La compañía Roco Salmón (de Raúl Salmón) convocó a la joven de 18 años para ensayar una obra “fuerte”. El papel femenino clave recayó en ella, y así Goya Veizaga se convirtió en Doña Julia, esa mujer avejentada, desdentada y sin reparos a la hora de reclutar jovencitas para su prostíbulo de la calle Condehuyo. El autor, un estudiante de medicina de nombre Raúl Salmón de la Barra, condujo los ensayos hasta que, entrado el año 40, la obra de teatro social estaba lista para mostrarse al público.
Goyita Veizaga en los años 40, cuando encarnó a Doña Julia, en "La calle del pecado". Foto: Galerìa del Teatro Municipal Alberto Saavedra Pèrez. |
Mabel Franco, periodista
“Hoy estoy aquí, mañana no sé,
pasado mañana, ¡ay!, donde estaré”. Esta parte del popular huayño se había
convertido en la tarjeta de presentación de la cantante Goya Veizaga, quien la
entonaba cada vez que hacía su ingreso en la radio Illimani.
Goyita, hija de Ángel Veizaga Flores y Candelaria Bravo,
nacida en noviembre de 1920, creció arrullada por la guitarra de su padre, que
como buen cochabambino se complacía al entonar temas vallunos, y la voz de su madre,
una paceña que seducida por Libertad Lamarque cantaba como ella eso de “Negrita
chabelona de mi barrio”.
“Es extraño, pero desde mis 96 años actuales afirmo que
tengo los recuerdos más nítidos de mis dos primeros años de vida, de los viajes en tren,
de lugares como Machacamarca o Antofagasta, adonde mi padre nos llevaba
obligado por su trabajo en el ferrocarril”.
Parte de esos recuerdos tiene que ver con una niña haciendo
fonomímica con guitarra en mano, sombrero de lado y porte de Carlos Gardel. “Mi
padre se entusiasmaba muchísimo y me pedía que repitiese una y otra vez el
número”. Como haría luego, cuando ya estudiante de colegio en La Paz, vestida
con la falda plisada y la boina roja propias del establecimiento “Juana Azurduy”,
dominaba los pasos del charlestón.
En esa memoria privilegiada resalta también un hecho que la
marcaría de por vida: la asistencia a una función de teatro en el Municipal,
que por entonces, años 20, no llevaba todavía el nombre de Alberto Saavedra
Pérez. Wenceslao Monroy, Carlos Cervantes, Cristina Cordero, “la primera actriz
que vistió una pollera en el escenario”, impactaron a la niña de siete años que
sintió que en ese espacio se podía ser feliz.
Cantar se hizo natural para Goya Veizaga. Y tan bien lo
hacía, que sus compañeras del colegio la animaron a participar del concurso de
aficionados que había en la radio Patria de los hermanos Freire. “Fui y, como
todos los participantes, ensayé mucho guiada por el pianista Felipe Ballón
Vargas”. Ganó y su premio fue un contrato para cantar durante un mes en la
emisora. Valses peruanos, tangos, boleros salieron en la voz de la muchacha de
menuda contextura y negro cabello.
Junto a sus hermanos José y Mario Veizaga y a Arnaldo Cabello, en 1950. Foto: Archivo Techy Suárez. |
A los 18 años, Goya entró a estudiar en la Escuela de Arte
Escénico que funcionaba en el edificio contiguo al Teatro Municipal, hoy Casa
del Maestro. “Subía por las gradas anchas y era maravilloso”. Y mucho más
cuando la elegían para papeles de extra, papeles chicos, que la fueron
preparando para lo que se vendría en el año 39.
En la calle del
pecado
La compañía Roco Salmón -que así la bautizó Raúl Salmón- convocó a la joven de 18 años para
ensayar una obra “fuerte”. El papel femenino clave recayó en ella, y así Goya
Veizaga se convirtió en Doña Julia, esa mujer avejentada, desdentada y sin
reparos a la hora de reclutar jovencitas para su prostíbulo de la calle Condehuyo.
El autor, un estudiante de medicina de nombre Raúl Salmón de
la Barra, condujo los ensayos hasta que,
entrado el año 40, la obra estuvo lista para mostrarse al público.
“Don Raúl nos reunió un día y nos dijo: Vamos a estrenar en
Oruro; allí, en una ciudad más pequeña, probaremos suerte”. Había resquemor por
las repercusiones, pues nadie antes en La Paz había tratado el tema de la
prostitución de una forma tan descarnada.
Carlos Pumarino, Tito Landa, Hugo Roncal, Humberto Rada, el
propio Salmón, Goya Veizaga, entre otros, con los aplausos orureños como
garantía se animaron a mostrar “Condehuyo o La calle del pecado” en el Teatro
Municipal de La Paz.
Fue un suceso. “Cada día teníamos filas de gente esperando
entrar. Carlos Pumarino, que además de buen actor era un excelente maquillador,
me convertía en doña Julia” y, por tanto, Goyita, la joven, quedaba
irreconocible.
La prensa local calificó el atrevimiento de “vigorosa y
valiente composición del autor boliviano… que delata la prostitución y sus
consecuencias”. Y la consideró “superior a la obra francesa El beso mortal (??)”.
Más tarde, cuando la repuso la Primera Compañía de Teatro de Lucho Espinoza, se
puso textualmente: “La empresa recomienda a las personas nerviosas abstenerse
de presenciar este espectáculo”.
La obra giró por ciudades y pueblos del país. En el Teatro
Omiste de Potosí, adonde llegó luego de 40 representaciones en La Paz, se la
anunció como “sensacional drama”, aunque “estrictamente prohibida para menores
e impropia para señoritas de 16 años”.
En Cochabamba, cuyo Teatro Achá acogió dos obras de Salmón
en 1944: “El canillita” en matiné y la representación 105 de “Condehuyo”, en
noche (21.30). se alertó en los avisos de prensa sobre esta última: “¡Estrictamente prohibida para menores”,
además de anunciarse que “se está filmando en México” (algo que no se efectuó, que se
sepa).
En Sucre se repitieron los elogios y también la alerta en
mayúsculas: “Estrictamente prohibida para menores e impropia para señoritas”,
pese a que una de ellas era principal figura.
Cuestión de genes
A principios de los años 40, la veinteañera Goya fue madre.
“Soltera”, aclara la nonagenaria sin pizca de reparos. Teresa, la hija, heredaría
la pasión por el canto y una voz intensa que la llevó, un 2 de junio de 1960, a
debutar en el Teatro Municipal de La Paz y, de allí, a Lima para ser reconocida
como artista revelación de 1963, y a Buenos Aires para grabar un primer disco.
Pero Techy Suárez, tal el nombre con que se hizo conocida la hija, merece otra
nota que describa sus actuaciones junto a Argentino Ledezma, Javier Solís, Enrique Guzmán y
Cantinflas, por citar a los grandes.
Antes de dejar a Techy, cabe resaltar que ella y otros
artistas de la “época de oro” organizan actuaciones, como la que se producirá
este mayo de 2017 en el Municipal, bajo el cobijo de Arteporbol; de una de esas veladas
del recuerdo fue parte Goyita en 2016.
Goya Veizaga en marzo de 2017 muestra sus fotos de juventud. Foto: Mabel Franco. |
“Genes”, explica la aludida la razón de su propio camino por
el arte, el de Techy y de sus otras hijas, nacidas ya de su matrimonio con el
señor Besares, nietos y bisnietos, todos con algún perfil artístico.
Como “cancionista”, vocablo con que se presentaba a las
mujeres que cantaban en los años 40 y 50, según se lee en las notas de prensa y
de publicidad de la época, Goya escaló poco a poco. La radio Illimani –de
propiedad del estado-- fue un primer gran peldaño profesional, “pues para
cantar allí había que ser muy buena; nadie entraba de forma directa”.
Radio, teatros, televisión… el público la aplaudió en
distintos escenarios. Y la vio siempre elegante, muy bien peinada y maquillada,
como ahora que asiste a la entrevista. “Me dicen que soy coqueta, y yo respondo
que así voy a morirme; me arreglo sola, el cabello, las cejas, y una de mis
hijas me ayuda con el retoque. Son muchos años de cuidar mi aspecto como para
dejar de hacerlo ahora”.
De las canciones que hizo propias, su favorita es el vals
peruano “José Antonio”, de Chabuca Granda. Sin más, la entona enterita, estrofa
por estrofa: “Por la vereda viene cabalgando José Antonio, se viene desde Barranco
a ver la flor de Amancaes… José Antonio, José Antonio, por qué me dejaste aquí…”,
fluye la voz cascada por los años, pero correcta a la hora de poner acentos y
modulaciones que convencen sobre el amor entre cancionista y canción.
Algo incontenible se desata en la mente de Goyita, sentada
como está en una de las oficinas del Teatro Municipal Saavedra Pérez, “mi casa,
mi hogar, mi templo”, y entonces surge otro vals peruano, aquel que sentencia: “Todos
vuelven por la ruta del recuerdo, pero el tiempo del amor no vuelve más”.
“En la radio Illimani debías dejar el programa 24 horas
antes –pide que se tenga en cuenta mientras recorre con paso lento, vigilado de
cerca por Techy Suárez, el pasillo de la salida de artistas del teatro. “Ellos
preparaban así el libreto, con tiempo, y entonces todo quedaba perfecto. Yo
entraba siempre con eso de ‘… ¡ay!, dónde yo estaré’ . Y, miren, sigo estando
aquí…”.
Interpretando una canciòn cuyos versos están en la memoria de la artista. Foto: Mabel Franco. |