En 1975, como nunca antes había pasado, se les hizo prohibido bailar. Engalanadas, trepadas en sus botas de plataforma, ellas avivaban el paso de la morenada, hasta que un “policía” de la Asociación de Conjuntos Folklóricos del Gran Poder, presidida por Lucio Chuquimia, les exigía salir. Las “chinas morenas” se escabullían por allí, pero volvían a ingresar a las filas de danzantes más arriba o más abajo. Aquel año, igual terminaron de hacer el recorrido, defendidas por las fraternidades unas veces, por el público otras. Pero tanto pesca pesca, que se repitió dos años más, las agotó y las convenció de llevarse su colorida presencia a las fiestas rurales, que, por suerte, hay muchas en Bolivia.
Un año antes, Barbarella (Peter Alaiza), la figura travesti desde los años 60 en la morenada de los residentes de Achacachi, había sorprendido con un beso en la mejilla al presidente Hugo Banzer Suárez, quien acudió a la entrada folklórica en una fecha especial: aquel 1974, en plena dictadura, la fiesta ingresaba por primera vez al centro de La Paz, rebasando los límites del populoso barrio de Chijini (noroeste).
“Sí, aquel año del beso ingresamos con la fiesta al centro paceño, pero también nos sacaron de ella”, resume en primera persona del plural David Aruquipa, administrador de empresas que se siente heredero de Barbarella y de otras figuras travesti como Pocha, Pula, Chichina Galindo, Liz Karina, “todas ellas finadas”, o Titina, hoy de 71 años de edad, y Ofelia, de 72, entre varias otras.
Vestido todavía como las convenciones dicen que debe verse un hombre, Aruquipa ha estado atendiendo entrevistas para anunciar la publicación de un libro resultado de las pesquisas impulsadas por la Comunidad de Investigación Diversidad, de la que es parte él, como integrante de la Familia Galán. El texto, cuya tapa muestra a Barbarella, se llama La china morena: memoria histórica travesti, y recoge la historia y el aporte de “gays, homosexuales, maricas” a la fiesta boliviana. El 11 de mayo será entregado en el Museo de Etnografía y Folklore de La Paz, en medio de una exposición de fotografías y vestuario. El literato y master en estudios culturales Clevert Cárdenas y la antropóloga Varinia Oros figuran con sendos artículos para contextualizar la presencia travesti en fiestas como el Gran Poder y el Carnaval de Oruro.
Sentado ante el peinador habilitado en la sede de Diversidad, en la zona de Cristo Rey, Aruquipa comienza su transformación para que la entrevista no sea sólo de palabra, sino de obra. Con el corto cabello separado del rostro por una vincha, maquillaje, polvos, delineadores y lápices labiales irán marcando una identidad que, una vez más, las convenciones sociales dicen que es femenina. Por supuesto, tratándose de la fiesta, este cambio tendrá el cariz de lo sobrecargado.
“Es una pena que Barbarella se haya llevado consigo el significado de aquel beso”, reflexiona David. “Nunca sabremos si lo hizo como un acto reivindicativo, de desafío al poder, a la dictadura, a las fuerzas del orden, o si quiso tan sólo mostrarse estéticamente como una diosa que merecía un trato de igual a igual con el presidente”.
Tampoco se sabrá, añade, si, como trascendió, la prohibición del ingreso de travestis en el Gran Poder fue escrita. “Porque si hubo un documento así, a estas alturas, con leyes antidiscriminación, seguramente habrá desaparecido”.
Con algunos silencios obligados por la necesidad de Aruquipa, en su camino de convertirse en Danna Galán, de delinear una boca en forma de corazón o de colocar correctamente las enormes pestañas postizas, va fluyendo la historia “nunca antes contada, en sus detalles y trascendencia, por ningún trabajo referido a las fiestas populares”.
Dos figuras destacan de los años 60 y 70, plantea David. Una es Barbarella, la estrella del Gran Poder. “Peter era hijo de cafetaleros de los Yungas, con mucho dinero. Sus padres hicieron de todo para que ‘se corrigiese’ y lo enviaron al extranjero a estudiar. Pero él eligió ser estilista. Conoció de cerca el mundo de las vedettes, argentinas y mexicanas”, hecho clave, se crea o no, para definir la estética de la china morena y, luego, de la caporal.
Peter traía al país pelucas de colores, voluminosas, y pronto se las calzó a la hora de unirse a los bailes en Chijini.
La otra figura es Ofelia, el orureño Carlos Espinoza, que reinó en el Carnaval y que le dio un giro de tuerca a una vieja presencia de la diablada, la china supay ñaupa (diabla vieja), que es encarnada desde los años 30 por varones, no homosexuales, como parte de la dinámica de la fiesta.
Varinia Oros, curadora del Musef, explica que la china morena o figura se fue alimentando en dos espacios, el orureño y el paceño, los que “interactuaron y se nutrieron uno al otro, construyendo una historia de ida y vuelta, no sólo entre sus personajes, sino también en lo que llamamos las ‘tendencias’ o modas en su atuendo, forma de bailar, etc.”
Cuando Ofelia decidió danzar, se dijo que iba a cambiar la figura de la ñaupa, que veía tosca, bufonesca. Así que se afanó en crear un traje más seductor, con encajes y transparencias, cancanes y otros detalles, además de acortar la pollera. Lo que sí mantuvo es la careta de la ñaupa.
Barbarella, en cambio, inspirada, como ya está dicho, en las vedettes, pero también en la figura de maja de los cosméticos de tal marca —ella solía repetir: “Soy la Maja”—, planteó el maquillaje cargado y un peinado batido para desafiar la gravedad. Y se puso al frente de la morenada.
David (Danna), en pleno proceso de ceñido del corsé, con ayuda de Varinia, resalta que “ellas (Barbarella y Ofelia) fueron marcando la estética de la china morena: pollera corta, cancanes, corsé, escotes, medias de malla y botas altas”.
Ocurre que en los 60 se había puesto de moda la minifalda, botas encima de la rodilla y plataforma. “Las chicas recogieron todo ello y lo sumaron a los elementos ya presentes en el folklore”.
Dice Varinia: “En medio de la fiesta de migrantes del campo, en el Gran Poder, a nadie le pareció raro o malo tener a estos bailarines”. Y Danna agrega: “Eran las reinas, las mimadas. Las fraternidades se peleaban por tenerlas en sus filas y les pagaban por esa presencia. Ofelia era traída de Oruro por la morenada Eloy Salmón, junto a su maquillista y peinadora”.
Ambos, antropóloga y travesti, coinciden: Entre cholos no se las discriminaba; fue en el contacto con una clase media occidentalizada que surgió la prohibición.
Varinia afirma haber verificado esa aceptación en 2011, cuando la Familia Galán—Danna, París (Carlos Parra) y Alisha (Andrés Mallo)— acudió al último ensayo antes de la entrada y la antropóloga preguntó a un preste si ellas podían participar. “La respuesta inmediata fue que sí y las personas les entregaban a sus niños para una foto”.
Esto tiene una explicación, dice Varinia, aunque admite que ella no ha investigado a fondo el tema en el área rural. Pero se anima a reflexionar sobre la palabra quechua quewa con que se designa al homosexual, que “creo que es visto como de buen augurio”, vinculado con la fertilidad. De hecho, “en la música hay sonidos quewa y en los aguayos también; y se pone a bailar a hombres como personajes femeninos”. “Cuando migras, no te desligas de tu cultura rural, de tu vivencia; al contrario, la reproduces, aunque de otra manera, con otros elementos y características”. Lo que se vería en las fiestas ya urbanizadas.
Danna, ya unos 20 centímetros más alta, producto de las botas y el sombrero, recibe entonces una llamada. Es una diputada interesada en ayudar a la comunidad GLBT (gay, lesbianas, bisexuales y transexuales), en su búsqueda de legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo.
¿Qué lugar ocupa la fiesta en la lucha reivindicativa? La china morena, lista para posar ante la cámara, argumenta: “Creo que la cultura es el espacio para dialogar y discutir los temas de la diversidad. No se trata sólo de normas, sino de construcciones culturales. El pensarnos como personas diversas es el reconocimiento de que en ‘nuestras’ culturas hay personas con distintas identificaciones. ¿Qué son el quewa y el quewsa? Basta de creer que el ser gay o lesbiana o travesti es una importación del extranjero, desconociendo que ellos han estado presentes en procesos culturales históricos de Bolivia”.
Por ello el libro, las exposiciones, las entrevistas a los travestis sexagenarios y septuagenarios. “Queremos enfatizar en el aporte de estas personas homosexuales que, tal vez sin intención de revolucionar con un personaje tan reconocido como la china morena, hicieron su aporte. Por eso buscamos que, cuando se hable del Gran Poder, del Carnaval de Oruro, se reconozca a los gestores de la creación de personajes esenciales de estas fiestas”.
Las figuras travestis, ciertamente, se incorporaron de lleno en la morenada —una danza que antes de ellas era de hombres— y las mujeres que ocuparon luego ese lugar asumieron la estética de aquellos, a la vez que añadieron otros elementos: trenzas, sombrero... Y luego se dio el salto al caporal, danza construida en La Paz, en los 70, sobre el baile de los negritos (en la que también los travestis introdujeron a la rumbera).
“Por todo ello creemos que el espacio fundamental para discutir sobre identidad sexual es la cultura. Las fiestas, como parte de ella, han sido siempre elemento de transgresión, de denuncia, de choque contra el colonialismo, se mofaban de los controles, de los mandatos, del poder”, se explaya Danna Galán, abanicando sus palabras con las pestañas. “Obviamente, la participación de población trans, homosexual, en las fiestas enuncia su incorporación y plantea que somos parte de este país”. Y también “cuestiona a la ciudadanía y plantea que en este estado todos somos parte de la fiesta, y no vamos a poder cambiar si no podemos bailar”. En definitiva, “nuestra participación es no sólo estética cultural, pues en estos espacios festivos se interpela, se plantea, se hace política”.
Con los Galán, los travestis han vuelto a la fiesta. Como figuras, como cholas ñaupa o como los Waphuri Galán de la kullawada, “con ropa folklórica pero con estética muy maricona”. ¡A bailar se ha dicho!
Nota publicada en La Razón, suplemento Escape, el 6 de mayo de 2012