El Teatro Municipal Alberto Saavedra Pérez, de La Paz, se ha quedado sin su Ángel.
Ángel Quiñones en un vino en el Salón de Honor del teatro municipal. |
Cada noche, salvo excepción que hacía más evidente su
existencia, “Timoteo”, como le había bautizado el personal del teatro municipal
Alberto Saavedra Pérez, trasponía la puerta de ingreso a platea con un paso
menudito, como un muñeco de cuerda que lo hacía inconfundible.
No era de los que quisiera hablar demasiado. A duras penas,
una de esas noches dijo que se llamaba Ángel. Ángel Quiñones, 75 años.
Todo el 2018, este Ángel llegó al teatro, entró sin pedir
permiso, incluso para ver el mismo espectáculo más de una vez. En tiempos en
los que escasea el público, en que el artista se alegra si en el espacio para
600 espectadores al menos asisten 50, Ángel era un fenómeno, un misterio.
En enero reciente, al inaugurarse la temporada 2019 en el
teatro, el infaltable “Timoteo” no llegó. Ni en febrero, ni en marzo. Las
vendedoras de dulces sabían el porqué. Ángel, que solía pasear por El Prado o
la calle Comercio, siempre solo y con su pasito acompasado, se había caído para
no levantarse más.
Timoteo seguramente tuvo familia. Lo habrá llorado. En el
teatro hubo un suspiro de pena y comentarios de “vamos a extrañarlo”. No es que
Ángel fuese un ángel. Acostumbraba a acomodarse, en esas rarísimas funciones con
mucho público, en el asiento de alguien que había pagado su entrada y nada lo
iba a mover de allí. O solía comentar a gritos sus impresiones sobre un actor o
una actriz o un grupo musical, como la vez que se oyó alto y claro: “Qué gorda”
o “Habla más fuerte, no escucho” o “Qué macana de obra”. Entonces daba ganas de
exiliarlo, pero se pasaban al constatar su persistencia para pertenecer a esa
raza en peligro de extinción: espectador.