miércoles, 2 de octubre de 2024

Freddy Chipana y los golpes del amor

 

Freddy Chipana en la obra Ilíada, de Teatro de los Andes.


Uno entre nueve hermanos, Freddy pudo perderse en las calles a donde escapaba de la violencia y el no cuidado. Se salvó porque vio que podía recuperar su infancia no vivida en un escenario. ¿Golpes? ¿Porrazos? Sufrió muchos y los tomó, los toma, como impulsos para volar desde esa plataforma llamada teatro. Altoteatro.


Mabel Franco Ortega, periodista

El amor –contra lo que canta Lucio Battisti, Che non si muore per amore– estuvo a punto de matar a Freddy Chipana. Las cosas sucedieron así: el joven aprendiz de teatrista pasaba sus días en Yotala cuando no estaba de gira con sus compañeros de Teatro de los Andes. Aquel final de tarde del año 2002, Freddy colgó el teléfono luego de una charla de larga distancia con una chica que se encontraba en El Salvador. Estaba tan eufórico por lo compartido, que salió corriendo al patio y dio un gran salto. La realidad sin metáforas le salió al paso en forma de viga y el enamorado se golpeó la cabeza tan fuerte que “di dos vueltas y quedé tirado en el piso”.

Lucas Achirico, que presenció la escena, quedó espantado. Al poco rato, todavía atontado, Freddy intentó asistir a unas clases de violín, pero vomitó y por la noche no pudo ni dormir. “Fui a buscar a Alice (Guimaraes) y le dije lo mal que me sentía; pronto, no podía ni sostener mi cabeza, así que me llevaron al médico”. El diagnóstico fue “conmoción cerebral”. Durante un mes debió guardar reposo y “me dijeron que no podía ni pensar”.

En el periodo de recuperación, aburrido de no seguir el ritmo del grupo que por entonces cosechaba lo bueno y sufría lo malo de esa gran producción que fue Iliada, en la que Freddy encarnó a un conmovedor Patroclo, el herido aceptó el consejo de Paolo Nalli y retomó la escritura que solía cultivar en su adolescencia.

Fue entonces y en tales circunstancias que lo decidió: luego de siete años de haber convivido con el grupo que dirigía César Brie había llegado el momento de marcharse, de volver a El Alto para trazar un camino propio en el teatro.

Chipana como Luis, uno de los emigrantes en la obra Un país de fantasía, la tercera creación de Altoteatro. Foto: Muro de Freddy Chipana en Facebook.

Uno entre nueve

Freddy Chipana Vargas nació en octubre de 1975 en la ciudad de La Paz, de padres migrantes del área rural. Segundo de nueve hermanos, creció en El Alto, adonde se trasladó su familia para intentar combatir la pobreza porque en la sede de gobierno parecía imposible. “Había golpes, violencia de parte de mi padre, y por eso yo me escapé muchas veces y me fui con mi abuela o me quedé en la calle, tal como hacía mi hermano mayor, Federico”. El papá terminó por abandonarlos y su madre, Luisa, “hizo lo que pudo para sacarnos adelante; trabajaba y nos alimentaba, pero no podía cuidarnos”.

Federico fue el primero en llegar hasta el hogar para menores en situación de riesgo que tenía entre sus responsables a un suizo de nombre Stefan Gurtner. Freddy comenzó a asistir también, como externo, y aprendió a convivir con otros 50 chicos que no sólo tenían comida y techo, sino la oportunidad de conocer de sastrería, carpintería, panadería, jugar fútbol, hacer música y… teatro.

El Hogar Tres Soles fue entonces la salvación. “Stefan no sabía mucho de teatro, pero era un apasionado y fue contagiándonos su pasión. Solía darnos a leer textos que luego discutíamos. Así se formó el grupo Ojo Morado, donde trabajábamos en creaciones colectivas cuatro horas diarias, de lunes a sábado”.

Stefan los llevó a cuanto taller de teatro se pudo. Y fue así que se produjo el acercamiento con Los Andes y Brie. De Tres Soles, el director había reclutado en 1992 a un músico, Lucas Achirico. Y luego, en 1995, invitaría al veinteañero Freddy a unirse al grupo para hacer Las abarcas del tiempo en reemplazo del actor Diego Mattos.

Con Ojo Morado, Freddy hizo varias obras, la más emblemática de ellas, una versión de El Principito que conmovió intensamente a los espectadores y que asimismo puso en evidencia los enmohecidos conceptos de los administradores de teatros que se espantaron con esa obra en la que los principitos decían “malas palabras”, maldecían y estrellaban huevos en los sacrosantos muros.

Freddy, en todo caso, estaba listo para dejar Ojo Morado, pues se había propuesto ingresar al Conservatorio Nacional de Música. En ese trance recibió la llamada de Brie.

Si lo que el joven esperaba al llegar a Yotala eran clases de cómo hacer teatro, pronto se dio cuenta de que no habría tal. “Yo tenía la pasión y el respeto por el trabajo que me enseñó Stefan y que le agradezco hasta hoy, pero mi cuerpo era un desorden; tenía que depurar, reconstruir y no sabía cómo integrarme a una estructura como la de Teatro de los Andes. Nunca me sentí tan solo ni jamás lloré tanto como allí”.

Sus compañeros, Teresa Dal Pero, Gonzalo Callejas, entre otros, lo fueron tranquilizando. “Tú vas a encontrar tu forma”, le dijeron, “hay cosas comunes, pero las búsquedas son personales; de hecho, la verdadera búsqueda hay que hacerla fuera de los horarios de grupo. Tienes que ser tú, encontrar lo tuyo”.

Freddy como Patroclo en la obra Ilíada, de Teatro de los Andes. Foto: Teatro de los Andes.

El camino propio

Y llegó la hora de dejar ese espacio, el más importante que hubo en los años 90 y que fue como un parteaguas para las artes escénicas en Bolivia. Atrás iban a quedar obras como Graffitti, El cíclope, Las abarcas…, Ilíada. Muchos habrán pensado que qué locura dejar a semejante grupo en su mejor momento, pero en verdad que ya había comenzado la desbandada. Cristian Mercado y Jorge Jamarlli se habían despedido y pronto lo haría Teresa Dal Pero. Si hubo temor en Freddy, Gonzalo Callejas lo reafirmó en la decisión: “Qué bueno que busques lo propio”.

Freddy, con 27 años de edad, se dispuso al retorno. “Me despedí con agradecimiento de César, de Paolo, de los compañeros… Nos quisimos, nos detestamos, caminamos juntos un trecho importante de nuestras vidas y aun hoy nos sabemos parte de algo”.

Qué se carga en el equipaje en circunstancias así. “El deseo de reinventarse, de comprobar si en verdad sabía hacer, la duda de si era algo más que actor. El desafío de ponerme a prueba y demostrar que se podía hacer teatro en Bolivia para Bolivia”.

La vieja computadora le devolvió textos que había escrito en distintos tiempos. Los revisó y durante dos años trabajó con algunos de sus antiguos compañeros de Ojo Morado. Ensayaron y así salió Plegaria, la primera obra del nuevo grupo que iba a llamarse Cantera de piedra, cuyo objetivo sería hacer un teatro de altura… y así se quedó como Altoteatro.

Las cosas no fueron fáciles. Hubo algo así como otro golpe del entusiasmo contra la viga de la realidad. Llegaron chicos y chicas con los que trabajar y “yo pensaba que lo sabía todo, pero en las reuniones escuché: mira que nosotros somos distintos de la gente con la que trabajaste”. Fue duro escuchar eso, pero también le dijeron: “Creemos en ti; lloré. Vi capital humano y supe que podíamos construir juntos”.

Hace 20 años de esto y hoy Altoteatro es un grupo de referencia en Bolivia, con obras como Un país en sueños, sobre el exilio que es la emigración; Peligro, festiva tragicomedia acerca de la condición del artista en sociedades en las que cuentan los dividendos y el arte da miedo; Eterna, sobre las relaciones violentas y mordaces entre madre e hijas; el monólogo Ratas sobre las dictaduras cuasi voluntariamente aceptadas (obra que le valió un premio de actuación a Chipana) y la más reciente, Basura, que señala la condición de desechos a los que se reduce a no pocos seres humanos. “Lo que hemos ido haciendo, cada elección, cada hallazgo, es la respuesta a preguntas que me hago sobre la escena, sobre mis textos y la decisión de compartirlo todo con el grupo como la mejor forma de llegar cada vez más profundo”.

Tres de sus hermanos –César, Carlos y Edgar– se han unido al grupo y en el grupo Freddy ha ganado hermanas como Carmen Tito. “Hoy somos como 20 personas, como se aprecia en la Batucada Altoteatro, pero la base es de nueve compañeros que están listos para lo que se necesite poner en marcha. Somos un equipo que habla de lo que vemos y vivimos, de nuestro contexto, aunque no hacemos teatro social, sino humano”.

Freddy es quien escribe los textos, en general sobre temas que preocupan a los integrantes del grupo. Pero, dice, no es suficiente tener la palabra, pues en escena, con el aporte de todos, es que se define la obra. Cada una de ellas, ya con las imágenes visuales y sonoras, es por tanto una creación colectiva; eso es lo que me gusta”.

A Chipana lo convocan de otros grupos, incluso del extranjero, y él ha aceptado dirigir y hasta escribir textos para algunos de ellos. Es una forma de refrescarse, de exigirse, de ver lo que no vería de otro modo, de no instalarse en la comodidad de lo que conoce. “Pero en cada experiencia extraño más a mi grupo, sobre todo cuando me topo con actores que no tienen tiempo para ensayar; yo detesto tener que jalar el coche. Hay cosas lindas en ese salir, no me malentiendan, pero una cosa es estar entre artistas y otra entre compañeros”.

La última obra de Altoteatro, estrenada en 2022, es Basura. Fotografías de Eduardo Schwartzberg.

El niño viejo

Y aquí está Freddy Chipana, muy cerca de cumplir medio siglo de vida. Aquí está el antiguo niño en situación de riesgo que dice haberse perdido la oportunidad de vivir su infancia por tener que madurar demasiado pronto, está el adolescente que se enojó con unas damas encabezadas por la esposa del Presidente de la República que vieron actuar a los Ojo Morado y que llorando los felicitaron, “pero no por nuestro teatro, sino por nuestra condición de desamparados”.

Aquí está el actor, autor y director, habitante de la zona 16 de Julio de El Alto, dispuesto a seguir moviéndose por la escena, pero sin olvidar que “el teatro me importa, pero más grande que el teatro es la vida, y más grande que la vida es el amor, y más grande que el amor es la libertad y más grande que la libertad es la paz”.

Sobre el amor de pareja, Freddy dice que tuvo fracasos –golpes– “por estúpido” y que consciente de ello hoy agradece a la mujer que “está a mi lado” tratando de no perderse en “las estupideces del amor”. No tiene hijos, lo que le facilita, admite, la reinversión del dinero que gana en el propio AltoTeatro: así se ha adquirido los instrumentos musicales de la batucada, se ha comprado un terreno para construir algún día la sede del grupo, se elabora escenografías cada vez más exigentes, se viaja a lugares que no pueden pagar el costo de la función, etc.

El año pasado, en octubre, hubo festejo teatral por los 20 años de Altoteatro. Llegaron los amigos de Los Andes y, desde Argentina, Sergio Mercurio y Nueva Escena (Jujuy). Fue una manera de cruzar fronteras de espacio y dimensiones de tiempo: el ayer, el siempre. Y de comprobar, sabes Freddy, que a veces el teatro puede ser tan importante como la vida porque, ya ves, le da a ésta amor, aunque duela a veces. Y libertad y paz para preparar el vuelo y seguir. Lo cantó el Battisti de Paolo Nalli y bien podemos parafrasearlo: Il mio teatro libero.

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