Quizás el didactismo es el mayor problema en el que deriva esta forma de abordar desde el teatro a
un ser humano concreto, real, pues si bien MondaccaTeatro intenta recrear
la poesía del paso de Raúl Lara por este mundo de muchas maneras, tropieza en el afán con un
exceso de documentación.
Mabel Franco Ortega
Mirar el entorno próximo, evocar a personas que resumen valores capaces de
aportar a eso que se llama “identidad”, y hacerlo desde el arte, más
propiamente desde el teatro, es muy plausible. Tal el primer mérito de
MondaccaTeatro que ya tiene anotada en su historia una trilogía inspirada en la
obra de Jaime Saenz, varias piezas basadas en cuentos de autores bolivianos, y,
ahora, un trabajo pensado en el pintor orureño Raúl Lara Tórrez (1940-2011).
Un segundo mérito, vistos los resultados, es el evidente
trabajo de documentación que está detrás de la escritura del texto de Delirio
de Lara: detalles de la vida y de la creación del artista se hacen presentes
como prueba del compromiso de David Mondacca (dramaturgia y actuación) y
Claudia Andrade (dirección) para hacer justicia al elegido.
Ahora bien. Suele suceder que tras un proceso intenso de investigación
se reúne tal cantidad de información que el tiempo y, por tanto, la capacidad
para procesarla no alcanzan. Y entonces todo se desborda y queda regado… Al
menos tal es la impresión que me deja la obra que podría llamarse barroca, y
sería una adecuada forma de interpretar a Lara, pero que responde mejor a la
idea de abigarramiento.
Animación digital de cuadros de Lara (pobre, por lo demás,
si se compara con lo que se hace con obras de Van Gogh, por ejemplo),
muchos actores en escena, música omnipresente, realismo, distanciamiento, datashow,
voz en off, desnudos… Demasiado, con el agravante de que no hay un entramado capaz
de provocar empatía con la figura de un hombre cuya historia, es lo que se
intenta mostrar, está tejida con la historia de los bolivianos.
Gracias a Delirio de Lara, el espectador se informa sobre
este hijo de numerosísima familia en la que la ausencia del padre se reemplazó
con una relación fraternal muy fuerte. Se habla de la migración de varios Lara
a Argentina, de la desaparición forzada de un hermano que fue la herida abierta
hasta el último de los días de Raúl, de su añoranza, su retorno, su redeslumbramiento
por la tierra natal, de la pintura como herramienta para poner color, el
propio, a la gente y sus circunstancias cotidianas. Sobre esto se discursa y estaría bien si el
derroche de palabras no atentase contra las intenciones de abrir puertas hacia el estado de delirio de un creador, como si el grupo no hubiese encontrado las claves
teatrales para expresarlo y expresarse.
Lara se diluye entonces inevitablemente espantado por las entradas y salidas de una multitud,
apagones de por medio, pero sobre todo por la voz de conferencista que irrumpe de rato en rato.
Esas formas...
El teatro no “es”: se hace según alguien muy concreto –director, puestista, actores,
técnicos-- va proponiendo y descubriendo. Por tanto, no es la forma en sí,
aplicada en la obra, la que motiva el reclamo, sino su ineficacia. En tal
sentido, quizás el didactismo es el mayor problema en el que deriva esta forma de abordar a
un ser humano concreto, real, desde el teatro, pues si bien MondaccaTeatro intenta recrear
la poesía del paso de Raúl Lara por este mundo de muchas maneras, tropieza en el afán con un
exceso de documentación.
Mucho tiene que ver, con esa sensación, el uso reiterado de recursos que hacen de un estilo una prisión. Veamos: jóvenes actores y actrices (alumnos de Mondacca) irrumpiendo en el
escenario para dar idea de colectividad (¿recuerdan El santo del cuerno?), pareja
“haciendo el amor” (¿recuerdan “Santiago de Machaca?), collage de música sin
pausa (¿recuerdan
todas las obras del grupo?), efectos (esta vez, no humo, pero sí cohetillos). ¿Delirante? Sí, pero como sinónimo de "insensato o carente de sentido común", no de "excitación" como motor de vida y de creación.
Mondacca es un señor actor. Lo ha mostrado varias veces, la
última en Gula, bajo la dirección de Eduardo Calla. Y Claudia Andrade es también
una muy buena actriz´y productora. La dupla es un ejemplo de empuje, de apuesta por el
teatro pese a todas las barreras, de voluntad, etc. Por eso duele que el
resultado de tanto empeño provoque añoranza por el signo teatral, por la
capacidad de expresar, de confiar en la capacidad del espectador para leer sin
necesidad de anclajes. Y duele más cuando se constata que el Lara teatral,
encarnado por Mondacca, no conmueve como sí hace cualquier cuadro del pintor de
cholos viajando en colectivo, de morenos, de waca tokoris, de Oruro visitado por Van Gogh.
FICHA TÉCNICA
Obra: Delirio de Lara
Dramaturgia: David Mondacca
Dirección: Claudia Andrade