Mabel Franco, periodista
El teatro histórico encuentra en Chillan, la Silla del Sol de Carlos Cordero
Carraffa, un desafiante texto para quienes tienen la inquietud y las herramientas
como para llevarlo a lo que en esencia es el teatro: la encarnación de los
personajes, la materialización del ambiente que los rodea, la intencionalidad
de los diálogos, los textos y los intertextos y, en definitiva, el encuentro
con el público.
Cordero, animal de teatro, riguroso director y estupendo actor
—a quien se extraña en este sentido desde los ya lejanos “Golpes a mi puerta”
(Juan Carlos Gené) y “El costo de la vida” (Carlos Cordero)— había robado
tiempo a su labor como politólogo para ensayarse también como dramaturgo (¿o es
al revés?) y así dio a la luz obras como la ya citada “El costo de la vida”
(sobre esos seres que se ven empujados a vender chucherías en la calle), “El
más luminoso de los arcángeles” (una lectura del origen de la danza de la
Diablada) y “Urania Films” (un homenaje al cineasta y múltiple artista, José
María Velasco Maidana). Todas esas obras fueron representadas bajo la batuta de
Cordero. Fueron, por supuesto, pruebas de fuego para quien, luego de dirigir y
actuar, asumía el rol de creador de dramas. Duras pruebas, en todo caso, con
logros y tareas pendientes que de seguro Cordero ha podido asimilar en todos
estos años.
No se puede dejar de mencionar una última obra, en la que se
advierte el afán de unir la experiencia como politólogo con la del teatrista: “El
cerco” (2011). Que se sepa de lo hecho por Cordero, nada ha quedado en el
tintero, o en las páginas literarias, sino que, con más o menos vuelo, todas
las historias a las que el autor les ha puesto el punto final han cobrado vida.
Y ahora llega “Chillán, la Silla del Sol”, sobre uno de los
personajes más controversiales de la vida política de Bolivia: el mariscal
Andrés de Santa Cruz Calahumana (http://www.biografiasyvidas.com/biografia/s/santa_cruz.htm). Para unos, una figura oscura injustamente
ensalzada en el país; para otros, un estratega que merecería mejor memoria.
Cordero parece inclinarse por esta última lectura y entonces lo convierte en el
personaje central de una obra con final abierto.
Como pieza literaria, la lectura de Chillán, la Silla del
Sol cumple el objetivo de seducir, de atrapar al lector, sobre todo por los
diálogos inteligentes, intensos. Y. por ejemplo, tal el cuidado que toma
Cordero para recrear climas, lugares, gentes, se puede escuchar, casi, la
música que tortura al militar que alguna vez, le tocará recordarlo, tuvo que ordenar un fusilamiento.
Como germen de lo ya dicho, la vida teatral, las expectativas
están planteadas con toda la fuerza que tiene el personaje y que se desborda a
la espera de dejar el corset de las letras para moverse y respirar. En verdad,
quizás ni importa que sea Santa Cruz un ser real histórico (real), lo que
conquista de “Chillán…” es que de la pluma de Cordero sale un ser creíble. En
el exilio (en Chillán, http://es.wikipedia.org/wiki/Chill%C3%A1n, por decisión de tres gobiernos: Bolivia, Perú y
Chile), como león enjaulado, con la idea de que no pudo concluir una misión en
la que aún cree, con el peso de sentirse traicionado. Humano, con arranques de
ira, caprichoso… En definitiva, alguien a quien se quiere ver en escena.
Si de paso, como bolivianos, gracias a lo dicho podemos
mirar más allá de un himno patriótico, del nombre de una calle, de un retrato
pintado, qué bueno. Porque de esto debería tratarse una obra de teatro
histórico: no de plantear una verdad, tarea de historiadores, sino de dejar
atisbar en la complejidad de un ser humano, con sus virtudes y sus defectos.
El resto es dejar el libro —y ojalá en breve también la sala
de teatro— para buscar más, para saber más, en este caso, de ese Mariscal de
Zepita.
Ficha técnica
Título: Chillán, la Silla del Sol
Autor: Carlos Cordero Carraffa
Editorial: Gente Común, 2013