Santalla firma autógrafos en el teatro municipal Saavedra Pérez, marzo de 2018 |
Cuando él mira de frente al auditorio o le da la espalda, éste va a seguirle totalmente entregado y dispuesto a beber hasta la última gota del elíxir.
Mabel Franco, periodista
Algo fascinante se produce cuando se deja de prestar
atención a lo que pasa en el escenario y se la centra en la platea. Las risas
dejan de ser un ruido, para constituirse en una cascada en la que es posible,
si se escucha con oído fino, identificar las expresiones individuales de la
felicidad o, al menos, del placer. Es un misterio que por segundos, se cree
tocar. Este asomo a lo insondable del mecanismo humano de la risa lo logra David Santalla,
comediante boliviano que vive una segunda vida a la manera de un nigromante. Santalla aparece en la escena y el cerebro de los
espectadores, viejos y jóvenes, parece conectar con la fuente de la risa. Es
automático, impensado.
Vestido como Salustiana o como Toribio, los personajes que
rejuvenecen al actor que este año cumplirá 79 años, Santalla hace algo que no
tiene explicación, que hay que presenciar para comprender. En la obra que acaba
de mostrar en el Teatro Municipal Alberto Saavedra Pérez, “Imilla metete… cama
adentro”, Salustiana recorre, a oscuras, de un extremo a otro del escenario
ambientado como sala comedor de una vivienda. Su avance a tientas, que visto
fuera de ese contexto no es nada extraordinario, tiene un algo que seduce y
entonces uno muere de risa.
Que el aura que rodea al actor es sólo de él, quien seguramente
es incapaz de explicar el misterio, parece probado por la forma en que la obra
se enfría y decae apenas él sale del escenario. Su elenco sufre la gota gorda
para llenar el vacío, sin lograrlo. Es el premio y el castigo del propio
Santalla que, como todo humano tocado por los dioses, no puede transmitir dicho
toque. Y por eso no tiene sucesores a la vista, apenas imitadores.
Muñeca del personaje Salustiana. |
El humor de Santalla no es intelectual. Los temas de las
obras que él escribe y dirige son banales, anecdóticos, intrascendentes.
Incluso, peligrosamente estereotipados. Sus puestas son planas, con
escenografía de emergencia, sin recursos de luces o sonido dignos de tomarse en
cuenta. No es, pues, un Dario
Fo, por
mencionar un ejemplo de comediante.
El humor de Santalla tampoco parece funcionar fuera del
teatro: no funciona como Stand Up, no llega al humor gráfico (basta leer sus
historietas), tampoco es el mismo en una charla persona a persona.
Pero, ¿saben?, no importa. Cuando él mira de frente al
auditorio o le da la espalda, éste va a seguirle totalmente entregado y
dispuesto a beber hasta la última gota del elixir. A alguien como el Santalla del
escenario teatral no se le debe pedir más sin el riesgo de cometer algún tipo
de pecado.
Artículo para la revista Rascacielos de Página Siete, publicado el 1 de abril de 2018