Mabel Franco, periodista
El 16 de julio de 1907 nació en La Paz una niña a la que su
madre, Felipa Guzmán, bautizó como Juanita. Hija única hasta los 26 años (cuando llegó al mundo su hermana, Teresa Guillén Guzmán), con un padre, monsieur Taillansier, que
muy pronto desapareció de la vida de la familia, Juana creció en un hogar que igualmente
la mimó y le auguró una vida de éxitos y felicidad. No en vano, según hacía
notar su madre, Juanita tenía dos coronas en la cabeza (remolino que forma el
cabello en la nuca).
Se educó en el Instituto Americano, donde asistió al internado
y pronto destacó por su carácter alegre,
travieso. Muchas veces le encomendaron papeles en las comedias que se
solía montar en el colegio. “Dicen que lo hacía bien”, le contó al periodista
del diario paceño Última Hora que la entrevistó en 1931, a raíz de la película protagonizada
por ella y que se había estrenado un año antes. “Ése fue suficiente título
–recordó su desempeño en aquellas obras estudiantiles- para que me solicitaran
filmar Wara Wara”.
Taillansier como Wara Wara y José María Velasco Maidana como Tristán de la Vega, en el lago Titicaca. |
Juanita Taillansier es, puede afirmarse, la primera actriz del cine boliviano.
Y la única, en rigor, con un papel protagónico.
Su rostro en la gran pantalla animó el de la princesa inca
con nombre de estrella que, en tiempos de la Conquista, se enamora del capitán
español Tristán de la Vega. Éste, prisionero de los nativos. en algún lugar del lago Titicaca, caerá también rendido
ante la belleza y dulzura de Wara Wara, tal como la obra de Antonio Díaz
Villamil (La voz de la quena) lo dejara asentado antes de servir de base para
el guion del film.
La película, dirigida y coprotagonizada por José MaríaVelasco Maidana, tuvo gran eco en su tiempo. Pero luego sobrevino el olvido
casi absoluto (salvo notas de prensa y alguna que otra foto), dada la desaparición
física de la cinta.
El milagro que fascina
Cuando seguramente las esperanzas de recuperar el film se
perdían, Pedro Susz, como cabeza de la Cinemateca Boliviana, fue convocado en
1986 por un nieto del ya fallecido Velasco Maidanam (murió en EEUU), para revisar
un viejo baúl, legado, que había permanecido oculto, del pionero de las
superproducciones en Bolivia. Allí fue encontrada Wara Wara, entre otros
materiales (trozos de La profecía del lago, por ejemplo, la primera película
silente boliviana), aunque en rollos de nitrato sin editar. En los años 90,
con el apoyo del Goethe Institut de La Paz, se inició un largo proceso de
restauración.
Esta parte de la historia de la película ha sido contada varias veces, pero nunca deja de ser fascinante, quizás porque tiene un final feliz: hoy está bien protegida y al alcance de todo aquel que desee asistir a
la historia de amor de la joven Wara Wara.
Estrella fugaz
Cuando Juanita Taillansier daba vida al personaje de la
película silente, en el mundo se imponía ya el cine sonoro. Aquel 1930 fue el
del estreno de El ángel azul, la primera película europea con sonido propio protagonizada
por Marlene Dietrich. Y en Hollywood conmovía Anna Christie, con una Greta Garbo
que se haría de un Oscar por su actuación.
No hace falta decir que de esas actrices –e incluso de Pola
Negri, cuya película “muda” en la que se la describía como sublime y perversa se proyectaba en La Paz al
mismo tiempo que Wara Wara- se sabe hoy más en Bolivia que de la
Taillansier. Es cierto que, a diferencia de la estrella local, las divas
extranjeras se convirtieron en tales por el impulso de una industria
cinematográfica que en Bolivia nunca pudo concretarse.
De hecho, Juanita, pese a los comentarios de que su trabajo
revelaba una “original habilidad” (Última Hora, enero de 1930) y que era “una
actriz cinemática (sic) de muy buenas condiciones” (septiembre de 1931), tuvo
en Wara Wara su debut y despedida.
La sobrina y ahijada de Juanita Taillansier, Janne Marie de
la Riva guillén—hija de la hermana de la actriz, Teresa Guillén Guzmán, se
animó en 2002 a publicar un librito (Wara Wara, memorias) en el que recogió los
recuerdos sobre aquella mujer que le eligió el nombre, que le contaba historias
fantásticas y que solía mostrarle las fotos y recortes de prensa de la aventura
cinematográfica de su juventud.
¿Cómo era, pues, Juanita?
Juanita Taillansier en su juventud. |
Dominaba el idioma inglés como si fuera el propio. Esto la llevó a
trabajar en la Embajada de Estados Unidos y luego en Air France, donde
conquistó el corazón del ciudadano francés Alfred Bricout, gerente de la
empresa, con quien se casó.
Tal como había deseado desde pequeña, la
joven madame Bricout cruzó el océano para llegar a la tierra de su misterioso
padre. De la Riva cree recordar que en esa travesía la pareja llevó la copia
de Wara Wara para que la familia francesa la
viera. Falta saber si quedó en París y si alguien todavía la guarda. Lo
cierto es que Bricout murió en La Paz luego de una larga enfermedad, unos años
después de concluida la Segunda Guerra Mundial, y Juanita quedó viuda y sin hijos.
Juanita, antes de conocer a quien sería su compañero, había respondido al interés
de la prensa sobre su noción del amor: “Tengo tan alto concepto de él que, me
parece, sólo amaré una vez”. Y así mismo fue.
Los esposos Bricout. |
Un alma llena de ternura
Si de niña y de joven adoptó a todo animal
que se puso en su camino: un puma de circo, un burro maltratado, en su edad
madura llenó la casa que le compró su esposo (en la calle Belisario Salinas,
casi avenida Arce) de perros, una gata, conejos y hasta gallinas.
De la Riva, que nació en 1958, atrajo la
ternura de la tía. “La recuerdo claramente como parte de los años felices de mi
niñez”. Y “me parece verla acostada, por las noches, apoyada en sus almohadas,
una larga y otra cuadrada, una sobre la otra...” Era el momento “en que se
friccionaba las manos y el rostro con cremas y bebía un poco de agua fresca de
una botella de cristal que tenía sobre su mesa de noche”. Antes había tendido
“su colcha de vicuña, y envuelto su camisón en una botella de agua caliente;
apagaba las luces de toda a casa y, acompañaba de su perrito que la seguía a todas
partes, se venía a acostar a mi lado”.
Era el momento de las historias de su
propia vida que podían parecer argumentos de una película. Como la vez que,
solía repetir, un extraño hombre se presentó en su habitación y le dejó un mensaje
para la Embajada de Francia. Juanita se enteraría luego de que era el fantasma de
un enviado del país galo, fallecido en un accidente de avión, que había reclamado
su ayuda.
El amor por Bolivia, del que la actriz
hablaba a sus sobrinas constantemente, inspiró a Jeanne Marie, dice ella, y la
prueba está en su dedicación al Centro de Terapias Naturales en el que rescata
los saberes ancestrales de las culturas andinas.
Juanita
Taillansier era una mujer de carácter y parecían rebelarle los prejuicios de la
sociedad en que vivía. Eso mismo la habrá impulsado a aceptar el papel de una
indígena que enamora a un blanco español. La sociedad de la época terminó por aceptar la
historia, como no hizo años antes, cuando rechazó la propuesta del propio
Velasco Maidana, La profecía del Lago, pues no estaba dispuesta a
presenciar, ni en la ficción, que un pongo y una “patrona” se enamorasen. Se dice que otra joven rechazó el rol de Wara Wara por las críticas de la "sociedad", y que Juanita fue llamada entonces.
“Puse en ello
-en dar a Wara Wara- toda mi alma, toda mi voluntad”, dijo la actriz al periodista. “Cumplí
todo el trabajo que me encomendaron y en momentos en que el propio empresario
desfallecía ante las dificultades de la labor emprendida, era yo misma que
exigía la continuación tenaz hasta conseguir el éxito”.
Nota de puño y letra de Velasco Maidana en la que agradece a la actriz de Wara Wara "por su entusiasmo y su alta comprensión artística". |
Todos los días
de descanso de Juanita, durante más de diez meses, tuvo que ir a filmar. En ese tiempo se codeó con artistas y
bohemios que se vistieron también de indígenas y españoles: Arturo Borda, Emmo
Reyes, Juan Capriles, Guillermo Viscarra Favre, Marina Núñez del Prado,
Humberto Viscarra Monje, entre otros.
La joven fue
también de las pocas que salió de su casa para trabajar, como secretaria, en
aquellos años en que ellas estaban destinadas a cuidar del hogar. Y no dudó en
expresar su deseo de ser piloto de avión luego del vuelo que hizo por
invitación de un miembro de Air France, para espanto de su madre.
Sobre el
divorcio, opinó públicamente en sus días de soltera: “Creo que una muchacha,
antes de casarse debe pensar en el divorcio. Es muy necesario. En la época del
noviazgo jamás se llega a apreciar los caracteres. Todos los novios son ángeles
caídos del cielo que se vuelven demonios en el matrimonio... Una mujer debe
tener a mano un recurso que la salve del tormento de vivir totalmente
decepcionada y sacrificándose por satisfacer solo un concepto social egoísta
que exige todo sin dar nada” (UH, abril de 1931).