Sergio Mercurio, Rosimari Jacomelli y el Profesor. |
¿Por qué las personas dejan sus sueños en cualquier lugar?, pregunta Sergio Mercurio desde el interior de la anciana Eduviges, una de las protagonistas del espectáculo Viejos. Y ahí nomás nos deja una tarea de vida.
Mabel Franco, periodista
Che, Sergio: Si el Profesor me invitase a subir al escenario, yo sé qué canción le diría que es mi favorita. Es un tango de Cátulo Castillo y Aníbal Troilo. Se lo diría de frente y también al público. No me pasaría como lo que he visto que les sucede a quienes han sido ya invitados y que de puro nervios no recuerdan ni quiénes son. Y no es que yo sea una enciclopedia de mi alma, sino que, luego de haber presenciado Viejos dos veces antes, me he preparado.
Para lo que no estoy preparada, Mercurio, es para la cantidad de preguntas, afirmaciones, acciones que dejan a su paso tus viejos y viejas. Cómo podría responderle a Eduviges cuando se tropieza con algo y dice: “¿De quién es este sueño? ¿Por qué las personas dejan sus sueños en cualquier lugar?”. Me llevará la vida que me queda encontrar las respuestas.
Debo confesar, poeta, que esta vez, durante la función en el cine 6 de Agosto de La Paz, quise atisbar en la técnica. Cómo haces para traspasar vida, aliento, a cosas inertes. Te he mirado, y también a Rosimarí Jacomelli, tu compañera, en momentos en los que debía mirar a Tronco o al Profesor. He notado y anotado tus gestos, la forma de acercar tu cuerpo o alejarlo del objeto/sujeto. He contado el tiempo que te permites abandonar al personaje sentado en pose cuidadosamente estudiada de manera que siga siendo alguien. Eres un artífice, pues.
Tu técnica, digo yo, Sergio Mercurio, está traspasada por tu actitud ante la vida. Eres curioso, te observas y nos observas para intentar comprenderte, comprendernos. No buscas, creo, entender solo, sino con los otros.
Pero, aunque me imagino las horas de horas de preparación de cada gesto, entiendo que no sería suficiente ese trabajo cuidadoso, ese saber hacer, para explicar por qué nos conmueve y hasta conmociona cruzarnos con esos Viejos.
Y, ya ves, siguen las preguntas difíciles, imposibles de contestar así nomás: ¿Por qué nos hace eco esa pregunta de ¿Quién se robó mi niñez?, que es parte de la letra del tango Tinta roja preferido por el viejo Profesor? ¿Por qué se nos congela la risa provocada por el locuaz Navaho que, entre otras verdades incómodas, nos lanza eso de que tampoco las culturas tradicionales respetan a los ancianos? ¿Por qué nos dan ganas de llorar, por lo que tuvimos o no, ante ese Abuelo y Nieto –pies con ojos y sentimientos— dialogando sin que medien palabras?
Tu técnica, digo yo, Sergio Mercurio, está traspasada por tu actitud ante la vida. Eres curioso, te observas y nos observas para intentar comprenderte, comprendernos. No buscas, creo, entender solo, sino con los otros. Por eso tu multiplicación en esos seres que animas y por eso tu persistencia para ponerlos a moverse entre el público.
Eduviges me ha preguntado esta vez si veía sus angelitos. Sí, le dije. No mentí, porque si bien la consulta me dejó helada en mi butaca, dije que sí porque los he visto muchas veces en tus actuaciones, desde los tiempos en que eras el Titiritero de Banfield. Para eso justamente, para verlos, es que yo vuelvo a tus obras como sé que hacen muchos de por aquí. Y juro que cuando la viejita gigante nos pidió a todos que mostremos nuestros propios angelitos, contuve la respiración para que los vieran ella, Rosy, tú y el público.
Mira si serás intenso que hoy, días después de haber asistido a Viejos, todavía pienso en qué responder a la opción: Temporaria o Permanente. Qué seré, ¿no?
En estos tiempos en que el pesimismo nos gana, Sergio, presenciar cómo el Profesor se saca el corazón —como tú mismo en cada obra que entregas al público (y no sólo en el teatro, también en la escritura y en el cine La película de la reina)— me permite ponerme optimista. Los humanos no podemos ser tan malos, estar tan perdidos..
En fin. Voy a recurrir al tango, otro tango y van tres, para decirme que tal vez no sea cierto eso de que “La vida es una herida absurda” a condición de que no dejemos tirados nuestros sueños o, mejor, nuestra capacidad para soñar.
Nota publicada en la revista Rascacielos, septiembre de 2023