La palabra me sirve para moverme entre las niñas que Alejandra Alarcón ha dejado salir. Mutilar, coser, sangrar… los verbos deben conjugar con construir.
“Cómo hacerse cuerpo” titula la exposición de acuarelas de
Alejandra Alarcón que espera al público en Artespacio CAF (Av. Arce esq.
Clavijo, La Paz) hasta el 15 de junio. Una espera silenciosa, a oscuras, tan
escondida está la galería para los ciudadanos que trajinan por ahí, la mayoría
sin sospechar lo que esta vez los acecha. Porque bienaventurados los que
ignoran esos ojos, piernas, tentáculos, fauces, cicatrices que hieren la
palidez del papel.
Niño y niña, sobre todo niña, atraen la mirada de quien
rodeado por seres en actitud de contradictoria placidez siente que algún
misterio se empeñan en esconder/develar. Un misterio que comparten con lobos,
pulpos y conejos que los acompañan o que son ellos mismos, a veces. Sí. Algo saben y quizás ni Alejandra ha
podido arrancarles el secreto.
La artista, cochabambina radicada en México, hace de la
acuarela una herramienta poderosamente expresiva, como ya se vio con las
caperucitas rojas rojas que no se borran de la memoria de quien las vio la
década pasada. El color aguado en su caso no pinta sino que mancha el papel y
de esa mancha emergen las figuras no del todo definidas, nunca. Es lo
inquietante en esta muestra que recurre a obras de distintas series, de
diversas épocas, y que en el conjunto crea un universo o que emerge o que se
diluye, dualidad que crea profundo desasosiego.
"Una niña es el personaje principal de las obras. Es
una metáfora en la que la pequeña representa a una persona cualquiera, un ser
que se encuentra en un momento de su vida donde no tiene las cosas definidas,
no sabe quién o cómo es, pero que también vive el proceso de encontrarse,
hacerse o reconstruirse”, explica la artista.
Pienso en sus palabras. Miro a través de ellas las obras. Pero
me pierdo en otros sentidos, algunos absolutamente en contra de esa dirección. ¿No
entiendo? Me consuelo al saber que el espectador es quien proyecta su alma, su
experiencia en el arte que no se cierra, que no se explica de una sola vez y
para todos.
¿Qué absorbo yo, por si importase saberlo a alguien distinto
de mí, de ese papel de algodón poblado de niños y de alusiones a cuentos
supuestamente para ellos?
“Niña con pulpo en la mano”. Sus ojos azules absorben mi mirada más que el pedazo de tentáculo que
ella sostiene como un trofeo y que bien podría ser su mano.
“Niña en capelo con pulpo”. El animal envuelve a la
pequeña cuyo rostro no se ve, mientras ella teje medias para tentáculos,
algunos truncos. Medias con heridas sangrantes.
“Pulpo verde con piernitas”. El diminutivo acentúa la
fuerza de la escena: del animal emergen pares de extremidades infantiles con
medias cubiertas de heriditas.
“Niña pulpo con un solo tentáculo”. Como una sirena, la
mitad del cuerpo lleva tentáculos, sólo uno completo aunque recompuesto
mediante costuras; el resto ha sido cercenado.
“Contigo. Niña dormida con títeres”. Los brazos en alto
están enguantadas por dos conejos sonrientes; la pose del sueño es forzada,
quizás placer, quizás dolor.
“True love”. Niña y niño, con las medias omnipresentes, acosan/cobijan
a un conejito.
“Sirena”. Niña con la falda en alto, calzón con ancla
impresa y un pez muerto a su lado.
No hay caso. La violencia, que es evidente, no puede ser
sino destrucción.
Hay que mirar de nuevo.
Pensar en lo que dicen la mirada, la postura, la actitud de
los personajes.
La violencia duele, pero no mata. No es muerte lo que pinta
Alejandra. Claro, ahora lo voy viendo: “ser“ no es un acto de cuento de hadas;
la niñez no es lugar apacible que el adulto imagina en su desmemoria; la niña
sangra, pero esa sangre que por supuesto puede ser de muerte, que
lamentablemente lo es muchas veces en lo cotidiano, también significa vida,
ciclo menstrual, renacimiento.
“Cómo hacerse cuerpo”. El espejo múltiple, seriado, me
devuelve ahora, en virtud de la palabra, una partecita del secreto: nos vamos
haciendo y deshaciendo; a veces nos perdemos en la boca del lobo, pero podemos
dominarlo, llevarlo a donde queremos. Ser Caperucita no es ser devorable. Es
nuestra prerrogativa, después de todo.
La realidad nos cerca como un pulpo; la coyuntura nos hunde
en el pesimismo. Por suerte está el arte que estéticamente restriega nuestras heridas
para obligarnos a reparar en ellas. A pensarlas. Con pesimismo, ya; pero con
ése que obliga a tomar decisiones propias, a sanarnos, a ser el titiritero, no
al contrario. De eso se trata ser niña, sin importar la edad que se tenga.
¿Será así o ahora las niñas estarán muriéndose de risa
detrás de sus tentáculos?
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