníamos muchas cosas en común, nos interesaban los mismos asuntos, no sé”, responde la historiadora para explicar tanto amor y tanta dolorosa nostalgia.

 

Un buen té, dice Florencia ahogando las lágrimas, se prepara con el agua que ha roto apenas el hervor, “no hay que dejar la caldera en el fuego, sino levantarla de inmediato”. La tetera ya dispuesta recibe el líquido y hay que permitir que la infusión “pase” durante los minutos que requiere la variedad. En general, cinco, aunque hay productos que demandan apenas tres –el champán es uno de ellos–, cuatro el Irish negro y hasta ocho el frutal Grandma’s Garden. La tetera, aun la de fina porcelana, tiene que curtirse, es decir teñirse con el uso, pues se lava apenas con agua, nada de detergentes.


Té de origen boliviano 

Cosecha en Sarampioni (Mapiri, Larecaja tropical). Foto de Jason Rothe.

La variedad a granel Chapare está, como se ha dicho, entre las preferidas de la exigente bebedora que es Florencia. Hay otras historias, muchas, detrás de ese paquete azul que se puede hallar en los supermercados del país y en algunas tiendas especializadas del extranjero.

 

Pero, ese producto que sale del trópico cochabambino es más bien nuevo comparado con el que comenzó a cultivarse en el norte de La Paz a fines de los años 40 del siglo XX. Por iniciativa de un "inmigrante alemán", dicen las investigaciones universitarias que, por lo demás, no mencionan el nombre. Lo que sí se dice es que ese hombre trajo plantines desde Perú y los sembró en Chimate, municipio de Mapiri, donde por 10 años promovió el cultivo e inició su procesamiento artesanal. Por entonces, el producto procesado era empacado en latas de estaño y enviado a las minas (La Razón, 2005).

 

La revolución del 52 frustró el desarrollo de ese rubro Yytuvo que llegar la década de los 70 para que se reactivase el proyecto. Ayuda taiwanesa primero, china después, permitió que se abarcase 600 hectáreas en Caranavi y en Chimate. En este último lugar, el impulsor fue el ciudadano húngaro Tommy Hegedus Illes, quién, inquieto, recorrió el mundo para finalmente casarse con una yungueña y quedarse en Bolivia.

 

El hijo del fundador de Té Chimate --producto que en su momento se hizo de nombre en el mercado local-- es el ingeniero agrónomo Ricardo Hegedus, jefe operativo de Windsor, variedad de infusiones en bolsitas que se procesa para el consumo interno y la exportación en la empresa Hansa. Desde su despacho en la planta de El Alto, que huele a té apenas se traspasa la puerta, explica que estuvo a punto de marcharse a Canadá, pero decidió seguir el sueño de su padre: producir té de alta calidad y poner a Bolivia en el mapa de los más importantes generadores del producto. Un sueño que no fue fácil para su progenitor, pues Té Chimate fue nacionalizado en los 70 y pasó a manos de Cordepaz, quebró tres veces y paró durante ocho años.

 

Con Hegedus padre --inventor del trimate-- y George Petit, de la empresa Hansa, se revivió el proyecto bajo la marca Windsor. En principio, las plantaciones en Larecaja tropical eran administradas por Hansa, pero pronto las dificultades pesaron más. El lugar, Sarampioni màs precisamente, está a 310 km de La Paz, distancia que parece mucho mayor por los cinco ríos que hay que atravesar, lo que en época de lluvias se hace imposible. "Es un lugar estratégico para los cultivos pero muy complicado para la gente que depende de ellos", resume el ingeniero agrónomo que recuerda haber hecho hasta de médico para los lugareños.

 

Al final, los comunarios se hicieron cargo de los cultivos. Hansa apela a ellos para proveerse y hacer el proceso final para envasar té negro, té con canela, con clavo de olor, té de frutas y mates marca Windsor.

 

"Los bolivianos somos consumidores de infusiones", afirma Hegedus. No pocos de ellos apelan a la plantita (cedrón, manzanilla...) que tienen en el jardín o en una macetita". Y el té es la bebida por excelencia en los hogares, "mucha gente no sólo desayuna sino que cena un té con pan". Potencialmente, pues, hay gente en Bolivia para hacer del té un consumo exigente, variado, personal tal cual la experiencia que describe Florencia Ballivián, pero con producción local.

 

Pero por ahora (año 2012), pese a la calidad del té boliviano y a que el 76% (1000 toneladas al año) de lo que se procesa en Hansa va al mercado local (el resto, con un 16% bajo la modalidad gourmet se exporta a Europa, Estados Unidos y países de Sudamérica), esas posibilidades son limitadas. El té a granel se usa poco, se prefiere el de bolsita. Más que por el sabor, el gusto se guía por el color, de allí que aun a la mejor hoja de té se le añada sultana para el procesado. Y, en el lenguaje coloquial, prima más el ir a tomar un café, aunque se elija el té. Falta, lo prueba Florencia, información sobre las posibilidades, sobre el universo que se abre al paladar.



Rebeca Condori, que trabaja en el control de calidad del té Windsor (en 2012), explica cómo catar el té: con los dientes cerrados se absorbe rápido y ruidosamente el líquido para sentir los sabores. El paladar dará la respuesta. Lo siguiente es comparar y ,siguiendo la experiencia compartida por Florencia Ballivián, elegir el que mejor va con cada quien. Ricardo Hegedus recomienda el té nacional.




La Camelia sinensis (planta del té) posee antioxidantes que algunas investigaciones científicas asocian con energía, antienvejecimiento prematuro e inclusive una buena salud asociada a la disminución del colesterol y hasta la prevención de ciertos tipos de cáncer (vesícula, vías biliares, por ejemplo), según la US National Cancer Institute.



Esta nota fue publicada en la revista Escape de La Razón.