Escenografía de Víctor Mamani para "El calvario de mi madre" (2019). Foto: |
Mabel
Franco Ortega, periodista
De
la residencia inglesa donde Mary Poppins hace de las suyas, a los cuartos,
bodegas y patios de La Paz de Jaime Saenz. De un palacio árabe, a los pies de
un árbol en el Chaco boliviano. Un lienzo que sube y baja producto de la
tramoya, a veces objetos que aportan tridimensionalidad, las luces apuntando en
el punto clave. Magia teatral.
De
eso se encarga el artista Víctor Mamani Rafael, habitante de la noche, tiempo
en el que diseña y pinta los decorados que le encomiendan músicos, bailarines y
teatristas, obligándose a habitar fosa o altillo del Teatro Municipal Alberto
Saavedra Pérez.
Mamani
es miembro –como Ciclón (Adrián Campero), Óscar Casero, Ramiro Ramírez, Lucio
Ramos- de una estirpe que parece estar de salida de los teatros:
la de los pintores escenógrafos.
Pero
centrémonos en Víctor Mamani para intentar crear el telón de fondo de su vida
que bien podría ser argumento de una obra de cine, teatro o danza, que a todo
ha respondido –y responde– con su arte.
Víctor Mamani Rafael en el vestíbulo del teatro Alberto Saavedra Pérez en 2019. Foto: Mabel Franco |
A
bordo de una volqueta
Víctor
nació en 1968 en Mina Bolívar, una población que era parte de la Corporación
Minera de Bolivia (Comibol). “Viví allí hasta 1986, como un niño rico. Tenía de
todo, incluso un gran teatro donde se realizaban los grandes festivales mineros
y donde, sobre todo, se exhibían las mejores películas. Yo iba mucho a verlas,
pues en la tarjeta de la pulpería estaba incluido este servicio y lo
descontaban por planilla del salario de mi padre, se aprovechara o no”.
Mina
Bolívar es parte del Cañadón de Antequera (Oruro), donde funcionaban varias
minas privadas. “La nuestra era la única estatal y estaba en la cabecera del
cañadón. La ‘relocalización’ llegó de sorpresa” –recuerda Víctor, que en 1986
era un bachiller que soñaba con irse a Rusia para estudiar ingeniería de minas– “y tuvimos que dejar nuestra casa”.
No
hubo tiempo de recoger casi nada. Cuatro familias, una de ellas la de Víctor
–padre, madre y 10 hijos-, fueron transportadas a bordo de una volqueta rumbo a
La Paz. “Fue terrible”.
“Nunca
entenderé por qué. La mina producía y era rentable. De hecho, Goni (Gonzalo
Sánchez de Lozada) la compró y la siguió explotando. Hoy mismo sigue activa”,
reflexiona el hijo mayor de los Mamani Rafael.
En
el escaso equipaje con que subió a la volqueta, Mamani incluyó, aunque no lo
supiera concientemente, las imágenes de una película que “me hizo volar la
cabeza”: El Mago de Oz.
Los
padres del joven soñador no sabían leer. Como pudieron, con prisa, adquirieron
una casa en El Alto, en el sector de El Kenko, donde todavía vive quien resume
esa parte de su vida como producto del destino.
Escenografía para el baile de la Diablada, coreografía de Bafopaz. Foto: Mabel Franco. |
El cuartel
Víctor
consiguió trabajo como mucamo en una residencia de La Paz, pero trabajó un mes
solamente, pues se impuso la obligación de acudir al cuartel. “No había pensado
en ir, no quería ir; pero habrá sido el destino y terminé en el Estado Mayor
durante la peor época para estar allí: miles de mineros salían a las calles a
reclamar todos los días. Era grave, pues era gente que no tenía nada que
perder. Y me entrenaron, como a mis compañeros, para reprimir a las grandes
masas; tan bien, que con dos movimientos podíamos separar a los dirigentes del
resto del grupo y deteníamos la marcha”.
Ese
año fue muy duro para el joven que desde niño se recuerda solitario y sensible,
pero finalmente “el cuartel me enseñó a organizarme, a planificar y me acercó,
paradójicamente, al arte”. Cierto día, un oficial consultó si había un pintor
entre los conscriptos y “yo pensé que de brocha gorda, así que no me presenté;
me llevé una llamada la atención cuando esa persona me sorprendió dibujando,
aunque desde ese día pasé a trabajar en mejores condiciones: haciendo los
libros oficiales y coloreando cuadernos de los hijos de los oficiales. El arte
me protegió”.
Lejos
ya de la idea de ser ingeniero de minas, lo que Víctor deseaba era estudiar
arte. Como tenía que ganarse la vida, consiguió empleo en la panificadora San
Gabriel y allí se quedó durante cinco años. Una tarde que bajaba a pie hacia
Obrajes, con 50 centavos en el bolsillo, “vi un cartel amarillo en la curva de
Holguín: Carrera de Artes”. Allí lo aceptaron y, entre trabajos aquí y allá,
llegó a conocer al cineasta Marcos Loayza, por quien ingresó al mundo del cine,
experiencia que le llevaría, más tarde, al del teatro. El destino, “siempre el
destino”.
Escenografía de Víctor Mamani para la chacarera de Bafopaz. Foto: Mabel Franco. |
El
Mago de Oz
La
película “El corazón de Jesús”, de Loayza, fue el estreno en grande para quien
aprendió el oficio de asistente y, luego, director de arte. Terminé mi carrera
en 10 años, ciertamente, pero aprendí mucho en el camino, en las filmaciones,
en los documentales, los spots publicitarios”. Además, fue invalorable la amistad
que hizo con el maestro escultor Víctor Zapana, quien le enseñó a modelar,
conocimiento importante para las escenografías que propone a los artistas.
La
vida afanosa, sin embargo, le provocó a Víctor una grave afección en el
estómago a fines de los años 90. Estuvo internado en un hospital por meses.
Convaleciente, sin dinero, recibió un llamado telefónico esperanzador. Era el
actor de teatro David Mondacca, quien le pedía ayuda para la escenografía de una
obra que estaba preparando: “No le digas”, sobre textos de Jaime Saenz.
Acudió
a la cita con Mondacca, más muerto que vivo y sin dinero como para darse el
lujo de rechazar el trabajo. El artista le contó en detalle la obra que tenía
en mente. “Armé todo en mi cabeza y respondí que me parecía fácil, que lo haría,
pero que me dejara hacerlo en mi casa”. Mamani recurrió a materiales de
reciclaje: cartón, trapos viejos, adobes desechos, libros, un batán pequeño, una
corteza de eucalipto…
“No
conocía, hasta entonces, el Teatro Municipal, pero con las indicaciones que me
dio David llegué en un taxi y descargué lo que parecía ser basura. Quienes me
vieron han debido pensar que era un loco”. En el escenario, a la hora de armar,
se dio cuenta de que no sabía nada de teatro.
Mario
Caba, técnico de luces por entonces, “me brindó toda la ayuda que necesitaba
para colgar, sujetar, e incluso me trajo un batán enorme en el que el personaje
muele el picante”, y así fue cobrando vida el universo saenciano, incluidos los
libritos en miniatura de Juanjosé Lillo que se describen en “Vidas y muertes” y
que Mamani trabajó con primor.
"El corazón de Jesús", película de Marcos Loayza. Vìctor Mamani hizo la dirección de arte junto a Sandro Alanoca. |
Cuestión de perspectiva
Hace
20 años de ese debut. Años de nuevos aprendizajes y maestros como el arquitecto
Mario Torrico, quien fue director del teatro Saavedra Pérez, y que casi lo
adoptó y le dio cobijo en la vieja infraestructura. “Hoy, soy un escenógrafo. Hago
bocetos, acabado de perspectiva, color; hago maquetas para entender el color
del vestuario, el maquillaje”.
Y
pinta sobre el lienzo inmenso colocado sobre el piso, parado en medio,
dueño de la perspectiva como no parece posible. “Se llama perspectiva
deformada. Yo estoy dentro del cuadro y miro como esos faquires que se
desdoblan, se elevan y lo ven todo desde el aire. Esto me enseñó a hacer Mario
Torrico, como Mario Caba me enseñó luces y electricidad, y como el tramoyista
Lucio Ramos me facilitó el conocimiento de las cuerdas y pesos. Puedo hacer
todo”, aunque, claro, el teatro es equipo, es depender uno del otro y esto a
veces desespera a quien no ha dejado de ser esa persona solitaria.
Aunque
extraña el cine, “mi vida es el teatro”, resume Mamani. “Me da de comer, pero
sobre todo me permite estar en un lugar que es pura energía de tanta gente que
ha vivido, y vive, emociones intensas”. ¿Fantasmas? “Yo soy uno”. O más bien,
“soy como el Mago de Oz que me sigue maravillando porque todo es tramoya,
escenografía, ilusión para hacerte ver que hay cosas bellas donde no hay sino
papeles, cartón, trozos de madera”.
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