viernes, 6 de abril de 2018

Nuestro Santalla

Santalla firma autógrafos en el teatro municipal Saavedra Pérez, marzo de 2018


Cuando él mira de frente al auditorio o le da la espalda, éste va a seguirle totalmente entregado y dispuesto a beber hasta la última gota del elíxir.

Mabel Franco, periodista

Algo fascinante se produce cuando se deja de prestar atención a lo que pasa en el escenario y se la centra en la platea. Las risas dejan de ser un ruido, para constituirse en una cascada en la que es posible, si se escucha con oído fino, identificar las expresiones individuales de la felicidad o, al menos, del placer. Es un misterio que por segundos, se cree tocar. Este asomo a lo insondable del mecanismo humano de la risa lo logra David Santalla, comediante boliviano que vive una segunda vida a la manera de un nigromante. Santalla aparece en la escena y el cerebro de los espectadores, viejos y jóvenes, parece conectar con la fuente de la risa. Es automático, impensado.
Vestido como Salustiana o como Toribio, los personajes que rejuvenecen al actor que este año cumplirá 79 años, Santalla hace algo que no tiene explicación, que hay que presenciar para comprender. En la obra que acaba de mostrar en el Teatro Municipal Alberto Saavedra Pérez, “Imilla metete… cama adentro”, Salustiana recorre, a oscuras, de un extremo a otro del escenario ambientado como sala comedor de una vivienda. Su avance a tientas, que visto fuera de ese contexto no es nada extraordinario, tiene un algo que seduce y entonces uno muere de risa.
Que el aura que rodea al actor es sólo de él, quien seguramente es incapaz de explicar el misterio, parece probado por la forma en que la obra se enfría y decae apenas él sale del escenario. Su elenco sufre la gota gorda para llenar el vacío, sin lograrlo. Es el premio y el castigo del propio Santalla que, como todo humano tocado por los dioses, no puede transmitir dicho toque. Y por eso no tiene sucesores a la vista, apenas imitadores.
Muñeca del personaje Salustiana.

El humor de Santalla no es intelectual. Los temas de las obras que él escribe y dirige son banales, anecdóticos, intrascendentes. Incluso, peligrosamente estereotipados. Sus puestas son planas, con escenografía de emergencia, sin recursos de luces o sonido dignos de tomarse en cuenta. No es, pues, un Dario Fo, por mencionar un ejemplo de comediante.
El humor de Santalla tampoco parece funcionar fuera del teatro: no funciona como Stand Up, no llega al humor gráfico (basta leer sus historietas), tampoco es el mismo en una charla persona a persona.
Pero, ¿saben?, no importa. Cuando él mira de frente al auditorio o le da la espalda, éste va a seguirle totalmente entregado y dispuesto a beber hasta la última gota del elixir. A alguien como el Santalla del escenario teatral no se le debe pedir más sin el riesgo de cometer algún tipo de pecado.

Artículo para la revista Rascacielos de Página Siete, publicado el 1 de abril de 2018