Cochabambino, es cineasta formado en EEUU y España. Para su tesis de licenciatura estaba buscando un tema de guion
que desarrollar y se topó con un artículo periodístico sobre el Plan Cóndor.
Investigó, recogió testimonios y fue armando una historia que Carla
Ortiz ha llevado al cine como coescritora, actriz y productora ejecutiva. ‘Olvidados’, dirigida por el
mexicano Carlos Bolado, llega a las pantallas del país esta semana. A continuación, parte de la entrevista con D'Avis realizada en 2013.
Mabel Franco, periodista
Mauricio
D’Avis es un cineasta y un empresario boliviano de 34 años. Nació en Cochabamba
el 16 de marzo de 1980, de manera que tenía cuatro meses cuando la dictadura de
Luis García Meza se implantó en el país. No es que una cosa tenga que ver con
otra; pero lo cierto es que este joven decidió explorar en el Plan Cóndor
(coordinación entre las cúpulas dictatoriales de la década del setenta en
Sudamérica y la CIA), con la idea de escribir un guion cinematográfico.
“Estudié Producción en Cine y Tv en la University of Southern California en Los
Ángeles y quería desarrollar un guion que pudiera dirigir”, se explica. Unos
años más tarde “conocí a Carla Ortiz, quien hizo la versión final y produjo la
película”.
Tal cinta es
Olvidados, que ya fue filmada en el
país y está en proceso de posproducción. Tiene como protagonistas a actores de
Bolivia, México, Chile, Portugal y Argentina, entre ellos Damián Alcázar,
Rafael Ferro, Tomás Fonzi, Carloto Cotta, Manuela Martelli, Cristian Mercado,
Bernardo Peña, Milton Cortez, Jorge Ortiz y la propia Carla.
“Creo que de
alguna manera tratamos de olvidar el pasado y dejar que el tiempo borre muchas
cosas, pero lo cierto es que deberíamos saber más para no caer en lo mismo
algún día”, responde D’Avis desde España, donde cursa una maestría en Guion
Audiovisual en la Universidad de Navarra (Pamplona).
— Se suele
creer que los jóvenes, que no han vivido la dictadura, no tienen interés en esa
parte de la historia del país (y de la región). ¿Es cierto?
— No sé si es
falta de interés. Ocurre que muchos jóvenes en Argentina, Chile o Paraguay
sufrieron las dictaduras de manera distinta a los bolivianos, y muchas veces en
su entorno muy próximo. Esas heridas siguen latentes y no es fácil hablar de
ellas, más aún considerando que hay personas que defienden esos días y las
acciones tomadas. En el caso de nuestro país, creo que se trata en muchos casos
de falta de conocimiento de lo que ocurría durante esa época. El porqué de las
dictaduras y cuál el propósito de esos regímenes. Es durante esos años que se
activa la Operación Cóndor, algo desconocido para mucha gente, y se desata el
terror entre ésta.
— ¿Cómo se
relacionan con ese tema por ejemplo sus amigos?
— En general
no atrae a muchos. En mi caso, la curiosidad o pasión por el tema viene de años
atrás. El guion lo fui ideando a fines de 2004, cuando terminaba mi último año
de universidad, y la verdad que conocía muy poco. Fueron muchos libros,
diarios, entrevistas, emails, internet, películas, documentales y horas y días
para armar un mundo, una historia, personajes y escenas que unieran el pasado
de esa época con el presente. Un trabajo de investigación y aprendizaje
bastante extenso que derivó en cinco versiones durante cinco años de guion. Con
la última, Carla Ortiz y Elia Petridis trabajaron para desarrollar la
definitiva. Hubo muchos aportes al guion de un amigo y también actor de la
película, Bernardo Peña.
— ¿Cómo fue
construyendo la historia?
— Todo empezó
con un artículo sobre el Plan Cóndor que leí por internet en un periódico
nacional. Empecé a indagar. Al principio revisé libros de autores chilenos,
argentinos y estadounidenses. A medida que pasaba el tiempo, fui accediendo a
instituciones y gente a nivel nacional e internacional que me dio su apoyo,
referencias, testimonios y anécdotas acerca de lo que pasaron o pasó con gente
cercana a ellos. Años más tarde conocí a Martín Almada (Premio Nobel
Alternativo de la Paz), que había descubierto los archivos que revelaron la
existencia de la Operación Cóndor en Paraguay. Él es una persona que sufrió
bastante, pero que luchó mucho para demostrar lo que sucedió en Sudamérica. Al
mismo tiempo fui conociendo a historiadores, escritores, víctimas, políticos y
militares de la época. Tuve la oportunidad de contactarme con mucha gente que
me ayudó a pulir, a desarrollar el guion y la historia, como el exsenador
Gastón Cornejo, la Unión Nacional de Expresos y Exiliados Políticos de Bolivia
(Unexpepb), la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos de Chile,
SOA Watch (Vigilancia en contra de la Escuela de las Américas), la Asociación
de Familiares de Detenidos, Desaparecidos y Mártires por la Liberación Nacional
(Asofamd). Con todo ese mundo de datos, información y apoyo fui creando una
historia que debía unir el pasado con el presente y construir un guion de
ficción basado en eventos y personajes reales que pudieran reflejar esos años y
las consecuencias al día de hoy. Fue algo extenuante y espero que la película
refleje todo el trabajo, las historias, escenas y personajes.
— ¿Quiénes
son los personajes?
— A pesar de
la versión última, el mundo y las historias son los mismos: personas con las
que uno podría identificarse. Cuenta con aproximadamente diez personajes. Uno
de ellos, el protagonista, une el presente con el pasado para que su historia
permita conocer al resto. No estoy al tanto de cómo quedó la versión filmada,
pero el protagonista y la razón de contarnos su historia son la base de todo.
Muchos tienen aspectos que provienen de mi vida, en rasgos, nombres,
personalidades y recuerdos bajo los cuales los construí.
— ¿Considera
que la gente de su generación está consciente de lo que es vivir en democracia?
— Espero que
sí. Creo que todos hemos escuchado una que otra anécdota por parte de
familiares o profesores y sabemos lo que fueron esos años de dictadura. Si no,
entonces creo que es deber de otros, en este caso del cine, contarlo. Yo, a
través del guion, pinto lo trágico del pasado y el mundo en el que vivimos hoy
para valorar lo que tenemos.
Entrevista publicada en Escape, La Razón, en mayo de 2013