Mabel Franco,
periodista
El teatro no
tiene que ser bonito. El teatro no está hecho para gustar en el sentido de
complacer. Esto sabe o intuye o va descubriendo Winner Zeballos y con él, ojalá, el espectador convocado para asistir a Playback.
El teatro,
el autor, el director, los actores, los objetos sobre el escenario son el
motivo y el instrumento de consideración. Una consideración descarnada,
dirigida a activar cuanto sentido se pueda de manera que el público se retuerza
en la butaca y hasta cierre los ojos para no sentir.
Winn, el
personaje, es Winn el teatrista con sus dilemas y muros que, teme, se levantan infranqueables
ante sus aspiraciones de decir algo a alguien: ya ha probado, a sus 27 años de
edad, que corre el riesgo de ser predecible: otra obra con desnudos, nueva obra
con pocos actores no tan buenos como se espera, pues no los consigue para sus
delirios. Por eso, el día de su 28 cumpleaños hará una fiesta y al mismo tiempo
el mutis final.
Los
invitados somos nosotros, los espectadores. No es tan obvio al principio. Por
eso, nos preparamos para asistir a una representación
en la que tres personajes harán lo suyo. Y lo hacen: desnudarse, cubrirse de
tierra, agua, lodo. Un desnudarse que implica quedarse sin ropa, sí, pero sobre
todo abrirse al grado de que la vida y la ficción de Winn y de su novia (Ross
Caballero) parecen uno.
Ross cumple
además un doble papel: es también el mejor amigo de Winn, Jazz Vásquez, quien
está allí, en medio del escenario, manipulando tecnología para crear el
ambiente sonoro y visual; pero no habla sino a través de ella. Playback, pues.
Ella, por lo demás, se declara mala para la actuación, algo que no interesaría
ni mucho ni poco a sus padres que nada saben de sus actividades.
Él, Winn, corretea
por allí con un ridículo canzoncillo, devora papas fritas y bebe Coca-Cola con
leche, se expone sentado en un bañador de lodo, se corta el cabello, se hiere
con una hoja de afeitar… Todo suma para purgar allí, ante nosotros, su
declarado fracaso. Playback de lo que está detrás, en las horas de creación y
ensayos.
Tomar riesgos,
caminar por la cuerda floja, ése es el arte que se propone hacer Zeballos y a
él se entrega sin soporte alguno sobre el que caer si no es la complicidad del
espectador. En verdad, todo teatrista procede de esta forma, sólo que con esta
obra la exposición está tan desnuda como su autor.
Como los
invitados a la fiesta, la respuesta para el anfitrión puede ser de asco, de
repudio, de rechazo, de burla, pero no de indiferencia. Ya es mucho. Y, si en
cada función teatral se asiste, como es cierto, al nacimiento y la muerte, a lo
irrepetible, qué redención mayor puede haber para un creador que sacudirse de
indiferencia, sobre todo si está tratando de entregar el alma que dej egrabada
su performance en la retina, los oídos y el olfato de sus invitados. Ojalá no,
por supuesto, como simple anécdota, sino como estímulo para pensar en lo que
está detrás de la performance en vivo.
La respuesta
a Winn Zeballos y sus compañeros la tiene cada quien: para mí, ha sido el sentir
que se puede ser parte doliente del rito del teatro, que se puede aplaudir el sudor
del creador por encima de la falta de técnica de sus actores, que la metáfora –el
playback del teatro mismo- funciona si permite sentir a alguien auténtico detrás,
alguien sangrando en vivo que no quiere repetir fórmulas sino inventarlas.
No es linda
la obra de Winn Zeballos. No gusta. Y que algo así suceda, que es bueno que
pase, es su mérito.
Ficha técnica
Obra: Playback
Autor: Winn Zeballos
Actores: Winn Zeballos, Rosa Caballero y Jazz Vásquez
Escenario: El desnivel, agosto de 2015