Mabel Franco Ortega, periodista
Una locomotora no está hecha para correr sola por ahí, sino para transportar gente. Si de paso quiere sumar a su existencia la condición de la locura, por supuesto y más que nunca requiere de tripulación y de pasajeros embarcados en el mismo viaje y, de ser posible, en el mismo vagón.
Al menos tales son los requisitos de “La locomotora loca” (1923), obra propuesta por el suicida polaco Stanislaw Ignacy Witkiewicz (1885-1939), creador múltiple, artista y filósofo empeñado en “encontrar la forma pura al precio de la deformación de la vida y la naturaleza”.
Claro que hay viajes y viajes, también en el teatro. Sobre todo en el teatro. El primero de los impulsados por Carne de Cañón —grupo de Santa Cruz de la Sierra— que me fue dado emprender tuvo lugar durante el Festival Peter Travesí 2013. El boliche Muela del Diablo se vio atiborrado de pasajeros que pronto, guiados por el maquinista Luis Bredow, se unieron e impulsaron el frenesí de una travesía empeñada en atisbar en el sinsentido de la vida humana, a ver si con tal recurso cada quien pudiese sacudirse del tedio y apearse con más conciencia que antes sobre su destino.
La máquina, diseñada para alcanzar velocidades inverosímiles, estuvo a la altura aquella inolvidable noche de septiembre vivida a la manera de un cabaret. Mérito en mucho de su comandante, un desquiciante Bredow que se ha quedado grabado en la retina con su corset y su brillosa calza. Y mérito, por supuesto, de quienes supieron sumar al trepidante ritmo: Berenice De la Cruz (que terminó por llevarse el premio Travesí a la mejor actriz), en su papel de erotizada novia; Mariana Bredow (dueña de estupenda voz de cantante), como la alcoholizada estrella en declive y esposa (último rol que tuvo que improvisar para la segunda noche, pues el actor original enfermó, sin que nadie notara la ausencia); Iván Alfaro, el novio marioneta, dúctil y entrañable; Javiera Vargas (el personaje sorpresa) y Juan Pedro Montefinales, el baterista. Todos dirigidos por Andrés Escobar, a cuya investigación sobre el teatro de Witkiewicz se debe el montaje.
Ya dije que hay viajes y viajes. El segundo que quise hacer junto a Carne de cañón se concretó en Equinoccio, boliche paceño que, según hizo notar de entrada el maquinista, atrajo espectadores, aunque a menos de los que merecía la aventura. Situación nada anecdótica, dados los resultados: una locomotora que intentó volar, pero que fue muchas veces retenida por la gente que no siempre alcanzó a subirse y pareció contemplar desde el andén. Ayudó ese mezclarse de los personajes con los espectadores, ese juego entre teatro y realidad, ese poner en evidencia la farsa, la mentira, la ficción; pero fue difícil borrar las fronteras y entonces la experiencia careció de la intensidad vivida en Cochabamba.
Una locomotora necesita de mantenimiento permanente, podría ser otra de las constataciones teatrales. Una obra lograda, que funciona como un reloj, con los tiempos perfectos, el ritmo ideal, no puede, en verdad, presumir de mucho respecto de una siguiente función. Un ligero desajuste en la química (más bien física, es decir el manejo del tiempo) entre los actores, un ligero vacío entre lo que pasa en la escena y la reacción del espectador, y la mejor maquinaria puede rechinar.
“La locomotora loca” es una obra viva. Sus latidos, aun cuando a veces pierdan algo de su intensidad, difícilmente dejan indiferente a quien las sienta pasar y se vea convocado a ir, en aras del humor negro, por un mundo que sigue corriendo hacia la muerte, por una humanidad perdida entre máquinas, como sospechó Witkiewicz que ocurriría, aunque Carne de cañón prefiera finalmente dejar bien vivo a su maquinista Bredow.
Ficha técnica
Título: La locomotora loca
Autor: Stanisław Ignacy Witkiewicz
Grupo: Carne de cañón (Santa Cruz)
Director: Andrés Escobar
Actuación: Luis Bredow, Berenice De la Cruz; Mariana Bredow, Iván Alfaro, Javiera Vargas y Juan Pedro Montefinales.
Premios: Mejor actriz, Berenice de la Cruz, Festival Nacional de Teatro Peter Travesí (Cochabamba, 2013).